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Martes 11 de julio de 2023

Joel Soler

Actualizado: 12 jul 2023


Capítulo 133 No puedo mirar a Anna a la cara…

“Ayer me sentí genial y poderoso y estupendo, pero toca volver a la realidad.

Esa realidad donde soy un capullo y mis reacciones basura tienen consecuencias.”



Vuelvo de hacer una pequeña compra por la mañana, y por el camino me encuentro de nuevo al sintecho de la barba con el perro enorme y bonachón. De nuevo, su expresión es agradable y sonriente con las personas que le dan una moneda. El resto del tiempo se le ve tranquilo, jugando con su perro. Los dos con una expresión la mar de agradable. Algo así como todo lo opuesto a mi cara de ir dormido, cansado y asqueado por la vida.

Me quedo un rato observando, y se acerca otra persona a echarle unas monedas. No reparo hasta unos segundos después en que se trata de Anna. ¿Qué hace Anna aquí, tan cerca de mi casa?

Hoy lleva un pañuelo de color lila. Creo que nunca la he visto llevar ese color, o no me he fijado. A veces intento fijarme en el patrón de colores de los pañuelos de Anna, ya que, por lo visto, significan algo para ella. Según su estado de ánimo o algo así. No se lo quiere contar a nadie. Siempre juguetea con la idea de que lo adivinemos los demás.

Anna y el hombre de la barba y el perro están charlando de una forma muy animada. Yo me mantengo escondido. No la puedo mirar a la cara, como bien dice la predicción, pero tampoco puedo apartar la vista de esa conversación. Del tono, para ser más exactos. Es un tono que anima a cualquiera a tomarse la vida con optimismo. No sé de qué hablan, pero me encanta la energía que tienen. Me dan algo de envidia y me hacen pensar que debería aprender a no amargarme o asustarme a la primera de cambio.

Al final, como era predecible, Anna consigue verme, pese a mi escondite para nada perfecto. Se despide del barbudo y de su perro para venir a mi encuentro.

No la puedo mirar a los ojos.

—¿Tú qué pasa? —me dice.

—Pues aquí… —digo mirando a un lado.

—Hoy tenía que comprar por esta zona, así que he venido a sacarte a rastras de tu casa y ver si puedes ponerte las pilas de una buena vez. Iba a sacarte de los pelos si hacía falta. Pero ya estás fuera. No me dirás que tienes prisa, ¿no?

—¿Eh? No, bueno… He hecho unas compras y tengo que poner en la nevera algunas cosillas… —“algunas cosillas”. Me ha dado mucha rabia escucharme decirlo de esa forma.

—Vale, pues te acompaño. ¿Te puedo acompañar o no?

—Ah… Pues sí, si quieres.

Es como imposible decirle que no a esta persona.

Me acompaña, ponemos las cosas en la nevera y me persigue todo el rato tanto si voy a la cocina, como si voy al salón, como si voy a donde sea. Si ahora entrase en el lavabo, entraría conmigo y me diría que no tenga vergüenza en hacer lo que sea que tenga que hacer.

—¿Soy muy intrusiva? —me dice.

—Bueno, a ver…

—¡Pues te aguantas! —me dice. Y lo peor es que lo dice de tal forma que no me puedo negar, pero tampoco me puedo enfadar. Es una especie de hostilidad amistosa y reconfortante. Es curioso, porque cuando Lydia o Abril son así conmigo, no siento esa tranquilidad. Creo que es porque ellas solo se comportan así cuando solo les queda el dolor o la rabia, pero Anna todo el tiempo desprende ganas de ayudar. Es como si fuera una especie de cinturón negro en afrontar este tipo de crisis o algo así.

—¿Esto es porque fui un imbécil el otro día en el mercado? —le digo.

—Bueno, un poco. Me sorprendió verte así. Pero que no es por mí, ¡es por ti! ¡Es para que dejes ya de hacer el tonto! Hoy tengo la tarde libre, así que me voy a dedicar a escucharte o a distraerte. A animarte, vaya. ¿Cómo lo ves? ¿Lo aceptas, o soy una pesada?

Dice que no pasa nada, pero sí que lo tiene un poco enquistado.

—No eres una pesada. Perdón por eso. Aunque hoy sí que estás siendo un poco invasiva —digo con una sonrisa cómplice, aunque un poco asustado, por si ha sido un comentario inapropiado. Ella solo me pega un manotazo en el hombro y sonríe conmigo.

Charlamos de forma algo distendida. No consigo mirar a sus ojos como es debido ni tampoco contarle cosas demasiado profundas, pero ella consigue dirigir la conversación todo el rato por caminos tranquilos que me hacen hablar de una forma algo más animada.

Lo que puedo observar de la postura de Anna es que, aunque tiene motivos para estar enfadada conmigo, no lo lleva a un terreno tan personal como Lydia, Abril y Oliver. Ella se decepcionó y se sintió molesta por todo lo que pasó, pero no se rinde lo más mínimo ni se aparta. Consigue hacerme reír, hacer que hable de forma activa y con energía, sacando temas que me importan o para los que no puedo dar una respuesta pasiva. Sabe qué teclas tocar y quiere que no sienta que estoy en lo más bajo. Lo hace de una forma invasiva, sí, pero ahora mismo es de las cosas que mejor me están sentando.

Después de un par de horas juntos sin que la conversación se estanque, se prepara para marcharse.

—Bueno, Izan. Por hoy te salvas de hablar de temas comprometidos, pero pronto volveré, que lo sepas.

Ya lo sé, pero no se lo puedo decir. El sábado volveremos a hablar, solo que Oliver estará con ella.

Al despedirme, le doy un abrazo fuerte de forma inconsciente. Creo que ella se sorprende. Ha sido un abrazo de puro agradecimiento, o eso creo. Me parece que algo así era lo que necesitaba para empezar a levantar cabeza.

Sin embargo, todavía me queda mucho recorrido por delante. Aquí hay tres temas que están sobre la mesa: lo mal que estoy y mi actitud contra la vida, que es de las primeras cosas que tengo que ser capaz de cambiar; lo mal que he tratado a mis amigos, por lo cuál tengo que redimirme y compensarlo como sea; y, por último, lo del calendario y todo lo que pasa a mi alrededor. Los problemas que todavía no están claros y quién me está haciendo todo esto.

Esos son los tres faros que tengo que seguir ahora mismo. No sé qué me depararán las futuras hojas del calendario, pero, al menos mientras dure el mes de julio, esas serán mis máximas prioridades.

Lo primero que haré será hablar con el hombre de la barba y el perro para entender mejor cómo mantener una actitud positiva hacia una vida adversa. A lo mejor me manda a la mierda, o a lo mejor no lo hace, pero lo piensa, porque no pinto nada hablando con él de eso… Pero es que me tiene obsesionado el maldito. Quiero hablar con él, o no podré pensar en otra cosa durante un tiempo.







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