top of page

Jueves 27 de julio de 2023

Joel Soler

Actualizado: 3 ago 2023


Capítulo 149 Hacemos la jugada

“Me estoy poniendo nervioso. Será un gran día o un día terrible.”



La jornada laboral empieza con cierta normalidad, hasta que Hugo y Alberto empiezan a pelearse a gritos. Ignacio no tarda en salir del despacho, pero, lejos de intentar detener la pelea, se acomoda contra la pared y se queda mirando. Le faltan solo las palomitas al hijo de puta.

Ya contábamos con eso, así que vamos a lanzarle un anzuelo para que se quiera involucrar.

Hugo hace como que se va, pegando golpes.

Alberto lo persigue.

—¡Espera, Hugo! ¡No me dejes con la palabra en la boca!

Ignacio solo niega con la cabeza y arquea las cejas. No da crédito viendo cómo los demás son tan inferiores a él.

Victoria se levanta para ir a por ellos, y algunos compañeros de trabajo le dicen frases como “¡Vamos, jefa!” o cosas así. El clima general es que Victoria es la única jefa que puede solucionar las peleas entre empleados. Por supuesto, sabemos cómo reaccionará Ignacio ante ese clima.

No lo hace de forma inmediata, pero, como el que no quiere la cosa, casi disimulando, va detrás de Hugo, Alberto y Victoria. Camina lento para que todos le veamos, imagino que con la esperanza de que alguno le diga también “¡Vamos, jefe!”. Por supuesto, nadie le dice nada.

Ignacio ya está fuera de la zona principal, lejos de su despacho. Si Hugo, Alberto y Victoria hacen su parte, generando una pelea complicada de detener y que requiera que hablen mucho tiempo lejos del despacho, habrán cumplido su parte. Nos toca a Eric y a mí. Otros de nuestros compañeros están vigilando por si Ignacio aparece. Tenemos a uno en el pasillo para que avise al de la puerta de la oficina, el cual avisaría desde lejos al de la puerta del despacho, y ese nos avisaría a nosotros.

Eric se sienta frente al ordenador de Ignacio. La contraseña que nos entregó Alberto funciona.

—Vale, recemos para que no sea bueno ocultando las cosas, pero sí sea bueno organizándolas —dice Eric mientras hace como que se remanga y empieza a buscar archivos y carpetas específicas.

Mientras tanto, yo preparo mi móvil en posición, escondido y con la cámara lista.

—Izan, esto es oro —dice Eric—. Tiene bastante mierda.

—¿Qué tipo de mierda? ¿Y cómo lo has encontrado tan rápido?

—Algunas cosas que le podrían poner en aprietos legales. Por ejemplo, no está cumpliendo ciertas normas de la empresa a la hora de declarar ingresos. Está desviando dinero que tendría que ir para la central hacia su propia cuenta. Lo hace de una forma difícil de detectar, muy sutil y moviendo pocas cantidades, pero claro, mes a mes… —Eric revisa otro documento antes de seguir con las explicaciones—. Vaya, veo que también trampea resultados de campañas, y, además, está haciendo una suerte de ingeniería fiscal con las cuentas de la empresa que como se entere hacienda… Increíble.

—Pero… ¿Y tiene todo eso ahí a la vista?

—Qué va. El idiota se pensaba que lo tenía escondido, pero yo tengo mis trucos para buscar cierto tipo de archivos. En cuanto he encontrado uno, he encontrado la carpeta oculta donde lo tiene todo controlado. Claro, no lo puede borrar ni tenerlo lejos de su ordenador de empresa, porque necesita mover muchos números cada mes para ganar todo el dinero ilegal que gana. Tenemos un jefe muy malo, Izan.

—Perfecto, ponlo todo ahí pero ya —le digo, señalando la memoria USB que hemos traído para la ocasión.

Mientras los archivos se copian, Eric investiga un poco más.

—Mira lo que he encontrado. No sé si nos servirá de algo legalmente, pero estará mal visto por los jefes de la central.

Me muestra la pantalla y veo un documento donde Ignacio tiene un texto que va actualizando sobre cada uno de los empleados de esta oficina. En dicho texto pone todo lo que odia de nosotros, qué cosas nos sacan más de quicio, qué hacemos mal y cómo se tiene que ir vengando poco a poco sin que se note. Algunos son alucinantes. De Hugo dice que tiene que intentar que rompa algo más o que no soporte más lo del nuevo programa, y que no contratará a alguien nuevo porque Eric puede de sobras con la faena de los dos. También dice cosas bastante fuertes de Alberto y Victoria. Bastante racistas para Alberto, bastante machistas para Victoria.

Al mirar mi ficha, veo algo que me inquieta y que no entiendo muy bien. Pone que tiene que hacer caso a las notas y que no se tiene que fiar de mí. Que ya mismo se revelará el pastel. No lo entiendo muy bien. ¿Qué notas?

—Bueno, en tres minutos estarán copiados los documentos. Ahí habré terminado lo mío —dice Eric.

—Sí. Y luego me tocará a mí.

—Mira, Izan. En alguna de estas confiesa que a veces revisa el correo particular de los empleados utilizando la red de la empresa. Pero, vaya, con quien la tiene más tomada es contigo. ¿Qué le has hecho?

—No tengo ni idea…

Justo después de decir esa frase, los vigilantes nos dan la señal de que Ignacio está de vuelta y viene ya.

—No puede ser, ¿ya? —dice Eric—. ¿Qué hago? ¿Quito el USB?

—Ni de coña. Voy a variar un poco mi jugada —le digo—. Tú vete a tu mesa. Tu parte ya ha terminado. Ya solo falto yo.

—¿Seguro?

—¡Corre!

Eric sale corriendo del despacho. Consigue sentarse en su mesa sin que Ignacio llegue a notar nada. Pero será a mí al que encuentre ahí dentro. El plan original implicaba que yo revisaba la memoria USB con calma en mi ordenador y me preparaba bien el ataque, pero he tenido que improvisar. Lo que hago es poner a grabar el móvil, sentarme en su silla y esperar a que entre por la puerta que tengo frente a mí.

Como voy sobrado, me permito pasar a la memoria USB también lo de la lista de cosas que dice sobre nosotros. Mientras termino de darle al botón “pegar”, entra en su despacho.

Yo quería esperarle de una forma más teatral, con la silla giratoria de espaldas a él para luego girarme poco a poco y decir una frase de villano de película o algo así. Pero no se me ha ocurrido la frase, y he perdido el tiempo pasando ese último documento a la memoria USB, así que no ha podido ser. Pero su cara, de todos modos, es un poema.

—¿Se puede saber qué te crees que haces?

—Oye, es cómoda la silla —le digo.

—Sal de esa silla, Izan, y siéntate aquí delante, que vamos a hablar.

—Sí… Dame un momento —veo que faltan treinta segundos para que se copie todo el contenido—. Quiero disfrutar un poco más del trono de oro.

—¿Estás drogado? ¿Qué te pasa?

—Lo malo del despacho es que huele un poco a rancio, pero por lo demás, comodidad, aclimatación… Le doy un notable alto. Me gusta, pero ventila un poco, anda. ¿Te tocas aquí mismo pensando en cómo jodernos la vida?

—Estás dando mucha pena y te va a caer una que no te imaginas por esto…

Ya casi está. Quedan diez segundos.

—Oye, ¿qué es eso? El pendrive, ¿qué estás haciendo?

Cinco segundos. Ignacio viene a quitarlo. Si lo quita, no se habrán copiado bien los documentos. Lo primero que hace es intentar quitarlo sin confirmar primero qué es, así que no me queda otra que pegarle un manotazo. Lo hago, aunque, al hacerlo, pierdo bastante confianza por el camino.

—Eh… Perdón —le digo.

—¿Pero qué…? ¿Se puede saber qué acabas de hacer…?

Saco la memoria USB. Ya está lista.

—Vale, ya puedes sentarte en tu silla. Me siento aquí delante, ¿no? —le digo.

—¿Qué acabas de sacar de mi ordenador? ¿Me acabas de robar datos?

—Vale, hablemos. Acabo de sacar mucha mierda de ahí dentro. Bueno, de hecho, mira la carpeta que tienes abierta. Y también el documento ese donde nos pones a parir a todos.

Ignacio mira todo lo que hay abierto. Tarda un rato en contestarme.

—¿Has copiado todo esto…?

—Sí, eso he hecho.

—Vale… Sí, ya veo. Muy bien, déjame ver una cosa —dice Ignacio.

Abre un cajón que tiene donde tenía guardada una tablet. La enciende, toca algunos archivos y me enseña lo que sale.

—Ahí está… —dice.

Miro y lo que veo no me gusta nada. Somos Eric y yo hace un momento robando los documentos.

—Oh… ¿Eric también? Espera, ¿tú eres el que se sacrificará para caer conmigo y Eric el que se quedará limpio? Qué feo eso, Izan… Hacen contigo lo que quieren, ¿verdad?

—¿Por qué tienes eso…? ¿Tienes cámaras siempre en tu despacho…?

—¿Siempre? Oh, no, no. Siempre no. Hoy sí. ¿Piensas que es mala suerte?

Yo no digo nada. Como mucho asiento, pero de forma muy sutil.

—Pues no es mala suerte, Izan —continúa—. Resulta que ya sabía que hoy intentarías joderme. Lo de Eric me ha sorprendido. Bueno, y ahora que lo pienso, imagino que Hugo, Alberto y Victoria están en el ajo… Qué mal, qué mal. Mal de fatal, Izan.

—¿Qué has dicho? ¿Sabías que hoy te intentaría joder?

—Sí. Eso me dijeron.

—Eso te…

Mierda. ¿Es por la predicción de hoy? ¿Qué sabe Ignacio? ¿Lo sabe todo el mundo ya?

—No sé qué enemigos tienes, Izan. No me importa demasiado, tampoco. Pero me han dado munición para defenderme contra ti. ¿Quieres que te lo enseñe?

Estoy paralizado. No me esperaba nada de esto.

—Bueno, veo que te has quedado sin habla. Normal, normal. Mira, te lo enseño, ¿vale?

Ignacio saca unas notas. Trozos de papel no muy grandes escritos con bolígrafo.

Hay un total de cinco. Los despliega delante de mí.

—Mira, a ver… —dice—. El primero me llegó a principios de marzo. “No te fíes de Izan. Revisa lo que hace.” ¿Cómo lo ves?

Que no se fíe de mí… Eso explica por qué empezó a revisar mi correo privado de la nada. La vez aquella que me quedé después del trabajo porque hice aquella apuesta con Elías… ¿Era por esto?

—La segunda nota. A esta no le hice mucho caso, pero vaya, vaya…

“Izan finge ser buena persona. No te dejes engañar.”

Me señala con el dedo la tercera.

“Te voy a demostrar que sé el tipo de persona que es Izan… Hoy, se peleará a golpes con Hugo.”

—¿Sabes por qué no dije nada después de veros llenos de heridas? —porque eres un jefe de mierda, me gustaría decirle—. Porque ya sabía que lo harías. Me quise fiar de las notas, y acertaron. ¿Cómo lo ves? Parece que la persona que las escribe, o te conoce muy bien, o puede ver el futuro. Yo aluciné.

Sigo callado. Espero a las dos siguientes notas.

—La cuarta nota me sugirió que te dejase salir de vacaciones un poco antes. Qué curioso, ¿verdad?

La persona que manda las notas tiene el calendario… Y quiso ponerme de vacaciones antes de tiempo para tenerme disponible los últimos días de Nora en mi edificio. Está claro, el que manda esas notas es el ex de Nora, o alguien de ese grupo.

—Y la última, bueno… Aquí la tienes. Lee tú mismo.

“Izan intentará joderte el 27 de julio en la oficina. Ve preparándote.”

—Oye, me tiene intrigado esto… ¿Cómo sabe esta persona todo lo que vas a hacer? Es que me intriga más saber eso que saber por qué me quieres joder.

—Claro, porque eso ya lo sabes —contesto por fin.

—¿Cómo dices?

—Que te intento joder porque eres un capullo, y porque te lo mereces. Porque, por más que me lo intente imaginar, no se me podría ocurrir como un jefe podría ser peor que tú… —y para rematar, voy a decir el nombre que llevo tiempo queriendo decirle a la cara. Lo voy a saborear—. Ignazi.

—Ignazi… Qué original… Claro, qué original… Ignazi. A nadie se le había ocurrido… ¡Claro! ¡Ignazi! Toda la vida Ignazi. Siempre ese puto nombre. Ahora sí que te voy a crujir, Izan. No sabes cuánto lo voy a disfrutar.

—¿Por qué?

—Porque sé que no quieres que Eric y los otros caigan contigo. No soy tan malo como te piensas, porque te voy a ofrecer dos opciones, ¿vale? —levanta el dedo para marcar la primera—. Yo caigo, tú caes, Eric cae, y todos los demás caen —levanta un segundo dedo—. O solo caes tú. Es fácil, ¿no? Tú caes en los dos casos, pero en uno te llevas a todo el mundo por delante, y en el otro no.

—¿Es por la grabación de tu tablet? Siempre podemos decir que obligué a Eric —le digo—. Además, no tienes una mierda contra el resto.

—Ah… Pero sí que tengo. Mira —me enseña una foto. En ella estamos todos los que nos reunimos ayer con Dana en el bar.

Yo agacho la cabeza contra la mesa.

—Qué desesperación… ¿Por qué tienes eso?

Ignacio se empieza a reír como un desquiciado.

—¡Me encanta que admitas que estás desesperado! Qué lástima que te vas pero ya a la calle, porque empiezo a verte la mar de divertido. Anda que… ¿Cómo se os ocurre conspirar en el bar de mi amigo Joan? Vaya pandilla de novatos. Oye, con la abogada esa y todo. La abogada empoderada, ¿no? Menuda es esa. Hasta que no le pise la cabeza no parará. Pues que venga, que venga.

—Pero, Ignazi…

—No me llames así otra vez.

—Pero, Ignazi… —me mira fatal, pero me deja continuar—. ¿Por qué tendría que ceder? Lo que tienes en contra de ellos es poca cosa. Una reunión en un bar, una pelea fingida… No podrás hacerle nada a nadie. Tal vez a Eric, pero ni la mitad de todo lo que te podemos hacer a ti. Ya no solo con la empresa… También a nivel legal. No estás en las mismas condiciones que nosotros. Tu amenaza no tiene mucho sentido.

—¿Quieres jugártela con Eric? ¿Quieres jugártela también con Hugo, que ya lleva en la cuerda floja un tiempo? A Hugo le hemos pasado muchas en el pasado. No está en la calle porque la abogaducha supo protegerlo, pero ahora le podrían estallar todas esas cosas en la cara. Por otro lado, Eric no solo tiene el vídeo que te he enseñado… Alguna vez me ha ayudado con las cuentas fraudulentas, y lo peor es que ni lo había notado. Claro, el pobre no contrastó los números, porque no sospechó de mí. Y qué más… Ah, sí, con Alberto también tengo mierda de sus tiempos mozos en la central. Mierda que le ayudé a encubrir en su día. No es gran cosa, pero seguro que Alberto no quiere perder este trabajo por nada. Le está mandando dinero a su familia, ¿sabes? Pero tienes razón… Es poco en comparación a todo lo que me puede caer a mí. Pero no sé si te has dado cuenta de lo que implica para ti.

—¿Para mí?

—Claro, Izan. En la opción mala, todos caemos, pero es que tú no solo eres despedido… Tú eres el que más problemas tendrás con la ley, ¿sabes?

—Ya…

—Y la segunda opción, la buena… Ahí no te pasará nada con la ley. No te denunciaré. Solo quiero que te largues de la empresa y no volverte a ver la cara. Tú borras la mierda sobre mí, y yo la mierda sobre ti. Nadie denuncia a nadie. Todos felices. ¿Cómo lo ves?

—Veo que eres un hijo de puta…

—Y yo veo que ya estás convencido. No eres tan tonto como pareces, ¿verdad?

—Tú sí que eres tan Ignazi como pareces…

—Izan, no seré tan amable la próxima vez. No vuelvas a decir ese nombre por la cuenta que te trae.

Estoy pensando en repetir este nombre hasta que me pegue una paliza y me deje en coma o algo. Ahí seguro que no tiene cómo amenazarme ya. Pero me está dando un poco de miedo. Haga lo que haga, estoy atrapado.

—Va, contesta. ¿La opción buena o la opción mala? ¿Caemos todos de la peor manera, o te vas a la calle cayendo solo tú de la forma más suave posible? Tic, tac, tic, tac, tic tic tac.

—Pues…

Pienso. Intento pensar en qué tengo que contestar. No me quiero rendir, pero, al mismo tiempo, sí quiero hacerlo. Una voz me dice que lo único que importa es que él caiga, pero otra voz me dice que lo más fácil sería dejar todo esto, que ya he perdido, y que no quiero involucrar a nadie. Pero, si me rindo aquí y los demás conservan el trabajo, Ignacio les hará la vida imposible, muchísimo más que hasta ahora. Será el Ignacio de siempre, pero queriendo vengarse de los que le intentaron joder. No podrían soportarlo. Ignacio tiene que caer sea como sea.

Por más que intento encontrar la mejor forma de sacar adelante esta situación, lo único que hago es hundirme más y más en mi propio bloqueo. Soy un inútil. No sé por qué he creído que podría conseguirlo…

De alguna forma, noto como si esto ya lo hubiese vivido. Parece un déjà vu, pero es algo más intrusivo. Lo veo con mucha nitidez. Me veo diciendo que por qué me rindo de esta manera… Y recordando un nombre. Qué nombre era… Un nombre… Lo he escuchado hace nada…

—Pedro… No, espera…

—¿Qué murmuras, Izan?

Resuena en mi cabeza una frase con mi propia voz: ojalá hubiese utilizado lo de Pablo Merino…

—Pablo Merino —digo por fin.

No entiendo por qué me he escuchado diciendo eso, pero mi cabeza me está gritando ese nombre, y lo he terminado diciendo en voz alta.

—¿Qué acabas de decir?

—Pablo Merino.

—¿Por qué estás nombrando a esa persona…?

¿Qué acaba de pasar? Se le acaba de desencajar la cara al muy cabrón. ¿Cómo manejo yo este nombre ahora?

—Dana tiene toda la información sobre Pablo Merino —por ejemplo. El comodín de Dana no puede fallar.

—Dana… ¿La abogada? ¿Esa zorra ha hablado con Pablo?

—Sí, y tanto. Pensaba que ya lo sabías. Es parte de toda la mierda que vamos a presentar contra ti. ¿No estamos negociando teniendo en cuenta eso?

—Pero cómo… Es imposible que… No, él no hablaría…

—Ah, pero habló. Dana puede ser muy persuasiva…

—¿Qué quieres?

—¿Cómo es eso que oigo, Ignazi? —qué alivio. Me acabo de venir muy arriba de golpe—. ¿Es que ahora estás de oferta, Ignazi? ¿De verdad?

—Escucha, Izan. No quiero que salga lo de Pablo Merino por ningún lado, ¿vale? Fue otra época, y nuestras familias sufrirían mucho…

¿De qué habla? Bueno, tengo que hacer ver que lo sé.

—Ya, lo siento, pero es que tengo que sacarte de esta empresa. ¿Qué le vamos a hacer?

—Vale… Sí, de acuerdo, Izan. Pero me ofrecerás dos opciones como yo lo he hecho antes, ¿verdad? Por lo menos déjame elegir…

—Ah, bueno… Venga, vale. La primera —digo, levantando un dedo, imitando su postura de hace unos minutos—. Todo el mundo cae, todos soltamos toda la mierda sin ninguna clase de control, y tú eres el que más pierde. Y, segunda… —levanto un segundo dedo—. Filtro solo dos o tres tonterías y te marchas de la empresa sin intentar enfrentarte legalmente ni a la central, ni a Dana, ni a nadie. Nos dejas a todos en paz y no volvemos a saber de ti. Hay una buena, y una mala, ¿no?

—Ya… ¿No te vale con que me marche sin más? ¿Necesitas filtrar algunas cosas?

—Sí, me gustaría. Pero tranquilo, que podemos negociar cuáles son. Quitaremos las que te supongan más problemas legales, pero mantendremos suficiente material para que la empresa te mande a la mierda. ¿Cómo lo ves?

Ignacio agacha la cabeza y, después de titubear un poco… Asiente.

—Eres tan malo como dicen esas notas, Izan… Me da mucho miedo tratar con gente como tú.

—Oye, a mí no me mires… El Ignazi eres tú.

Ignacio me mira fatal. No puede más.

—Sabes que Izan al revés es Nazi, ¿no?

Mierda. Me había olvidado de eso. Lo he pensado algunas veces, pero hacía mucho que no lo tenía en mente. Bueno, me haré el guay.

—Sí… Porque esa es la naturaleza de mi reverso tenebroso.

Cielos, no ha sido tan guay como me pensaba. En mi cabeza sonaba espectacular, pero ahora me muero de vergüenza.

Pero da todo igual, porque Ignacio ha caído.

Negociamos qué cosas se filtrarán y cuáles no, borramos lo que tenemos que borrar y envío a la central los documentos seleccionados. Ignacio no durará ni un día más en esta empresa.

—¿Tanto me odias? —dice.

—Pues sí, claro que sí. Todo el mundo te odia. Pero no es un odio de molestia, de opiniones o de inconvenientes. Es algo serio. Las personas como tú no pueden ser jefes. No era justo que siguieras ahí. Espero que reflexiones y que no hagas lo mismo en tu siguiente trabajo.

—Estáis hechos de cristal fino. Todos. Qué lástima me dais. No habéis tenido un jefe horrible de verdad en la vida.

—Claro, claro —le digo mientras me levanto y recojo las notas—. Oye, esto me lo llevo yo para examinarlas con calma.

—Haz lo que te dé la gana.

Salgo del despacho. Todos están expectantes. Después de unos segundos de silencio para generar expectación, termino levantando el puño de golpe. Al hacerlo, todos empiezan a aplaudir como locos.

Nos reunimos y les cuento cómo ha ido la cosa, omitiendo el detalle de las notas. No hablamos mucho más, porque Ignacio nos da unas últimas órdenes para terminar nuestros últimos trabajos antes de su despido. A fin de cuentas, no cumplir con encargos a los clientes fastidiaría a la empresa y las personas que nos contratan, así que no podemos hacer el tonto tampoco.

Después, todos los implicados nos reunimos y hablamos un poco más del tema, pero yo solo pienso en volver a casa y descansar. Mañana ya me encontraré con el desenlace de esta historia. Con mi despido, aunque todavía no sé por qué.

Al llegar a casa, examino con calma las notas. No saco gran cosa, pero sí que comparo la letra con otras notas que he recibido antes. No es la letra de Nora, y tampoco es la letra de la persona que me pidió que impidiera, o no, la relación entre Eric e Iris. Por supuesto, tampoco es mi letra. Pero sí que es una letra que ya he visto antes. No es ninguna sorpresa, pero sí me da algo más de información…

La persona que le escribió a Ignacio esas notas, es la misma que, en mayo, me mandó aquel mensaje extraño. Un mensaje que me advertía sobre lo poco confiables que son los VDLS.

Esto confirma, entonces, que los VDLS son enemigos de la persona que manda esas notas, y que estoy casi seguro de que es el ex de Nora, y la persona con gorra y mascarilla que le dio aquel calendario a Flora. Sabiendo quién es mi enemigo, y sabiendo quiénes no lo son, ahora veré a Hugo y a Dana con otros ojos, y más después de lo que hemos logrado hoy. También puede que deba hablar con Estrella sobre esto… Aunque todavía me lo tengo que pensar. No creo que sea buena idea recuperar mi amistad con Estrella cuando tengo pendiente recuperar mi amistad con Lydia. Siento que no es compatible.

Pero, por hoy, ya está todo bien. Hemos hecho una gran jugada, así que toca descansar. Mañana caeré de alguna forma, sí, pero como un héroe.






30 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Epílogo y texto final

Epílogo: Más allá del calendario Este es el final de la historia. La historia que Izan ha vivido durante todo un año. La historia de doce...

Jueves 29 de febrero de 2024

Capítulo 366 Todos miramos a Oliver. Su frase se ha quedado a medias. —¿Oliver…? —pregunta Anna. —¿Qué? —pregunta él, con una expresión...

Miércoles 28 de febrero de 2024

Capítulo 365 A (Parte 1) CDLS al completo en el templo “Eso no ocurrirá. Y ya no importa de quién sea la otra letra. Acabaremos hoy, pase...

Comments


bottom of page