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El río sonaba con fuerza en los días de tormenta. Cuando la lluvia hacía que el río tuviese la fuerza de una corriente embravecida, Paula se tapaba los oídos, asustada, y preocupada por los peces que sufrirían el torrente de ese río que no corría en paz. Cuando eso pasaba, si estaba sola, se tapaba los oídos y esperaba con paciencia. Por el contrario, los días que Éric, su vecino y mejor amigo de la infancia, estaba con ella, era él quien le tapaba los oídos, y entonces ella tenía mucho menos miedo.
Éric también tenía miedo a esas lluvias y a la corriente violenta del río, pero era cinco años mayor que Paula, y por lo tanto tenía la responsabilidad de cuidar de ella y asegurarse que todo iba bien. Si él no tenía miedo, ella podría dejar de tenerlo también.
Paula y Éric, hace algunos años, jugaban en las orillas de los riachuelos que se encontraban cerca de su casa, y debido a la poca responsabilidad que se tiene a una edad temprana, siguieron jugando un día en que el temporal se mostraba enfurecido. Para cuando se dieron cuenta de que un tifón se aproximaba, ya era un poco tarde, pues el viento, el agua y las características de la zona de tierra en que estaban hacían casi imposible caminar por el lugar en esas condiciones.
Sentían que tenían que salir de ese lugar y ponerse a salvo, pero no podían hacerlo a pie. Como si fuesen dos peces, saltaron al río más profundo que tenían al lado, y mientras Éric la abrazaba, se dejaron llevar por la fuerte corriente que los llevaría a una zona más segura.
Sin saber cómo, se salvaron de aquella terrible experiencia, pero como resultado, Éric quedó gravemente herido, y Paula se quedó sola pidiendo ayuda y cuidando de él. Al final todo pasó y fueron encontrados. Se recuperaron pronto, pero desde entonces, el río enfurecido y el temporal de lluvia hacen que Éric y especialmente Paula sientan miedo y recuerden el que sin duda fue el peor día de su vida. Pero, a su vez, el día que unió sus destinos.
Paula era una chica de personalidad calmada, encajando mucho mejor con un río tranquilo con una corriente suave donde los peces pudieran nadar con tranquilidad y sin preocupaciones. Algunos creen que su mirada es triste, pero ella se define como una persona tranquila que se toma la vida sin presiones ni sufrimientos, siempre con una sonrisa y sin ningún tipo de maldad. En ocasiones era despistada y torpe, pero siempre tenía la frase justa o la actitud adecuada para remediar cualquier posible estropicio sin problema y sin que la persona que lo sufra pudiera sentir ninguna clase de hostilidad hacia la joven y sosegada niña sonriente. Pese a que no tenía problemas con la gente, tampoco hacía mucho por buscar amistades nuevas, pues solo necesitaba una: su amigo Éric. Solo él podía comprenderla.
Conoció a Éric por ser su vecino. Sus padres, tanto los de Paula como los de Éric, solían estar fuera, y eso hizo que ellos dos se quedasen solos muchas veces. Como él era cinco años mayor, era el encargado de cuidarla y de jugar con ella. Con el paso del tiempo, solo Éric fue capaz de comprender totalmente los pensamientos y los sentimientos de Paula. Conforme ella crece y cambia, teme que ya no sea reconocible para él, y que su relación se enfríe, o deje de ser igual. Pero, por el momento, seguirá nadando a su lado, dejándose arrastrar por una corriente agradable.
Paula no tenía mucho que contar sobre sí misma. Ella solía definir su vida como una línea recta, aunque no parecía demasiado incomoda con seguir la corriente y no salir nunca a flote, ya que tampoco se hundía. Al no tener mucho que contar, su especialidad era escuchar a los demás.
A Paula le encantaba examinar cómo se sentía la gente, especialmente en el plano emocional. Era buena consejera, y le gustaba comprender mucho mejor las emociones y las situaciones humanas mediante la vida de los demás. Pero su preferencia siempre sería escuchar a Éric, por encima de cualquiera. Para Paula, las historias de Éric eran sus propias historias. Ella escuchaba, atenía, oía con calma el sonido de sus sentimientos, y sonreía al comprenderlos.
Paula y Éric jugaban en el rio persiguiendo peces como solían hacer de pequeños, algo que seguían haciendo como una tradición. Todavía tenían aquel miedo dentro, y por eso se solían quedar en casa en los días de lluvia, pero si las aguas estaban en calma, su peor recuerdo se apartaba, dejando paso a todos los demás momentos en las orillas de los ríos.
Un día, jugando, Éric le quiso contar a Paula algo nuevo que le había ocurrido.
—Paula, ¿sabes qué? Hoy he visto algo que me ha cambiado por completo.
—¿El qué? —Paula tropezó cerca de él por escucharle mientras seguía jugando.
Además, no le gustó una de esas frases. Éric no tenía que cambiar.
—Pues verás —continuó Éric, al tiempo que la levantaba del suelo—. Fue ayer por la noche. No tenía sueño y me puse a pasear cerca de la playa, y entonces la escuché. Una melodía preciosa, una chica cantando sola en una playa, tocando el sonido de una lira.
—¿Te impresionó esa chica?
—Que si me impresionó… Todavía dudo de si es un sueño. A ojo, parecía alguien de mi edad, pero su alma no era la de alguien de mi edad. Era más pura, y al mismo tiempo más sabia. Todo estaba mezclado, y todo era diferente.
—¿Lo sabes solo con escuchar su canción?
—Sí. Tú eres buena escuchando y comprendiendo los sentimientos, así que deberías escucharla algún día.
—¡Sí, me gustaría hacerlo!
—Estoy seguro de que cuando la escuches me entenderás. Tú siempre me entiendes, así que sabrás decirme lo que siento, o por lo menos sentir algo parecido conmigo. Cuando esté totalmente seguro de que ella seguirá cantando su canción en ese lugar, un día te vienes.
—¡Hecho!
—Te aviso de que esto pasa de noche. ¿No te morirás de sueño?
—¡Haré una excepción!
La reacción natural de Paula fue alegrarse por la emoción de su amigo Éric, pero con apenas catorce años, y con tan poca experiencia en el amor o la atracción, de repente, algo se movió dentro de su corazón. Como si la siempre tranquila y estable corriente de su alma empezase a correr con fuerza y a moverse más que nunca. Paula no lo entendía, así que intentó examinarse y escucharse, pero ella no estaba acostumbrada a eso. Ella escuchaba a los demás.
Para verse y comprenderse, decidió contárselo a una persona que tal vez la escucharía… Su propio reflejo en el río.
—¿Por qué te sientes así? —se preguntó, mirando al reflejo.
Siendo el reflejo quien hablaba, encarnando los auténticos sentimientos de Paula, empezó a hablar sin ninguna clase de filtro, diciendo lo que pensaba sin preocuparse por si lo que decía en realidad era una tontería. Al hablar consigo misma, no sería juzgada con demasiada dureza.
—Creo que Éric se ha enamorado de una chica que canta en la playa. Creo que siento celos de cómo ha hablado de esa chica… ¿Por qué sientes celos? ¿Es que te gusta? Éric es mi mejor amigo. No sé, no creo que me guste. ¿O sí? Yo no sé lo que es que te guste alguien. ¿Y qué pasa con Marco, el que te perseguía en la piscina? No, no, ya descubrí gracias a hablarlo con Éric que aquello era una tontería pasajera. Esto no es lo mismo para nada. ¿Entonces es que Éric te gusta? ¡Ay, no lo sé! Calla, va, no sigas por ahí. ¿Entonces?
Paula seguía hablando sola, o mejor dicho, con su reflejo en el río, sin llegar a ninguna conclusión fija. Los peces a veces nadaban por su reflejo y enturbiaban la imagen reflejada. Algo se desmoronaba en la estabilidad de Paula.
Tras mucho hablar, intentaba poner en orden sus pensamientos.
—Entiendo que somos solo amigos y que él es muy importante para mí por todo lo que hemos vivido juntos, pero yo no puedo decir nada claro si me gusta… Es decir… ¡Es Éric! ¿Cómo me podría gustar? Yo no sé si esto está bien… Pero entonces… ¿Qué es este miedo? ¿Es miedo a que no esté conmigo? Espera… Claro… ¡Claro! ¡Eso es! Tengo miedo de que Éric ya no sea igual conmigo. De perderlo, pero no a él como amor o como amigo… ¡De perderlo como Éric! ¿Estaría tanto por mí? ¿Me entendería igual? ¿Me seguiría haciendo caso? ¿Seguiría sintiendo esa conexión? Me dijeron una vez que cuando te enamoras, lo das todo por la persona a la que quieres, y si Éric lo daría todo por la chica de la playa, ¿no daría nada por mí? Creo que tengo miedo… Es como un tifón que se acerca, y contra eso no se puede hacer nada. Lo sé muy bien.
El tifón de sentimientos en el corazón de Paula era algo nuevo para ella. Cuando una persona sentía algo nuevo y confuso, podía recurrir a Paula para hablarlo, pero aunque ella intentó acudir a su propio reflejo, no fue suficiente, y solo sirvió para comprenderse, pero no para calmar la corriente de su alma.
Pese a ello, Paula seguía siendo Paula, y eso significaba que un pensamiento estaba siempre por encima del resto.
“Quiero ayudar a Éric con sus sentimientos.”
Un día, Éric vino con más información sobre esa chica.
—Resulta que siempre está en esa cala privada por las mañanas, muy temprano.
—Pero tú a esa hora duermes, por tus horarios, ¿verdad?
—Sí, pero voy a cambiar como pueda mi tiempo, y voy a tener que quitarme de otras cosas.
El corazón de Paula pegó un vuelco al escuchar esa frase, y no pudo evitar preguntarle lo primero que pensó al escuchar eso.
—Quitarte de otras cosas… ¿Pasar tiempo conmigo sería una de ellas?
—¡Paula! Eso es completamente imposible. Tú eres lo más importante, pequeña, no se te ocurra volver a dudar —dijo Éric, acariciando la cabeza y la melena de Paula mientras ella sonreía aliviada, aliviada—. Me refiero solo a los momentos para mí, a mi tiempo. Los momentos en que solo estoy tumbado sin hacer nada demasiado importante.
Pese al alivio que sintió Paula al saber que Éric no solo no quería sacrificar su tiempo con ella, sino que además la consideraba tan importante, seguía preocupada por conocer el resultado de esta historia. Y, aun así, como si se tratase de Cupido, Paula quería seguir ayudando por todos los medios.
Se pasaba las noches pensando en formas de ayudar a Éric a conocer a esa chica, pero conforme sabía cosas sobre la situación, comprendía que era más difícil, pues por lo visto, por lo que Éric pudo averiguar por su cuenta, esa chica estaba en ese lugar porque no quería que nadie molestase su espacio, y no era nada fácil acercarse a ella, pues se escondía. ¿Cómo podría una chica esconderse de Éric? Esa es la parte que más le costaba entender a Paula.
Una mañana, Paula acompañó a Éric a las rocas desde donde solía escuchar a la chica de la lira.
Como si fuera una corriente de emociones fuerte y conectada, podía sentir que la música vinculaba en cierto modo a la chica y a Éric.
Paula supo reconocer que era una música preciosa, y que era totalmente cierto que podía transmitir perfectamente los sentimientos de aquella chica. ¿Éric los podía sentir de la misma manera?
—¿Qué sientes al escucharla? —preguntó Paula ya de vuelta a casa.
—Siento que se ha escondido porque da por hecho que nadie ha podido entender a lo que aspira en realidad. Le gustaría salir, pero yo no puedo ir y decirle “yo te saco de aquí”. No tiene ningún sentido.
—Claro. No queremos que parezcas un acosador perturbado.
—Sí. Gracias por tus palabras de comprensión.
—Creo que lo que esa chica siente es más importante que todo eso. Pero también creo que lo que tú sientes es igualmente importante, Éric.
—¿Tú crees? ¿Y qué me recomiendas?
Paula le dio muchas vueltas. Al principio no tenía muy claro cómo ayudar. Si la chica quería esconderse, lo mejor era no molestarla. Pero, escuchando con atención su voz, su música y sus letras, se podía entrever que esperaba un cambio. Una acción. Ser escuchada y comprendida. Eso es lo que entendió Paula al analizarla.
El problema es que la solución que consiguió podría ser finalmente la gota que desbordase el río, y ella tenía un pánico incontrolable a los cambios. Eso podía desembocar en algo mucho peor: el egoísmo.
Según la habían avisado, cosas como el egoísmo, la arrogancia y la pérdida de la inocencia, eran comunes en la adolescencia, y ella tenía miedo de experimentar esas horribles sensaciones de los adultos. Si Éric pudo crecer sin esa clase de emociones, ¿por qué ella no podía ser como él?
Esos pensamientos la llevaron a otra duda. ¿Era mejor seguir siendo una corriente lineal y estable? ¿O era mejor desbordarse y vivir una vida más intensa? Tal vez todas las respuestas, o parte de ellas, las encontraría si seguía adelante con lo de ayudar a Éric.
Finalmente, se decidió.
—Creo que ya sé lo que tendrías que hacer con esa chica.
—¡Anda! ¿Y esa iniciativa?
—¿Qué pasa? Soy así cuando tengo una buena idea.
—Es verdad, Paula… ¡Entonces tienes que venir con una idea genial! ¿Verdad?
—Sí, creo que sí. Bueno, eso espero —dijo ella, con la mirada muy concentrada, preparando la explicación.
—Te escucho con atención.
—Si ella insiste tanto en comunicar sus sentimientos mediante una canción, es que le parece la mejor forma de comunicarlos, ¿no? Si además está sola y no se lo comunica a nadie en concreto, será porque nadie es capaz, en su entorno, de comprender esa peculiar forma de demostrar cómo se siente. —Suena razonable, así es. ¿Qué propones?
—Ay, de verdad Eric, eres cinco años mayor y aún no te enteras de algunas cosas…
—Pero bueno, ¿te estás volviendo una respondona? —dijo Éric, empujando su frente con un dedo.
—¿Eh? ¡No! No, perdón… Por dónde iba… ¡Ah, sí! Hay algo que encaja con todo eso, y que además le da la oportunidad a ella de decidir si tiene interés en conocerte, o si de verdad quiere estar sola, y entonces pasar de ti. Tenemos que respetar eso también. Lo sabes, ¿no?
—Por supuesto —dijo Éric.
—Vale, pues… Tienes que componer y cantar una música para ella.
—¿En serio? Espera… ¿Qué? ¿Cómo voy a hacer yo eso?
—Tú sabes tocar el violín, y tienes buena voz. Es una voz muy fluida, que yo te he escuchado, no me intentes engañar. Ya te digo yo que sí.
—Pero, pero… Yo no sé componer, y me moriría de vergüenza llegando ahí sin más y cantando. Que no, que no.
—Bueno, vale, tú mismo si se te escapa la Diosa de la lira —dijo ella, mirándolo de reojo, sabiendo que lo tenía atrapado.
—Vale… En realidad, me encantaría comunicarle lo que siento con mi música, es solo que… Maldita sea Paula, es un poco fuerte, como de película. Pero bueno, si solo es una canción breve… Un minutito, tal vez…
—Pues adelante, héroe de película. Tenemos trabajo que hacer. Yo te ayudaré con la letra y la melodía, ya lo sabes.
Éric aceptó la propuesta, y entre los dos pasaron algunas noches preparando la canción.
Paula no paraba de hacerle preguntas sobre lo que sentía con la música de esa chica y con su situación, y entre los dos iban convirtiendo esos sentimientos en letra.
Éric explicaba que la veía como un ángel encerrado en un caparazón, y que comprendía que la canción era una expresión que ella quería liberar, pero que no sabía si tendría sentido para otra persona o no. Que Éric, al escucharla, conectó con su propio sentido. También dejó claro que no quería romper su caparazón, solo entenderlo, escucharlo y disfrutarlo. Paula podía comprender perfectamente eso último, pues ella también era feliz solo con entender y escuchar. La conexión entre los dos siempre fue impresionante, y a día de hoy se seguía sorprendiendo por ello.
De esta manera, consiguieron la letra de la canción.
Ella no estuvo presente en el momento en el que cantaría la canción. El propio Éric le pidió que no lo hiciera, porque se moriría de vergüenza. Eso fue un poco preocupante para Paula, pero lo comprendía.
Se imaginó a Éric muy tímido, acercándose a la chica, o tal vez acercándose solo a una zona desde la cuál ser escuchado, y diciendo que lo único que quería era mostrar su propia canción, como hizo ella.
La canción se llamó “El caparazón de un ángel”. En ella, hablaba sobre un caparazón que era un lugar seguro en el que esconderse de las personas que podían dañar su corazón, y que era un lugar seguro para cantar, pero que la melodía saldría de aquel lugar y sería escuchada por aquellos que quisieran abrir su corazón. Una melodía que tenía que cantar para ella, pero que inspiraría a los que la entendieran. Hablaba sobre huellas dejadas en la arena y en su corazón, sobre el poder de la música que luchaba por salir para ser escuchada y sobre lo que él aprendió de ella solo con escuchar su música, para mejorar, y para expresar.
—Pues… Esperemos que funcione —dijo Paula.
Cuando Éric volvió, le explicó que los sentimientos de la canción llegaron, y que la chica de la lira se acercó a él para preguntarle si de verdad había compuesto esa canción inspirada en la suya propia. Por lo visto, la chica pudo entender que sus dos melodías resonaban, y aceptó que tocasen alguna vez más juntos, en aquella cala. Éric pudo entrar en el caparazón, y Paula estaba feliz… Al mismo tiempo que sentía miedo, dudas y, tal vez, celos. No estaba segura. No sabía qué pensar.
Para relajarse, se sentaba descalza en la orilla del río y veía cómo los peces pasaban entre sus pies, como si jugasen con ella. Paula miraba a esos peces y a su propio reflejo, y no pensaba en nada. Tenía un nudo en la garganta que no se lo podía quitar de ninguna forma. En este momento, solo quería jugar con Éric y olvidarse de todo, pero… ¿Cómo se iba a olvidar de Éric jugando con él?
Sentada en la orilla, imaginaba el sonido de la canción que compusieron juntos, pues para ella era todavía más preciosa que la melodía de aquella chica de la playa. El sonido de los sentimientos de Éric resonaba con fuerza por todo el río. Por el río donde ellos siempre jugaban. Paula seguía sentada en la orilla, hasta que, al final, Éric apareció y se sentó con ella.
—Llevo toda la mañana charlando con esa chica. Todo gracias a ti, Paulita.
—¿Cumplió con tus expectativas? —dijo ella, mientras sus pies jugueteaban con los peces.
—Totalmente. Esa chica y yo hemos conectado de una manera impresionante.
De nuevo, el corazón de Paula dio un vuelco. ¿Lo que sentía Éric por esa chica a la que no conocía era más fuerte que una conexión de hacía tantos años? ¿Era solo porque Paula era pequeña?
El miedo de Paula a que todo cambiase se hacía muy grande.
Sin embargo, con el paso de los días y las semanas, conforme avanzaba la relación entre Éric y aquella chica, veía que él seguía contándole todo, que seguía jugando con ella y que seguía sacando todo el tiempo posible para acompañarla en el río. Si bien eso era realmente bueno, seguía teniendo miedo de que, al final todo cambiase.
Antes de hablar con él, quiso aclararse un poco mejor las ideas. Para ella, lo que tenía con Éric era una amistad muy fuerte que no se podía llamar amistad así como así. Hay muchas cosas que están por encima de la amistad, pero no todas tienen que tener que ver con el enamoramiento, ¿no? ¿Y la dependencia? ¿Se puede tener dependencia por alguien de quien no te has enamorado? Eso era complicado para Paula.
Si se examinaba a sí misma, podía comprender que el pensamiento más constante era el miedo a alejarse de él. El miedo a que los primeros días siguiera siendo el Éric de siempre, pero conforme avanzase su relación con la chica de la lira, todo cambiara.
Paula estaba segura de que, si tenía la garantía de que Éric no se alejaría de ella y que de verdad seguía siendo exactamente el mismo, lo que sintiera por él no le dolería tanto, pues ella tendría todo lo que necesitaba, y si sentía algo diferente o no, eso ya lo llevaría con calma, pero con Éric cerca. No podía ser de otra manera.
Esas fueron sus conclusiones previas, pero sin duda necesitaba hablarlo con él cara a cara, y sentía que, si no le daba las respuestas adecuadas, conservaría el miedo y todas las dudas. Pese a ello, Paula fue incapaz de planificar qué decirle, así que simplemente se dejaría llevar por la corriente de lo que sintiera en ese momento.
Un día, sin comprender el motivo, mientras Éric explicaba más cosas sobre aquella chica, Paula se puso a llorar. Fue algo muy repentino para los dos. Éric se asustó, no había visto nunca a Paula llorar tan fuerte un día que no fuese de lluvia. El clima era perfecto… ¿Por qué lloraba? ¿Y por qué con tanta intensidad?
—¿Paula…? ¡Dime qué te pasa por favor! ¡Paula!
Paula seguía llorando. Sus lágrimas se mezclaban con el agua del río y se las llevaba la corriente junto con los peces, que parecían perseguirlas. Finalmente, pudo hablar, y dejó claro lo que sentía.
—¿Crees que algún día te alejarás de mí…?
Pese a lo que ella sufría al decir eso, Éric sintió alivio. Sabía que podría quitarle esa preocupación, porque estaba muy seguro de la respuesta. Antes de contestar, se le escapó un poco la risa. Paula lo miró, confusa.
—Eres más tonta, Paula… ¿De verdad has pensado eso ni que sea por un momento? ¿Es por mi relación con…?
—¡No es eso! Tú ya sabes que yo te he ayudado, y que yo quería que todo te fuese bien, pero nosotros siempre hemos vivido en nuestro mundo, siempre hemos sido los peces que se escaparon de aquel tifón y que juegan juntos en el río. Temo que ahora no seas eso, que seas muchas otras cosas, pero no eso. Tu vida está cambiando, y yo sigo igual, sigo siendo un río tranquilo que va en la misma dirección, sin sorpresas, y… Y… ¡Me da miedo que nuestros caminos se separen! ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo, y te puedo asegurar, con muchísima confianza, que eso es imposible.
Éric se acercó más a Paula y le pasó un brazo por detrás del hombro. Ella todavía no estaba segura de nada, y no sabía si solo quería ser amable, o si estaba seguro de verdad de lo que decía.
—No entiendo cómo no iba a cambiar nada, si ahora nuestras vidas…
—Mira —interrumpió Éric—. Conforme te haces adulto, te das cuenta de que no lo puedes tener todo, y tienes que priorizar. La vida te obliga a repartirte el tiempo entre solo algunas cosas importantes, y como sabes, yo tengo algunas en mi vida de las que no me puedo deshacer por el momento.
—Lo sé… —dijo ella, secándose las lágrimas por fin.
—Pero, eh, escucha. Tú tienes que saber que, entre las cosas intocables, entre las que pase lo que pase jamás voy a ponerlas en lista de espera… Entre esas cosas, está el pasar el tiempo contigo, el contarte a ti todos mis pensamientos, el jugar contigo… ¿Eso no lo sabes?
—¿En serio…?
—Dime qué sientes tú, Paula.
—No lo sé… Creo que me he hecho un lío. No sé si siento por ti algo que no toca, y eso también me preocupa…
—Eso es imposible —dijo él, muy seguro.
—¿Y cómo sabes tú eso? ¿Estás en mi cabeza?
—Pues un poco, sí. Nuestra conexión mental es la número uno. Sé cómo sientes, y estamos en sintonía. Ahora estás pasando por una fase de cambios, y tu cabeza empieza a buscar explicaciones. Pero lo nuestro está en otro lugar. Te darás cuenta en muy poco tiempo, ya lo verás.
Aunque Paula todavía no podía decir que lo entendiera del todo, sí que empezó a notar esa conexión y esa tranquilidad de su amigo. Él estaba tan seguro, que podía ser verdad. Sin embargo, tenía que ser ella la que se diera cuenta del todo.
Tener una conexión tan fuerte con alguien de esta forma no era algo común, y no tenían ejemplos entre sus amigos o conocidos, ya que lo suyo era único, y por eso era difícil comparar y entender.
Para que Paula lo entendiera, tuvo que mirarse en el reflejo del río una vez más. Vio a dos peces bailando alrededor de su imagen.
—Compartimos el mismo río y nunca nos separamos, ¿verdad? Incluso aunque nademos de formas diferentes… El recorrido siempre es el mismo.
Para dar con la respuesta final, solo tenía que dejar que pasara el tiempo. Si Éric tenía razón, entonces lo demostraría con el paso de los días. Ella sería muy exigente con la actitud de su amigo, porque estar segura de algo así no era algo que debiera tomar a la ligera.
Y no tardó en darse cuenta. La chica que Éric conoció, empezó a quedar con él. Estaban empezando una relación, eso estaba claro. Él le presentó a Paula, y se hicieron amigas. La otra chica sabía cuándo dejar espacio, y lo entendía. La pareja tenía una conexión mediante la música, pero con Paula, la conexión era la de una corriente. Era diferente. Dos peces podían nada uno al lado del otro sin separarse, aunque uno de los dos peces escuchara una música que lo llevara a otro mundo que solo él, con su nueva pareja, podía entender. Y eso estaba bien. El pez podía seguir nadando y escuchando al mismo tiempo.
Esa era su respuesta. Éric confirmó que decía la verdad, y Paula perdió todos sus miedos al entenderlo. Ya no había confusiones. Su miedo era lo único que la confundía.
Se miró en el reflejo del río una vez más.
—¿Ves? Y tú me querías confundir. Si es que…
Éric la vio hablar sola, y se echó a reír. Ella se metió en el río y empezó a lanzarle agua, a lo que él contestó de forma proporcional. Jugaban, como siempre.
No era tan sencillo como preferir una corriente estable o una corriente desbordada, pues había que comprender lo que podía aportarte cada una, e ir saltando de una a otra para poder avanzar en el río de la vida. Éric seguiría en su vida, y para ella, este pequeño periodo de confusión fue una forma muy interesante de entrar en su nueva etapa de adolescencia. Ahora, todo un mundo se abría ante ella lleno de posibilidades y de nuevos sentimientos y pensamientos, con la gente de siempre o con gente nueva, eso ya lo vería.
Escuchar el sonido de la corriente de los demás era algo que le encantaba, pero era el momento de crecer, de hacerlo sin dejar de ser ella misma en ningún momento. Mientras mantuviera lo que era importante, tendría espacio para seguir creciendo y resolver el resto de dudas para saber de qué forma seguiría nadando. Éric estaría a su lado, apoyando, pero esta vez no marcaría el camino. Ella marcaría su propio camino, rumbo a desembocaduras que, por el momento, no podía ni imaginar.
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