El futuro tiene mi letra
Marzo de 2023
Prólogo
—¿Esto es alguna clase de broma elaborada?
1 de marzo de 2023. Despierto temprano, sin ganas de ir al trabajo y verle la cara a la mitad de los que comparten oficina conmigo. Al tambalearme hacia la puerta para salir, me encuentro con una hoja que alguien ha debido deslizar por debajo. Es un calendario del mes de marzo de este mismo año. Lo inquietante, sin embargo, no es eso. Este calendario tiene una frase apuntada en cada día de la semana. Y lo peor de todo es que esas frases tienen mi letra.
Me asomo al rellano, sin mostrar mucha confianza.
—Bromista rebuscado y turbio… ¿Sigues ahí?
Vuelvo a cerrar y miro con atención el calendario. Reconozco mi letra a la perfección, pero yo nunca he escrito nada de esto. No solo es que no recuerde haberlo hecho, es que todavía no ha podido ocurrir nada. Las frases abarcan todo el mes de marzo, desde el primer día hasta el último.
—Me golpea un balón, me resfrío, contratan a Lydia, gano algo de dinero… —empiezo a leer las frases una por una en voz alta para ver si así les encuentro algo de sentido, pero no entiendo nada. ¿Cuál es la gracia de esto? ¿Para qué sirve hacer una broma tan elaborada hasta el punto de imitar mi letra?
Miro la hora y veo que ya no puedo perder más el tiempo. Guardo el calendario en mi maletín y salgo corriendo para no perder el tren, con solo la predicción del primer día en la cabeza. Quiero entender esta broma, pero lo que es seguro es que se terminará rápido si nada de lo que pone aquí se cumple.
—Si ningún balón me golpea, se acaba la broma, ¿verdad?
Digo eso en voz alta mientras bajo las escaleras, sin darme cuenta de que la señora que vive en el segundo está ahí, escuchándome. Me mira con una sonrisa amable y me saluda, sin darle importancia a que yo bajase hablando solo y diciendo cosas como que debo evitar que me golpee un balón.
—Tenga buen día, señora Ángela.
Corro tan rápido que ni he podido escuchar si me ha contestado o no. Salgo a la calle, con la cara roja y determinado a no llegar tarde al trabajo.
Capítulo 1
Me golpea un balón
“¿Qué clase de inicio de mes es este? Si estas predicciones se cumplen…
¿Esto sería lo que da forma a mi día?”
—Oye, en serio… ¿Quién ha puesto esto en mi puerta? —murmuro, mientras miro a uno y otro lado por la calle—. No tiene gracia, bastante tengo con ir al trabajo hoy y ver a Hugo y al jefe...
Al ser por la mañana, no encuentro un riesgo real de que un niño me pegue un balonazo. Además, las prisas por llegar a tiempo al trabajo es lo que más me mueve. Al final, después de mucho correr, llego a la hora exacta.
—Izan, llegas un minuto tarde —me dice Eric, mi único amigo en la oficina.
—¿Qué dices? Mira la hora —le contesto, enseñándole el reloj—. O sea, ahora pone que es un minuto tarde, pero cuando he entrado eran y media.
Si en el registro pone que he llegado un triste minuto tarde ya puedo tener problemas serios. Mi jefe no perdona ni uno solo… Y disfruta con ello.
—Ya lo sé, yo también he mirado el reloj. Has llegado bien, pero quería ver esa cara.
Conozco a Eric desde hace muchos años, y siempre lo he considerado un buen amigo. Encontré este trabajo llevando campañas publicitarias gracias a él. El sueldo no es ni muy alto ni muy bajo. De las condiciones laborales sí que podría decir alguna cosa mala. Y en cuanto a los compañeros o el jefe… Mejor ni hablo. Pero tengo que ser realista, porque seguro que existen muchas cosas peores. Con un sueldo estable y un trabajo que se me da más o menos bien, poco más me puedo quejar.
Ah, se supone que Eric es una persona seria, pero conmigo hace una excepción. Le gusta reírse de mí, pero de tal manera que se me hace imposible enfadarme con él.
Me siento en mi escritorio y enciendo el ordenador. Mientras se abren los documentos, saco el calendario del maletín. Reviso cada uno de los días, deteniéndome en los que más llaman mi atención.
—¿Me caigo al suelo? De verdad…
Sigo mirando. Me llama la atención el día 7.
—Mi equipo gana 91 a 76… Muy específico, ¿no?
Sigo deslizando mi mirada por los días, en orden.
—¿Conozco a una bruja? ¿Me enamoro? ¿Qué clase de anotaciones son estas?
Pero, de lejos, el día que más llama mi atención es el día 22.
—Frank sale de la cárcel…
Antes de procesarlo, Ignacio, el jefe, pasa por mi lado y da unos golpecitos a mi escritorio, como señal de que los documentos ya se han abierto y toca trabajar.
—¡Perdón! —digo, no tengo muy claro si gritando o susurrando—. Ignazi… —eso sí lo digo susurrando. Creo. Eso espero.
Me intento concentrar en el trabajo, pero no me quito de la cabeza la predicción del día 22. Si es una broma, ese es el punto de peor gusto de todos. Frank es un viejo amigo que un día fue condenado a prisión durante varios años, y nunca llegué a saber por qué. Pero sí recuerdo el año en que debería salir. Todavía faltaban unos tres años para eso. ¿A quién se le ocurre poner aquí que saldrá este mes de la cárcel?
Hace tanto tiempo que no le veo, que no sé si quiere que le siga llamando Frank. Él prefiere que le llamen Fran, pero de jóvenes se me ocurrió que quedaba mejor así. Es de esos motes que suenan bien cuando tienes cierta edad, pero luego te dan un poco de vergüenza. Al final no sé si es mejor dirigirme a él como Frank, o si empezar a llamarle Fran. En cualquier caso, no querrá que use su verdadero nombre, Francesc. Por lo que dice este calendario mágico, lo sabré a finales de mes, porque pone que quedaré con él.
Cumplo toda mi jornada laboral y vuelvo por la tarde a casa, cansado, con la cabeza y la espalda pidiendo un colchón, y todavía pensando en qué clase de broma es esa que ha conseguido imitar mi letra a la perfección y que me hace bromas sobre Frank y la cárcel.
De golpe, nunca mejor dicho, mi pensamiento es interrumpido por un balonazo en mi cabeza que, culpa mía, no he sido capaz de anticipar.
No ha sido un golpe tan fuerte. Me ha dolido más por el susto, y porque se supone que hoy tendría que haber estado atento para que esto no pase, y ha pasado por estar pensando en otra cosa. Encima esa otra cosa también es culpa de lo que pone en este calendario.
Me doy la vuelta en dirección a los niños que estaban jugando. Uno se acerca pidiendo perdón, con una mirada que no me parece nada honesta. Se le escapa la risa. Los tres de detrás se están riendo sin esconderlo. Creo que tienen unos nueve años, aunque soy malo para las edades. Si me dicen que tienen ocho o que tienen once, me lo creo.
—¿Por qué me habéis dado con el balón? —digo con la mirada muy fija. No descarto estar poniendo cara de loco, aunque no me doy cuenta.
—Ha sido sin querer —dice el niño mientras recoge la pelota, sin darle mucha importancia.
Antes de dejarle volver con sus amigos, lo sujeto del hombro.
—¡Espera! No… ¿Quién te ha pedido que me golpees con esta pelota?
—¿Qué? ¿Qué dices? —contesta el niño, poniendo cara de asco. Los demás se acercan. Todos me miran como si yo estuviera diciendo algo terrible. Un poco sí me están intimidando.
—¿Alguien os ha pedido que chutéis contra mí…? —pregunto, pero al hacerlo, pierdo del todo la determinación. Comienzo a sentirme ridículo y la voz ya no me sale. Los niños empiezan a insultarme, o eso creo, porque antes de darme cuenta, ya he dado media vuelta para alejarme lo más rápido posible de ellos. Siento vértigo y vergüenza.
No tengo en mente ni que las predicciones sean reales, ni que esto sea una broma. Solo me he bloqueado. Algo he hecho mal, no sé si la forma de dirigirme a esos niños o la forma de afrontar esto del calendario. No sé si me lo estoy tomando muy en serio o muy a broma. No tengo ni idea…
Me tumbo y me quedo mirando el calendario. Me fijo en la predicción del día 2. “Me resfrío”.
—Encima eso…