Capítulo 150 Me despiden
“¿Por qué? ¿Qué clase de cabo suelto dejé? ¿Me la ha jugado el Ignazi?
Aunque es más probable que me pasase de listo, sin más.”
Aunque en teoría estaba preparado para lo de hoy, llego al trabajo con mucho miedo. Una cosa es que me despidan, y otra que me termine metiendo en problemas legales por culpa de todo esto. Además, lo que me da miedo de verdad es que, al final, Ignacio le haya conseguido dar la vuelta a la situación de una forma que no hayamos podido calcular.
Cuando llego a la oficina, veo que en la puerta del despacho está un hombre con traje al que no había visto nunca.
—Es de la central —me dice Eric cuando paso por su lado.
—¿Ignacio no ha venido? —pregunto. Eric niega con la cabeza.
El hombre de la central se acerca a mí.
—Izan Robles, ¿verdad?
Yo asiento. Tiene un aura muy seria esta persona, y no me salen ni las palabras.
—Pasa al despacho, por favor.
Dentro, en la silla del ahora exjefe, está sentada Victoria.
Cierran la puerta y me siento en el mismo sitio en el que me senté ayer.
El hombre de la central se queda de pie al lado de Victoria.
—Lo primero, señor Robles —dice el hombre de la central—, es informarle de que Ignacio Villanueva, su anterior jefe, ya no trabaja con nosotros.
Yo vuelvo a asentir.
—Parece que usted tuvo mucho que ver con eso. Nos mandó usted la documentación comprometida.
—Sí…
—De acuerdo. Yo solo estaba aquí para informar a la señora León sobre sus nuevas competencias. Su primera tarea será hablar con usted sobre la situación de ayer.
—Ah… Vale —digo.
Victoria mira al hombre de la central.
—¿Tiene que ser con usted delante?
—Sí. Es un tema serio —dice el hombre.
—Ya… Vale, vale —dice Victoria, y luego me mira a mí—. A ver, Izan. La central despidió a Ignacio por todo lo que salió, eso está claro… Pero no les gustó que les mandases eso.
—¿Qué?
—Que la central, por lo visto, no quiere que la gente se tome la justicia por su mano y hurgue en los ordenadores de los demás.
—No son buenas praxis —añade el gilipollas de la central.
—Pero en el caso de Ignacio era porque teníamos pruebas de antes —digo—. Por conflictos que hubo con empleados y con exempleados.
—Ellos lo saben, y es lo que les he dicho —dice Victoria—, pero, por lo visto… Ya te tenían marcado como potencialmente conflictivo.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Puede que sea porque Ignacio ha ido dando informes sobre ti… No me queda muy claro —dice Victoria, molesta con lo que está pasando.
—Hemos recibido cada informe desfavorable, señor Robles —dice el de la central—, y no son pocos los incidentes en los que se ha visto involucrado. Peleas, algunas verbales, otras a puñetazos… También delegó su trabajo en otro compañero a raíz de una apuesta… Y, por supuesto, lo ocurrido ayer con el señor Villanueva. Por no hablar de otros incidentes menores como llegar tarde o no entregar a tiempo una campaña.
—¿Ignacio mandaba esos informes de todo el mundo, o solo los míos? —pregunto.
—El señor Villanueva enviaba informes de todos los empleados. Era, incluso, demasiado exhaustivo para nuestro gusto. No nos molestaba estar informados, por supuesto, pero con algunos expedientes, el contenido estaba manchado con un cierto tinte personal que podía resultar inapropiado. Con usted, señor Robles, parecía demasiado personal.
Ya veo… Cortesía de las notas predictivas del ex de Nora, imagino. Se obsesionó conmigo por eso.
—Izan, escucha —dice Victoria—. La central quiere que te marches sin hacer ningún ruido. Firmar un documento de confidencialidad, no hacer nada que tenga que ver con la empresa ni con Ignacio y, a cambio, te ofrecen una indemnización superior a la que te toca. Ese es el trato que te han propuesto.
—Ah, ya… ¿Es una opción, o me están despidiendo sin que pueda hacer nada para evitarlo?
—Tómelo como usted considere, señor Robles.
—Te están despidiendo, Izan —dice Victoria, bastante más sincera que el otro imbécil.
—¿Entonces debería firmar esto, coger el dinero y largarme? —pregunto.
—Sí. Es lo mejor para ti, teniendo en cuenta la situación. Izan, escucha… —dice, acercándose un poco más a mí, y con un tono de voz más íntimo y humano—. Estamos muy agradecidos por lo que has hecho. Quiero que sepas que te he defendido y que te he conseguido una mejor indemnización. Y, si puedo hacer algo más por ti, lo haré. Pero ahora tenemos que acatar lo que dicen los de arriba.
—Ya… ¿Es porque no quieres que peligre tu nuevo puesto?
Ella me mira fatal. Me da un poco de miedo, así que aflojo un poco.
—O sea, no quiero decir eso…
—No, tranquilo —dice—. Si te entiendo. Yo en tu lugar también me pondría a la defensiva. Pero sabes que no es buena idea enfrentarse a toda una empresa. Si tienes una idea mejor, intentaré apoyarte.
—Vale… No, no la tengo —me quedo callado, sin posibilidades de hacer mucho más. Pero, pensándolo bien, creo que sí puedo luchar por una cosa más para ganar algo antes de irme, aunque no sea algo para mí—. Oye, una pregunta, señor de la central.
—Usted dirá, señor Robles.
—¿Ya hay alguien que cubra mi puesto?
—Todavía no —dice Victoria—. Esa es mi siguiente tarea.
—De acuerdo… Acepto firmar todo esto si puedo añadir una condición extra. Es muy sencilla.
—Le escuchamos.
—Quiero que le ofrezcan mi puesto a un extrabajador de esta empresa, que desempeñaba mis mismas tareas, y que Ignacio y la central expulsaron de mala manera. Elías Salgado.
Victoria me mira sorprendida. No se esperaba que mi condición fuera esa. Creo que le ha parecido un gesto bonito que no ha visto venir en una situación tan cruda.
—Tendremos que estudiar el expediente del señor Salgado para… —empieza a decir el hombre de la central.
—Trato hecho —dice Victoria.
—Espere, señora León. No es una decisión tan fácil.
—Elías era un gran trabajador con mucha experiencia —dice Victoria—, y solo está en la calle porque Ignacio lo tenía atravesado. Que ahora que no está Ignacio, Elías pueda volver, es algo natural. Yo me responsabilizo de su expediente y de cualquier posible consecuencia o tecnicismo. Esto está dentro de mis competencias, ¿no?
—Entendido… Lo pongo a su disposición, pues, señora León.
—Si Elías vuelve y si la indemnización es tan buena… Entonces, sí, firmo —digo.
—Izan… No nos olvidaremos de esto. Te intentaremos devolver el favor de alguna manera en el futuro. Ojalá podamos.
Firmo los papeles. Es oficial: estoy desempleado.
Cuando salgo del despacho, todos me miran, confusos. Entonces, Victoria empieza a hablar en voz alta para todos.
—¡Atención, por favor! —todos dejan lo que están haciendo y se acercan a Victoria y a mí—. Nuestro compañero Izan Robles ha tenido que dejar la empresa por haber hecho cosas que no son del todo legales ni adecuadas para los jefes. Pero Izan lo hizo por un motivo: que se supiera la verdad sobre Ignacio. Nuestro anterior jefe, Ignacio Villanueva, era una mala persona, e Izan pudo demostrarle eso a la central. Pudo demostrarle que era peor de lo que todos pensábamos, y por eso hoy, ese jefe ya no está con nosotros —Victoria hace una pausa. Todos la escuchan conteniendo el aire, y muchos me miran a mí—. No he podido hacer nada para que Izan se quede con nosotros, pero se va aceptando una indemnización muy superior a la que le iban a dar, y con la condición de que volvamos a incorporar en la plantilla, si así lo quiere, a nuestro viejo compañero Elías Salgado. Mi primera tarea como nueva jefa es que nos despidamos de Izan como se merece.
Se hace el silencio. Todos procesan poco a poco. El primero en reaccionar es Hugo. Está aplaudiendo, y me está mirando con una sonrisa. Luego se suma Alberto, que intenta que sus palmas sean más sonoras. Eric se acerca a mí y no aplaude. En su lugar, lo que hace es un saludo militar. Algunos aplauden, otros gritan que soy un héroe y un grande, y otros me hacen un pasillo de saludos militares para que lo cruce. Algunos luego me dan palmadas en la espalda o el hombro, otros me abrazan… Parece que me ven como ese héroe que se ha sacrificado para salvar a toda una civilización de un peligroso dictador.
Mientras recojo mis cosas, Victoria les obliga a volver al trabajo. El hombre de la central se ha ido también. Victoria me ha dicho que antes de irme pase por su despacho una última vez.
En mis últimos minutos en la oficina, algunos se me van acercando para tener una última charla conmigo en calidad de compañeros de trabajo.
—Oye, Izan… —dice Eric—. Muchas gracias por evitar que me delatasen con la grabación de Ignacio. Menudo hijo de puta… ¿Cómo es que tenía una cámara oculta?
—Era un paranoico —le digo.
—Me has demostrado que eres mucho mejor amigo de lo que yo me pensaba. Te pido perdón por todo, de verdad…
—Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? —le digo.
—¿Invitarte a más de una copa en el Diamond Glass?
—¡Exacto! —le digo, dándole la mano y terminando en un abrazo.
Poco después, es Alberto el que se me acerca.
—Has quedado de fábula, ¿eh? —me dice.
—Sí, gracias. Oye, ¿cómo es que ha sido Victoria la jefa al final? Pensaba que eras el favorito de la central.
—Ya, yo también lo pensaba… Pero no sé qué me vino, que me dio por enviarle un informe a la central sobre las virtudes de Victoria.
—¿Por qué harías eso?
—Cuando nos reunimos en el bar, antes de ayer… Me di cuenta de que ella es mejor jefa que yo.
—¿Y lo hiciste por altruismo? ¿De verdad?
—O porque quiero ganar puntos con ella y llevármela a la cama —dice, y se ríe—. No, no, es broma —bueno, no sé yo si es broma…—. En realidad, puedo aspirar a un puesto mejor. Yo vine aquí porque a la central le interesaba tener a alguien cercano a Ignacio informando. Ahora no tengo tanto sentido, y es posible que recupere mi puesto en la central o que me asciendan ahí. Y, si te digo la verdad, amigo Izan… Si me ascienden allí, se cobra más que siendo jefe aquí.
—Ah, ya decía yo…
Alberto y yo nos reímos. Es rarísimo, pero, por lo menos, ya no me siento como alguien inferior a él. Noto que nos reímos como dos iguales. Sienta bien.
Termino de recoger y entro en el despacho de la jefa. Me tranquiliza saber que dejo la oficina en buenas manos.
—Bueno, pues muchas gracias por todo, Izan —dice—. De verdad que, si podemos hacer algo por ti, lo haremos. Te debemos mucho todos los de esta oficina.
—Oye, pues si se me ocurre algo, ya os lo haré saber —le digo.
—Izan, esta vez no te lo voy a robar. Voy a hacer las cosas bien y a pedirte permiso.
—¿De qué?
—¿Puedo darte un beso como el de la otra vez?
—¿Qué…?
—Si no decides rápido, igual retiro la oferta.
—Ah… Pues… —a ver, estoy soltero, ¿no? O sea, tengo pretendientas y tal, pero no le debo fidelidad a nadie ahora mismo, y por un beso así de despedida tampoco…—Sí, doy permiso.
Sin que pueda decir nada más, Victoria me vuelve a besar. De nuevo, un beso que me deja sin habla. Vaya con la indemnización de esta empresa… Menos mal que la jefa ha sido ella, y no Alberto o Ignacio.
Cuando salgo, los demás vuelven a aplaudirme, esta vez para despedirme del todo.
Antes de pasar por la puerta, Hugo se pone delante de mí y me extiende su mano. Nos miramos unos segundos y, sin que ninguno de los dos diga nada, le doy un apretón de manos épico que hace que los demás aplaudan todavía más fuerte.
—Muchas gracias… —dice—. Al final hemos hecho un buen equipo.
—No me des las gracias todavía, Hugo… El lunes quedamos, ¿verdad?
—¿El lunes?
—Sí, la predicción —digo en voz baja—. La de que te quiero ayudar como sea. Ve pensando en la ayuda que quieres que te ofrezca, porque, por lo visto, querré concedértela. Ahí ya me lo podrás agradecer del todo.
—De acuerdo… Pero te seguiré agradeciendo para siempre lo que has hecho esta semana. Saber que Ignacio no volverá es… En fin, muchas gracias, Izan.
Seguimos dándonos la mano. Hugo hablándome así, todos aplaudiendo… Siempre voy a recordar este momento.
Pero ahora toca mirar hacia delante y, lo único cierto en estos momentos es… Que no tengo empleo, así que toca ganarse la vida como sea.
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