Capítulo 189
Hablo de todo con Gabriel
“Depende de lo que me diga, a lo mejor me pongo violento y todo.
No creo que nadie me pueda juzgar por eso.”
Me sabe mal recurrir tanto a él, porque sé que suele estar ocupado en sus viajes y que busca muchos huecos solo para mí por el tema del calendario, pero, una vez más, estoy recurriendo a Alex para encontrar algo de guía.
—Te lo digo yo, Izan. Si somos listos, podemos surfear también la predicción de Flora. Si lo hacemos bien, Flora estará bien.
—¿Y si ya vamos tarde? ¿Y si le ha pasado algo?
—Le puede haber pasado algo, o no, dependiendo de lo que hagas mañana. ¿Todavía no te has enterado de cómo funciona?
—Sí, si entiendo lo que dices. Lo del gato de Schrödinger y tal. Flora siempre estuvo bien o siempre estuvo mal dependiendo de lo que pase mañana cuando abra la caja, o sea, según la forma en que la encuentre o lo que yo haga para conseguirlo. Pero… Hay muchas posibilidades de que la termine cagando y no sepa cómo hacerlo. Porque es eso, no sé cómo aprovechar estos truquitos.
—Mira, tú déjame pensar a mí, y antes de que termine el día te tiro tremenda estrategia que vas a aplaudirme con las orejas. Ahora céntrate en la predicción de hoy, que tienes que hablar con el doctor pedófilo, y eso también requiere su mal trago.
—Esa es otra. No sé cómo voy a hablar con esa persona…
—¿Sabes cómo? Siendo el Izan chungo. El que se ve, de repente, en una posición de poder, y empieza a maltratar verbalmente a sus víctimas. Como hacías con la abogada y con el compañero de trabajo ese que ahora es tu amigo.
—Es verdad, tengo ese poder…
—Pues con ese sujeto, más todavía. ¡Venga, atízale con tu sarcasmo más mordaz! ¡Iiiizan! ¡Iiiizan!
Con esos vítores de mi parte, me armo de valor y llamo a la puerta de Gabriel.
Sí, en parte lo hago porque el calendario dice que lo haré, y no estoy en condiciones de llevarle la contraria después de ver cómo se cumplen incluso cuando no muevo ni un dedo. Lo hago porque es mi última oportunidad de hablar con él, ya que es muy posible que mañana Flora vuelva a casa cuando la encuentre. Cuando eso pase, Gabriel se irá. Creo que me sentiré mal si nunca escucho su versión de los hechos.
Gabriel abre la puerta. Está mal afeitado, con ojeras, despeinado y oliendo a alcohol.
—¿Por qué me miras así? —pregunta Gabriel, con la mirada casi ida.
—Tienes un aspecto horrible… —digo. No se me ha ocurrido otra cosa que decir.
—¿Qué quieres…? —dice, cansado, dejándome la puerta abierta para que pase si quiero.
Yo le sigo y cierro la puerta a mi espalda.
—Hoy no te puedo ayudar. El presidente de las sonrisas ya se ha acabado. No puedo más.
—Voy a ser claro, ¿vale? —digo—. Gemma me lo ha contado todo.
—Ah. ¿Y vienes a buscar a Flora ahora que sabes lo que ella piensa de mí?
—No. Bueno, a lo mejor busco, depende de lo que me digas.
—Mira, Izan… No tengo ganas de hablar. Quiero que Flora aparezca de una puta vez y me dejéis irme de aquí.
—Por todo el tiempo que nos conocemos, me gustaría conocer tu versión de esa historia. Es justo, ¿no? Escuchar siempre las dos versiones.
—Qué loable… —dice, sirviéndose algo de ginebra y ofreciéndome un trago que yo rechazo—. ¿Quieres que te cuente si soy un pedófilo o no?
—S… Sí, por favor. Si no es molestia —creo que el Izan decidido y sagaz que Alex ha dicho antes no ha podido salir con la bravura que se esperaba.
—Pues no, no soy un pedófilo. ¿Pero qué te voy a decir? Lo sea o no, te diré siempre que no, ¿verdad?
—¿Sería mucho pedir que no mientas y que me cuentes tu versión lo más apegada a la realidad? ¿Lo más objetiva posible?
—Eso no se puede hacer —dice, dando un trago largo y llenándose el vaso de nuevo—. Cada uno tira a lo suyo. Gemma tiró a lo suyo, y yo voy a hacer lo mismo. Voy a ignorar lo que me apetezca, como ella seguramente habrá ignorado lo que le ha dado la gana. Esto funciona así, amigo. Y tú no pintas nada para cambiarlo.
—Yo creo que eso se puede evitar si uno es honesto —digo—. Que no es fácil, claro, pero se puede. No digas que no se puede solo porque tú no piensas ni intentarlo.
—Oh… El Izan cabreado. El Izan que pierde la paciencia y habla sin miedo… Lo he visto poquísimas veces. ¿Brindamos?
Me quedo quieto. Imagino que lo interpreta como un no, porque se encoge de hombros y se vuelve a terminar el vaso. Lo llena otra vez. Le saldría más a cuenta beber directamente de la botella, de verdad.
Después de algunas divagaciones más y de una conversación un tanto desagradable, creo que, de alguna forma, consigo que empiece a hablar. Se soltará gracias a haberse bebido una o dos botellas enteras de ginebra, claro, aunque quiero pensar que también ha aportado a la causa mi perseverancia y mi presencia amenazadora, aunque solo sea un dos por ciento.
—Te lo voy a poner fácil, ¿vale? —dice, apenado porque su botella se ha terminado—. No soy un pedófilo. Soy otro tipo de persona peligrosa, pero esa no.
—Explícate.
—Menudo mareo que llevo… —y eructa. El cabrón encima eructa en mi cara—. Gemma empezó a llevarse bien conmigo. Se notaba que yo le gustaba. No sé si te habrá contado eso, pero ella misma me lo dijo, así que es verdad.
—Bueno, sí, más o menos concuerda esa parte.
—Vale. A mí no me gustaba ella ni nada de eso. Pero no te voy a mentir, Izan… Me gustaba seguirle un poco el juego. De manera inocente, ya sabes. Ella me trataba muy bien, a mí me subía la autoestima, yo le aportaba lo que sea que quisiera de mí, ella me hacía sentir alguien increíble… Bueno, no sé qué decirte, yo es que nunca conecto con nadie, Izan. No como me gustaría. Hago de todo por todo el mundo. ¡Por todo el mundo! ¿Entiendes? Lo doy todo por todos, pero la gente da por hecho que estoy ahí para ayudar, ¿verdad? ¿No te pasa lo mismo? El doctor te dará un justificante para el trabajo, te dará consulta sin que pases por el centro de salud o te ayudará a sacar a un vecino furioso de tu puerta.
—Lo siento por eso último…
—Hace muchísimo tiempo que hay una barrera enorme entre la gente y yo, pero ya la había dado por hecho. A veces hasta lo he buscado, porque luego pasan cosas malas. Pero ocurrió que Gemma rompió esa barrera, ¿vale?
—Ya… Pero, ¿tú sabías su edad=
—No tenía ni idea, pero no te preocupes, que no lo voy a usar como excusa. Se notaba que yo era mucho mayor, y si no le pregunté nunca la edad es porque yo mismo me hice el tonto para no saber la respuesta. Me interesaba no saber la respuesta para que no terminase.
—Claro. Eso es porque lo intuías. Mal ahí.
—Ya, cállate. Escucha en silencio.
—Ya lo veremos —digo, aunque me arrepiento al momento de esa respuesta, no sé por qué.
Gabriel me mira y se ríe. Pero como un desquiciado, en serio. Se empieza a reír como si fuera un personaje que lleva toda la película ocultando que es el auténtico villano.
—Tú has cambiado… Tu profesor Rafael alucinaría contigo —intenta contener otro eructo, con éxito parcial—. Puf… Descanse en paz, profesor.
—No vuelvas a nombrar a mi profesor. Gracias.
—Claro, claro —levanta las manos con las palmas hacia mí—. No lo haré más. Voy a seguir con mi relato, si no te importa.
Yo asiento y le hago una señal para que siga.
—Para abreviar, que me estoy cansando de hablar, y tengo ganas de vomitar… Que un día, Gemma empezó a tomarse sus confianzas poco a poco. A acercarse un poco más a mí, ¿entiendes? Bueno, mira, es que no lo voy ni a edulcorar. Gemma me estaba calentando.
—Joder… Sí que lo vas a contar como te da la gana, sí.
—¿Tú qué sabes, panoli?
—¿Panoli…?
—Tú no estabas ahí.
—Ya, pero lo que me estás diciendo es que ella te calentó. ¿La de ser el adulto responsable que sabe poner los límites a tiempo te la sabes?
—Que te calles ya. Escucha hasta el final, que no entiendes el mensaje. No entiendes el… El… Joder, tú no entiendes el kit de la cuestión. Tú eres tonto.
—Empiezas a darme muchísima lástima. Y asco.
—Calla. Mira, escucha. Me calentó, y yo no fui responsable ni fui una mierda de eso que dices. ¿Sabes por qué? Pues porque me pasó lo que me ha pasado otras veces. Porque me conozco, pero no puedo evitar llegar a ese punto. Porque, si lo hiciera, me quedaría solo para siempre, porque no querría acercarme nunca a nadie más. ¿Sabes a lo que me refiero?
—Me hago una idea.
—No, no tienes ni idea. Tú lo que estás pensando es lo fácil. Lo superficial. Todo el mundo hace lo mismo. Qué asco… Mira, panoli. Ella quería. Yo sé que quería. Pero cuando empiezo a ganar intimidad con una chica… Me cambia la cabeza, Izan. Pierdo todo el control, y hago cosas que no quiero hacer.
—Pues creo que sí que es lo que parecía. Un agresor sexual, con todas las letras.
—¡No es eso!
—Ah, ¿no? ¿No eres uno de manual?
—Soy peor que eso.
No me esperaba esa respuesta. Pensaba que se estaba defendiendo y que querría quitarle hierro. Que ahora vendrían las justificaciones absurdas. Pero me acaba de decir que es peor. ¿Peor que un agresor sexual?
—Lo que tú te piensas es que me pongo cachondo y no me puedo controlar. Que solo le hago caso a lo que tengo colgando entre las piernas, ¿verdad? Pues es peor porque, además de todo eso… ¿Te digo el verdadero problema? Sí, te lo digo. El problema real, Izan, panoli, es que quiero llegar hasta el final haciendo el máximo daño posible —Gabriel está conteniendo las lágrimas mientras dice eso. Destila verdadera rabia—. Quiero hacer daño… Pero no a cualquiera, no. Solo quiero hacer daño a personas que sienten algo por mí. A personas que confían en mí. Si les doy confianza y me quieren de verdad, es lo mejor. Eso es lo que me excita, Izan. Eso es lo que no puedo controlar… Necesito conectar con la gente, pero, si lo hago… Si esa persona quiere tener relaciones conmigo… Necesito destrozarla física y emocionalmente. ¿Entiendes? Y te juro por Dios que no quiero hacerlo. Pero es así, es del todo superior a mis fuerzas, y lo tengo más que asumido. Lo de Gemma fue la gota que colmó el vaso, pero no fue la primera vez que me pasó.
Me quedo callado. No puedo procesar lo que estoy escuchando. Tengo el pecho encogido y me cuesta respirar.
—¿Sabes por qué sé que no soy un pedófilo, Izan? ¿Te lo digo? Pues porque Gemma no fue la primera. Porque me conozco, y sé que su aspecto, su edad o su experiencia vital me dieron completamente igual. Porque dos años antes de conocer a Gemma, hice lo mismo con una compañera de trabajo nueve años mayor que yo. Una mujer que empezó a seducirme poco a poco, aunque yo no quisiera nada con ella. Era mi… Bueno, como una mentora, para que lo entiendas. Empezó a acercarse a mí más de lo que yo quería, pero lo hacía porque sentía algo por mí. Y aunque yo no sentía nada por ella… Me pasó eso. No me gustaba ni nada, no me parecía ni guapa ni fea, me daba igual. Pero, cuando vi que me quería y que me veía como alguien muy bueno… Bueno, digamos que no quiso volver a verme nunca más después de eso. Con Gemma se repitió lo mismo, así que es algo que me define.
Gabriel se acerca a mí y me sujeta por los hombros. Yo me intento soltar, pero tiene muchísima fuerza.
—¡La gente critica utilizando solo lo que creen que es más sencillo! Blanco y en botella, leche, ¿no? ¡Pues claro! Así no tienen que pensar. Si una vez agredió a una chica de diecisiete, es un pedófilo. ¿Sabes el problema? Que unas veces tendrán razón, otras atacarán a alguien inocente por no conocer el contexto… Y otras, aunque no se lo crean, estarán alejándose del auténtico peligro. Ah… Es un pedófilo, ¿no? Pues escondamos a las niñas y, cuando lo veamos con una mujer mayor que él, es que estará cambiando y ya podremos respirar un poco más aliviados. Ya no hay peligro. Todo bien, ¿no? ¡Pero entonces esa mujer sufrirá lo que no está escrito! ¿Y por qué? ¡Porque nadie quiso saber el auténtico problema! No es fácil de entender. Nadie preguntó. Si es malo, no se le pregunta. Si es un agresor, lo es de manera general. ¡Pues no! ¡Yo soy peor! ¡Por favor, que alguien entienda que soy peor! ¡Que alguien haga lo que tiene que hacer para evitar que yo siga jodiéndole la vida a la gente! ¡No puedo más! ¡Yo soy lo peor que vas a conocer nunca, pero la gente no es capaz de verlo porque no tienen ni idea de lo que hablan! ¡Nadie querría saber lo que hay de verdad si creen que no lo van a entender o si creen que la etiqueta que te han puesto ya es todo el problema!
—¡Por favor, suéltame y cállate ya! —digo, por fin.
Gabriel se aparta y, al dar un paso atrás, se tropieza y se cae de culo al suelo. Ahí, se pone a llorar. Yo lo miro desde arriba, sin saber qué decir. No sé cómo procesar esto. Pocas veces he visto a alguien tan mal de la cabeza, y mira que tengo un historial detrás…
¿Qué le digo? ¿Llamo a la policía? Lástima que no hay ningún registro de esta conversación…
—Gabriel. Estás enfermo de la cabeza, eso lo sabes, ¿no?
—Lo sé perfectamente… Y llevo desde lo de Gemma evitando acercarme tanto a alguien. Evitando que la gente me quiera de verdad. Yo necesito hacer cosas por los demás, pero no quiero que me quieran de verdad. Quiero seguir siendo el vecino que ayuda y que es dado por hecho. Algo que odiaba es lo que evita que yo haga daño a los demás. Al final, aunque lo odio, lo prefiero.
—Eso está muy bien… Ahora que no tienes a nadie. Pero, ¿y si dentro de uno o dos años aparece alguien que siente algo por ti? ¿Qué pasaría? No, Gabriel. Lo siento, pero no. Tú no puedes limitarte a tener cuidado y ya. Tú tienes que encerrarte en algún sitio y tratar lo tuyo.
—Hace cuatro años de lo de Gemma… No he vuelto a hacer nunca nada así.
—Da igual. No quieres poner en peligro a nadie, ¿verdad? No quieres ser así, ¿verdad? Además, no estás bien. Mira cómo estás ahora. Mira cómo me has hablado. Mira todo lo que has dicho.
—Ya. Claro que lo veo… —se pone la mano en la boca al notar una arcada—. ¿Y qué hago…?
—Pues… Siendo médico de cabecera, seguro que conoces mejor todos los procesos, y a dónde derivar a las personas con problemas. Seguro que sabes sobre psiquiatras o sobre centros especializados. Tienes que tratar lo tuyo. Por favor, Gabriel, te pido que trates lo tuyo. Porque lo que yo veo ahora mismo es a una persona enferma y muy, muy peligrosa, pero que por lo menos se da cuenta de que existe un problema titánico. Si tienes eso, tu deber es hacer algo drástico. No hay vuelta de hoja ni discusión. La alternativa es entregarte a la policía, pero no sé si sería un proceso algo más incierto, por falta de pruebas físicas o cosas así…
—O matarme. Esa es la otra solución.
Casi contesto algo de lo que me hubiese arrepentido. En su lugar, digo algo de lo que creo que me puedo llegar a enorgullecer.
—¿Sabes? Cuando has mencionado a mi profesor Rafael, me ha dado muchísima rabia… Pero tengo que admitir que gracias a eso es que ahora puedo recordar cómo pensaba él. ¿Sabes lo que creo que te hubiese dicho?
—No lo sé… Pero seguro que hubiese sido algo muy sabio.
—Hubiese dicho que eso era lo fácil, pero que morir es una mierda. Que una persona con valor sale ahí a pelear contra su problema y camina por ahí hasta las últimas consecuencias. Cada día, un pequeño granito de esfuerzo. Cada vez que te caes, te vuelves a levantar, aunque tardes algunos días en hacerlo. Ignoras lo que parece y lo que no parece. Tú solo avanzas, sin rendirte ni morirte. Lo que ahora te parece imposible, será una gran satisfacción cuando llegues a la meta y mires atrás… —sonrío como un tonto al recordar su cara y su voz—. Sí, creo que algo así te hubiera dicho.
Gabriel me mira con la boca abierta. Luego se pone a llorar.
No sé si lo he convencido del todo o no, pero, después de asegurarme que me ha entendido y de conseguir que me prometa que desde mañana mismo buscará tratamiento y se apartará de todo hasta que se recupere de verdad, decido irme a casa a oxigenar con urgencia mi cabeza, ya que tengo hasta náuseas con todo lo que acabo de vivir aquí dentro.
Agradezco muchísimo que mi profesor haya acudido una vez más a mi cabeza. Cuando Gabriel me ha dicho que se quería morir, mi primer impulso ha sido darle la razón. Me daba demasiado asco y miedo como para negarle a alguien así que se quite del medio. Pero me siento mucho más cómodo al haber sido el altavoz de lo que mi profesor hubiese querido decir. Una vez más, muchísimas gracias por recordarme que yo también puedo ser mejor.
En casa, me tomo la tarde con calma mientras escucho de tanto en tanto los gritos de Lucía, que no deja de llorar. Es increíble, pero parecen lloros de arrepentimiento. Hay gente que no valora lo que tiene hasta que lo pierde, supongo.
Ya es la hora de irme a dormir. Son casi las doce y Alex todavía no me ha dicho su idea para surfear la predicción de mañana.
Ah, mira, parece que ya está escribiendo. A ver qué dice.
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