Capítulo 240
Me quiero esconder
“¿De qué? ¿Por qué siento que me pasa esto como una vez al mes?
¿Y por qué ahora es tan fuerte como para ocupar toda una predicción?”
Desde primera hora de la mañana, tanto Anna como yo vamos al hospital para ver qué tal está Oliver. Hugo sigue con él, y dice que ya habla, pero que no quiere contar nada. Entramos en la habitación los dos a la vez y Hugo sale para pedirse un café en la máquina de la planta baja. No ha dormido en toda la noche.
—¡Oliver! —dice Anna—. ¿Cómo estás? ¿Nos hablarás ya? ¿Te estás recuperando?
—Calma, Anna… Por favor. Calma —dice él—. Gracias por venir. A los dos.
—Dime qué te ha pasado —dice ella, hablando muy rápido. Lleva el pañuelo verde de hace poco.
—Ya lo sabes… Me dolió tanto la cabeza que no lo podía soportar.
—¡Oliver! —grita ella, y él se asusta.
—No volverá a pasar, Anna.
—Dime qué te pasaba, por favor… Necesito saber qué te han hecho para que estés así.
—No es nada.
—Sí, claro, nada —dice ella, acelerándose cada vez más—. ¡Venga ya! ¿Tú te estás viendo hasta dónde has llegado?
—Ya lo sé, pero también sé que ya está. Ya no hay peligro.
—Suena fatal eso, Oliver —digo.
—¿El qué? ¿Decir que estoy fuera de peligro suena mal? —lo ha dicho con un tono irritado al que no me tiene acostumbrado. Justo al acabar la frase, él mismo se da cuenta—. Perdón… Siento que me estáis atosigando un poco. Necesito tiempo y… Calma.
—¿No me lo contarás? —dice Anna.
—Os lo contaré, ¿vale? Pero hoy no. Primero tengo que… Bueno, no sé, poner en orden cosas, ¿vale? Por favor, un poco de paciencia. Solo quiero que entendáis que ya estoy bien.
—Dices las mismas cosas que dijo Nora —digo.
—¿Nora ha estado aquí? —pregunta él—. ¿Qué os dijo?
—¡Pues lo mismo que tú! —dice Anna—. Pero burlándose de nosotros y haciéndose mucho más la misteriosa. Pero vaya dos, eh… ¡Vaya dos!
—Lo siento…
De repente, Hugo entra corriendo en la habitación.
—Izan, sal de aquí ahora mismo —dice.
—¿Qué…? —digo. Se acaba de sobresaltar mi corazón a lo bestia con esa forma de entrar y lo que me ha dicho, pero me he bloqueado. No proceso.
—Izan. Ya.
Hugo me agarra de la mano y los dos salimos corriendo por el pasillo.
Vamos hacia las escaleras, pero Hugo frena en seco al ver que el ascensor, que está justo al lado, abre sus puertas.
—Mierda —dice, y me agarra de la mano para que entremos en una habitación cualquiera a escondernos.
—¿Qué haces? —digo—. No te estoy parando porque imagino que tendrás un motivo, pero…
Hugo me tapa la boca.
Escondidos detrás de la puerta de la habitación, nos asomamos por el fino hueco que hemos dejado para poder ver el pasillo. Lo que veo al otro lado es… La peor de las visiones.
La madre de Nora… Junto con Salvador Santalla y Olivia Sallares. Los tres caminan hacia la habitación de Oliver.
La madre de Nora está temblando, con los ojos muy abiertos, asustada. Salvador Santalla está comiendo una naranja, despreocupado. Olivia… Está sonriendo. Una sonrisa que muestra a la perfección toda su dentadura.
Me asomo un poco y, casi como si me hubiese olido, Olivia se detiene en seco.
—No… —digo, escondiéndome al instante. Si sabe que estoy en esta habitación, no tengo escapatoria. Me quiero esconder y no sé dónde…
Escucho la voz de Salvador.
—¿Qué te pasa?
—Tirad para la habitación a ver al niño. Yo voy a mirar una cosita… Ji, ji, ji…
Hugo me hace señales para que nos escondamos debajo de la cama. Claro, no sería la peor de las ideas, pero acabo de darme cuenta de que en esta habitación ya había una persona. Un adolescente que me está mirando con muchísimo miedo. Sin embargo, no nos queda otra…
—Escucha —le digo, agobiado, con la respiración entrecortada, al chico de la cama—. Pase lo que pase, pregunten lo que te pregunten… Tú no digas nada. ¿Lo has entendido? No digas nada de nada.
Al decir eso, corro a esconderme debajo de la cama con Hugo. Conforme pasan los segundos, más me doy cuenta de que esto ha podido ser, en realidad, una de las peores ideas. Pero es que no nos quedaba otra…
Mis peores temores se confirman cuando veo unos pies entrar en la habitación. No reconozco a quién pertenecen, pero lo averiguo enseguida en cuanto escucho esa horrible risa…
—Ji, ji, ji… Hola, chiquitín… ¿Cómo te llamas?
Olivia ha entrado en la habitación y está hablando con el chico que está en la cama. No escucho ninguna respuesta.
—¿No me dices nada? Ji, ji… Oye, tú no me estarías espiando, ¿no? He visto de reojo como alguien me espiaba desde esta puerta… ¿Has sido tú?
No hay respuesta. Olivia está callada. No sé si está haciendo algo o solo espera la respuesta.
Pasados unos segundos, sale de la habitación, y escuchamos sus pasos perderse en el pasillo.
—¿Nos hemos salvado…? —le pregunto a Hugo, susurrando.
—Más nos vale.
Salimos de debajo de la cama con mucho cuidado. Yo el primero para asegurarme de que todo está bien. Es mucho peor que vea a Hugo, aunque supongo que hace tiempo que sabe que él y Oliver se hablan, porque lo pone en el calendario…
Antes de salir, veo que el chico de la cama me mira muy asustado.
—Perdón… Olvida lo que ha pasado, por favor.
Salgo poco a poco al pasillo. No escucho ningún movimiento. Si agudizo el oído, puedo escuchar voces en la habitación de Oliver. Imagino que ya están todos ahí.
Me asomo un poco más y confirmo que el pasillo está vacío. Le hago una señal a Hugo para indicarle que podemos irnos.
Nuestra intención es correr hacia las escaleras, pero, justo antes de salir, aparece una mujer de unos cuarenta y pocos, con los ojos muy abiertos, mirándonos.
—¿Qué pasa aquí?
—Perdón… Nos hemos equivocado de habitación —digo.
La mujer nos aparta de un manotazo y va a ver qué tal está el chico de la cama, que asumo que es su hijo.
—¡Julio! ¿Qué ha pasado?
El chico sigue asustado. Nos señala y lo único que hace es temblar.
—¡¿Qué le habéis hecho?! —grita la mujer.
—Oiga… No hemos hecho nada —dice Hugo—. Es un malentendido.
—Tenemos prisa —digo, y agarro a Hugo de la muñeca para salir corriendo.
—¡Eh! ¡Ayuda! ¡Han entrado en la habitación de mi hijo! —grita la mujer por todo el pasillo.
Hugo y yo corremos escaleras abajo. No me puedo creer que nos esté pasando esto.
Salimos del hospital lo más rápido que podemos.
—Vamos a mi coche —dice Hugo—. Lo primero es salir cagando leches del hospital.
—Espera… ¿Y Anna?
—No creo que los S le hagan nada a Anna. No es como en nuestro caso, que sí tenemos cosas personales con ellos.
—Pero… ¿Y tú qué sabes?
—¡Joder! ¡Manda un mensaje a Anna para que te confirme si ha podido salir bien! Si no responde, volvemos a por ella. ¿Te parece bien así?
—Vale…
—Pues venga, al coche.
Hugo y yo entramos en el coche. Por suerte, Anna me ha contestado muy rápido el mensaje. Me ha dicho que en cuanto ha visto a la madre de Oliver ha sabido que se tenía que despedir, y que se ha ido sin problemas. También dice que entiende que Hugo y yo hayamos tenido que salir corriendo y que todo bien.
Se lo leo a Hugo y los dos suspiramos de alivio.
—Menos mal… —dice Hugo.
—Joder, qué mal todo… —digo—. Encima con el niño asustado y la madre cabreada en el mismo pasillo que Oliver, estará complicado que volvamos de visita.
—Tienes razón…
—Ji, ji, ji… Sí, muy mal. Sois unos chicos malos.
Mi corazón se detiene al escuchar esa voz. Viene de detrás. Está pegada a mi oreja.
Hugo pega un frenazo y se detiene en un paso de peatones.
Tenemos a Olivia Sallares sentada en el asiento de detrás. Nos está acariciando el pelo.
Ninguno de los dos nos atrevemos a decir nada. Estoy conteniendo la respiración. Quiero esconderme. Quiero salir del coche.
—Con las prisas no habéis visto que estaba tumbada tan ricamente ahí detrás… Ji, ji, ji… ¿Sabíais que puedo forzar cerraduras de coche? Me enseñó mi marido. De joven era más macarrilla él…
—Izan, baja del coche —dice Hugo.
—No. No sé si vuelves a salir en el calendario. No te dejo solo con esta asesina ni de broma.
—¡Oye! Que estoy aquí delante. Bueno, ¡detrás! —se ríe a carcajadas.
—A ti ya te ha hecho bastante daño… —dice Hugo—. Vete. Yo me encargo.
—¡Que no! Lo que quiera hacer, que lo haga conmigo delante.
—¡Hala! Vaya dos hombretones malos. No paran de hablar de mí como si yo no escuchara. Eso también lo sé hacer yo, ¿eh?
—¡¿Qué quieres?! —grito, y he conseguido que incluso ella tenga un pequeño sobresalto.
—¡Qué susto! —dice, fingiendo enfado—. No me asustes así, que soy una señora mayor…
—Di qué quieres o baja del coche —dice Hugo.
—¿Sabes una cosa, Izan? Me ha parecido muy mono que quieras proteger la vida de mi exyerno. Te voy a decir una cosa como premio, ¿vale? Mira, te cuento: la última predicción que nombrará a Hugo en todos los calendarios tiene fecha del diez de diciembre. Después de eso, Hugo no es mencionado nunca más en el calendario. ¿Qué significará eso?
Miro a Hugo, horrorizado. Él está nervioso, pero intenta mantenerse estoico, con la vista al frente.
—¿Y qué hacemos con esa información? —dice Hugo.
—No sé, yo más regalos no os puedo dar… ¡Ji, ji, ji!
—¿Nos dirás ya qué quieres? —dice Hugo.
—¿No está claro? He visto la predicción de hoy y he pensado… ¡Vamos a hacer un día de Halloween!
Los dos nos quedamos callados. Yo, por lo menos, siento una impotencia enorme. Quiero pegar a esta persona en la cara hasta que deje de respirar. No sé qué me lo impide. Puede que lo haga.
De repente noto la mano arrugada de Olivia en mi cara.
—Pobrecito Izan… Te conozco tan bien… Estás deseando pegarme hasta matarme, ¿verdad?
—Hija de puta… Ahora eres más Nora que Olivia, ¿verdad?
—Siempre soy las dos… No te montes películas… Ji, ji, ji…
—Sal del coche —insiste Hugo.
—Papá… ¿Me llevas de vuelta al hospital? —dice Olivia, imitando el tono de Nora, fingiendo una inocencia rota y horripilante.
Hugo aprieta los dientes y el volante con mucha fuerza. Está igual o más frustrado que yo en estos momentos.
Sin decir nada, vuelve a poner en marcha el coche y da la vuelta hacia el hospital.
Está a solo dos minutos. Nadie dice nada en ese rato. Se me hace interminable. Pensaba que Olivia seguiría torturándonos todo ese rato, pero se ha quedado callada hasta el final del trayecto.
—Muchas gracias, hombretones —dice, y nos da palmaditas en la mejilla.
—Vete de una vez —dice Hugo.
—Oh, Hugo… —dice Olivia—. Aléjate de Oliver, ¿vale?
—¿O qué?
—Bueno, hasta el diez de diciembre, nada. Luego… Ya veremos.
No contestamos. Olivia se baja del coche y se acerca a la ventanilla del conductor para decirnos adiós con la mano. Luego se va, riéndose a carcajadas.
Hugo y yo nos quedamos callados por lo menos un minuto entero.
—Oye, Hugo… —digo—. Si la última predicción contigo es el diez de diciembre, y luego de eso ha amenazado con matarte…
—Que se atreva…
—No, escucha. Puede hacerlo. Tiene a gente. Tiene a Salvador, ya lo sabes.
Hugo se tapa la cara con las manos. Está hiperventilando. Ha aguantado demasiado rato fingiendo que podía soportar esto con entereza.
—Escucha… —digo, retomando la frase de antes—. Si el diez de diciembre es la fecha límite en la que estás seguro… Creo que tendríamos que hacer algo antes de eso.
—¿Algo como qué?
—Se me ocurren algunos hilos de los que tirar para saber de antemano algunas cosas del calendario… Y, si no hay ningún problema con eso… Si está permitido… Creo que tendríamos que… Bueno, suena fuerte, pero…
—¿Matarla? —dice Hugo.
—Joder, sí. No me salían las palabras. No podía.
—¿Crees que seremos capaces?
—No lo sé… Pero tiene que hacerse. No es una persona que pueda ir a la justicia tradicional. Tiene poderes, pero nadie nos creerá. No podemos dejar que siga matando de esa manera… Hugo, solo quiero saber si, en caso de que esto pueda hacerse, tú estarías de mi parte. Si estarías dispuesto a… Bueno, joder, eso.
—Izan. No tengas ni la menor duda. Si tú crees que puedes matar a esa bruja, o que puedo hacerlo yo, dímelo y te ayudaré en lo que sea. Si tienes miedo de acabar en la cárcel por eso, pídemelo a mí y yo lo haré por ti. Iré a la cárcel en tu lugar si hace falta. Pero, por favor, cualquier posibilidad que veas para matar a Olivia Sallares… Te lo digo con la mano en el corazón: cuenta conmigo.
Suspiro de alivio. Tener a alguien tan convencido de algo tan fuerte a mi lado es un consuelo. No sé si podré hacerlo, pero ahora tengo esperanzas.
Lo malo es que ahora tengo fecha límite… El diez de diciembre. Y lo peor es que no sé si Olivia tendrá más apariciones después de esa fecha o no.
Pero es posible que existan algunos hilos de los que tirar… Puedo seguir investigando con Estrella, tal vez para anticiparnos a cómo funciona el calendario; puedo intentar resolver lo de Saúl, en cuanto recupere la memoria o deje de fingir; puedo sacarle información a Salamander, que parece que tiene acceso al calendario; y, por supuesto… Puedo intentar sacarle esa información a Nora. Es, por desgracia, mi camino más seguro…
Sé que la predicción de pasado mañana es para ella. Sé que no hay nadie más que me haga escribir que es la peor, para luego ponerme en duda a mí mismo con un interrogante.
Sé que pasado mañana te veré, Nora… Y me vas a decir si tu abuela sale después del diez de diciembre en el calendario o no. Y, si no lo hace… Estoy seguro de que nadie querrá que pase lo que tiene que pasar con más fuerza que tú.
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