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Jueves 29 de febrero de 2024

Joel Soler

Capítulo 366


 

    Todos miramos a Oliver.

    Su frase se ha quedado a medias.

    —¿Oliver…? —pregunta Anna.

    —¿Qué? —pregunta él, con una expresión totalmente diferente.

    Está mirando para todos lados, confuso y asustado.

    —Vamos, no podemos perder más tiempo —dice Hugo y, junto con Anna, me ayudan a caminar para salir del templo.

    Estrella ya está saliendo de la sala secreta con Saúl.

    —¡Izan! —grita Saúl—. ¿Estás bien? ¿Está bien? —pregunta, mirando a Anna y a Hugo.

    —Todavía aguanto… —digo.

    —Lo siento muchísimo… Si no hubiese ido por mi cuenta…

    —No te preocupes…

    —Perdón por todo lo que te dije, cuando lo de Frank…

    —Frank está vivo… Eso dice Estrella…

    —Lo sé —dice—. Enzo me lo explicó todo. Me dijo que solo podía enterarme yo. Luego te lo explicaremos con más calma.

    —Cabrón… —digo—. Más os vale convencerme… Si salgo de esta.

    Oliver corre a nuestro lado. Está callado, pero está horrorizado al ver toda la sangre que hay en mi ropa.

    —Oliver —dice Anna—. ¿Sabes qué día es?

    —¿Qué? Pues, a ver… Estoy un poco mareado, y me he desubicado. Ya sabes… Mis mareos.

    —Oliver, es veintinueve de febrero.

    —¿De febrero…? ¡¿Febrero?!

    Creo que esto será muy duro para él… Pero me alegro de que haya vuelto.

    Hugo y Estrella me sacan de ahí.

    Contamos con tres coches: el de Hugo, el de Oliver y el alquilado por el maestro Nero, que usó Estrella para traernos.

    —Hugo —dice Anna—. ¿Está bien si llevamos a Izan en el coche de Oliver? Creo que tenemos que ser él y yo los que acompañemos a Izan, y tenemos que explicárselo todo a Oliver.

    —Claro, pero rápido. Yo os sigo.

    Estrella propone llevar a Lydia a otro centro médico para que nuestras necesidades no se solapen.

    —¡Aguanta, por tu vida! ¡Nunca mejor dicho! —dice Lydia, antes de que nos separemos—. ¡En un rato estamos con Frank celebrando la victoria, ¿vale?!

    Lydia está llorando, y me hará llorar a mí también si sigue así…

    Saúl se sube al coche de Estrella. Creo que ha querido respetar el deseo de Anna de que solo estemos ella, Oliver y yo en el coche de Oliver. Tendré que esperar un poco más para saber lo de Frank… Aunque no sé si ahora podría enterarme, porque me estoy mareando muchísimo.

    Subo al coche de Oliver, y Anna se sienta conmigo, detrás.

    —Oliver —dice Anna—. Sé que estás intentando fingir que solo estás mareado y que no te sorprende tanto, pero lo estás haciendo porque no quieres que sepamos que hay otro Oliver, ¿verdad?

    Oliver no contesta. Está muy nervioso.

    —Sé la verdad —insiste Anna.

    —Ya lo veo. No te puedo ocultar nada, ¿verdad…? Supongo que era inevitable, si llevo tantos meses sin ser yo…

    —Para ti, estamos en octubre… —digo—. Lo siento mucho…

    —Entonces, ahora que sabéis que acabo de recuperar el conocimiento desde octubre… ¡¿Me podéis explicar qué ha pasado?! ¿Por qué sangras tanto? ¿Y por qué tú no llevas ningún pañuelo?

    —La persona que me ha disparado… Ya no volverá —digo—. Nosotros trabajaremos para que no vuelva…

    —Izan… —dice Oliver—. ¿Te he disparado yo?

    —Je… ¿Por qué lo dices?

    —Ninguno de los que estábamos en ese templo me encaja, y lo estás diciendo con un tono que… Suena a que no odias a esa persona. A que ha desaparecido. Y hasta yo entiendo que es mi otro yo el que ha desaparecido…

    Me gustaría contestar a eso… Pero siento que poco a poco pierdo el conocimiento.

    —Sí, has sido tú —dice Anna—. Pero, en realidad, no has sido tú. Es una larga historia, ¡y no queremos que te sientas culpable!

    Me parece ver que Oliver aprieta los dientes, y puedo ver en su expresión un sentimiento de culpa que no merece sentir. Ojalá te lo pueda explicar como es debido, para que sepas que no todo estará bien conmigo…

    —Oliver, ¿me permites? —dice Anna, y le mete la mano en el bolsillo.

    Saca el pañuelo caoba, y se lo pone en la cabeza.

    —¿De dónde sale ese pañuelo…? —pregunta Oliver.

    —Es nuevo. Es el que voy a usar hoy. Puede que lo use durante bastante tiempo.

    —¿Y qué significa…?

    —Significa que no tengo que reprimir mis necesidades por cuidar de los demás. Que puedo solicitar ayuda sin sentirme culpable. Que no me olvide de mí misma, sin perder de vista lo que necesitan los demás…

    —¿De verdad? ¿Y de dónde sale? —pregunta Oliver, alterado, pero sin poder esconder lo mucho que le ha gustado ese significado—. ¡Es el pañuelo que siempre he querido que llevaras!

    —Me lo compró la persona que más me conoce en todo el mundo —dice Anna.

    Yo sonrío. Tiene razón… En eso…

    Uf, creo que no aguanto…

    —Oye, Anna… Creo que no…

    Me parece que estoy perdiendo el conocimiento.

    Pero yo tengo que aguantar con vida.

    Frank está vivo, y me está esperando. Quiero decirle que hemos ganado…

   

    …

    No sé dónde estoy.

    Hay dos personas conmigo. Están de pie.

    Son iguales. ¿Gemelos?

    Espera… No estoy en el coche de Oliver, ni en un hospital…

    Estoy en… Bueno, no lo sé.

    A lo mejor estoy soñando.

    O a lo mejor he muerto.

    Espero que no, porque si muero, Frank no me perdonará.

    Empiezo a ver mejor a esas dos personas.

    Ya los veo. Son… Yo. Los dos.

    —Has roto el hechizo, ¿verdad? —dice el de la derecha.

    —Sí… ¿Quién eres…? ¿Qué versión de mí…?

    —Seguro que me conoces como el Izan de la segunda versión. Y ese de ahí es el Izan de la primera versión.

    El Izan de la izquierda saluda, pero no tiene ganas de hacerlo.

    —Somos los que la cagaron tanto como para hacer enfadar mucho a Oliver —dice el de la derecha—, y para que tú vivieras todo lo de este calendario.

    —Ese fui yo… Solo yo —dice el de la izquierda.

    —¿Por qué os estoy viendo…?

    —No lo sé. Dímelo tú —dice el segundo—. Yo perdí toda mi autonomía el día en el que Jordi y Oliver me secuestraron. Y ahora… Siento que me estoy evaporando poco a poco.

    —¿Te estás evaporando?

    —Siento que mi identidad cada vez es menos compacta. Pero no te preocupes… No pienso luchar por quedarme con tu cuerpo. Si estamos aquí, seguro que es porque has luchado como nadie. Eso lo puedo sentir, porque estoy sintiendo lo mismo que tú. Y seguro que el primero también.

    —Sí… —dice el primero—. Es reconfortante.

    —Va. Di algo más —dice el segundo.

    —Puedo sentir que no somos un monstruo. Es porque sientes eso sobre ti mismo, ¿verdad, tercero?

    —Ah… Sí. Siento que lo he conseguido. Que estamos caminando en la dirección correcta.

    —Entonces, eso es todo lo que necesito saber —dice el primero—. Ya me puedo ir en paz.

    —Os puedo ver porque hoy es veintinueve de febrero… —digo—. Los Voyat me lo están permitiendo. Y os estáis evaporando, porque yo mismo pedí que desaparecieran los recuerdos de las anteriores líneas. Lo entendéis… ¿Verdad?

    —Claro —dice el primero—. Es lo que tiene que ser.

    —No se trata de si lo entendemos o no —dice el segundo—. Ahora podemos sentir lo que tú sientes, así que, aunque pensemos cosas que puedan ser diferentes… Sentimos que todo estará bien.

    —Siento que todo haya sido así para ti… —digo, mirando al segundo—. Sé que no es nada justo…

    —Creo que yo también fallé a Oliver y a Anna. Además, fallé a Saúl. Ellos tres… ¿Están bien?

    —Los tres están bien. Y yo me pienso encargar de que estén mejor.

    —Lo sé —dice el segundo—. Puedo sentir que lo dices de corazón. Es todo lo que necesitamos saber.

    —No sé quién es Saúl —dice el primero—. Pero, en lo referente a Anna y a Oliver… Por favor… Haz que se sientan bien. Que no se arrepientan de habernos conocido.

    —Eso haré —digo—. Gracias por entenderlo.

    —Gracias a ti —dice el segundo—, por todo lo que has conseguido.

    Poco a poco, los dos empiezan a perder la nitidez. No los veo bien.

    Están desapareciendo de mis recuerdos reprimidos…

    Estoy seguro de que despedirme de ellos ha sido un regalo que me han hecho los Voyat. Ojalá que sea porque les he caído bien.

    Pensaré que es así.

   

    …

    ¿Ahora qué?

    Vale, estoy en la cama de un hospital.

    Esto ya me cuadra más.

    Anna está conmigo. Lleva el pañuelo caoba.

    —¿En qué año estamos…? —pregunto.

    Anna se ríe.

    —Seguimos en el veintinueve de febrero. Pero son las cinco de la tarde. Llevas casi diecisiete horas durmiendo, y estás fuera de peligro. Te habías desmayado por la pérdida de sangre, pero todavía más por el cansancio acumulado.

    —Soy un luchador, ¿eh…? —digo, medio atontado, todavía—. ¿Voy a tener secuelas o algo así…?

    —La bala no tocó nada que tengas que lamentar, pero sí que rozó el bazo. Si el disparo hubiese sido un poco más a la izquierda, lo hubieses lamentado.

    —A lo mejor los Voyat me han protegido… O a lo mejor Oliver de verdad evitó por todos los medios tocar en algún punto vital. Quién sabe…

    —Yo espero de corazón que no vuelvas a tentar así a la suerte. Qué miedo cuando vi toda esa sangre, de verdad…

    —Entonces… ¿Ya ha terminado todo? ¿Estamos fuera del hechizo?

    —El maestro Nero y Estrella están por aquí. Están seguros de que el hechizo ya ha terminado. Oliver vuelve a ser el que no tiene recuerdos, y tú sigues vivo. Has ganado, Izan. Hemos ganado.

    —Es curioso… Hemos roto el calendario en la penúltima predicción… Pero, aun así, la última se ha cumplido. Has aceptado el pañuelo caoba.

    —¿Estás seguro? Yo no lo veo así. No lo he aceptado. Se lo he quitado a Oliver del bolsillo, y le he dado mi propio significado. No he tenido que aceptar nada. ¿Ves la diferencia?

    —Que… ¿Eres una ladrona de pañuelos?

    Vuelve a reír.

    —No, tonto… La diferencia es que, antes, tú tenías que ver cómo se cumplían las predicciones tal y como tú entendías las frases. Pero ahora, ya no es cosa tuya. Ya es cosa de cada uno ver cómo vive su día, con o sin frases. Yo no iba a aceptar el pañuelo caoba tal y como tú lo entendías… Pero tampoco iba a dejar de hacerlo. Iba a tomar las riendas de la frase, y hacerla mía. Robar el pañuelo y darle mi propio significado, sin aceptar lo que me pidan otros. El hechizo ya está roto, así que tengo ese poder. Todos lo tenemos.

    —Joder… —digo—. Se estrena fuerte el pañuelo caoba. Esa filosofía es inspiradora.

    —¡Voy a avisar a los demás! —dice Anna—. ¡Ahora vengo!

    Anna corre.

    Poco después, entran dos personas.

    Son Lydia y Estrella.

    —¿Estás mejor…? —pregunto, mirando a Lydia.

    —¡Pero míralo que tonto! —dice Lydia—. ¡Eso te lo tengo que preguntar yo a ti!

    —Yo todavía no sé. Yo me acabo de despertar.

    —Escucha, escucha —dice Lydia—. Aquí estamos unos cuantos más, pero solo nos dejan entrar como máximo a tres.

    —Ah, y por eso habéis venido dos —digo.

    —Calla y mira —dice Lydia, y se aparta para que vea la puerta.

    Una persona está entrando por la puerta. Viene en silla de ruedas, conectado a un suero.

    Está vivo… Era verdad…

    En un solo instante, me derrumbo. Estoy llorando, porque él está aquí.

    Frank está aquí, y está vivo.

    —¡Vale, prohibido abrazaros, aunque os muráis de ganas! —dice Lydia—. Los dos estáis como para hacer un solo movimiento brusco.

    Frank acerca su silla a mi lado y me da la mano. Yo sigo llorando.

    —¿Qué pasó…? ¿Me engañaste…? —pregunto.

    —No, no te engañé, Izan. No te engañé…

    —Pero estás vivo… ¿No? Y Olivia está muerta, ¿verdad? ¿No entendí algo? Es muy posible.

    —Sí. Estoy vivo, y Olivia, por fin, está muerta. Y sí, lo entendiste todo bien.

    —¿Qué pasó, entonces…?

    Frank mira hacia abajo, y retira un poco la silla. No parece que quiera hablar de ello.

    Estrella se acerca a él y le pone la mano en el hombro.

    —¿Quieres que se lo cuente yo?

    —Sí, por favor… Muchas gracias.

    Miro a Estrella con mucha atención.

    —Ese día, Frank estaba dispuesto a morir. Preparó el plan con la ayuda de Enzo, para tener a un aliado que os pudiera sacar de ahí si no os ibais. Es lo que hizo.

    —Sí… Pero, ¿entonces? ¿Enzo sacó de ahí a Frank?

    —Sí, lo hizo. Pero no lo hizo solo. Hubo otra persona involucrada ese día. Y Frank no sabía que esa persona actuaría…

    —¿Otra persona…?

    —Cuando Frank preparó el plan con Enzo… Otra persona habló con Enzo, suponiendo que Frank tramaba algo. Al parecer, convenció a Enzo de que Frank no tenía que morir, y que era un sacrificio más adecuado aquella otra persona, por la edad…

    —¿Alguien ha muerto en el lugar de Frank…?

    —Sí —dice Frank—. Y no puedo aceptarlo. No me gusta nada, Izan…

    —¿Quién fue…?

    —¿No te lo imaginas, Izan? Tú. Tú te sacrificaste por mí.

    —¿Qué…? ¡Ah! No…

    —Sí —dice Frank—. El Izan del futuro. Él murió en mi lugar.

    —Gris murió para matar a Olivia… Y para salvar a Frank —dice Estrella—. Él fue el que te dio ese último mensaje, ayer. Cuando descubrí que mi compañero Gris había muerto, no pude evitar ponerme a llorar… Ahí fue cuando te di el mensaje. Él te dijo esas palabras en el templo.

        Gris… ¿Ha muerto para salvar a Frank? Por eso no podía contactar con él. No me lo puedo creer… No pude hablar con él de esto, ni me di cuenta de lo que estaba pasando. No me pude despedir de él, ni agradecerle todo lo que hizo por mí durante todo este tiempo…

    Quería verlo. Quería decirle todo lo que había aprendido sobre ser nosotros mismos.

    Pero lo hizo por Frank… Y no creo que tenga palabras para agradecer eso como se merece de verdad.

    —¿Gris fue el que me dio el último mensaje…? ¿Por qué no lo nombraste?

    —Ibas a romper el calendario. No quería confundirte. Te lo iba a decir minutos después.

    —Entiendo. Pero… No entiendo. ¿Cómo lo hizo Gris para tomar el lugar de Frank?

    —Como Gris conocía todo el plan de Frank, gracias a Enzo, él preparó su propio plan —dice Estrella—. Se escondió en el hospital sin que nadie supiera nada, y aceleró el trámite de que vosotros lo vierais para cumplir la predicción, prestándole un móvil al doctor Gabriel, con el que te llamó.

    —El número privado… Ya decía yo que era extraño que Gabriel me llamara con número que no era el suyo, o que tuviera un teléfono funcional en esas condiciones.

     —Después, esperó a que Enzo llegara para sacar de ahí a todos los que estabais. Cuando Frank se quedó solo, Gris corrió a aquella habitación, y pudo abrir la puerta sellada con herramientas que había preparado, y que ya había probado horas antes con otras puertas del hospital abandonado.

    —Yo me estaba desangrando… —dice Frank—. El Izan del futuro entró, haciéndose el inocente, preguntándome que qué me pasaba. Fingió que no sabía nada para que Olivia se lo creyera… Yo, como un tonto, le supliqué que se marchara, pero él me estaba arrastrando hasta fuera de la sala, y yo no me podía resistir, porque estaba débil. Se hizo el inocente hasta el final. Joder, Izan… Estoy seguro de que se rompió la espalda y los brazos para sacarme de ese módulo de aislamiento… Pero ya no le importaba.

    —Olivia saltó al cuerpo de Gris —dice Estrella—. He podido hablar con Gris… Me dijo que Olivia lo hizo pensando que había ganado, y que le hacía mucha ilusión unir su alma al cuerpo del Izan que compartió tantas cosas con ella en el cuarto mundo. Por saltar con tanta intensidad es que Gris no tuvo ninguna duda de que ya tenía el alma de Olivia en su cuerpo… Y, entonces, se encerró en otro módulo de aislamiento, en la habitación contigua, para aislarse de Frank.

    —Antes de irse… —dice Frank—. Me dijo que tú necesitarías mucha ayuda, Izan… Y que yo tenía que estar ahí. Joder… Ese Izan llevaba tiempo sospechando que yo estaba dispuesto a sacrificarme. Habló mucho conmigo este mes, y estaba ahí cuando miré las cámaras de aislamiento del hospital, o cuando le hice preguntas al maestro Nero… Ese Izan no me quitó el ojo en ningún momento, pero no sospechaba que me tenía tan controlado como para anticiparse a todo esto…

    —Gris me habló sobre ese tema —dice Estrella—. Dice que llevaba tiempo observando a Frank, y que lo conocía muy bien. Que siempre consideró que Frank se prepararía para encontrar una forma de hacer algo enorme por ti, a costa de su vida. Gris se acercó más a Frank por eso, lo entendió todavía mejor, lo escuchó… Y supo que ese tenía que ser su papel: evitar que Frank se sacrificara por ti, y sacrificarse él en tu lugar. En el momento en el que Enzo le contó con todo detalle sus planes con Frank, lo tuvo claro. Los dos se prepararon para contener a Frank de varias formas, según lo que hiciera y cómo lo hiciera. Gris pasó todo ese día preparándose para sacrificarse en cualquier escenario posible…

    —No es justo… —dice Frank—. No tuvo que hacerlo…

    —Sí que lo es —dice Estrella.

    —¿Qué has dicho? —dice Frank, alterándose por lo que ha dicho Estrella.

    —Sí que lo es para Gris, quiero decir —dice Estrella, manteniendo la calma—. Es lo que él dice. Que él no pertenece a este mundo… Y que él fue el que trajo aquí a esta versión de Olivia. Si una persona tenía que terminar con la vida de Olivia, ese era Gris.

    —Pero permití que un Izan se sacrificara por mí… —dice—. Eso es una línea que nunca iba a cruzar…

    —Piensas así porque eres mayor que yo, y has decidido, de alguna forma, hacer de hermano mayor, o incluso de padre —digo—. Pero ese Izan era muchísimo mayor. Entiende que fuera él quien se sentía así contigo.

    —Oye, perdón si interrumpo —dice Lydia—. Según entiendo la historia, Frank se estaba desangrando. Por mucho que luego llegara Enzo y se lo llevara a rastras a otro hospital, ¿no era más probable que se muriera? ¿Gris tuvo en cuenta eso?

    —Sí. Joder, sí que lo tuvo en cuenta… —dice Frank—. El doctor Gabriel no estaba ahí solo para llamarte por teléfono. Él también colaboró con el Izan del futuro.

    —¿Gabriel…?

    —Claro. Él estaba ahí, en una planta con salas habilitadas para tratamientos médicos. Gris habló con Gabriel y prepararon materiales con antelación. Tuvieron todo el día para prepararse a conciencia ante muchas situaciones. Gris compró todo lo que Gabriel le dijo, y Gabriel tenía cosas guardadas que también podían servir. Cuando Enzo cargó conmigo, me llevó a una sala en la que Gabriel me hizo una intervención de emergencia. No fue suficiente para curarme, claro… Pero sí para mantenerme un poco estable hasta que Enzo me pudiera llevar a un hospital de verdad.

    —Es increíble… —digo—. Pero tengo otra pregunta. ¿Por qué Saúl lo supo, pero yo no? ¿Quién lo sabía y quién no lo sabía?

    —Le pedí a Enzo que solo se lo contara a Saúl. Era necesario quitarle las tonterías de reiniciar todo el mundo. Si tenía esa información en la manga, podría centrarse mucho más en ayudarte con los reinicios, en lugar de ir tan alterado. Por el contrario, quería que tú o Alex no supierais nada, para seguir adelante con mi plan original, como si yo hubiese muerto. Para que siempre creyeras que la predicción estaría rota y pudieras usar eso como baza en el caso de que lo necesitaras contra Oliver. Así, si era mejor que no se cumpliera, os tenía a vosotros, pero si al final, con los reinicios, Saúl veía mejor que sí se cumpliera, sería él el encargado de cumplirla de alguna forma, teniendo esa información, aunque sea conectando conmigo en el templo por videollamada o… Vete a saber.

    —Ha sido uno de los peores días de mi vida… —digo—. La próxima vez que un plan tuyo implique sacrificarse, primero lo comentas conmigo. No pienso volver a pasar por esto.

    —Es justo —dice Frank, sonriendo, por fin.

    Todo ha sido gracias a Gris. Él no dejó de observar, y fue mucho más listo que nosotros.

    Sé cómo pensaste, Gris… Quisiste cerrar el círculo. Que todo lo que comenzó con tu viaje con Olivia, se cerrase con vosotros dos muriendo juntos.

    Muchísimas gracias, de verdad… Si has hecho eso, quiere decir que no solo yo soy la mejor versión de Izan. Hay otra versión, completamente diferente, con una vida muy distinta a la mía… Que ha demostrado ser un héroe.

    Gracias a ti, será mucho más fácil construir el futuro, porque tendré a Frank a mi lado, evitando que desfallezca por el camino.

    Muchísimas gracias…

    —Entonces —dice Lydia—, Olivia está muertísima, ¿no?

    —Olivia está aquí ahora —dice Estrella, con una sonrisa tan tranquila, que nos da escalofríos.

    —¿Qué…? Pero… ¿No es peligroso eso? —digo.

    —Lleva desde ayer conmigo. Es muy pesada. Se cree que puede hacerme daño en la mente, pero está frustrada porque la ignoro. Y lo mejor es que, desde hace unas horas, puedo saber que Olivia lo está pasando realmente mal.

    —¿Y eso? ¿Cómo es que no me lo has contado? —pregunta Lydia.

    —Quería esperar a tener a Izan delante —dice—. Y a disfrutar un poco más del espectáculo.

    —¿A mí…? —digo.

    —Gris, Rojo y tu tío están dedicando toda su existencia en el más allá a hacerle la vida imposible a Olivia. Van a molestarla entre los tres hasta mermarla. Ella no puede hacer nada. Están en igualdad de condiciones, pero ellos son tres, y ella solo una. Seguirán así hasta que se aleje de esta ciudad, o hasta que desaparezca. Lo que ocurra antes. Creo que tu profesor los ayuda a veces. Me parece que tu tío y tu profesor han seguido buena parte de tu historia, y están muy indignados con Olivia.

    —¿Están haciendo eso…?

    —No es su primera vez. Lo hicieron antes con Salvador Santalla. Lo mermaron por completo.

    —Increíble… No tengo palabras.

    —Izan, tu tío también me dedicó unas palabras para ti —dice Estrella—. Se puso celoso de que solo tu profesor se pusiera en contacto contigo.

    —¿En serio…?

    —Sí. Dice que está incomodísimo rodeado de tantos vivos, y que es una mierda observar lo que pasa, pero que no te ha quitado ojo. Que para que veas lo que es visitarte, aunque sea desagradable, y que aprendas un poco. También dice está seguro que ya sabes lo que piensa de ti, y que quiere que lo digas tú en voz alta.

    No puedo contestar, porque tengo un nudo en la garganta.

    —Dice que lo digas. Que te está escuchando. ¿Qué crees que piensa de ti?

    —Que… Soy un auténtico Robles.

    Estrella sonríe.

    —Respuesta correcta. Tu tío está orgullosísimo de ti.

    —Muchas gracias… De verdad.

    —Izan, lo siento… —dice Frank—. Hice que pasaras por algo demasiado complicado… Pero tú me entendiste, ¿verdad?

    —Me costó, no te voy a mentir… Pero todo ha terminado. Estás aquí… Es todo lo que importa.

    —Izan, luego venimos Estrella y yo otra vez —dice Lydia—. Vamos a buscar al maestro Nero. Se quería ir mañana por la mañana, y me dijo que lo avisáramos si te despertabas hoy. Creo que hay otras personas que quieren verte.

    —¿Cuántas personas han venido? —pregunto.

    —Además de Anna, hay otras cinco personas que están por aquí deseando entrar. Y otras personas que no paran de llamar y escribir para preguntar cómo ha terminado todo lo del calendario, y que cómo estás.

    Yo sonrío.

    No tengo fuerzas y, al mismo tiempo, noto que soy más fuerte que nunca.

    Lydia, Estrella y Frank salen de la habitación, y entran otras tres personas: Saúl, Alex y Liam.

    Liam alucina con todas las historias que le hemos contado.

    —Yo no tendría huevos a tanto —dice—. Sois unos super héroes, o algo así.

    —Bueno, no te voy a negar que hay un poco de verdad en eso… —digo—. Para qué ser modestos a estas alturas.

    —Izan —dice Saúl—. Cuando nos conocimos, en el segundo mundo, me llamaste héroe a mí. Ahora soy yo el que te considera mi héroe. Es increíble todo lo que has hecho. Y que siempre me hayas priorizado de esa manera es algo que no pienso olvidar pase el tiempo que pase.

    —Olivia ya no está, y el hechizo ya no está… Lo hemos conseguido, ¿eh? —digo—. Mañana verás como el mundo avanza…

    —Quién sabe… No sé qué será de mí mañana. No sé si alguien más volverá a activar este tipo de hechizos… Todavía no creo que pueda dormir tranquilo.

    —Olivia pudo conseguir tu poder con mucha facilidad… —digo—. ¿Tal vez hay una forma de quitarlo?

    —Es algo que merece la pena investigar —dice.

    —Pues claro… Será una de nuestras siguientes tareas como equipo.

    —Oye, una cosa —dice Liam—. Si cuando rompiste las hojas del demonio, pediste que ya no volvieran los recuerdos de los anteriores mundos, ¿qué pasa con mi pana el viajero de los bucles? —dice, señalando a Saúl.

    —Si los Voyat leyeron mis intenciones y mi corazón, más allá de mis palabras… Entonces solo borrarán los recuerdos reprimidos e intrusivos. Los que están intentando entrar en una línea que no es suya. El caso de Saúl es diferente. Los recuerdos de las anteriores vidas forman parte de un pasado lineal… No se están mezclando con nada. Son sus recuerdos.

    —Vaya… —dice Liam—. Se nota que te has vuelto un catedrático en la materia.

    —Lo siento, Saúl… Puede que me equivoque, pero lo desee teniendo en cuenta que tú recordarías tu vida.

    —No te preocupes —dice Saúl—. Creo que es como dices. Y si no… Tal vez sea algo bueno. Tal vez mis recuerdos de toda mi vida son iguales hasta el uno de marzo de 2023, y luego solo prevalecen los de ahora. No sería tan malo, aunque supongo que sería raro… Porque todas mis acciones se han basado en lo que hice en las otras líneas. Vete a saber. Pediste algo positivo y necesario, así que no importa. No te preocupes por mí. Bastante has hecho ya para salvarme… Olvídate de eso.

    —Gracias… —digo.

    Miro a Alex. Lleva todo este rato muy callado. Nunca lo había visto tan apagado.

    —¿Qué te pasa a ti? —pregunto—. Esperaba que te pasaras todo el día de la victoria bailando, como mínimo.

    —Pues que soy tan tonto como tú —dice Alex.

    —¿Oye? ¿Qué manera es esta de visitar a un herido?

    —Perdón. Soy feliz porque has ganado y has sobrevivido. No te quepa la menor duda de eso. Es solo que… Bueno, me da muchísima vergüenza reconocer esto.

    Yo miro a Liam y a Saúl. Ninguno de los dos sabe lo que le pasa. Creo que Alex no ha querido hablar con nadie en todo este rato.

    —Lo último que supe de ti es que te quedaste atrapado en las afueras con Nora. ¿Pasó algo? ¿Ella está bien?

    —Espero que sí… —dice—. Digo que soy tan tonto como tú porque estoy siendo víctima del efecto Nora. ¿Te lo puedes creer?

    Yo sonrío, comprensivo.

    —Eso estaba claro. Nora no es nada fácil. ¿Te pensabas que te podías acercar tanto a ella y mantenerte sin hacer el estúpido por el camino?

    —Puedes insultarme todo lo que quieras… —dice Alex.

    —Me reservo ese derecho, pero seguro que tú lo llevas con más cabeza que yo. ¿Nora no ha venido, entonces?

    —Nora…

    Alex me explica todo lo que pasó con Nora. Su final, y el final de Jordi. Su despedida, y el túnel del tiempo.

    No me puedo creer que eso es lo que estuviera pasando mientras yo rompía el calendario y vivía mis últimos momentos con el otro Oliver.

    Nora se ha ido. No sé cómo sentirme respecto a eso.

    Por ahora, Alex solo se lo contó a Oliver y a Hugo, para informar a la familia. No quiso contárselo a nadie más hasta hablar conmigo.

    Me alegro por el final que ha tenido Jordi, y espero que Nora sepa asegurarse de que nunca más molesta a nadie.

    —Izan, Saúl… Si Nora se ha ido al futuro… ¿Lo hará en esta misma línea temporal?

    Yo miro a Saúl. Casi que prefiero que conteste él.

    —Hasta ahora, los únicos ejemplos de túnel del tiempo que tenemos son del futuro al pasado. Nora ha abierto el primero que va del pasado al futuro. Por lo tanto, puede que cambien algunas normas del juego. Pero, si me tengo que dejar llevar por la intuición… Yo creo que sí, que aparecerá en algún punto en esta misma línea.

    —¿No crearían una nueva línea? —pregunto.

    —Mi forma de entenderlo me dice que no hay necesidad. Si realmente hay libre albedrío, los Voyat abren una nueva línea al viajar al pasado solo para no contradecir lo que ya ha ocurrido, pero eso no pasa hacia el futuro, porque todavía no ha pasado. Y si el tiempo ya está todo escrito y definido, esos viajes también lo están, y siempre estuvo claro que Nora viajaría, como estuvo claro que Gris o Rojo viajarían, pero, de nuevo, los Voyat hicieron que esos viajes al pasado quedaran separados porque, queramos o no, todo lo otro ya había pasado. Los humanos no podemos reiniciar las líneas por un simple viaje… Las historias solo se pueden borrar si los Voyat rompen una línea o la rebobinan, pero no porque alguien quiera saltar a otro punto del tiempo.

    —¡Para! —dice Liam—. Me acaba de petar la cabeza siete veces.

    —Lo siento… Solo estoy pensando en voz alta. Resumiendo, que no sabemos qué normas usan los Voyat, pero que es muy probable que Nora aparezca en nuestro futuro algún día, en esta línea, y no en otra. Eso creo, o eso quiero creer.

    —Un veintinueve de febrero, ¿verdad? —pregunta Alex.

    —Es lo más posible —dice Saúl—. Puede que un poco antes, pero no creo que después.

    —Entiendo —dice Alex—. Entonces… Ya sé lo que tengo que hacer cada veintinueve de febrero. O un poco antes.

    —¿Vas a esperarla…?

    —Es lo que le dije. Ella me dijo que era mejor que lo superara. Supongo que tendré que dejarme llevar, ¿no?

    —Es tu decisión —digo.

    —Tendré cuatro años para decidir. Y luego cuatro más. Y luego… Bueno, no quiero pensar tan a largo plazo.

    —Seguro que sabrás lo que tienes que hacer. Cada veintinueve de febrero, ¿no? Quién sabe… Puede que yo te acompañe. Quiero contarle cómo terminó todo…

    —En una semana me iré —dice Alex—. Tengo que volver al trabajo. El jefe no me quiere esperar más.

    —Claro. Muchas gracias por haberte quedado conmigo todo ese tiempo…

    —Oye, Izan, sobre eso… —dice Saúl—. Lydia volverá a su casa, y Alex se irá del país. Te quedarás con Frank, supongo, pero… Si hay sitio… ¿Te gustaría que viva con vosotros?

    —Hostia. ¿Me sueltas eso tan de repente? —digo.

    —Después de todo lo que hemos pasado los tres… Me gustaría. Pero la idea no viene de ahí. Es que… Tú ahora no tienes trabajo, te han despedido de los dos sitios; Frank no tiene trabajo estable, por ahora; Y yo ya no puedo usar los reinicios para forrarme con inversiones y otros trucos. ¿No sería mejor que compartamos gastos ahora que vienen momentos económicos complicados?

    —¿A tu hermana le parece buena idea? ¿Alquilarías tu vivienda actual?

    —Daria sabrá lo que hacer. Y sí, le parece buena idea. Ella prefiere que haya gente de confianza vigilándome. No sé cómo explicarlo, pero… Daria es ese tipo de persona protectora y despegada a la vez. Le importa y no lo importa. Pero sé que esto es algo bueno para ella.

    —Oye, ¿Daria está bien? —pregunto—. Lo último que supe de ella es que Jordi la durmió…

    —Sí, está bien. Ella no es fácil de asustar.

    —Genial. Y, sobre lo de vivir los tres, me parece una buena idea, por supuesto. Además… Me he acostumbrado a tener la casa llena de gente, y se me haría raro quedarnos solo dos. Y tú jugabas a la consola, ¿no?

    —Si te digo la verdad, jugaba para acercarme a ti. En esta tercera historia es cuando mejoré más, porque sabía qué juegos te gustaban, y usé los reinicios para practicar y jugar mejor. Por eso me detectarías como un experto, pero solo se me dan bien los que te gustan a ti. Antes de todo esto no puse tanto interés, pero… Le he ido pillando el gusto, fíjate lo que te digo.

    —Entiendo —dice Liam—. Lo que necesitas, Saúl, es un maestro en el arte de los videojuegos. Yo te haré recomendaciones personalizadas que harán de ti un auténtico aficionado al octavo arte.

    —¿Los videojuegos son el octavo arte? —pregunta Alex, riéndose.

    —No lo sé —dice Liam—. Pero, si no son considerados un arte, es que algo están haciendo mal los que catalogan estas cosas. Son hechos, no opiniones.

    —Totalmente de acuerdo —digo.

    —Bueno, veo que la cosa terminará siendo muy casera —dice Alex—, así que, antes de irme y que esto se convierta en la cueva del friki… Será mi deber moral sacaros a todos de fiesta. A la más épica que hayáis imaginado nunca. ¡La fiesta de despedida del calendario! Voy a ir preparando el plan, pero ya.

    Liam y yo reímos por la forma en que Alex lo dice, bailando y todo. Pero Saúl está apartado, llorando.

    —¿Saúl…? —pregunto.

    —Perdón… Es que… Todavía no puedo expresar lo agradecido que estoy de haberos conocido, y de todo lo que habéis hecho por mí. Y también… Joder, no sé hablar del tirón… También por conseguir que, si todo va como tiene que ir… Hoy sea el fin de este largo, largo, largo año en el que me quedé atrapado hace tanto tiempo… Que ya no recuerdo el pasado, y no tenía esperanzas por el futuro. Solo existían estos doce meses. Era una cárcel que se convirtió en mi hogar… Y siento que por fin podré salir, para ir a un hogar de verdad. Muchísimas gracias por todo.

    Le pido que me abrace con cuidado.

    Que Saúl pueda salir de esta cárcel era una de mis objetivos principales, y en unas horas, se hará realidad.

 

    Los siguientes en venir son Oliver, Anna y Hugo.

    —Así que ya te han contado toda la historia… —le digo a Oliver.

    —Estoy horrorizado con todo lo que he hecho, y lo que ha pasado. No me reconozco en todo eso que me han explicado…

    —No te sientas mal —digo—. Si algo nos ha enseñado todo esto que nos ha pasado, es que las circunstancias y el paso del tiempo nos pueden hacer cambiar muchísimo.

    —Es triste que hayamos tenido que recurrir a un hechizo de mi abuela para darnos cuenta de eso… —dice Oliver, con la cabeza agachada.

    —Es algo que tenemos que recordar. Pero algunos hemos necesitado mucho menos… Mira a Hugo. ¿Tú te acuerdas de cómo nos llevábamos, Hugo?

    —Y tanto —dice—. Nos odiábamos de verdad.

    —Aunque no tanto como a Ignacio, ¿no?

    —No. Eso, ni de broma.

    —¿Qué puedo hacer para compensarte, Izan…? —pregunta Oliver.

    —¿Qué dices? Otro Izan jodió a otro Oliver. Nosotros no tenemos nada que ver con eso.

    —Pero yo ayudé al otro Oliver a mantener su calendario, y a mantener su secreto… Sin saber que me quería hacer desaparecer para siempre…

    —Bueno, si te sientes mal por eso, aunque no tienes por qué… ¡Pero si aun así te carcome la culpa...! ¿Unos masajes cuando me recupere? Llevo todo el febrero sin masajes, y es cuando más tenso he estado.

    Oliver se ríe con timidez.

    —Claro… Tendrás todos los que quieras.

    —Creo que te sentirás responsable de muchas cosas de ahora en adelante, ¿verdad? —me pregunta Anna.

    —Sí. Creo que sí. Me parece que me toca a mí arreglar todas las cosas que han ocurrido por culpa del calendario.

    —Entiendo muy bien el sentimiento de querer cargar con todo… Pero recuerda lo que tú mismo le has dicho a Oliver. No es tu culpa. Fue otro Izan. Tú has luchado lo mejor que has podido, y has conseguido muchas cosas buenas.

    —Estoy muy de acuerdo con eso —dice Hugo—. Y si te pones pesado con querer compensar a la gente… Entonces, nosotros te ayudamos.

    Oliver asiente, sonriendo.

    —¿Cómo está tu madre? —le pregunto a Oliver.

    —Ella no resultó herida, pero Jordi la tuvo secuestrada varios días… Eso ha afectado su ya de por sí delicado estado mental.

    —Me acercaré a vuestra casa, si te parece bien —dice Hugo—. Me gustaría tener la oportunidad de hablar con ella, y ver si puedo echar una mano con lo que sea.

    —Ahora que mis abuelos no están… Creo que es el mejor momento —dice Oliver.

    —Os deseo mucha suerte —digo—. La familia S ya no será una familia estigmatizada.

    —Lástima que Nora no pueda estar aquí —dice Anna—. Me hubiese gustado hablar con ella.

    —Se me hace tan raro todo lo que me habéis contado de Nora… —dice Oliver—. No podré hablar con ella para entenderla de verdad… Y me da mucha rabia.

    —Puede que ese sea uno de los primeros temas, cuando quedemos los tres —dice Anna—. Que cada uno aporte lo que entendió de Nora, y a ver si entre los tres la entendemos mejor.

    —¡Y nos tomamos unas achicorias para acompañar la charla! —digo.

    —Es un plan de primera… —dice Oliver.

    —Izan… —dice Anna, y se gira hacia Oliver y Hugo—. ¿Me podéis dejar a solas con él un momento?

    Padre e hijo asienten, y se van de la habitación.

    Anna y yo nos quedamos a solas. Ella se acerca mucho a mí.

    —Ha sido toda una experiencia, ¿no? —dice—. Para mí, todo comenzó con esa canción, y ese olor que te tenía obsesionado. Todo lo vivido después de eso… Ha sido una locura.

    —Costará acostumbrarse a un día a día normal —digo.

    —Creo que ya has pensado en algo sobre nosotros, ¿verdad? —pregunta Anna—. O lo parece, porque ahora das muchísima seguridad.

    —Sí… He pensado en nosotros —digo—. Y lo que creo es… Que no estamos preparados para pensar en relaciones. Primero hay mucho otro trabajo que hacer.

    —Sabía que dirías algo así…

    —Piénsalo, Anna… —digo—. Tú tienes que aprender a interiorizar el nuevo pañuelo caoba.

    —Me encanta que me lo expliques con mis pañuelos.

    —Y tienes que dejar de reprimirte, ceder y aguantar, como has hecho todo este tiempo, y como hiciste en las otras líneas —digo—. Aguantar, aguantar, aguantar… Hasta quedarte sin pañuelo. Y no. Eso no. Tu siguiente paso es estar contigo misma. Tú eres la que le ha dado el significado al pañuelo caoba, y tú sabrás encontrar nuevos significados que te hagan crecer, sin tener que preocuparte por los que nos pase a los demás. Si dependes de mi decisión, seguirás esperando a que yo decida qué puedes hacer y qué puedes querer. Tu camino es tuyo.

    Anna me mira con los ojos muy abiertos.

    —Izan… —Anna me da la mano—. Recuerdo cómo eras hace un año. Nunca hubieses dicho algo así. Estoy impresionada de todo lo que has cambiado, y madurado. ¿Sabes que tu nueva forma de ser me inspira mucho?

    —Bueno… Si me lo dices así, me muero de vergüenza… —digo.

    —Me estás pidiendo que me elija a mí, que busque mi camino con libertad, y que una vez lo consiga, decida qué quiero hacer con las otras personas, ¿verdad?

    —Sí. Primero, tú. Yo solo quiero que todos aprendamos de lo que ha pasado.

    Anna me abraza.

    —Si te soy sincera, hasta hace poco… Me sentía mucho más madura que tú, pero ahora siento que no he crecido, y tú sí. Siento que tú has luchado y aprendido todo el tiempo, y yo solo he esperado. Así que estamos muy de acuerdo… Ahora me toca a mí aprender y crecer. Además… Cuando recuperé la memoria gracias a Pol, entendí que otra Anna estaba enamorada de otro Izan. Y tú has pedido que esos recuerdos se empiecen a evaporar. No quedarán olores, ni canciones, ni sentimientos de nuestras anteriores versiones… Te das cuenta de eso, ¿verdad?

    —Sí. Lo sé perfectamente. Si algún día estoy contigo, no quiero que sea porque otras versiones se enamoraron.

    —¿Y qué pasará con nosotros? ¿Con estas terceras versiones que hemos ido a rebufo de las anteriores? —pregunta—. ¿Volvemos a ser los amigos del mercado?

    —No —digo, de forma tajante—. No quiero pensar en términos de si estaré contigo o no. De si serás mi novia o no. Quiero pensar en que, de ahora en adelante, serás una de las personas más importantes de mi vida, y estaré cerca de ti si eso es lo que quieres, para que los dos nos ayudemos el uno al otro. A crecer, a reconstruir, y a lo que haga falta. Nos acompañaremos por un tiempo, pero primero en el camino personal de cada uno. Eso también incluye a Oliver. Quiero que seamos las personas que Oliver se merece, y que también nos mantengamos a su lado. Además… Él es quien mejor te conoce, y el que más ha sacrificado por ti. Creo que también tendrías que considerar cuál es tu situación con él.

    —Tienes razón. Tengo mucho de lo que hablar con Oliver, y mucho en lo que pensar.

    —Así que, si quieres mi respuesta… —digo—. Vamos a ayudarnos entre los tres. Como amigos, pero también como personas que buscan la mejor solución los unos para los otros, después de todo lo que nos ha pasado en esta historia que, como el otro Oliver siempre decía, era tu historia, mi historia, y su historia.

    —Me sigues impresionando, Izan. ¿Crees que nos saldrá bien?

    —Yo pondré todo de mi parte. De eso que no te quepa duda. Me siento más confiable que nunca, de verdad.

    —Ya lo veo, ya —dice, riendo.

    —Si luego, por pasar todo ese tiempo juntos, entre tú y yo… Bueno, si se construyera algo… Que sea porque lo hemos construido desde cero. Sin ningún sentimiento compartido con los otros. Que nuestras terceras versiones se conozcan de verdad. Y si eso no llega a ocurrir, te prometo que seguiré siendo uno de tus mejores amigos, pase lo que pase, y siempre a tu lado todo el tiempo que tú quieras que así sea. Esa es mi respuesta.

    —Es la respuesta perfecta de alguien que me saca muchísima ventaja… —dice Anna—. Empezaremos por ahí. Cuando menos te des cuenta, volveré a ser más madura que tú.

    —Acepto el reto —digo, y le extiendo la mano. Al hacerlo, veo que no puedo apartar la mirada de su cara, y de su sonrisa—. Oye… Estás muy guapa con el pañuelo caoba. Creo que te sienta muy bien ese color.

    —¡Izan! —dice, sonriendo nerviosa y tímida—. ¡Me lo vas a poner difícil lo de ser solo amigos si empiezas así!

    —¡Perdón!

 

    Finalmente, Lydia y Estrella vuelven a mi habitación, y esta vez con el maestro Nero.

    —Buen trabajo, Izan —dice el maestro—. Quería venir a despedirme de ti antes de irme, y a felicitarte por lo bien que lo has hecho.

    —Muchas gracias, maestro… Y gracias a ti por toda la ayuda.

    —No digas eso. No he sido de tanta ayuda. Como ya he dicho otras veces… Todo lo que tiene que ver con Olivia Sallares, me hace sentirme pequeño e inútil.

    —Has sido de gran ayuda, maestro. Has convertido a Estrella en una especie de maga super chetada.

    —¡Eso! —grita Lydia.

    Estrella ríe, tímida.

    —Qué va… No penséis que podré mantener algunas de estas habilidades. Creo que, en cuanto termine el veintinueve de febrero, y los Voyat abandonen el planeta… Perderé muchas de mis capacidades. Leer auras, hablar con espíritus, experimentar con cualquier cosa que tenga Olivia en sus escritos… Tal vez hasta el siguiente año bisiesto, nada.

    —Incluso así, es verdad que ahora sabes muchísimo —dice Nero—. Piensas mejor que yo, aprendes muy rápido, y tienes muy buenas ideas. Como te dije, nunca he tenido una alumna mejor que tú.

    —¡Dilo! —grita Lydia—. No te hagas la humilde tú ahora.

    —Vale, vale… Lo pillo.

    —Izan, escucha —dice Nero—. Siento no poder quedarme mucho más aquí. Tengo que volver a Galicia y resolver algunas cosas. Es muy posible que tenga mucha faena ahora que ha ocurrido todo esto.

    —¿A qué te refieres?

    —Han pasado muchas cosas, ha habido muchos recuerdos recuperados, han salido algunos hechizos de Olivia… Y ahora mucha gente conoce esto. Si te soy sincero, has hecho muy bien en pedir la desconexión con la anterior historia a los Voyat pero, como mucho, habrás conseguido que no sigan recuperando recuerdos. Los que ya hayan procesado en esta tercera historia, si los han asimilado y no los han dejado pasar como si fueran un sueño… Es posible que los retengan, como algo que han adquirido en este tiempo. No sabemos qué ha recordado cada persona, o si algunos relacionarán lo ocurrido con la magia… Con una magia que quieran investigar.

    —No sé si te sigo… —digo, bastante desubicado.

    —Que antes, Olivia se encargaba de guardar todos estos secretos. Pero ahora se han abierto muchas puertas, y puede que no las podamos controlar. Creo que el mundo cambiará por culpa de lo que ha pasado… Y tendremos que prepararnos para eso. Sin olvidar esas fuerzas contra las que Olivia quería luchar en el futuro. Ahora que ella no está…

    —Crees que hemos empezado algo peligroso para el mundo, ¿verdad? —digo.

    —Sí. Lo creo.

    —Entiendo… —digo—. ¿Sonará muy mal si digo que eso ya no tiene nada que ver conmigo?

    —Bueno. No esperaba que dijeras eso. No sonará ni mal ni bien, para mí. Tú puedes decir lo que quieras.

    —Mi historia, maestro, es la historia de doce meses marcados por un calendario y sus predicciones. Yo termino aquí. Si el mundo tiene que enfrentarse a algo a partir de lo que ha ocurrido… Espero que sean otros los que tomen las riendas. Yo solo puedo encargarme de arreglar mi vida, y la de algunas personas cercanas a mí. Eso ya me cansará bastante como para preocuparme por el mundo.

    Nero cierra los ojos y sonríe.

    —Claro… Tú ya has hecho suficiente. Tienes toda la razón.

    —Gracias por entenderlo.

    —Bueno, Izan. Me tengo que ir. Hay mucho que preparar. ¡Ah! Recuerda que ayer escribí algo para ti. Un regalo. Léelo luego con calma.

    —¿Qué es?

    —Un relato. Pero no uno de ficción… Es un relato sobre algo que ocurrió de verdad. Sobre una parte de mi vida que creo que te interesará conocer, por varias razones.

    —Vaya. Lo leeré encantado.

    —Tiene mucho que ver con lo que has vivido, y puede que alguna cosa te sorprenda… En especial la historia de una persona llamada Norman.

    —¿Norman? ¿Quién es Norman? ¿Lo conozco?

    Nero piensa la respuesta, y sonríe, con algo de tristeza.

    —Nora y Oliver no saben que Norman es su tío abuelo. Nunca has oído hablar de él, ¿verdad?

    —No. Nunca.

    —Claro. No creo que su abuelo se lo haya querido contar. Pero yo sí que sé quién es, y a lo mejor te llevas una sorpresa.

    —Joder, qué intriga… Y veo que trata sobre el veintinueve de febrero. Me lo leeré antes de que termine el día.

    —Mucha suerte con todo, Izan. Tienes mi contacto, para lo que sea. Recupérate pronto.

    —Muchísimas gracias, maestro.

 

    Nero y Estrella se van. Lydia se ha quedado un rato más conmigo.

    Me cuenta todo lo que se ha volcado la gente conmigo. Abril, Iris, Eric, Aurora, Serena, Julia, Pol, Aaron, Ángel, mi familia… Muchas personas se están preocupando por mi situación.

    Enzo sigue ingresado. Está todavía en un estado crítico. Pudo haber perdido la vida, pero por lo menos lo han estabilizado. Tengo que darle las gracias por todo cuando nos podamos ver…

    Dana también está en un muy mal estado. Ha decidido tratar su situación con un psiquiátrico. Es posible que no se recupere de este trauma, al menos en mucho, mucho tiempo…

    Creo que muchos de nosotros vamos a seguir teniendo pesadillas y malos recuerdos de esto que ha pasado durante, quién sabe… Puede que toda la vida.

    —Oye, oye —dice Lydia—. Que antes has estado a solas con Anna, que yo lo sé. ¿Cómo ha ido? ¿Vais a ser pareja o no?

    —No. Por ahora, no.

    —Hala, a dejarlo indefinido por más tiempo. Me tienes harta.

    —Oye, no lo digas así. Ha sido una charla profunda entre ella y yo que no te voy a contar ahora.

    —Lo que tú digas. ¿A lo mejor es porque quieres irte con otra persona? ¿Abril? ¿Saúl? A mí me parece que con Saúl harías buena pareja.

    —Con nadie, Lydia. Por ahora, con nadie. A Anna, y bueno, también a Saúl, los he conocido de verdad en situaciones muy marcadas por el calendario y por mi vida anterior. El vínculo fuerte entre ellos y yo nació por otro Izan. No es el momento. Y Abril… A la primera de cambio, la dejé atrás. Si quisiera estar con ella, no me lo merecería. Quiero recuperar a Abril como amiga, eso sí.

    —Vale, vale… —dice Lydia—. Jo, lo dices de una manera, que como para llevarte la contraria.

    —No todos lo podemos tener tan claro como tú con Estrella, ¿no?

    Lydia me pega un golpe en el hombro.

    Yo me siento genial, por poder estar así con la gente a la que quiero, y por todo lo que siento que puedo hacer ahora que esto ha terminado.

    —¡Ah, por cierto! Te he traído algo —dice Lydia, sacando algo de su bolso.

    Son unos papeles doblados, llenos de tachones. Doce hojas que conozco bien.

    —¿Por qué las has traído? —pregunto.

    —Son solo fotocopias, pero… A lo mejor quieres cerrar esta etapa rompiéndolas también. ¿O te las quieres quedar de recuerdo?

    Miro las hojas, y me tomo unos segundos para pensar la respuesta.

    Sin decir nada, le quito de las manos las doce hojas y las miro.

    —Ha sido un año muy intenso… No necesito quedármelo de recuerdo. No me olvidaré de nada de esto.

    Sin decir nada más, rompo con todas mis fuerzas las doce hojas del calendario, en tantos pedazos como me es posible.

    Ahora sí, puedo dar por cerrado lo que empezó aquel desconcertante uno de marzo.

    Puedo dar por terminado el calendario.

 

    La hora de las visitas ha terminado. Me he despedido de mis amigos y me he leído el relato del maestro Nero.

    Todavía no me pueden dar el alta. Creo que tardaré varios días en poder moverme con libertad, pero no pasa nada. Me lo tomaré como un merecido descanso después de todo lo que ha pasado este año, y en especial este último mes.

    Tengo a tanta gente a mi alrededor, que sé que están cuidando bien de Espino. Que todo estará bien cuando vuelva.

    Ahora estoy mirando al techo, esperando a que terminen los últimos minutos del año más extraño de mi vida.

    Con el final del veintinueve de febrero, los Voyat abandonarán la Tierra, y la historia con el calendario terminará.

    A partir de mañana, toca vivir un mundo sin predicciones…

    ¿Cómo se hacía eso? Madre mía… Ahora no voy a saber vivir como una persona normal, ya verás.

    Bueno, no. Es lo contrario. Vivir como una persona normal será algo sencillo para mí. Creo que ese pensamiento es mucho más preciso.

    …

    Escucho que alguien está entrando en la habitación. Mierda, ¿quién es?

    —¿Izan? ¿Estás despierto?

    Ah, es un enfermero… Qué susto.

    —Sí, sí…

    —Vale. Toma, aquí tienes.

    Me pongo en guardia. ¿Qué me quiere dar? Hoy es el último día del mes… ¿Me querrá entregar el calendario de marzo? Como sea eso, te juro que no te dejaré salir de esta habitación hasta que me digas…

    —La medicación de las doce, y una botella de agua.

    —Ah… Muchísimas gracias.

    Madre mía.

    Pongo una mano en mi frente, y suspiro.

    Creo que me costará un poco hacerme a la idea de que todo ha terminado… Y me costará mucho más creerme que ya no estoy en peligro.

    Pero las personas que me querían hacer daño ya no están. Mi historia ha terminado. Quiero pasar desapercibido, y vivir a mi ritmo. Ya nadie tiene que fijarse en mí, ni seguir mi calendario, ni enviarme notas, ni depender de si cumplo una predicción. Todo eso se acabó.  

    Tengo que creérmelo, y empezar a construir mi futuro.

    Y así, doce meses después… Termina el último día del calendario.

    Y empieza una nueva vida construida por mi mejor versión.



Archivo secreto final: La última pieza

    Izan ya conoce todas las verdades sobre el calendario, y sobre las personas que han estado a su alrededor. Sin embargo, el maestro Nero le ha escrito un relato en el que, según él, puede que encuentre alguna información valiosa que todavía no ha resuelto. Es, además, la excusa del maestro Nero para contar una historia muy importante para él. Una historia que siempre ha querido contar.


 

La verdad del 29 de febrero


    Febrero de 1988. Esa fue la fecha en la que ocurrió el primer contacto que tuvieron los humanos con los Voyat, los seres diminutos que se mueven por el universo y que tienen la capacidad de resonar con los pensamientos y las emociones de los humanos, así como la habilidad de mover el tiempo a su antojo. Pueden crear túneles temporales que conectan una época con otra, pueden reiniciar realidades o pueden abrir diferentes caminos en el flujo del tiempo.

    Fueron dos personas las que descubrieron a estos seres: Néstor y Arturo.

    Néstor era un investigador de fenómenos paranormales. Aunque todavía joven, era reconocido por ser alguien capaz de demostrar que, lo que muchos llaman magia, era ciencia que todavía no había sido descubierta. Sus descubrimientos estaban centrados en cosas pequeñas, pero él estaba muy interesado en la búsqueda de organismos vivos que se moviesen en diferentes planos y que pudieran explicar pequeños huecos que la ciencia no había podido resolver.

    Arturo era su hermano pequeño, y también su ayudante. Los dos tenían poco más de veinte años, pero se ganaron cierta fama en su ciudad, ya sea por genios, o por locos.

    El pequeño no era un científico del mismo calibre, pero era el verdadero genio del dúo, ya que él, con su sensibilidad para lo paranormal, era el que encontraba en qué dirección tenían que mover sus siguientes pasos. Podía sentir, por ejemplo, si otra presencia estaba cerca, y si el espíritu de algún difunto intentaba comunicarse con él, incluso aunque no pudiera entenderlo directamente. Arturo sabía que algunas personas contaban con esas capacidades, pero ninguno se las creía de verdad, ni mucho menos las entrenaban como él.

    Se ganó el cariño de mucha gente entregando mensajes de los difuntos, aunque también el odio de los que querían que fuera más concreto con los mensajes de los muertos, o de los que no aceptaban lo que un ser querido le quería decir después de la muerte.

    Esta historia comienza con la conexión entre un humano y un Voyat. La combinación de habilidades de Néstor y Arturo era necesaria para no perder una oportunidad así, pero faltaba un factor importante: tenían que contactar con un Voyat especial, que fuera diferente a los demás. Tenía que fijarse en los humanos y querer saber más de ellos. Era lo que se podía considerar una anomalía.

    Hasta ese momento, que existiese algún Voyat así no era más que una hipótesis, o un simple deseo.

    Pero sí que existía. Era el Voyat más curioso de todos, y sintió que Arturo tendría la sensibilidad para saber que estaba ahí.

    —Néstor… —dijo Arturo—. ¿Crees que alguna de las especies con las que nos queremos poner en contacto, querrán ponerse en contacto con nosotros?

    —No lo sé. Si es verdad que existen tal y como los entendemos, no sabemos cuál es su nivel de interés, o su raciocinio. Por ahora solo son intuiciones. Ecos de una teoría que se está formando.

    —Eso es lo que quiero escuchar. No lo que sabemos… Quiero saber lo que intuyes.

    —Claro… —Néstor sonrío. Así era su hermano—. Es muy posible que sean seres que solo siguen sus instintos. Pero, al igual que con nosotros, también podría haber excepciones. Por ahora, nos tenemos que enfocar en saber con qué sentido tenemos más posibilidades de comunicarnos, ¿entiendes? Mira, yo creo que, si usamos el tacto como base…

    —No será con ninguno de los cinco sentidos, Néstor.

    —Vaya. ¿Y estás muy seguro de eso?

    —Es el sexto sentido. Y el alma.

    —No soy muy bueno utilizando todo eso —dijo Néstor, rascándose la cabeza.

    —No mientas. Tú, más que nadie, sabes que hay que ser abierto y ver más allá de lo que ve la gente que solo usa los cinco sentidos.

    —Claro que sí. Ya lo sé. Pero, Arturo… A tu lado, parece que yo sea una de esas personas que solo usan lo que pueden tocar, ver y oír. No estoy ni cerca de tu capacidad. Además, aunque quisiera, no es algo que pueda controlar, así que me ciño a lo que sí puedo controlar.

    —Lo entiendo —dijo Arturo, cerrando los ojos con fuerza—. Es que, es posible… Ah… Es posible que…

    —¿Arturo? ¿Estás bien? ¿Has vuelto a conectar con algún difunto?

    —Esto no es un espíritu, Néstor. Esto es otra cosa… —dijo Arturo, sentándose en el suelo para no perder el equilibrio—. Algo resuena con fuerza cuando intento comunicarme con ellos. Tengo la intuición de que, si estoy tan seguro de todo lo que digo, es porque uno de ellos está intentando comunicarse con mi intuición… Y con mi alma.

    Néstor miró con mucho interés a su hermano. ¿Era alguna clase de delirio? ¿Un deseo exagerado? ¿O había encontrado algo?

    Durante las siguientes horas, Arturo se dedicó a intentar comprender qué es lo que pasaba, y Néstor apuntó cada cosa que su hermano menor decía.

    Las primeras hipótesis de Arturo no tardaron en llegar.

    —No saben nuestro idioma —dijo Arturo—. Ningún idioma. No existe ninguna forma de comunicarnos que nosotros, como humanos, podamos entender.

    —Entonces, ¿no sabes lo que quieren decirte? —preguntó Néstor.

    —No está todo perdido. Se puede hacer que resuenen.

    Néstor no lo entendía. Era una explicación muy vaga. Su hermano pequeño se reía de él porque no podía renunciar a los tecnicismos.

    —Tienes que aprender a vaciar todo lo que conoces, Néstor… —dijo, todavía con los ojos cerrados, intentando comunicarse con aquella criatura—. Hay que empezar desde cero, y poner de tu parte, para que la criatura sepa que tú estás dispuesto a desaprenderlo todo. Así, ella hará lo mismo.

    —Lo dices como si fuera fácil… —dijo Néstor, sonriendo, impresionado por su hermano.

    —No es ni fácil, ni difícil. Solo es nuevo.

    —Claro. Y… ¿Todavía no sabes qué dice?

    —Todavía no. Necesito tiempo.

    Néstor dejó a su hermano a solas, para aumentar su concentración.

    Pasaron los días, y las semanas…

    Arturo no hacía más que sentarse y comunicarse con aquella criatura. Apenas se movía para cubrir sus necesidades básicas, pero no quería romper su concentración.

    A veces, cuando Néstor entraba en su habitación para traer la comida, Arturo lo obsequiaba con algunas conclusiones.

    “Es un amor puro, Néstor. El amor más puro que existe en este mundo.”

    “Somos dos vidas que crean un nuevo camino lleno de posibilidades.”

    “Quiere aprender. Sabe que hay todo un mundo de posibilidades… Pero los de su especie solo rascan las superficies. Esta criatura puede sentir frustración, pero también puede sentir esperanza. ¿No es increíble…?”

    —Oye, Arturo… Tal vez deberías tomártelo con más calma —dijo Néstor, preocupado por el estado en el que se encontraba su hermano. Cada vez un poco más desgastado, cada vez más intenso, pero sin energía en el cuerpo.

    —Todavía no… No quiero perder esta conexión… Podría ser única en la vida.

    Unos días después, Néstor empezó a darse cuenta de lo peligroso que era lo que estaba haciendo su hermano.

    Cada vez que entraba, veía como su aspecto no era el de una persona saludable, y además, con el paso del tiempo, se notaba que Arturo sufría, cada vez con más intensidad.

    —Estás sintiendo dolor, ¿verdad…? —preguntó Néstor.

    —Sí. Pero me está pidiendo perdón —dijo Arturo—. Sé que se siente culpable, pero que este es el siguiente paso de nuestra conexión. Si dejo que se una a mí del todo, nos podremos entender mucho mejor. Ya hemos superado la prueba…

    Néstor tenía miedo. La ciencia no era excusa para permitir que su hermano estuviera poniendo en peligro su vida.

    Cuando intentó hacer que reaccionara, Arturo gritó.

    Gritó tanto, que Néstor se asustó. No solo por el grito… También porque notó un torrente de energía brotar de su hermano.

    Arturo acabó inconsciente.

    Néstor lo quería llevar al hospital, pero sabía que sería inútil. La única opción, aunque también tenía su parte de peligro, era enviarlo con la única persona que sabía tanto como él sobre las investigaciones paranormales.

    Era una mujer llamada Salma García.

    Poco después de entrar en casa de Salma para empezar a tratar el caso de Arturo, este se despertó. Su mirada y su actitud eran completamente diferentes.

    —¡Arturo! —dijo Néstor—. ¿Estás bien?

    —Veo el mundo, hermano… Puedo ver eventos pasados… Eventos futuros…

    —¿Qué dices…? ¿Estás bien?

    —Arturo, soy Salma. ¿Puedes detallarme qué es lo que ves?

    —No lo entenderías. Para ti sería contradictorio.

    —Eso es lo que quiero. Dame cosas que no entenderé, y yo las descifraré —dijo Salma.

    Arturo no hizo mucho caso. Estaba tan ocupado viendo el pasado, el presente y el futuro, que no tenía ninguna necesidad de contestar las preguntas de Salma.

    Pero lo que llamó la atención a Arturo, es que por fin pudo comunicarse de verdad con aquella criatura. Ahora podían hablar en los mismos términos porque estaban sincronizados.

    No siempre fue accesible, pero una de las veces en las que se comunicaban, Arturo dejó que Néstor y Salma tomaran notas.

    La criatura que se había alojado en Arturo, era parte de una raza que se alimentaba con deseos de espíritus de criaturas mortales. Sus deseos y sentimientos eran su sustento, pero siempre tomaban muy poco. Para ellos, los humanos, los animales, y otras criaturas de otros planetas, no eran más que alimento al que ir parasitando de forma sutil.

    La criatura que ahora estaba con Arturo, se consideraba diferente. Quería profundizar más en los seres racionales. Quería aprender.

    Arturo le contó muchas cosas sobre los humanos. Algunas le resultaron fascinantes, y otras le parecían de una gran falta de humanidad, pese a lo paradójico que era ese pensamiento. También había muchas que le parecían potencial desperdiciado, pero esas no le preocupaban, ya que esas criaturas podían moverse en el tiempo, y controlarlo. Si era uno solo, no era tan sencillo, pero si eran muchos colaborando juntos, resonando, podrían mover el tiempo a su antojo.

    Pero, si hay una sola cosa que fascinó de verdad a aquella criatura… Fue el cumpleaños de Arturo.

    Esta conversación la tuvieron durante el día veintiocho de febrero de 1989.

    Cuando la criatura entendió por fin lo que eran los cumpleaños, no podía entender qué pasaba si cumplías años el veintinueve de febrero.

    Ese era el cumpleaños de Arturo. Nació un veintinueve de febrero.

    Por más que se lo explicaba a la criatura, esta era incapaz de comprender que, después del veintiocho, no viniera el cumpleaños de Arturo. Veintiocho y uno, eran veintinueve. No podía escapar de esa lógica.

    Tardó mucho tiempo en comprender que el veintinueve de febrero era un día especial.

    “Todas las personas cumplen años una vez al año… Pero si nacieron el veintinueve de febrero, ¿su cumpleaños es cada cuatro años? Entonces… ¿Esas personas eran especiales?”

    Aquella debió de ser la línea de pensamiento de aquella criatura.

    Estaba feliz, porque la criatura también se sentía especial en su especie. Sentía que era un nacido el veintinueve de febrero entre los suyos, ya que era de los pocos que quería conocer de verdad a los humanos.

    Los meses pasaron, y Arturo compartía con cuentagotas la información fundamental de aquella criatura. Cómo se alimentaban, cómo se comunicaban, la importancia de la intensidad de una emoción para comunicarse con otros, y cómo esta podía resonar con muchos de su especie… Y, la materia que más interesaba a Salma: todas sus capacidades para mover el tiempo, y su forma de conectarse con los seres humanos para crear algún tipo de simbiosis que pudieran utilizar a su favor.

    —Salma, no abuses… —dijo Néstor—. Si no marcamos un límite claro, mi hermano podría morir. Yo no sé si quiero seguir con esto.

    —Pero yo sí que quiero seguir. ¿No lo ves, Néstor? Es una oportunidad dorada…

    —Lo sé, pero… Por favor, la vida de mi hermano tiene que ir por delante.

    —Claro…

    Salma estaba a favor de que Arturo viviera, pero solo para seguir sacándole información hasta quedar saciada.

    La dinámica siguió así durante muchos meses más.

    Néstor y Arturo ya vivían de forma permanente con Salma. El marido de esta murió un año atrás, dejando a Salma sola con sus dos hijos: Salvador Santalla, de siete años, y Norman Santalla, de dos. Néstor ayudaría a esa familia, y juntos seguirían investigando todo lo que Arturo y la criatura unida a él les podrían ofrecer.

    Voyat. Así decidió la criatura que se tenía que llamar su raza. Decía que, de todos los nombres que le fueron propuestos, era el único que resonó, y que hizo resonar con varias criaturas a su alrededor.

    Pasaron algunos meses más, y el cuerpo de Arturo estaba ya en su límite.

    No podía respirar bien, ni se podía mover. Cada vez estaba más pálido, y notaba que sus fuerzas lo estaban abandonando.

    —Arturo… —dijo Néstor—. ¿No puedes parar esto?

    —No… Él me está pidiendo perdón… Dice que no puede hacer nada… Y que lo siente por mí… Pero que me alegre… Porque solo faltan seis días para el veintinueve de febrero.

    —¿Para tu cumpleaños…?

    —Sí… Tengo que aguantar hasta entonces. Lleva tiempo esperando este momento… Solo seis días hasta mi cumpleaños…

    Salma apartó a Néstor, y le hizo unas últimas preguntas a Arturo. Eran las últimas que necesitaba para completar su experimento: un papel con el que comunicarse con los Voyat, y pedir que cumplieran algo por sus habilidades.

    Gracias a la ayuda de Néstor, Salma pudo completar el hechizo del papel, pero Arturo, a falta de cinco días para su cumpleaños, no pudo soportarlo más, y falleció.

    Salma, sin ninguna consideración por lo que acababa de ocurrir, le entregó una hoja a Néstor, para que apuntara un deseo.

    Néstor no se lo pensó dos veces:

    “Mi hermano vuelve a la vida.”

    Salma pidió otra cosa.

    “Tengo éxito en el experimento Zafiro.”

    Aunque todavía no entendían la lógica, Néstor vio como el deseo de Salma se cumplía, pero el suyo no.

    Los Voyat estaban limitados. Salma consiguió avanzar mucho en sus investigaciones propias, mientras que Néstor… Dejó de creer en sí mismo, y en los Voyat.

    Néstor rompió el papel. Esos bichos no quisieron revivir a su hermano, pero sí apoyar los experimentos enfermizos de Salma. No tenía pruebas, pero estaba seguro de que el experimento Zafiro era algo que usaba para modificar las capacidades físicas de su hijo Salvador. Hasta ahora eran pruebas menores, consensuadas, pero cada vez llegaba más lejos, y el deseo que pidió en ese papel hizo que todo aquello avanzara hasta dar miedo.

    ¿Por qué permitían que eso siguiera adelante, pero no la vida de Arturo?

    Cuando fueron a enterrar a Arturo, notaron como una energía se desprendía con muchísima fuerza de su cuerpo.

    Por unos momentos… Pudieron escuchar una voz.

    “¡No! ¡No! ¡Su cumpleaños es pronto!” decía la voz.

    —Está aquí… —dijo Salma—. Tenemos que atraparlo. ¡Únete a uno de nosotros! ¡Dame más conocimiento!

    —¡¿Qué haces?! —gritó Néstor—. ¿Quieres que te mate, igual que a mi hermano?

    —Piensa en grande, Néstor… Podremos aprender mucho más, y encontrar formas de revertir cualquier cosa… Empieza la era de los Voyat…

    —¡No!

    Néstor se abalanzó contra Salma. No quería que hiciera nada para convencer a la criatura. Quería que esta abandonara el planeta.

    “¡No son puros! ¡No son puros!”, gritaba la criatura. Se podía intuir un sentimiento de desesperación y tristeza al ver la actitud de Néstor y Salma.

    Y, como si la propia esencia de la pureza atrajera el cuerpo de aquel Voyat, al huír, chocó sin querer en la cabeza del pequeño Norman, de solo tres años.

    Por desgracia, aquella criatura no podía controlar toda la energía que ahora tenía por haber parasitado durante años a Arturo. Fue tan grande su poder, que no solo parasitó la cabeza del pequeño Norman… También lo hizo desaparecer.

    A ojos de los presentes, todo ocurrió tan rápido, que parecía que el choque había desintegrado a aquel niño.

    Salma se detuvo. Su hijo menor había desaparecido.

    —¿Norman…? ¿Qué ha pasado…? ¡Norman!

    —¿Has visto lo que pasa si esa criatura hace lo que quiere? —dijo Néstor—. ¡No podemos pretender controlarlos!

    —¡Cállate! ¿Dónde está mi hijo? ¡Salvador! ¿Dónde está tu hermano?

    Salvador también buscaba a Norman. Lo tenía al lado hace un momento, pero ya no estaba.

    Con solo ocho años, vio desaparecer a su hermano delante de sus ojos, y no pudo hacer nada para recuperarlo.

    Sin preocuparse más por la situación de la familia de Salma, Néstor abandonó aquella casa. Su hermano acababa de morir, y tenía que enterrarlo, lejos de aquellas personas.

    Pasaron los días. Llegó el veintinueve de febrero.

    Néstor estaba sentado en el sillón de su casa, a oscuras y con la mente en blanco.

    De repente, una luz iluminó toda la estancia.

    El pequeño Norman había aparecido frente a Néstor.

    —¿Norman Santalla…? ¿Eres tú…?

    —¡Hoy es veintinueve! ¡Es hoy! ¡Es hoy! —gritaba Norman. Pero ese no era Norman, era la criatura, que no tuvo ningún problema en controlar la voluntad de un niño de tres años.

    —Tienes que abandonar el cuerpo de ese niño… —dijo Néstor—. No importa que sea veintinueve. Mi hermano ya no está.

    —¡Sí, está aquí! ¡Su espíritu está aquí! ¡Y hoy es veintinueve de febrero! ¡Es un día especial, el único en cuatro años! ¡Cuatro veces más especial que los demás días!

    —¿Mi hermano está aquí…?

    —¡Sí!

    —Arturo… Dile a tu amigo que abandone el cuerpo de ese niño, por favor…

    El pequeño Norman miró a Néstor con tristeza. Entendió que estaba haciendo algo malo, pero no podía comprenderlo.

    Apagando poco a poco su voluntad, la criatura abandonó el cuerpo de Norman.

    Antes de irse, hizo que Néstor pudiera escuchar la voz de su hermano una última vez.

    “Las emociones de mi amigo han resonado entre todos los Voyat… Ahora, todos sienten que el veintinueve de febrero es el día más especial de nuestro planeta. ¿Te puedes creer? No importa lo que les diga… Ellos están tan convencidos, que no les quiero quitar esa ilusión.”

    —Arturo… No tuviste que llegar tan lejos… No sé cómo pude haberlo evitado… Lo siento mucho…

    “No te preocupes, hermano. Cada veintinueve de febrero, vendré aquí, y celebraremos mi cumpleaños. Estaré rodeado de muchos amigos, eso te lo puedo asegurar. Amigos que resonarán conmigo, y con el Voyat que ha sido mi mejor amigo. Cuando eso pase… Cuando empiecen a venir para celebrar mi cumpleaños… Compartirán nuestros mismos deseos. Los deseos de que los Voyat y los humanos nos entendamos y queramos conseguir las mismas cosas. Ese es mi último mensaje para ti, hermano… No dejes de investigar. Aprovecha los años bisiestos, y en especial el mes de febrero… Y lo conseguirás. Conocerás verdades del mundo que, sin mi relación con mi mejor amigo… Nunca hubieses conseguido. Quiero que sonrías al pensar en eso.”

    —No puedo sonreír… No me pidas eso.

    “¿Ni siquiera en mi cumpleaños?”

    —Ni siquiera en tu cumpleaños…

    “¿Ni como un regalo de cumpleaños? Todos los Voyat lo esperan. Harás feliz a muchas criaturas, Néstor. Va… Hazlo por mí.”

    Néstor no lo pudo evitar. Tal vez por presión, o tal vez por imaginarse a todos los Voyat esperando una simple sonrisa… Pero Néstor, con el corazón roto, sonrió.

    “Muchas gracias, hermano… Te estaré apoyando siempre, esté donde esté.”

 

    Aquella fue la última vez que Néstor pudo escuchar la voz de su hermano.

    Antes de poder procesar lo que acababa de ocurrir, tenía que lidiar con un nuevo problema: el pequeño Norman Santalla se estaba sujetando la cabeza. Le hacía muchísimo daño. Cada segundo que pasaba, le dolía mucho más.

    Solo pasó una vez. Dejó que pasaran los días, y Norman parecía haberse estabilizado. Sin embargo, Néstor sospechaba que el contacto con un Voyat tan poderoso, provocó trastornos y capacidades alteradas en la mente del pequeño Norman.

    ¿Qué poderes tendría? Seguro que Salma sabría encontrarlo, pero… Néstor no podía permitir que Norman volviera con Salma. Sabía que esa mujer estaba experimentando con el cuerpo de Salvador, y que Norman sería el siguiente. Además, fue su imprudencia la que hizo que Norman atravesase esa experiencia.

    En los días que Norman pasó con Néstor, no nombró la necesidad de volver con su madre ni una sola vez.

    Néstor se quedó un tiempo con Norman, pensando en dónde viviría. No podía vivir con él, porque Salma lo acabaría descubriendo.

    Néstor usó el papel de los Voyat. No era año bisiesto, pero pensó que, si era una petición simple, podría funcionar.

    “Encuentro el lugar adecuado para Norman.”

    Al escribir eso, Norman dijo algo extraño:

    —Tío Néstor… Haces lo mismo que ayer.

    —¿A qué te refieres…?

    —Dices y haces las mismas cosas.

    Norman se reía. Se pensaba que Néstor se había vuelto tonto.

    Pero Néstor sabía que no hizo nada igual que el día anterior.

    Rápidamente, rompió el papel.

    No pudo formar una hipótesis elaborada, por miedo, pero su intuición le dijo que aquel papel resonó con las capacidades alteradas de Norman.

    Tenía que irse de ahí.

    Néstor todavía tenía una hermana más. Una que no pudo venir para el cumpleaños, o el funeral, de Arturo. Aun así, Néstor confiaba en ella.

    Se fue hasta una ciudad cercana a Barcelona, lugar que quedaría lejos de Salma.

    Acudiría a casa de su hermana: Lorena Aguilar.

    Hacía tiempo que no se veían, y el ambiente entre los dos no era muy amigable.

    —Siento no haber podido venir al funeral de Arturo… Me era imposible ir hasta Galicia —dijo Lorena.

    —No te preocupes —dijo Néstor—. Tengo que pedirte un favor muy grande.

    —¿Tiene que ver con ese niño pequeño que traes contigo? —preguntó Lorena.

    —Sí. Se llama Norman, pero te sugiero que le cambies el nombre.

    —¿Por qué le iba a cambiar el nombre? ¿Qué quieres, Néstor?

    —Escucha, Lorena… Te lo explicaré todo.

    —Escucha tú, Néstor. Cuidado con lo que me pides. Vale que yo no he ido al funeral, pero vosotros no habéis dado ninguna señal durante años. No estás como para pedirme favores, y menos si son tan grandes como estás diciendo.

    —Sí, lo sé… Pero tienes que escucharme.

    —Saluda por lo menos a tu sobrina, ¿no? Tiene siete años, y apuesto a que eso te sorprende.

    —¿Siete años…? ¿Cuánto tiempo ha…? Pero si era solo un bebé.

    —Ya lo sabía yo. Ya lo ves, Néstor. El tiempo pasa volando, y tú no te das ni cuenta.

    Néstor se agachó a saludar a su sobrina.

    —Daria… ¿A que no reconoces a tu tío?

 

    Explicando toda la historia, y ofreciendo dinero y ayuda, Néstor consiguió que Norman, ahora con otro nombre, se quedase a vivir con la familia de su hermana, como si fuera su hijo. Alguien que no tenía ningún vínculo con Salma, ni con nada de lo que había pasado.

    Pero aquel niño todavía podía estar en peligro, porque quedó tocado por un Voyat lleno de poder. Para comprender todos sus secretos, Néstor seguiría investigando, incluso al lado de Salma, que nunca sabría la verdad sobre lo que ocurrió con su segundo hijo.

    Sin embargo, Néstor sabía que él, con sus limitaciones, no sería un buen investigador, y que tenía que ser más como su hermano. “El mundo necesita a Arturo”, pensó. Pero tampoco era correcto, porque su hermano fue excesivo, y terminó muriendo.

    Néstor y Arturo tenían que unir sus mejores características, y crear al mejor investigador. Al que investigaría con su mente, pero velaría por las historias que la ciencia no podía explicar, usando su alma y su corazón.

    Desde ese momento, y para siempre, se llamaría Nero.

    Se tomaría unos meses de descanso. Aprendió a modificar su personalidad, escuchó historias, las escribió, aprendió sobre las estrellas, conoció mejor el mundo…

    Y, finalmente, con el siguiente año bisiesto, Nero volvió a ponerse su bata de investigador.

    Lo hizo con la certeza de que los Voyat no eran enemigos. Eran sus nuevos aliados y, durante el año bisiesto, y en febrero, miles de ellos estarían aquí. Nero estaba seguro de eso, con la alegría de saber que vendrían, junto con su hermano, para celebrar la fiesta de cumpleaños más especial de todas.








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