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Relato corto de Leo

Joel Soler

Actualizado: 2 ago 2023



El público gritaba de forma apasionada. Todos aplaudían o abucheaban a los luchadores del ring. Todo valía en aquel torneo de lucha clandestina, excepto el uso de armas y ayudas externas. La final siempre era la pelea más acalorada, las apuestas estaban al rojo vivo, y ambos luchadores pasaron por combates muy difíciles para llegar hasta ese paso previo al premio en metálico del torneo. Pero no era dinero todo lo que buscaban… El orgullo y el honor de ser bien valorado en aquel barrio, con sus propias leyes. Aquel submundo incomprensible para los que quisieran juzgar desde fuera.

Todo era ilegal en aquel torneo. También lo era en aquel barrio. La policía en el fondo lo sabía, pero hacían los oídos sordos. Nadie sabía cómo se llegó a esa situación, pero aquel barrio era un paraíso donde las bandas, los grupos y los negocios ilegales tenían su mejor color. Mientras no sobrepasasen la línea y mientras no matasen a nadie, la policía les permitiría seguir con lo suyo. Y no solo la policía permitía eso: los reyes del barrio y gente influyente de los diferentes grupos también estaba de acuerdo. Si nadie interfería en sus propias reglas, nadie saldría más herido de la cuenta. Lo importante era el dinero y la diversión. Era un pequeño paraíso o el peor estercolero, dependiendo de tu punto de vista y tu posición.

El torneo de lucha clandestino era el entretenimiento favorito de aquel barrio. La final de la edición de este año la disputaron Heracles y El León.

Heracles era un hombre de metro noventa y nueve, musculoso y que ganó la mitad de sus combates solo con la mirada. El León era un hombre de metro ochenta y siete, cabello rojizo y con un cuerpo equilibrado entre fuerza y agilidad.

Aunque Heracles parecía el más fuerte si los veías uno al lado del otro, muchos confiaban en la victoria de El León.

Su nombre real era Leonardo, nombre de origen germánico que deriva de Leonhart, que significa “aquel que es fuerte como un león”. Su nombre, su cabello rojizo, su fuerza, su capacidad de liderazgo, su signo zodiacal… Su destino era ser El León de aquel paraíso.

El público estaba cada vez más acalorado. Discutían, incluso se golpeaban, para defender a su favorito.

“Heracles destroza a ese minino, ¿no te basta con verlos el uno al lado del otro para darte cuenta?”

“No tienes ni idea. ¿No has visto los combates de El León o qué te pasa?”

“¡Pues sí! Muy bien para ganar a pringaos, pero lo que ha hecho Heracles es de otro mundo, vamos.”

“¡Pero si la mitad ya se estaban rindiendo antes de empezar!”

“Pues el gatito ha tardado un huevo en ganar todos sus combates.”

“¡Porque jugaba con los otros luchadores! Si no te has dado cuenta es que estás ciego, macho.”

“¡Tú sí que estás ciego! Pero si están ahí mismo. Uno gigante, otro un tirillas. Y punto.”

“Pues venga. Subimos la apuesta. No hay huevos.”

“¡La subimos!”

Las apuestas y la tensión crecían cada vez más. Las discusiones que empezaban con argumentos y deseos, terminaban en amenazas y empujones.

Cuando llegó el esperado momento, todos gritaban para animar a su favorito. Heracles y El León luchaban con ferocidad.

Un experto en mitología que se encontraba entre el público comentó el león de Nemea fue la primera prueba de Heracles, o Hércules, en los doce trabajos puestos por Euristeo. Por supuesto, Heracles ganó a ese león. Aunque sus palabras eran ninguneadas y se burlaban de él por hablar de esas cosas, los más fans de Heracles también abrazaban esas palabras para defender a su contendiente. Todo valía para defender su deseo de que Heracles fuese el rey del barrio.

Algunos discutían tomando en cuenta ese relato, llevándolo a su propio terreno.

“Heracles siempre ganará y despellejará al león. Es solo una prueba más.”

“Qué va. Esto es la venganza del león, que le tiene ganas al Hércules ese.”

“Que no, ¡que está destinado a reventarle! Que lo dice el friki de la mitología.”

“¿Pero Hércules no es un personaje de la película esa de dibujos?”


Entre gritos y argumentos, el combate empezaba a llegar a su fin por las limitaciones de la propia resistencia de los dos luchadores. Fue igualado en todo momento, para regocijo de aquellos espectadores que venían por el espectáculo más que por el resultado. Para el resto, fue un acto de tensión y sufrimiento hasta el final.

El combate que decidiría al rey del barrio estaba a pocos segundos de terminar.

En un cruce de puños directos a la cara del contrario, uno de los dos soportó el tipo, pero el otro cayó al suelo, perdiendo el conocimiento en el acto. El árbitro hizo la cuenta, pero el perdedor tardaría muchos minutos en despertarse.

Ante los gritos extasiados y energéticos del público, gritando con toda la fuerza de sus cuerdas vocales toda clase de cosas buenas y malas que no se podían distinguir, el árbitro proclamó al ganador definitivo.

“¡¡El campeón es El León!!”

Un hombre que llevaba el seguimiento de todo el torneo, para poder hablar de ello en su blog, sin fotos y escondido a los ojos de la ley, entrevistó a Leonardo a la salida.

—¿Qué harás ahora que eres el campeón?

—¿Qué haré ahora que soy el rey? —dijo El León con firmeza y una sonrisa—. Pues ahora que soy el rey, estoy un paso más cerca de cambiar este barrio.

—¿Cambiar el barrio? Pero, campeón, ¿no está suficientemente bien tal y como está?

—Lo preguntas porque la policía nos deja hacer lo que queremos, ¿verdad? No es suficiente. Los de fuera nos miran como si fuésemos los peores desechos sociales, y mucha gente de aquí dentro sobrepasa la línea sin que nadie se entere. Además… ¿Qué es ir más allá de la línea? ¿No matar? Genial, tenemos eso. Pero también tenemos tratos fraudulentos, traiciones, engaños, robos, amenazas, violencia injustificada… Todo dentro de esa línea que no tenemos que superar. A la policía le da igual mientras nadie muera. Nuestra ventaja con la policía seguirá igual, claro, pero hay mucho que limpiar por dentro. No nos podemos conformar solo con que la gente no muera. ¡Se puede seguir haciendo lo que estamos haciendo sin que todo sea la auténtica inmundicia que los de fuera creen que somos!

Ante ese proclamo, todos los seguidores del león estallaron en más y más gritos. Incluso algunos seguidores de Heracles sintieron emoción al escuchar las palabras de Leonardo.

Para el nuevo rey, esto era solo el principio. Con el paso del tiempo, cada vez más y más gente le respetaba y seguía. El barrio donde vivían era, sin duda, un lugar conflictivo, aunque sus habitantes sentían un especial apego a muchas cosas que solo ellos tenían, y no podían aceptar la idea de que los demás pensasen mal de ellos solo por prejuicios vagos y establecidos por gente que vive en una mejor posición. Esa gente no podía entender lo que era vivir sin sus recursos, ni tampoco todo lo que se había construido para compensar sus desgracias.

Leonardo, de haber querido, viviría en otro lugar, lejos de este barrio. Su familia creció aquí, tanto sus padres como su hermano mayor, pero un día tuvieron la suerte de que les tocó la lotería, y pudieron salir de este lugar y vivir en una mejor posición social. Leonardo fue el único que decidió que quería quedarse aquí y no renunciar a sus raíces. Tal vez lo hizo por eso, por su apego a sus orígenes, pero en su interior sabía que lo hacía para demostrar que podía subsistir por sí mismo, sin ayuda de su familia o de un dinero que no se había ganado. Su enorme orgullo no permitía darse caprichos tan sencillos. Todo cuanto alcanzase lo tenía que conseguir él mismo. Nadie tenía que regalarle nada. Alcanzaría un lugar alto con su propio esfuerzo, y rugiría desde allí para que todos supieran todo lo que consiguió por sí mismo. Eso inspiraría a mucha gente que se daría por vencido por haber nacido en lo más bajo. Ni rendirse ni resentirse, decía siempre Leonardo. Luchar.


Una de las pasiones de Leonardo era el boxeo, y saber que podría utilizarlo en el torneo de lucha clandestino, fue su guía para dar el primer paso. Antes de ganar este torneo, ya era alguien respetado y con muchas conexiones, pero era ahora cuando todos imaginaban su cara y su nombre cuando pensaban en quién reinaba de verdad en esos barrios. El primero de sus objetivos se había cumplido, pero todavía quedaba mucho por hacer.

Ajenos a este mundo, y sin conocer bien al León, existía una banda callejera llamada “Los Tigres”. Ellos tenían su propio territorio, y en el pasado se impusieron frente a otras bandas. Su forma de mover mercancía ilegal estaba alejada de los estandartes que Leonardo perseguía, pero poco a poco empezaban a ganar presencia en un barrio donde sabían que la policía no les molestaría.

Aunque sus métodos fueron prudentes y orientados al pragmatismo más silencioso, poco a poco se fueron radicalizando y no pudieron controlar todas las voces internas que querían dar un paso más allá.

Pese a que Los Tigres prometieron respetar las reglas del juego de ese barrio, cada vez eran más los incidentes que brotaban por su culpa. No eran bienvenidos ahí. Poco a poco, los altercados fueron escalando, terminando con la vida de civiles inocentes y jóvenes en un hospital por haber visto lo que no debían o por haber molestado a alguno de los miembros de la banda, según el criterio de estos.

Casi nadie quiso hacer nada, porque la influencia de Los Tigres cada vez era mayor, pero Leonardo no lo veía así. Él solo, junto con algunos leales que le siguieron a escondidas, se encaró con Los Tigres en su propio almacén. Aunque el objetivo inicial era hablar, todos sabían que la solución pacífica era la menos probable.

Debido a los seguidores de El León que presenciaron ese encuentro, la voz se corrió a toda velocidad por el barrio. Todos sabían que Leonardo se había enfrentado a Los Tigres y que tenía intención de hacerlo solo. Que defendía los intereses del barrio y el equilibrio entre sus fuerzas para que los civiles no tuvieran que sufrir las consecuencias del juego que se traían las bandas ilegales.

“Ellos no tienen nada que ver. Nuestro mundo es nuestro mundo, y ellos están aquí porque no tienen otro remedio. Su mundo y el nuestro no se tiene que tocar.”

Esa fue la proclama de El León, pero Los Tigres se reían de él o ignoraban sus palabras. De verdad que no sabían quién era él. Solo los dos o tres que conocían algunas de las leyendas del rey del barrio se mostraban algo más cautos, pero se sentían confiados en el momento en que Leonardo vino solo, y no con su fiel manada.

Al final llegaron a las manos y, aunque Leonardo recibió un poco de ayuda de los suyos, los rumores dirían que lo que pasó aquel día era que El León ganó a todos los Tigres él solo. No fue lo que pasó de verdad, pero es verdad que pudo noquear a la mayoría, y sus seguidores quisieron que ese rumor se propagase para que supieran quién mandaba.

Poco a poco, El León siguió consolidando su nombre como el verdadero rey del barrio que protegería a todos. Leonardo era la salvación para los que querían mejorar la vida de aquel barrio, conservar las cosas importantes y mejorar todas las demás. Solo él lo podía conseguir.

Leonardo, ahora líder oficial de la banda de Los Leones, expandía cada vez más su influencia. Incluso otros barrios que estaban conectados a este, pero que no jugaban con las mismas normas, empezaron a impregnarse de la influencia de El León.

Como la policía no se inmiscuía en ninguno de los asuntos de esas bandas y pequeñas organizaciones, Los Leones eran considerados la ley.

Seguro que algunas personas podrían quejarse de sus métodos, por imponer su justicia a la fuerza, pero lo que no se podía negar es que todo iba mucho mejor desde que Los Leones tenían el control, pues ahora los únicos que tenían miedo eran aquellos que antes lo provocaban. Así es como tenía que ser.

“El fuerte es quien manda. Si el fuerte quiere velar por lo justo y por la seguridad, todos habremos ganado.” Eso es lo que Leonardo pensaba.

En sus pensamientos solía imaginarse en un trono mientras acariciaba a un león adulto, pues incluso el mismo rey de la selva no sería más que un cachorro al lado de todo lo que él estaba consiguiendo dentro de los límites de su propio mundo. Cada vez estaba más seguro de que nadie podía mandar más que él, y que todos lo amarían y lo respetarían de por vida.

Tras un año en esta situación, decidió que ya empezaba a ser el momento de dar otro paso hacia su sueño. Con el barrio bajo control, ya se sentía preparado para ser boxeador.

Entrenaba cada día sin falta, sin confiarse por ser “el más fuerte”. Seguía preparándose sin perderse ni un solo día de entrenamiento.

Además de eso, decidió darse un año más antes de abandonar el barrio, para que su grupo, que cada vez era más grande y lo consideraba su propio imperio, pudiese seguir adelante sin él. Entrenaba a todos los integrantes, especialmente a los que tenían más madera para ser los líderes. Incluso entre ellos podían encontrarse luchadores de aquel torneo que Leonardo ganó, destacando al que quedó tercero, un hombre conocido por un puño explosivo, un luchador que se hacía llamar “Algieba”, el cual también era un gran favorito a ganar, pero al que le tocó en semifinales contra Leonardo. Tras los entrenamiento con El León, algunos de los leones ya superaban en fuerza y talento incluso a Heracles, indicativo de que estaban haciendo las cosas bien y de que ya podría irse tranquilo, dejando su legado en buenas manos.

Aunque Leonardo estaba listo para marcharse, eso no era tan sencillo en aquel barrio. El rumor corrió rápido, y muchas personas no estaban de acuerdo. Algunos querían que el alma del barrio siguiese ahí, y otros lo que querían era ajustar cuentas con él. Así pues, todas las personas y bandas que sufrieron la fuerza del león en sus carnes, encabezados por Los Tigres y por el propio Heracles, se juntaron en un grupo enorme y preparado para vengarse de Leonardo. Este gran grupo, unido por el rencor, seguía siendo incapaz de hacer frente a todo el imperio que había formado Leonardo, pero contra un solo león sí que podían, contra el rey de la manada, al que más odiaban.

Por más fuerte que fuera el rey, no podía hacer nada contra toda una manada furiosa. Uno contra más de treinta. Antes de caer, supo que, por lo menos, lo intentó con todas las fuerzas de su espíritu de fuego.

Despertó en el hospital. Tenía incapacitados un brazo y una pierna, y, aunque podría recuperarse con el paso del tiempo y mucho reposo, sabía que esto sería algo que ensombrecería tanto su pasado como su futuro. No podría perseguir su sueño de ser boxeador, y tampoco podría irse tranquilo dejando el legado que él se pensaba.

Postrado en la cama del hospital, reflexionando sobre si se había buscado lo que pasó o no, el hermano mayor de Leonardo vino de visita.

—No me gusta que me veas así —dijo Leonardo, como un león herido.

—Al final tenía que pasar, estoy seguro que lo sabías —dijo Santiago, su hermano.

Los dos hermanos charlaron. Leonardo no estaba tranquilo. No le podía mirar a la cara, y no entendía algunas cosas.

—Tú y yo siempre hemos sido parecidos —dijo Leonardo—. Tú también querías conseguir orden y justicia en tu entorno y, sin embargo, a la primera de cambio, desapareciste, arropado por la comodidad de una lotería que no te has ganado. ¿Tu forma de hacer las cosas es la buena?

—Yo no he abandonado eso, Leonardo.

—Ya, claro. ¿Cómo dices eso? ¿Pero tú te escuchas? Lo más reciente que sé de ti es que te has apuntado a un club de hípica, y vas con tu caballo por donde sea que vivas ahora con tus amigos ricos, perfectamente integrado. No creo que puedas decir eso, Santi, no lo creo de verdad.

—Me juzgas muy rápido, Leo. ¿No sabes que yo no me he rendido con todo eso? La diferencia es que yo no uso solo mi fuerza para conseguir ese objetivo.

—¿Te crees que eso es lo que yo hago? La gente me sigue y me respeta por mucho más que mi fuerza. Que me hables de la fuerza me dice que no has entendido nada de nada.

—Es posible, es posible… Pero creo que hay algo que has pasado por alto—dijo Santiago mientras incorporaba la cara de su hermano para que por fin se mirasen.

—Tú dirás…

—El sentimiento negativo es lo que alimenta el odio.

—Ya empezamos —dijo Leonardo al tiempo que volvía a girar la cabeza.

—No. Escúchame —Santiago volvió a incorporar la cabeza de su hermano—. Una persona, cuando hace según qué acciones, puede hacerlo por naturaleza, no te lo niego, pero si mantiene ese espíritu negativo y tú no haces nada para cambiarlo, sin duda esa persona alimentará su odio y sus ganas de ser hostil.

—Dudo que pueda ir de buenas con esa clase de gente, pero tú sabrás lo que dices. Venga ya, si tú conoces el barrio. Tiene sus códigos, sí, muy bonito, pero con esa gente no sirven de nada las charlas esas raras de niño rico que nos dice desde su atalaya cómo tenemos o no tenemos que pelearnos.

—Para que me entiendas —Santiago continuó como si nada—. Si usas solo tu fuerza pueden pasar dos cosas: o que peleen contigo, o que se rindan y te teman. A partir de ahí, una vez ganas, puede que te sigan teniendo miedo, o puede que vuelvan para vengarse, y termines en un hospital con una charla de tu hermano —añadió con una sonrisa.

—¿Y si vas de buenas? –dijo Leonardo de mala gana.

—Pueden pasarte dos cosas. O que peleen contigo, o que abran los ojos. Y si no te queda más remedio que usar la fuerza, la usas, y cuando pierdan, porque tú tienes la fuerza para hacer que pierdan, algunos te temerán, otros tal vez se lo tomarán como algo personal, pero… Alguno se dará cuenta de que el error es suyo, y se arrepentirá.

—Claro. En tu entorno de ricos, debe ser así.

—Ja… Para nada. Eso es otro tipo de guerra, créeme. Pero piénsalo, Leonardo. Si eres tan hostil como ellos, querrán golpearte. Si en cambio intentas por todos los medios que lo reconsideren, se pueden abrir nuevos caminos. Si no es la propia persona la que lo piensa, entonces puede que sea su compañero, o alguno que pasaba por ahí. Lo importante es que inspires desde lo positivo.

—No pasará. No en gente que solo entiende el lenguaje de los puños.

—¿De verdad entienden solo ese lenguaje? ¿No es un barrio que sigue unos códigos de honor muy distintos al resto de lugares peligrosos que son del mismo estilo? ¿No se enorgullece nuestro barrio de haber conseguido esa forma de vida gracias a la buena voluntad de gente a la que se considera marginal? ¿No te das cuenta de todo el terreno ganado que tienes ya en un sitio así?

Las palabras de Santiago al principio no convencían a Leonardo, pero, poco a poco, empezó a examinar cómo habían sido las peleas a lo largo de su vida, y cómo en unas pocas de ellas, tal vez aplicar esa “idílica” forma de pensar pudo haber cambiado el rumbo. También recordó a viejos enemigos y por qué se unieron a él tiempo después. Algunos lo hicieron con el estilo del león, pero, en algunos casos, fue por las veces en que Leonardo se comportó de la forma en que su hermano quería.

Transmitir esa forma de pensar en un entorno así no era fácil. No todo era tan bonito como hablar con su hermano, donde parecía que el tiempo se detenía y no había que estar siempre alerta, cubriendo tus espaldas. En el entorno de Leonardo, decir esas palabras es mostrar debilidad, era ser un niño asustado, era hacértelo en los pantalones. El rey no podía ser blando. Reinar entre las personas no difiere mucho de reinar entre los animales: el más feroz prevalece. Y, tanto si transmitía ese mensaje como si no, el rey no podía dejar una cosa sin hacer: vengarse de quien intentó destronarlo.

Leonardo asistió con buena parte de su grupo a enfrentarse a los tipos que le llevaron al hospital, pero quiso poner a prueba la teoría de su hermano, y les dijo que les proponía una tregua, y que, si todo estaba bien, podrían dejar de tener cualquier problema. Al principio, el líder de Los Tigres y el subcampeón Heracles se burlaron de esas palabras, pero, mirando la actitud del resto de miembros, se notaba que muchos de ellos querían aceptar esa oferta sin decir nada. Leonardo fue claro y tajante, incluso con lo que estaba diciendo, debía mantener una actitud que denotase superioridad y control.

Hacer caso a su hermano, sin más, no era una opción. Pero convertir las enseñanzas de su hermano en una herramienta que se mezclase con todo lo que él sabía, eso sí lo podía hacer. Si iba por las malas y solo pensaba en la violencia, el poder y la venganza, podría dejar a todos en el suelo, pero volverían, o se querrían vengar de los más débiles, o romperían el equilibrio del barrio una vez más. Pero, si intentaba convencerles de algo diferente, seguiría teniendo a muchos en contra, pero puede que no a todos. Puede que algunos tengan miedo y quieran aprovechar esa oportunidad; puede que algunos, incluso, quieran unirse a Leonardo por su forma de hacer las cosas; puede, también, que algunos opten por un pensamiento más pragmático, y prefieran las treguas y que todos los negocios del barrio sigan funcionando bien, sin necesidad de perder el tiempo y la seguridad en ese tipo de peleas.

Para completar el mensaje, Leonardo alzó la voz contra sus enemigos.

“Todo aquel que no acepte esta tregua y que se crea tan hombre como para seguir peleando, que dé un paso al frente. Los que lo hagan lucharán de tú a tú contra todos nosotros.”

El líder de Los Tigres y Heracles dieron un firme paso al frente. El resto de miembros de la banda también caminaron, pero con mucha menos decisión. El miedo se notaba en ellos, pero, aunque la propuesta de Leonardo pudiese ser tentadora, el temor hacia su líder venía de mucho tiempo atrás.

Las dos bandas se lanzaron sin piedad la una contra la otra. Desde fuera seguramente se vería como una penosa lucha entre despojos de la sociedad, pero dentro de ese feroz intercambio de puñetazos, Leonardo lo podía ver en los ojos de algunos de sus enemigos… Eran personas que vivían así porque no tenían más remedio, porque no tenían su fuerza interior, porque no tenían otra salida. Eran personas que hubiesen aceptado la propuesta de Leonardo de no ser porque el miedo era mucho más grande que esas ideas. Personas que ante la hostilidad se crecen, atacan y rugen, pero que sienten dolor y disgusto cuando eso pasa. No era así con todos, pero en muchos se podía ver en el valor de su mirada y de sus puños, y en eso Leonardo era especialista.

Tal vez por esa inseguridad de buena parte de su banda, o tal vez porque el rey siempre será el rey, el equipo de Leonardo fue quien se alzó con la victoria, con Leonardo y Algieba en pie al final de todo, mirando a Heracles que estaba en el suelo sin voluntad para continuar.

—¿Te merece la pena esto? —dijo Leonardo con desprecio.

—No me intentes sermonear, ahórratelo —contestó Heracles mientras se levantaba—. No eres un león, eres como mucho un gato que está deseando salir de este pozo con el dinero de su familia. ¡Pues venga gatito, hazlo! Si te arruinas, tu hermanito vendrá con una bolsa de billetes y listo —Heracles empezó a reír mientras se levantaba con penosas dificultades y tosía.

Leonardo se quedó callado mientras Heracles se iba, y Algieba en ese momento puso la mano en el hombro a su rey.

—Jefe, retírate a descansar. Tienes que recuperarte para ser boxeador.

—Pero…

—¿Sabes? Si en la semifinal me hubiese enfrentado a Heracles y no a ti, creo que muchos dudan sobre cuál hubiese sido el resultado. Creo que es más interesante si yo me quedo aquí y ofrezco una rivalidad más igualada contra esos perdedores.

—No digas tonterías, Algieba… No me lo estás diciendo por eso, ¿verdad?

—Tus ideas no son para este lugar, jefe. No puedes reinar en un lugar al que no perteneces. Todos buscamos una oportunidad de salir de aquí. Tú la tienes, aprovéchala. ¿No te parece justo para los demás? ¡Que les den! Tú vas a luchar muy duro por un sueño. Será fruto de tu trabajo y del de nadie más.

—No será solo mío… Si tengo esta oportunidad fue por una suerte que no me gané…

—Te la empezarás a ganar a partir de ahora. Además, jefe… —Algieba puso las manos sobre los hombros de Leonardo y lo miró fijamente—. Eres demasiado grande como para reinar en un lugar tan pequeño. Tú sal ahí, y conquista el mundo.

Las palabras de Algieba fueron muy importantes para el corazón del león. Entendió que sus acciones habían seguido inspirando a los suyos, y, por el camino, habían construido a un excelente líder. Algieba era ese legado que necesitaba.

Él tenía sus propias ideas, algunas heredadas de Leonardo. Otras, parecidas a las que Santiago hubiese aceptado. Pero también tenía las suyas propias. Él entendía el barrio incluso mejor que Leonardo, y sabía controlar la fuerza y los tiempos de cada situación. Con él, el respeto por el león se mantendría intacto, y, al mismo tiempo, seguiría trabajando para que el barrio fuese lo más parecido posible a la visión que Leonardo tenía. Al menos, así es como El León lo veía antes de marchar. Si era algo real, o solo algo que quería pensar, es algo que no podría saber hasta mucho tiempo después.


Pasaron unos pocos años. Leonardo todavía seguía trabajando por su sueño, pero no le iba mal. Todavía tenía mucho por hacer. Entonces, visitó el barrio un día, sin avisar a nadie.

Algunos veteranos le hacían reverencias al verle, pero muchos otros ni le reconocían.

Pero no tenían que reconocer su cara. Lo que tenía que perdurar era su visión del mundo. Sus ideas. La sombra del rey león seguía viva en el barrio. Las bandas y las injusticias seguían presentes, pero el código se mantenía intacto, las bandas que lo respetaban se unían para expulsar a las que no lo hacían, y las competiciones aumentaron su presencia como forma de desahogo de rabia entre los más fuertes. Poco a poco, todo se iba ajustando. Todo era similar, pero un poco mejor.

Pasar un tiempo fuera del barrio y ver los mundos más sanos hicieron que a Leonardo le costase mucho no estremecerse un poco al ver toda la basura que había ahí dentro realmente.

—No sé si me mentiste o si te lo creíste de verdad, Algieba… —dijo Leonardo para sí mismo—. Este lugar no era pequeño para mí. Ahora lo veo enorme. Este lugar tenía que ser gobernado por ti.

El León entendió cuál era su papel en aquel barrio: su legado.

No era un rey. Era un precursor. El auténtico rey se encargará de todo.

Pero, entonces… ¿Leonardo ya no era un rey?

Incorrecto. El León seguía siendo el león. ¿Tenía que buscar un nuevo lugar donde reinar? ¿Tenía que buscar otro sitio en el que aplicar sus ideas y su visión? No lo sabía. Solo sabía que no dejaría de rugir y de aspirar a lo más alto.

El rey miró hacia atrás para despedirse del que una vez fue su castillo, y mirar hacia el resto del mundo. Cualquier lugar al que él quisiera ir podía ser suyo.

Con esa idea en mente, e inspirado por las enseñanzas de su hermano y de Algieba, rugió con fuerza y se preparó para dar otro paso más hacia sus nuevas metas.

Un rey que entiende que tiene el poder para estar en lo más alto, pero que no quiere dejar de aprender y de crecer… Ese es el tipo de rey al que nadie podrá detener.

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