Capítulo 34
Ceno con Eric
“Seguro que me ofrece el plan para poder criticar al Ignacio y a unos cuantos más.
Por mí bien. Ahora solo queda saber si me lo pagará o no.”
Después de estos últimos cuatro días, no sé quién pretende que yo pueda centrarme en el trabajo. Primero me visita el misterioso y ojeroso Saul, luego la hija de los insoportables de abajo me entrega el calendario de abril, tengo treinta predicciones nuevas, Lydia me odia y encima me agregan a un chat seis tarados con nombres de colores. Estoy funcionando en piloto automático, la verdad.
A ver, entiendo que, de los seis colores locos del misterio, Rojo debe de ser el líder. Un líder diplomático o algo así. Luego está Lila, que se supone que es como el conciliador, el que te intenta explicar con palabras más tranquilas algo para que llegue mejor. Estaba también Azul, el feliz del grupo, el optimista. Y también estaba Negro, que lo único que ha hecho es decir que no le gusta que me tome a risa esa reunión en la cumbre. ¿Gris y Verde hablaron en algún momento? Creo que no. Me gustaría revisarlo, pero cuando cierran el chat, se borra. No entiendo la interfaz de ese chat. Ni siquiera sé si me agregaron con mi teléfono, mi mail o mi cuenta de algún sitio. Como ahora todo está vinculado, ni me lo planteé.
La jornada laboral ha pasado y yo he conseguido sobrevivir sin que nadie me diga nada, cumpliendo por los pelos el trabajo que me tocaba y poco más. Ahora me gustaría irme a casa, pero estoy seguro de que Eric vendrá a placarme con una invitación no pagada para cenar.
Míralo, por ahí viene.
—¿Tú ves normal lo que ha pasado hoy? —me dice.
—¿El qué?
—Como que el qué. ¿No has visto mi pelea con Alberto? Todos han dejado de trabajar para mirarnos. Solo faltaba alguien llevando las apuestas para ver quien daría el primer puñetazo o alguna cosa así.
—¿Y te has pegado con Alberto al final o…?
—Izan… ¿Estás bien?
—Perdón, estoy un poco fuera de mí.
Me encantaría decirle a Eric alguna de las cosas que me han pasado, pero si se lo cuento todo, creo que le explotará la cabeza. O tal vez solo piense que me he vuelto loco y llame a algún psiquiatra para ver si se pueden hacer cargo de mí en una institución.
Lo que sí puedo hacer es contarle algunas de las cosas que son verdad, pero modificando alguna parte para no tener que explicar todo lo que hay detrás.
—Antes de ayer tuve una pelea fuerte con Lydia.
—¿Qué dices? —Eric se ajusta las gafas como si así pudiera concentrarse más en mis palabras—. Pero si Lydia y tú sois una bomba de buen rollo, ¿no?
—Sí, pero por lo visto me he hecho amigo de una persona que ella odia.
—¿Lydia odia a alguien? No le pega.
—Se reserva las historias negativas para ella. Por eso parece que solo es positividad. Es estúpida…
—Bueno, Izan, tranquilo. ¿Quieres que cenemos en algún lado? Así me cuentas lo de Lydia y yo te cuento lo de Alberto, y nos desahogamos un poco.
—¿Cenar? Vale, igual no es mala idea…
—Claro que no, hombre. Va —me da una palmada en la espalda—. Pasaré un momento por casa y luego vamos. A ti te queda un poco lejos, así que si quieres estar un rato en mi casa con el móvil o lo que sea mientras me ducho. Tengo la Switch también.
—Es verdad, que tú tenías algunas consolas… Siempre se me olvida, se me hace rarísimo viniendo de ti.
—¡Oye! Que también sé divertirme en casa, ¿qué te has creído?
Llegamos a casa de Eric. Un bloque de pisos enorme, situado cerca del trabajo. Mientras se ducha y se prepara, le cotilleo las partidas de algunos de sus juegos. Yo lo tenía como alguien que usaba su rato de ocio para salir a restaurantes, coctelerías y… Poco más.
Cuando por fin se ha preparado, se sienta un rato conmigo a ver qué estoy mirando. Todavía es pronto para la hora de cenar, en cualquier caso.
—¿Qué miras? —me dice con una sonrisa mientras me ofrece una lata de refresco de limón.
—Tu isla del Animal Crossing es una locura. ¿Cómo has hecho todo esto?
Eric da un sorbo a su refresco, se echa para atrás en el sofá y se hace el interesante.
—El confinamiento fue muy malo, Izan… Para alguien que quiere salir varias veces por semana, es un infierno. Esa energía tenía que salir por algún lado.
—Anda, veo que tienes guardada en mejores amigos a Iris. ¿Esta no es la misma Iris con la que voy al mercado? El perfil me suena mucho.
—No sé si vas con ella al mercado o no. Es una amiga de Lydia.
—Sí, creo que sí que es ella. ¿Habéis hablado?
—Lydia me pasó el perfil de Iris en la etapa del confinamiento, al grito de: mira Eric, esta está mucho más viciada que tú al Animal Crossing, ¡habla con ella!
—Suena lógico.
—Fue con la que más jugué e intercambié cosas en algunos de los juegos. Buena gente, sí. ¿También es amiga tuya?
—Bueno, sí. No hablamos mucho, pero casi cada sábado está ahí con mi grupo del mercado.
Sobre Iris no se dice nada más. Después de algunas charlas triviales sobre videojuegos, salimos rumbo al restaurante que me ha recomendado.
Durante la velada, me pregunto todo el tiempo si me tocará pagar o si me invita. Ha quedado un vacío legal ahí, y está muy feo preguntar. Se supone que se da por sentado que voy a pagar… Pero, digo yo, también debería darse por sentado que yo no gasto el poco dinero que tengo en este tipo de sitios, ¿no?
—Alberto se está enfocando en mí. Le doy mucha rabia.
—¿Por qué? —pregunto mientras busco lo más barato de la carta, por lo que pudiera pasar.
—Desde que llegó, no hace otra cosa que intentar hacerme creer que lo estoy haciendo todo mal. ¿Por qué conmigo? Yo siempre he tenido fama de trabajador y de perfeccionista. Nadie se me ha quejado, nunca, ni siquiera Ignacio. ¿Qué le he hecho a Alberto?
—Igual le gustas y eso no lo soporta —digo sin darle mucha importancia y sin quitarle los ojos a la carta.
—¿Y por eso tiene que joderme? Qué es esto, ¿un patio de instituto?
—A veces he pensado que no difiere mucho…
—Tampoco sé lo que opina Ignacio. Se supone que están en el mismo barco. Alberto es afín a Ignacio, eso lo sabemos todos, ¿no?
—Pues claro. Me he dado cuenta hasta yo, así que los demás lo tienen que tener clarísimo ya.
—Entonces… ¿Ignacio tiene algún problema conmigo?
—No tengo ni idea. Pero yo he visto a Alberto enfrentarse más veces a Victoria que a ti. En las pocas veces en las que estoy atento, por lo menos.
—Hoy ha sido el peor día para mí. Me iba detrás todo el rato. Pero es verdad que también le está haciendo la vida imposible a Victoria.
—Mira, si esto es un patio de colegio, lo trataremos como tal —digo, soltando la carta por fin—. A Ignacio le gusta Alberto. Creo que lo quiere convertir en su niño consentido. Un toy boy o algo de eso —Eric sonríe aguantando la risa al escuchar esa expresión—. Alberto no quiere corresponder a su jefe. Creo que solo usa a Ignacio para ascender. Pero le gustan, o las chicas como Victoria, o los chicos como tú. Ve a gente tan sexy en la oficina y dice: ¿por qué tengo que aguantar al rancio del jefe teniendo a estos dos Dioses? Voy a ver si encuentro cualquier excusa para hablar todo el día con ellos —Eric intenta mirarme serio, pero se le sigue escapando la risa a cada rato por mis dotes de monologuista—. Lo que pasa es que Alberto es muy torpe y se comunica con vosotros como el niño que tira de las coletas a la que le gusta. Eso lo explicaría todo. También explicaría por qué no me ha hablado ni una sola vez desde que entró en la oficina. No existo. No soy sexy para él.
—Joder, Izan… Parece que estés borracho, y solo te has bebido un refresco en mi casa.
—¿Qué le has echado a esa gaseosa cítrica tan dulzona? —pregunto haciéndome el borracho.
—¿Perdona? —contesta él fingiendo muy mal la ofensa.
—Bueno, voy a pensar que no me has hecho nada… Te daré el beneficio de la duda por la amistad que nos une… Voy a pensar que solo es porque estoy dormido y tengo la cabeza en otra parte…
—No pasa nada, Izan. Para eso hemos venido. Vamos a contarnos todo lo que nos preocupa, ¿estás de acuerdo?
Ojalá pudiera decir que sí siendo del todo sincero. Hay cosas que no puedo contar. Eric no me va a entender salvo que me tome la molestia de explicárselo todo al detalle. Pero no tengo fuerza para eso y no quiero comprometer su vida con mis cosas. Al final, el que sepa sobre el calendario, le acabará dando demasiada importancia a mi día a día, y eso seguro que agota a cualquiera. Probablemente Lydia se ha cansado de mí en parte por eso…
El resto de la cena se convierte en una charla por turnos donde él se queja del trabajo y yo me quejo de mis cosas. A veces cambiamos y yo me quejo del trabajo y él me cuenta problemas suyos de fuera, pero eso son excepciones.
Cuando llega el momento de la cuenta, Eric paga su parte y no hace ninguna mención a invitarme. Ni lo debe haber pensado. Igual lo haría si le hubiese dicho algo, pero para él, lo normal debe de ser pagar cada uno lo suyo y no darle ninguna importancia al tema. Pues nada… Cobré hace poco, por poder puedo, pero tendré que mirar mucho mejor la siguiente compra en el supermercado.
Pero espérate, que mañana pone que tomo algo con Frank. No podía poner que doy una vuelta por el parque con Frank, no. Pone que tomo algo. A seguir gastando. De verdad, si es que así me va…
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