Capítulo 130 Paseo fracasado por el mercado
“La predicción ideal para levantar cabeza. Lo peor es que voy a ir igual.”
Me da igual si es un fracaso. Eso es lo que me repito a mí mismo.
Ayer perdí todo el día entero en la cama a oscuras. Hoy me he levantado muy pronto y me he puesto a arreglar lo que he podido de los enchufes y demás, cambiando los que están más viejos por unos que acabo de comprar en la ferretería de la esquina. Antes de volver a casa, le he dado una moneda de dos euros a un señor con barba que estaba en la calle pidiendo dinero junto con su perro. Un perro enorme con una cara muy amigable.
He intentado salvar todas mis cosas y que todo en mi casa se quede bien y seguro. Algún daño ha habido, pero nada irreversible. Intento empezar el día con cierto optimismo.
Es verdad que la predicción no es nada optimista. “Paseo fracasado por el mercado”. Pero quiero poner de mi parte y airearme. Ver cómo está la situación. Aunque sea un fracaso, a lo mejor interactúo con alguien y puedo encontrar algo de esperanza. No sé qué tipo de esperanza ni para qué fin, de todas formas. ¿Esperanza para creer que todo volverá a ser como antes? ¿Recuperar algunas cosas? ¿Que me perdonen? Es algo muy abstracto. No sé, no entiendo lo que yo mismo pienso, pero da igual. Quiero salir a pasear y quiero ver cómo está la situación en el mercado, en mi mercado de los sábados, por mucho que me decepcione.
Cuando llego, veo que solo están dos personas de todas las que conforman el grupo habitual. Si hubiesen venido todas, me hubiese encontrado con seis personas, siete en caso de que viniera también el mino regio. Pero solo hay dos: Anna y Serena.
Cuando me acerco a ellas, me siento mal porque creo que he cortado la conversación que estaban teniendo.
—¡Pero bueno! —grita Serena—. No me puedo creer lo que ven mis ojos. El gran Izan hace acto de presencia.
—Hola… —digo, torpe y tímido.
—Hola Izan —me saluda Anna con bastante menos energía. La he ignorado muchísimo estos días. Me siento culpable.
—¿Cómo tú por aquí? —dice Serena—. ¿Te sientas con nosotras?
—No… Tengo cosas que hacer —miento. No sé por qué, pero me he sentido muy incómodo acercándome a ellas y pretendiendo que soy su amigo. Me siento como una especie de impostor—. ¿No ha venido nadie más?
—No. Parece que los ánimos están mal —dice Anna.
—Ya veo… Bueno, chicas, me ha gustado veros. Pero me tengo que ir.
—¿Seguro? —dice Serena—. ¡A ver si te dejas ver un poco más!
—Sí… Lo intentaré —digo, como si el motivo por el que no se me suele ver por aquí fuera mi apretada agenda. Menudo fraude.
—Izan, espera —dice Anna, levantándose y apartándome para hablar conmigo a solas.
Me incomoda un poco eso, porque ahora no sé si Serena está confusa, si quiere saber de qué hablamos, o si ya lo sabe. Pero eso no creo que sea lo importante.
—Oye Anna… Perdón por ignorarte estos días. No ha sido nada personal…
—Ya me lo imagino. Me preocupas mucho, Izan. No ha venido nadie porque todo se está desmoronando. No sé en el caso de Iris, pero todos los demás no han venido porque están muy mal. Y creo Oliver, Lydia y Abril se quedaron mal después de hablar contigo ayer. ¿Me equivoco?
—No te equivocas… Por eso no quiero hacer que nadie más esté mal. Mejor me voy. Solo quería saludar y ver quién había. Si te soy sincero, esperaba ver a alguno de esos tres que has dicho, para disculparme por cómo les traté ayer.
—Ah, muy bonito. ¿Te decepciona verme a mí?
—¡No! No, no… Pero es que no quiero añadir a nadie más a mi lista de cadáveres decepcionados.
—¿No quieres que hablemos del tema luego? ¿Con calma?
—No quiero, Anna. No puedo.
—Izan. Déjame ayudarte. Te veo mal. Te veo muy mal.
—¡Que no quiero, pesada!
Y ahí lo tenemos. Otra respuesta de la que me arrepiento en el mismo instante. Primero digo esas cosas y luego me pregunto por qué las he dicho. Es un verdadero peligro hablar conmigo. No tenía que haber salido. ¿Para qué he salido?
Anna me está mirando con los ojos muy abiertos. Muy seria y creo que sorprendida.
—Lo siento… —digo—. Me voy, ¿vale?
No me contesta, pero no deja de mirarme.
—Me voy… —le hago una señal a Serena con la mano para despedirme. Ella se despide de mí, confusa. Me marcho de la cafetería de Julia sin volver a mirar a Anna.
Soy patético y dañino. Y mira que he empezado el día con optimismo…
Al volver a mi edificio, paso por la esquina de la ferretería y vuelvo a encontrarme al hombre de la barba que tiene un perro enorme y pide dinero por la calle. Es alguien que no tiene hogar, o por lo menos no tiene trabajo y necesita un mínimo de dinero. No sé cuál es su situación, pero es alguien que está muy jodido. Sin embargo… Veo su cara, y no es lo que podrías esperar de alguien que lo ha perdido todo. Tiene una mirada tranquila y afable. Mira a la gente con agradecimiento, y no para de jugar con su perro enorme, que no para de sonreír. Creo que por eso le he dado antes la moneda, porque me ha dado muy buen rollo.
Ahora que lo pienso… ¿Será ese el sintecho con el que tomo algo dentro de unos días? Es muy probable, porque me gustaría preguntarle por su vida y por su actitud. ¿Cómo lo hace? Si él puede estar así y yo no, me gustaría aprender un poco más de filosofía hacia las adversidades, porque creo que la única conclusión racional es que yo no doy para más y que él me da mil vueltas. También le quiero preguntar cómo se llama el perro. No sé por qué, pero me muero de ganas de saberlo. O sea, los nombres de perro suelen ser monos, pero este perro es enorme. Aunque los nombres de perros amenazantes tipo Tyson suelen estar reservados a perros con cara de mala hostia, pero este es enorme y con cara de bonachón. ¿Qué tipo de nombre tendrá un perro así?
Hoy solo quiero esconderme en casa, y mañana solo me dedicaré a jugar. Esa tradición de domingo no puede morir como sí está muriendo la del mercado de los sábados. Pero pronto veré si ese hombre y su perro enorme y bonachón son capaces de enseñarme algo, porque yo creo que sí.
Y ojalá pueda aportar yo algo de vuelta… Aunque no sé si alguien como yo serviría de algo a nadie.
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