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Sábado 11 de marzo de 2023

Joel Soler

Actualizado: 5 oct 2023


Capítulo 11


Se lo cuento a Lydia

“Lo del calendario, espero. No te pongas a contarle cualquier otra tontería, Izan, que te conozco.”



Hoy por fin puedo ir al mercado, mi rutina de los sábados por la mañana que me fue negada la semana pasada por el resfriado profetizado por el calendario. Primero doy un paseo yo solo, y por fin me encuentro con dos caras conocidas: Anna y Lydia.

—¡Se notó tu ausencia la semana pasada! —me dice Anna, efusiva.

—Eso me han dicho…

Vaya respuesta más penosa.

—Izan no te lo quiere decir —empieza Lydia—, pero se quedó muy triste por no poder probar tus pastelitos caseros.

—¡¿Qué?! —grita Anna, y me atrapa el brazo—. ¿Y por qué no me lo habías dicho? ¡Podría haber hecho para hoy!

—Ah… Es que no se me ocurrió… —miento.

—La semana que viene traigo. Si te pones malo avisa, que solo los traeré si vienes tú, ¿vale?

—Muchas gracias, no es para tanto, es Lydia la que está exagerando.

Lydia se ríe de mí, pero en el fondo agradezco que me haya empujado a tener esa conversación.

Pasamos unos minutos los tres solos por los diferentes puestos. Los sábados, el mercado añade algunos puestos que no están el resto de la semana, donde se pueden encontrar libros, collares, bolsos y cosas por el estilo. Un poco de todo.

Conforme avanza el día, se acercan otros dos conocidos: Serena y Oliver. Con Serena no hablo demasiado a solas. Es la amiga en común que presentó a Lydia y a Abril. Siempre que viene suele hablar de sus problemas en el trabajo o con la familia, y me da la sensación de que le pasa de todo. También compara mucho el estilo de vida de España con el de Chile, donde nació y creció. En cuanto a Oliver, él es el hermano de mi exnovia. Con ella no hablo ya, pero con él me llevo bien.

Pasamos un buen día. De los habituales solo han faltado una chica llamada Iris que viene pocas veces y Abril, con la que tenía ganas de charlar un rato después de lo del partido. Una lástima.

Poco antes de la hora de comer, me acerco a Lydia en un momento en que nadie nos escucha.

—¿Quieres venir a comer hoy a mi casa?

—¿Me estás invitando? ¿Has hecho algo especial?

—He comprado pizza.

—Me has convencido. ¿A qué se debe esa pizza gratis que me ha caído del cielo?

—Quiero hablar contigo.

Debo haberlo dicho con un tono muy sombrío, porque a Lydia le cambia de golpe la expresión a una que destila temor.

—¿Me tengo que preocupar? —me pregunta.

—No sabría que decirte. Es algo muy, muy raro.

—Vale, por una pizza lo que sea. ¿Barbacoa y cuatro quesos?

—Por supuesto —le contesto mirándola a los ojos con seriedad.

—Entonces cuéntame lo que quieras —me dice chocando su puño con el mío y asintiendo de forma solemne.


Cuando llegamos a casa, mientras las pizzas están en el horno y le sirvo un refresco, me acerco con la hoja del calendario.

—¿Qué traes ahí? ¿A ver? —antes de que pueda sentarme, ya me ha quitado la hoja.

—Te aviso otra vez, es algo muy raro… —digo, pero ella tiene toda su atención puesta en la lectura del calendario. El rato en que tarda en leer todas las predicciones se me hace eterno.

—¿Qué es esto? —dice mientras sigue leyendo. Creo que ya ha leído todas las predicciones, pero debe de estar repasando las que le han llamado más su atención.

—El miércoles de la semana pasada, el primer día de marzo… Me encontré con este calendario debajo de la puerta de casa —digo, y ella me mira en silencio—. A ver… No sé cómo explicarlo… —tengo un nudo en la garganta—. Todas esas frases, conforme pasan los días, se están cumpliendo.

Ella no contesta, pero me sigue mirando. Su expresión es la de alguien que ha vaciado su cabeza por completo, pero manteniendo la tensión en los músculos faciales. Yo me acerco un poco más a ella y le señalo la predicción del día 3: contratan a Lydia.

—¿Entiendes lo que digo?

Ella mira el calendario y luego me vuelve a mirar a mí. Sigue sin decirme nada.

—Lydia, por favor, dime algo.

Ella mira una vez más el calendario y por fin habla.

—Pero esta es tu letra. Esto lo has escrito tú.

—Sí. Está escrito todo con mi letra. Pero yo no recuerdo haber escrito nada de eso, y mucho menos haber escrito cosas que luego se acabarán cumpliendo.

—Entonces, Izan, ¿me han contratado porque está escrito aquí con tu letra?

—No estoy seguro de si ha ocurrido porque lo pone ahí, o si tenía que ocurrir sí o sí y el calendario solo me avisa de un hecho ineludible. Pero llevo once días con esto, y cada una de las once predicciones se ha cumplido sin excepción —señalo la del día del partido—. Incluso las más específicas.

Lydia me señala la predicción de hoy: se lo cuento a Lydia.

—Esta en concreto no es que se haya cumplido, ¿no? Me lo has contado porque has querido.

—Sí, es complicado, pero desde hace unos días estoy permitiendo que se cumplan sin luchar contra ellas. Además, necesitaba contarle esto a alguien…

Lydia deja el calendario en la mesa y me vuelve a mirar fijamente.

—Izan… No entiendo qué quieres que diga.

—Creo que te refieres a que, si es una broma, no le ves la gracia, ¿no?

—¡A ver! Es que… ¿No es muy raro lo que me estás enseñando? Me enseñas un calendario mágico y encima está escrito con tu letra. Lo único que me hace dudar es que te conozco y no te imagino para nada preparando una broma tan rara.

—Bueno, no te culpo —digo mientras tomo el calendario entre mis manos y lo miro—. Yo también pensaba que alguien me había hecho una broma. Incluso sospeché de ti, porque te contrataron justo el día que pone aquí. Pero después de ser golpeado por un balón, de resfriarme, de ganar algo de dinero —voy señalando las predicciones conforme las nombro—, de caerme al suelo, de ver como el partido de la Jester League del martes pasado tuvo exactamente este resultado… Ya no creo que sea una broma.

—Si me lo hubieses contado antes de lo del partido, me podrías haber convencido con eso. Pero puedes haberlo hecho después del partido.

—Lydia, sabes qué solución tiene eso, ¿no?

—No sé, Izan. Me está dando un poco de miedo esta conversación.

Creo que Lydia cree que se me ha ido la cabeza, pero no me lo quiere decir con esas palabras. Yo sigo hablando sobre la solución.

—Revisa las predicciones. ¿Hay alguna que, si se cumple, te podría convencer?

Ella no contesta, pero mira el calendario con una expresión incómoda. Yo sigo hablando.

—¿Entiendes? Es lo mismo que me pasó a mí. Yo no me creía esto, pero pensé que, si el partido tenía ese resultado, tenía que ser real. ¿Cuáles son las que más te convencen para creerme en caso de que se cumplan?

—Bueno… —dice ella por fin, sin apartar los ojos del calendario—. Voy a seguirte el juego por si no me estás haciendo ninguna broma, o por lo menos no de forma consciente. La del martes que viene donde conoces a una bruja puede estar bien, pero puedes inventártelo o prepararlo, así que tengo mis dudas. El fin de semana donde pone que te enamoras y que al día siguiente chateas todo el día con Abril… Todo eso me interesa, pero sigue sin ser definitivo. En cambio… —Lydia señala el día 22—. Ese es el día. Frank sale de la cárcel. Y al día siguiente pone que pasaremos un día de chismes tú y yo. Si esto es verdad, me será difícil no creerte, porque dudo que puedas hacer que Frank salga de la cárcel cuando tú quieras. Y como consecuencia, al día siguiente quedaríamos y hablaríamos mucho de ello.

—Claro… De ahí la predicción de los chismes del día 23 —añado.

Lydia también es amiga de Frank y sabe que no iba a salir hasta dentro de dos o tres años como mínimo.

—Después puedo negarme a tener el día de chismes, pero si aun así lo tenemos, será como si me hubiese rendido a estas predicciones —al decirme eso, se queda unos segundos en silencio mirando a la nada. Luego me vuelve a mirar a los ojos—. Eso implica que no me voy a creer esto del todo hasta dentro de once días, lo entiendes, ¿verdad?

—Sí, lo entiendo…

—Izan, ¿te da rabia que no confíe en ti sin más?

—Un poco —digo con un hilo de voz débil y agudo, que parece indicar que voy a llorar en cualquier momento.

—A ver… ¿Tú me prometes por nuestra amistad que no me estás engañando?

—¡Te lo prometo por nuestra amistad y por lo que quieras!

—Vale, vale… Entonces sí que me creo que tu intención no sea engañarme. Pero hay muchas cosas raras. Por cierto, revisa que no se quemen las pizzas —mientras corro a la cocina a revisar el horno, ella sigue hablando—. Puede que tú no me engañes a mí, pero que alguien te siga engañando a ti, por ejemplo.

—Sí, entiendo…

—¡Escucha! Ha sido un poco raro todo esto, entiende que no sea fácil de entender. Pero si al final resulta ser real, ¡es algo increíble!

—¿Quieres que sea real? —le pregunto levantando la voz mientras saco una de las pizzas.

—¿Por qué no? ¡Es algo bestial! Con esto podemos predecir cosas y da para muchísimos chismes, ¿verdad? ¡Aburrirse sería imposible!

—Supongo… Pero a mí me da un poco de miedo.

Lydia entra en la cocina y busca algunas servilletas para llevar a la mesa mientras seguimos hablando.

—No sé, Izan, las predicciones que hay aquí no parecen peligrosas. Tu resfriado y tu caída no fueron para tanto, ¿no? Y lo que está por venir no creo que te duela.

—¿Y si en abril llega otro calendario y en ese pone cosas más peligrosas?

—Para entonces ya me creeré este tema del todo y te podré apoyar día a día —me tiende la mano y me sonríe—. ¿Qué te parece?

Antes de dejarme contestar, saca su móvil y corre hacia el comedor de nuevo. Mientras llevo las pizzas a la mesa, veo que le está haciendo una foto al calendario. Le pregunto qué hace, pero sin usar las palabras, solo con la mirada.

—Aunque la predicción de Frank sea la que más importa ahora, por si acaso te llevaré el seguimiento con las demás. Prepárate para recibir preguntas diarias sobre las predicciones, amigo mío.

—Bueno, sabía en lo que me estaba metiendo al contarte esto… Acepto el trato.

—Pues venga, a comer, que el lunes te hartarás de tu trabajo —dice señalando la predicción de pasado mañana— y necesitarás estar saludable para afrontar esas cosas.











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