Capítulo 68
¡ME QUIERO DECLARAR!
“Es triste que la primera predicción en mayúscula
sea yo estando desesperado por declararme.”
He dormido poquísimo. Son las siete de la mañana y estoy bastante despejado. Ya me pasará factura esto, lo más seguro es que mañana en la oficina.
Aprovechando la disposición táctica de la situación, con Abril todavía durmiendo, y calculando a qué hora se durmió para despertarla siete horas y cuarenta y cinco minutos después, que es lo que dijo que solía dormir, media hora arriba, media hora abajo… Le he preparado el desayuno para despertarla a la hora más adecuada y de la mejor manera. Sé qué tipo de cosas desayuna los sábados en la cafetería del mercado, así que no creo equivocarme con la elección de alimentos.
—Hola, anfitrión… —dice con la voz ronca pero adorable—. ¿Qué hora es?
—Las ocho de la mañana. He intentado calcular que hayas dormido entre siete horas y media, y ocho horas.
—Qué atento… —entonces es cuando Abril se da cuenta del desayuno—. ¡Pero bueno! ¡Izan, qué es todo esto por favor!
—He preparado cosas que creo que te gustan. Me he pasado y he hecho de más, pero porque yo no he desayunado todavía. Lo que no quieras, me lo quedo yo.
—¡Me muero! —con una mezcla entre energía y falta de energía, Abril me hace una señal con los brazos para que nos abracemos.
Me quiero declarar.
Abril y yo desayunamos juntos. Parecemos una pareja. Es una mañana bonita.
El olor aparece para intentar torturarme un poquito, pero no le hago ni caso.
Yo me quiero declarar.
Mientras se ducha, enciendo mi ordenador por inercia, y veo que los VDLS me han invitado a uno de sus chats domingueros. Al igual que con el olor, también lo ignoro. Solo leo por encima, y ellos saben que lo estoy leyendo. Pero no contesto.
Lila: Es importante que contestes, Invitado. Necesitamos tu ayuda.
Negro: Y necesitamos respuestas.
Rojo: Invitado, si nos estás leyendo, por favor…
Paso de ellos. No quiero saber nada de VDLS, ni de olores, ni de nada. No quiero nada de eso.
Cuando Abril sale de la ducha, me recuerda uno de nuestros temas pendientes de hoy.
—Tenemos que llamar a nuestras madres, ¿verdad?
—Qué remedio… Aunque no creo que la mía se acuerde de que hoy es el día de la madre.
—La mía seguro que sí —dice Abril, preparando el contacto con el móvil—. No quiero llamarla… Pero tengo que hacerlo.
Suelta el móvil, me sujeta las manos y me mira a los ojos.
—Nos damos energía mutuamente, ¿vale?
Me quiero declarar.
Yo soy el primero en llamar a mi madre. La conversación con ella ha sido casi un calco que la que tuve con mi padre en su día. Nada destacable, solo un trámite.
Le toca a Abril.
No escucho bien toda la conversación, pero ella contesta entre monótona, cansada y algo irritada. Casi todo el tiempo, lo único que dice es que sí, con hastío.
—Ya lo sé. Mañana la llamo. Sí, no te preocupes. Sí, me han dado las dos semanas. El jueves. Mamá, no es cuando yo quiera. Ya. Vale. Sí. Sí… Mamá, vale, lo he entendido. Que no. Sí. Sí. No. Vale… Adiós. Nos vemos la semana que viene. ¡Que sí! Adiós. A… —intenta hablar, pero no puede—. ¡Adiós!
Abril cuelga, me mira y me abraza para hacer ver que llora dramáticamente.
—Ahora parezco un pringado al quejarme de hablar con mi madre —digo—. Tu conversación me gana.
—Y mañana tengo que llamar a mi hermana…
—¿Y eso?
—Es su cumpleaños. Como el ocho de mayo es el cumpleaños de mi hermana, y el día de la madre siempre es un poco antes, pasa lo mismo cada año. Llamo a mi madre, le recuerdo que existo, luego llamo a mi hermana, considera que tenemos que pasar más tiempo juntas, quedamos todas… Y a pasarlo mal todo el mes de mayo. Y puede que junio. Estarán muy intensas al principio… Luego se irán olvidando de que existo hasta el mayo que viene.
—¿No se acuerdan de que existes en abril? ¿En tu cumpleaños? ¿En el mes que literalmente tiene tu nombre?
—Son un poco especiales las dos… Ellas pueden olvidarse de un cumpleaños, o felicitar por texto de la manera más sosa. Pero si te olvidas del suyo… Entonces eres una persona horrible. ¿Qué lógica tiene eso?
—Ninguna.
—Pues son así.
—¿Y por qué lo aguantas?
—Es por mi hermana. Ella está enferma desde que era pequeña. Cuando se acuerdan de que existo, me exigen que pase mucho más tiempo con ellas, que cuide de mi hermana… Luego, cuando vuelven a olvidarse, les dan igual esas cosas. Es el ciclo vicioso de mi familia.
—No sé qué decir. Cada familia es un mundo…
—No te preocupes, paso por esto cada vez. Me recompondré. Abril es el mes de la suerte, mayo y junio… Lo contrario.
Tengo un mal presentimiento. Noto que, si no me declaro ahora, se alejará de mí.
Me quiero declarar.
Tengo la intuición de que estoy delante de una oportunidad única. Que a partir de la próxima vez que nos veamos, estaremos lejos, incluso aunque siga viéndola. Que algo cambiará.
Pero el calendario es muy claro. Hoy solo me quiero declarar, pero es el jueves que viene cuando me declaro. Si lo hago ahora, la predicción del jueves ya no tendrá ningún sentido. La de hoy tampoco. ¡Pero es que quiero hacerlo ahora! Lo noto.
Me da igual el olor que se vuelve cada vez más intenso. Me da igual el calendario.
Me quiero declarar…
—Abril…
¡Me quiero declarar!
Pero algo falla en mi cabeza. Algo no está bien. No es solo lo del olor. Acabo de visualizar de forma nítida una declaración. Me acabo de declarar a Abril y, acto seguido, todo se estaba desmoronando. Físicamente, todo desaparecía. Abril, mi casa, Espino, yo mismo… Todo se desintegraba. Lo he visto. Juro que lo he visto como si me hubiera pasado. Me he declarado y todo ha desaparecido. ¿Tan mal estoy de la cabeza? ¿Es mi propia forma de representar el miedo a llevarle la contraria al calendario?
—Izan, ¿estás bien? Estás pálido…
—¿Qué? No. No sé. Me he mareado un poco… —empiezo a tambalearme, y Abril me sujeta.
Estoy muy mareado.
Abril me ha tumbado en el sofá, sobre sus piernas. Me está acariciando la cabeza. Me cuida.
Me quiero declarar…
Pasa un rato. Es dulce y paciente conmigo. Me siento mucho mejor gracias a ella.
Intento procesar mis pensamientos, pero solo puedo pensar que estoy tumbado en sus piernas mientras me acaricia. No puedo pensar en nada más.
—¿Se te ha quitado un poco el mareo?
—Sí… Creo que sí… —“gracias a ti”, quiero añadir, pero me bloqueo.
—Vale. Ahora me tengo que ir. ¿Seguro que no quieres que avise a tu vecino el médico o a alguien? ¿Le pido a Lydia que se pase por aquí para ver cómo estás?
—No, no te preocupes… Estoy bien.
—Vale. Bueno, Izan, me marcho entonces. Muchas gracias por todo.
Me quiero declarar…
Dos minutos de charla trivial en la puerta, un abrazo muy largo, un beso en la mejilla… Y se va.
Apoyo la cabeza contra la puerta cerrada, y me empiezo a dar pequeños golpes.
Vuelve el mareo.
No sé si los vecinos me escucharán, o si gritaré tan fuerte que incluso Abril me escuchará desde el portal o desde la calle, pero me da igual.
—¡Me quiero declarar!
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