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Domingo 10 de septiembre de 2023

Joel Soler

Actualizado: 11 sept 2023


Capítulo 194

Me amenazan de muerte, pero de verdad

“¿Otra vez? ¿En la reunión o qué?

Si haré lo que me han pedido… ¿Qué más quieren de mí?”


Con respecto a la parte de la reunión de vecinos, lo que más me inquieta es ese clima en el que, por algún motivo, a la mayoría le parecería buena idea votarme a mí como presidente de la comunidad. ¿Tan disfuncionales son el resto para que yo sea la mejor opción?

Bueno, es verdad que los ancianos no están para estas cosas. El nuevo acaba de llegar y parece asocial y con problemas para mantenerse en pie, aunque a lo mejor lo estoy juzgando por esa única primera impresión, pero estaba malo y cuando esté sano será muy diferente. Pero nadie le quita que es nuevo, así que no es la mejor opción. El tío Mateo no vive aquí, y el resto son alquilados. Los LuLu son la opción más razonable, aunque sean odiosos.

Por lo visto el tío Mateo me ha dado el poder para contar como propietario en esta votación, aunque en teoría sea un inquilino del piso de mi tío.

Menos mal que esto no pasó en junio, porque me veo a Nora siendo la presidenta por esas fechas.

—Yo no quiero ser presidente —digo—. No sabría, ni podría.

—Entonces no hay más candidatos —dice Aaron—, salvo que no os importe tener a unos alquilados muy majos y jóvenes dirigiendo todo esto.

—Lo que nos faltaba —dice Lucía—. Los drogadictos presidiendo el edificio…

—Mejor que dejarlo en manos de unos maltratadores, Lucy, bonita —dice Aaron, sin miedo a la muerte. Lucas le dedica una mirada asesina peor que la que me dedicaron ayer.

—Yo soy la única opción —dice Lucas—. El resto no quiere, ¿no?

Yo niego con la cabeza. Los ancianos hacen lo mismo, y Raúl no hace nada, pero porque creo que da por hecho que nadie le hará ni caso.

—Madre mía, qué mal estamos todos… —dice Aaron—. Pero, oye, ¿tiene que ser Lucas? ¿No puede ser tu esposa?

—¿Puedes callarte de una vez? Los propietarios intentamos votar—dice Lucas.

—Espera. Yo me pregunto lo mismo —dice Gemma.

—¿Lucía por qué? —dice Lucas—. Lo seríamos los dos.

—No —dice Pol, que casi nunca habla—. Tú has dicho que el único candidato eras tú. No has dicho “nosotros”.

—Mira, no os voy a hacer ni caso. Esto son las gilipolleces de siempre —dice Lucas, creo que apretando los puños. Yo, por si acaso, me aparto un poco.

—No, a ver —dice Aaron—, es que Lucy ni se pronuncia, y me parece muy fuerte. A mí me caéis mal los dos, la verdad, pero a ella la veo un poco más apañada, qué quieres que te diga.

—¿No prefieres ser tú la presidenta? —le pregunta Gemma.

Lucía se queda callada, como si no se atreviera a contestar.

—Ella no quiere ser la presidenta —dice Lucas.

—Que lo diga ella —dice Pol.

Todos miramos a Lucía.

—Bueno, ya, ¿no? —dice por fin—. Yo no quiero ser presidenta ni quiero ser nada. Déjame de líos.

Los tres alquilados se miran entre ellos, muy poco convencidos con la respuesta.

En cualquier caso, Lucas sale elegido como presidente de la comunidad. Motivo más que suficiente para querer salir de ahí lo más pronto posible.


Después de la reunión, decido salir a dar un paseo para airearme un poco. El ambiente estaba demasiado pesado.

—¡Cuidado! —escucho, y veo que voy a pisar un ejército de naranjas rodantes que arroyan la zona de mis pies.

Después de un traspiés en el que casi me caigo, consigo esquivarlas todas de milagro.

Detrás de las naranjas venía un anciano, corriendo y asfixiándose.

Yo le digo que no se preocupe, que yo me encargo de recoger las naranjas.

Cuando las tengo todas, las meto en la bolsa que llevaba él en la mano, y se la entrego. Él está sentado en un banco, con dificultades para respirar.

—Muchas gracias… —dice—. Hubiese sido una pena que se perdieran. Todavía no estamos en la temporada buena de naranjas, pero tengo un amigo que las cultiva en su huerto, y me ha dado unas pocas. Son las mejores naranjas de la ciudad. ¡Toma, toma! Te doy una.

—Anda… Muy amable, no hacía falta —digo, pero me la quedo igual, porque es gratis.

—No hay de qué. Oye, tú si que eres muy amable. Me has ayudado con las naranjas, y casi te tropiezas con ellas por mi culpa.

—Nada, hombre. No se preocupe por eso.

—Eres muy amable, pero no siempre, ¿no?

Tardo un poco en procesar lo que me acaba de decir.

—¿Disculpe?

—Quiero decir que, a veces, eres un chico amable. Pero, a veces, usas el nombre de otros para amenazar a otras personas, ¿verdad? Y lo haces mintiendo. Todo por tu beneficio propio, ¿no?

—¿Qué…?

—Te lo preguntaré de una forma más directa, ¿de acuerdo? Izan… ¿Por qué usaste mi nombre sin mi permiso para amenazar a otra persona?

Se me acaba de helar la sangre. No soy capaz de contestar, porque noto que me pesa hasta la garganta.

—Escucha, Izan Robles Vera. Mi nombre, ¿vale? Quédate bien con esto. Mi nombre… No se dice en vano. Si dices mi nombre, pueden pasar cosas muy malas, ¿entiendes? Cualquiera sabe eso. Pero, si te gusta tanto nombrarme, ahora sí te doy permiso. Solo por hoy, te daré ese gusto. Va, Izan, dime cómo me llamo. Quiero oírlo de tu boca.

Me hace una señal para que me siento con él, y yo obedezco sin rechistar, en silencio.

—Venga, Izan, que quiero oírlo.

Me cuesta contestar. No puedo abrir la boca a voluntad, y la garganta está seca del todo. Al final, con mucha dificultad, saco la voz justa para decir un nombre y un apellido.

—Salvador… Santalla.

—¡Muy bien! Pues esa será la última vez que dices mi nombre en vano. Si vuelves a nombrarme para lo que sea, y yo me entero, no quedará en un simple aviso. Es que, cómo te lo explico… Tú tendrías que estar muerto solo por amenazar a Lucía usando mi nombre, ¿entiendes? He decidido no matarte esta vez porque creo que lo has hecho sin pensar, y porque a mis nietos no les gustaría nada que te hiciera daño. Pero a la próxima te mataré. Estás avisado, ¿vale? Te mataré, y no podrás hacer nada para evitarlo. Asiente si lo has entendido.

Asiento. Mis ojos están muy abiertos, pero no soy capaz de mirarlo a la cara. Me da muchísimo miedo.

—Buen chico. Ah, otra cosa… La hija de Lucas y Lucía desapareció hace poco. Ahora ya ha vuelto, por fortuna, pero durante el tiempo que estuvo desaparecida, ellos acudieron a mí. En una de esas charlas es que salió tu nombre. Qué disgusto me llevé… Al principio no sabía ni quién eras. Luego ya me acordé de que conocías a mis nietos y que saliste con Nora. No podías ser muy listo si te dejaste engañar por mi nieta, así que no me sorprendió que fueses tan inconsciente como para usar mi nombre.

Salvador se calla de repente. Yo no lo miro, pero pego un bote en el sitio cuando veo que pone su cara frente a la mía.

—¿Hay alguien ahí? —dice.

—Sí, perdón…

—Estás asustado, ¿verdad? Bueno, entonces es que no eres tan tonto. Puedes leer la situación, y eso está bien. Otra cosa, Izan Robles… Sospechamos que conoces a las personas que secuestraron a Flora. Tenemos muy buenos investigadores, ¿sabes? Podremos encontrar a esas personas. Pero no avises a Flora, porque es capaz de querer escapar de casa otra vez, y nadie quiere eso. Tú solo espera y reza para que nadie muy querido para ti se muera. Aunque, si algún amigo tuyo ha secuestrado a Flora, y nosotros nos enteramos, te puedo asegurar que esa persona no estará viva mucho más tiempo.

De repente, empieza a acariciarme la cabeza.

—No me cae mal la gente que sabe tenerme miedo… Me dan un poco de lástima, nada más —se calla y me sigue acariciando. Yo no muevo ni un dedo—. Bueno, pues… —se levanta del banco con dificultades—. Gracias por lo de las naranjas. Espero que te guste, y espero que no nos tengamos que ver más, porque no me gusta perder mi tiempo, ¿vale? Yo ya he cumplido. Estás avisado.

Me quedo paralizado mirando al suelo. Me aferro a la naranja como si eso fuese algún tipo de ayuda, pero lo hago con poca fuerza, porque sé que, si me ve aplastarla, me matará ahí mismo.

Cuando levanto un poco la vista, veo que ya se ha ido.

Me quedo sentado en el banco.

Me pongo a llorar. Lloro de miedo y de pura frustración.

—No puedo más…

Si siguen viniendo cosas así… Si me siguen amenazando de esa forma… No podré soportarlo ni un segundo más. Quiero irme. Quiero desaparecer.

Frank… Me pediste que no dejase de levantarme. Que te prometiera que no me rendiría. Ojalá pudiera hacerlo, pero noto que las cosas me están superando, esta vez de verdad.

Lo siento, Frank… No creo que pueda hacerlo.








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