Capítulo 134 Tomo algo con un sintecho
“Según como se mire, podría decirse que soy un auténtico pesado persiguiendo
a esta persona y obligándole a tomar algo. O sea, a lo mejor a él le parece bien,
pero está claro que los motivos que me llevan a eso son egoístas. Qué mal…”
No tengo ni idea de por qué estoy tan pesado con la existencia de ese hombre, pero es que esa actitud optimista y relajada pese a su situación me tiene obsesionado. Como no lo he comentado con nadie, no he podido contrastar si de verdad es algo para hacérmelo mirar, o si es un pensamiento normal y corriente.
He tardado un rato en encontrarme con él y con su perro, ya que no siempre está en la misma calle, pero confiaba en que lo acabaría encontrando, tal y como ha dicho el calendario.
Lo observo un rato y, después de reunir el valor suficiente, me acerco a él.
Le doy una moneda de dos euros y acaricio a su perro.
—¡Gracias! —me dice, mirándome con una sonrisa y acariciando también a su perro enorme. El perro está en la gloria ahora mismo, de verdad.
—Oye, una cosa… —digo con bastantes dificultades—. ¿Te gustaría ir a tomar algo al bar ese de ahí? —señalo al bar al que solía ir el profesor Rafael—. Invito yo.
—¡Anda! Oye, no sé, ya me has dado dos euros. ¿También me invitarás a algo?
—Bueno, sí, a un café y algo así pequeño o mediano para acompañar, si te parece bien.
—¡Claro! Me parece bien. ¿Podemos ir a la terraza?
—Ah, sí, sin ningún problema. ¿Es para fumar o…?
—¡No, no! Es porque en el interior a lo mejor no dejan que entre mi perro.
—Ah, sí, ¡por supuesto! Vamos a la terraza.
De alguna forma lo he hecho, y ha sido fácil. Una parte de mí quiere hablar con él, pero ahora tiene más peso la parte en que me pregunto por qué hago estas cosas, si las llevo fatal. ¿Ahora tengo que llevar yo el ritmo de la conversación? ¿Se siente incómodo por mi culpa? ¿Pensará que soy un sobrado que le restriega mi dinero a quien no lo tiene? Madre mía, qué vergüenza me da pensar en todas estas cosas, en serio… Y eso que ni siquiera voy bien de dinero, y peor que voy a ir cuando me despidan.
Nos sentamos y él se pide un café y un bocadillo pequeño de jamón y queso. Yo pido una horchata.
—Bueno, antes que nada, vamos a presentarnos, ¿no? —me dice—. Que estamos aquí tomando algo y no sabemos ni cómo nos llamamos.
—¡Ah! Muy cierto. Yo me llamo Izan —le extiendo la mano y él me corresponde.
—Encantado, Izan. Yo me llamo Ángel.
—Ángel, de acuerdo. Y… ¿El perro? —porque es muy importante saber el nombre que tiene el perro. Es enorme pero bonachón. ¿Qué nombre se le pone a un perro así? Eso no se lo digo porque pensará que está tomando algo con alguien que no está muy bien de la cabeza.
—Pues yo le llamo Pancho, pero no sé si tenía un nombre antes de eso. Me lo encontré abandonado por la calle poco después del confinamiento. Me acerqué a él y dejé que se quedase conmigo —mientras me cuenta eso, acaricia todo el tiempo a Pancho—. Le llamo así porque siempre se pone muy cómodo boca arriba y con cara de disfrutar mucho. Se queda todo pancho, ¿a que sí? —intensifica las caricias, y al perro le encanta.
—Pancho porque está todo pancho… Mis dieces a ese nombre.
—Bueno, Izan, ¿y tú vives por aquí cerca?
—Sí, vivo por aquí, y ya te había visto algunas otras veces. Bueno, a los dos.
—¿Y te hemos llamado la atención por algún motivo?
—Sí, bueno, o sea… —ahora viene la parte delicada. La que se tiene que poder decir sin que parezca que me faltan algunas turbinas ahí dentro—. Me llamó mucho la atención tu forma de tomarte la vida. O sea, tu cara es muy expresiva, ¿no? Y expresas siempre gestos que denotan como felicidad o por lo menos una actitud muy relajada y afable. Muy cómodo.
—Y te pareció contradictorio que un vagabundo se comporte así, ¿no?
—¡No! —bueno, sí, es eso tal cual, pero queda fatal—. O sea, contradictorio no, es… Me llamó la atención. Me pareció casi inspirador, ¿sabes?
—¿Inspirador? —Ángel comienza a reír—. Vale, inspirador… Me caes bien, me ha gustado eso. Me gusta porque dices cosas muy raras y te da igual.
—¿Y eso te gusta? ¿No te hace querer salir corriendo?
—Qué va. Me gusta. No sé si la gente es muy cuadriculada, o si no lo es, pero fingen serlo. En cualquiera de los dos casos, pienso que deberían soltarse más, observar cosas diferentes, aunque parezca que no tienen sentido. Buscar otros sentidos. Cosas así. Es complicado de explicar, pero… ¿Entiendes más o menos lo que digo? Es que claro, cómo se lo explicas a alguien, si son como intuiciones que no tienen forma.
—Sí, creo que te entiendo. Bueno, no del todo, porque cada uno entenderá mejor la forma de sus intuiciones, y cada uno sabrá lo que tiene en la cabeza. Yo no estoy en tu cabeza y tú no verás el mundo igual que yo porque no estás en la mía, ¿no?
—¡Eso es! Me gusta, me gusta. Venga, Izan, te dejo preguntarme lo que quieras yendo al grano, aunque creas que me resultará ofensivo. No me importa. Prefiero que me ofendan a que sean condescendientes y cuidadosos conmigo.
—Ah, vale… Bueno, yo no quiero ofender ni nada, pero entiendo que me das permiso para que hable sin pensar demasiado.
—Permiso, no. ¡Te lo imploro! ¿Puedes hablar sin filtrar lo que dices? Es así como quiero que me hable la gente, y justo hacen todo lo contrario.
—De acuerdo, allá voy. ¿Qué te ha llevado a ser un sintecho?
—Es un tema duro, ¿verdad? Bueno, no es algo que sea fácil de explicar. Igual me tienes que invitar algunas veces más para llegar a eso. No porque no te lo quiera contar, quiero aclararlo eso. Pero sí porque se necesita mucha historia, mucho contexto de la historia de mi vida. Pero bueno… Te puedo decir que, primero, tomé muy malas decisiones una detrás de otra. Incluso aunque me avisaron, o incluso aunque sabía que mis decisiones podían hacer daño a otros, yo seguía. Eso fue terrible para mi familia.
—¿Qué le pasó a tu familia?
—Por suerte, nada irreversible. Pero no quise molestar más a mis padres, así que me fui de casa para desvincularme de ellos. Nunca han hecho daño a nadie, así que no se merecían tener a un hijo así.
—Vaya… ¿Y desde cuándo estás en esta situación? De hecho… ¿Cuántos años tienes? Soy malo sabiendo la edad, y con la barba es más jodido todavía.
Ángel ríe. Le ha hecho gracia lo de la barba y mis problemas para identificar la edad.
—Llevo seis años así. Ya he encontrado mi propio estilo de vida, así que no estoy tan mal. Y mi edad, bueno, ¿cuántos me echas?
—No lo sé… ¿Treinta y siete? —por decir algo.
—Bueno, gracias por rejuvenecerme un poco. Tengo cuarenta y dos, pero ya perdí la cuenta y el interés hace tiempo, así que no estoy ni seguro de eso. Y me da igual, si te digo la verdad. Estoy en un punto en que pocas cosas me importan y pocas cosas me dan confianza.
—Pero tu actitud es alegre, ¿no? ¿Cómo es eso? Ahora acabas de decir algo negativo. Quiero entenderlo.
—Pues porque, de alguna forma, he conseguido encontrar la paz en mi nuevo estilo de vida. O sea, no me gustaría estar así siempre ni mucho menos, pero… Es que antes lo único que hacía era equivocarme y hacer daño, sentir que decepcionaba a mi gente y vivir amargado por problemas que no eran tan, tan, tan importantes.
Parece que me acaba de definir. Qué miedo.
—¿Y prefieres no tener casa, dinero, comida y todo eso?
—No es que lo prefiera, pero me voy apañando. No decepciono a nadie, vivo con Pancho, sé en qué sitios dan la comida que sobra de los restaurantes y supermercados, sé dónde puedo limpiarme, con las mejores fuentes y parques con zonas de agua por aquí cerca… ¡Ah! A veces toco música y me saco unas monedas en el metro —acaricia a su perro—, aunque no sé si es por mi música o por Pancho, claro —en serio, el perro está encantado cada vez que le acarician. Espino suele buscarlo también, pero no se muere de ilusión como este perro. Me tiene embelesado, de verdad.
—Es una actitud increíble… Pero, ¿no es una forma de huir? ¿Aceptar esta situación para escapar de tus malas decisiones y todo eso?
—¡Vaya! Esa me ha dolido un poco, no te voy a mentir.
—¡Lo siento!
—¡Qué va! Ni te preocupes, Izan. Por favor, si soy yo el que te ha pedido que hables sin filtro. Y bueno, sí, es huir un poco. Pero es temporal. Primero me quiero limpiar de todo ese pasado embarrado, y luego ya miro hacia el futuro. Poco a poco. No es que me quiera quedar así para siempre. Llegado el momento, haré lo que tenga que hacer. Tampoco es que esté solo, tengo algunos amigos que viven situaciones… Diferentes, pero con puntos en común, y creo que todos estamos esperando nuestro momento. Ellos me apoyan, y espero apoyarles yo también.
—Me alegra que tengas amigos que te ayuden. Espero que yo también te pueda ayudar de alguna forma.
—¿Invitándome a cosas en bares? —me dice, y se ríe. Yo me sonrojo un poco por la vergüenza—. No me hagas ni caso. Muchas gracias, Izan.
—Bueno… Mejor eso que nada, ¿no?
—¡Claro, claro! Oye, me ha gustado esta charla. No siempre estoy por esta calle, pero de tanto en tanto, si te apetece, charlamos un poco más. Si puedo, te ayudaré yo también. Porque tú también tienes tus cosillas, ¿no?
—Bueno, sí… Y me gustaría tener una actitud mejor frente a esas “cosillas”.
—Entiendo. Espero contagiarte de buena actitud, entonces. Oye, ¿te puedo hacer una pregunta yo a ti?
—Faltaría más.
—Yo a ti te he visto alguna vez hablando con un hombre llamado Rafael, ¿no?
—Conozco a más de un señor llamado Rafael. ¿Cómo es? —no sé si se refiere a mi profesor, o al amigo de mi tío Mateo.
—Pues no sé, un señor mayor con gafas… No tenía ningún rasgo demasiado identificable. Le encanta venir a este bar, pero hace tiempo que no nos vemos.
—¿Tiene pelo? —pregunto.
—Sí.
—Vale… Mi profesor Rafael. Supongo que no lo sabes, pero murió hace tres meses.
—¿Rafael murió…? Mierda, no me jodas…
—Sí —digo con la voz muy seca. No puedo añadir nada más a eso.
—Lo siento si te he recordado algo que no querías recordar… No lo sabía. Conozco al viejo Rafael desde hace mucho tiempo, y alguna vez me invitó también en este mismo bar a tomar algo. Siempre me daba buenos consejos y era muy agradable hablar con él.
—Sí… Era increíble. Fue mi profesor, ¿sabes?
—¿Sí? Pues te envidio. Ojalá yo hubiese tenido un profesor ni la mitad de buena persona que él.
Hablamos un poco más de mi profesor y luego nos despedimos. Recordar al profesor Rafael me ha hecho pensar en qué pasaría si él me hubiese estado observando todo este tiempo. Me da muchísima rabia, porque siento que Nora, al haberse instalado en su casa durante todo el mes pasado, ha conseguido borrar poco a poco la presencia de mi profesor en el rellano del tercero. En mi casa. Pero ahora se ha ido, y ha tenido que ser mi nuevo amigo Ángel quien me recuerde que la persona a la que menos quiero decepcionar en todo el mundo, esté con nosotros o no, es a mi profesor. Eso, y la inspiración que me ha dado Ángel por su forma de tomarse la vida y de entenderla, tienen que convertirse en armas con las que poco a poco afrontar mi situación actual.
Al volver a casa y revisar el móvil, veo que tengo varios mensajes de Alex, al que le escribí hace como una semana para tener a alguien a quien contarle mis problemas. Me habla despreocupado, como siempre. Es de mis mejores amigos, si no el mejor, pero comparte esa faceta despreocupada y viajera con mis padres, y es lo que menos me gusta de él. No es que quiera juzgar sus actos por eso, pero desde luego no me llena de alegría.
No le contesto, pero no por rencor ni nada de eso… Sino porque el Izan que le escribió hace una semana es distinto al Izan de hoy. Antes necesitaba guía y desahogo de la forma más desesperada, pero ahora siento que puedo hacer las cosas mejor con mis propias fuerzas, poco a poco y a mi ritmo. Claro que le contaré mis problemas, pero cuando lo necesite de verdad, o cuando él esté un poco más interesado. Ahora no lo necesito, así que le contesto de forma genérica y desvío el tema hacia sus viajes y sus cosas.
Hoy tengo mucho en lo que pensar. La charla con Ángel ha sido bastante productiva. Estoy en buenas condiciones para recibir la llamada que me espera mañana, la de Eric. No sé qué esperar de esa llamada, pero ahora no me da tanto miedo recibirla.

Yorumlar