Relato corto de Libra
- Joel Soler
- 23 sept 2023
- 20 Min. de lectura
Actualizado: 22 nov 2023

Dos amigos discutían frente a un tercero, observador, callado.
—¿Qué clase de amigo eres tú? —preguntó el primero, dolido, conteniendo las ganas de gritar y golpear.
—¡Pero no lo entiendo! Tú me dijiste mil veces que ya no la querías, que lo vuestro había terminado. ¿Por qué ahora me dices esto?
—¡Eso no tiene nada que ver! Eres mi amigo. ¿Por qué tenía que ser con ella? ¿No hay más personas en todo el mundo?
Uno de esos dos amigos pasó algunos meses en una relación con una chica. La relación fue bien al principio pero, al final, se cansaron el uno del otro, y lo dejaron de mutuo acuerdo. En teoría, él ya no sentía nada por ella. Meses después, su amigo, con el que ahora discutía, empezó a salir con esa chica de forma estable. Lo hizo después de asegurarse de que su amigo ya no sentía nada por esa chica. Sin embargo, el primero estaba furioso. Consideraba esto una gran traición.
—Como ha estado contigo un tiempecito, ya no puede estar con nadie más, ¿no?
—¡Si eres uno de mis mejores amigos, no! ¡Si tengo que veros juntos cuando salimos todos, no!
—¿Aunque estemos enamorados?
—Sí, una mierda enamorados…
El tercer amigo, que solo observaba la pelea en silencio, habló por fin, haciendo gala de una voz grave, profunda y fuerte. Era Lucas, un granjero conocido por ser el mediador de todos los conflictos. La balanza que equilibraba las voluntades de cualquier pelea.
Se sitúo justo en medio de los dos.
—Ya está, se acabó la pelea. ¿Os habéis dado cuenta que a partir de cierto punto solo repetís lo mismo una y otra vez? Todos hemos tenido suficiente —dijo Lucas, con su tono de voz profundo y grave.
—Claro, es tan simple como que este desgraciado se disculpe y acepte que es una rata miserable —dijo el chico soltero.
—¡No! No me saldría de corazón disculparme, y menos si me lo dices así—dijo el otro.
Lucas sopesó bien las dos situaciones, y propuso una solución.
—A ver —dijo, mirando al chico que tenía novia—. No te está pidiendo que la dejes, lo acaba de decir. Solo quiere que pidas perdón. Tú llevas repitiendo cosas como “¿no puedo estar con ella o qué?”, pero ya ves que no te pide eso. Te pide que te disculpes y que seas consciente de lo que supone para él.
—Bueno —añadió el soltero—, si puede dejarla, será mucho mejor para todos.
—Será lo mejor para ti —dijo Lucas—. Déjame terminar sin interrumpirme, por favor. Escucha –volvió a mirar al chico emparejado—. Ahora mismo eres tú el que tiene la situación favorable, pues él está simplemente muy dolido. Pero, si manejas bien la situación, tendrás a tu amigo y tendrás a tu novia. Tienes que pedir perdón no por estar con ella, sino por la situación de dolor y confusión que has causado en él. Porque, admítelo, tú te has enfadado solo porque no te esperabas su reacción, y ahora estás reaccionando a la defensiva. Tú no quieres estar enfadado…
—¡Es que no es mi culpa enamorarme de una persona que también se ha enamorado de mí! ¿No?
—¡Por eso! —exclamó Lucas—. Si quieres que tu amigo entienda eso, el primer paso es ceder un poco y disculparte. Tú solo tienes que proteger tu derecho a tener esa relación, pero no puede ser que también quieras proteger tu orgullo en esta pelea. ¿A qué te lleva eso?
—Pero, aunque me pida perdón, no dejará de estar con ella —dijo el soltero.
—Lo sé —contestó Lucas—, pero para que esta situación se resuelva, vais a tener que poner de vuestra parte los dos. En especial tú —dijo, poniendo un dedo en el pecho del chico soltero—. ¿No vas a aceptar sus disculpas? Has empezado a atacar muy fuerte y por eso se ha puesto a la defensiva. Es normal. Pero no te creas que él es el único que se tiene que poner en tu lugar. Tú te tienes que poner en su lugar también. Él se quiso asegurar de que ya no sentías nada por ella, y luego, tiempo después, al entender que estaban enamorados, no tendría ningún sentido no seguir adelante solo por respetar a alguien que ya no siente nada por ella. Es muy molesto, lo entiendo, pero… ¿No sería muchísimo peor rechazar una relación que ha surgido así por un motivo tan débil? ¿Qué molestia y qué dolor pesa más? ¿El tuyo, o el que tendría él si hiciera lo que le pides?
Los dos miraban en silencio a Lucas. Sabían que era así, porque lo habían visto en acción con otros amigos en común, pero nunca les había tocado recibir los discursos a ellos.
—Así que tenéis faena —siguió Lucas—. Tú —dijo, señalando al soltero—, tendrás que aceptar su relación y entender que tiene que seguir adelante, porque es lo justo. Y tú —dijo, señalando ahora con el dedo al emparejado—, tendrás que disculparte y no descuidar la relación con tu amigo. Tendrás que trabajar para integrar tu nueva relación en tu vieja vida, si es que quieres conversar a todo el mundo y quieres ser justo. No puedes acomodarte en que no lo pudiste evitar porque el amor es así. Tienes que asumir tu parte de responsabilidad también. Si los dos ponéis de vuestra parte, entendéis lo que es justo y os ponéis en el lugar del otro, seguro que esto se terminará solucionando de la mejor forma posible. ¿Sí o no?
Ese fue el primer paso de un conflicto que caminaba hacia una resolución satisfactoria. Esa era la labor de Lucas.
Para el granjero, encontrar el equilibrio entre las dos partes no se basaba solo en forzar un punto medio intuitivo entre las mismas. Ya daba por hecho que las dos partes, en el fondo, egoísmos a un lado, entendían incluso eso, pero, al imaginar que la solución intermedia no sonaba justa, la rechazaban. La auténtica solución intermedia —decía Lucas— pasaba por comprender todos los entresijos de cada una de las partes y encontrar esa mezcla oculta y perfecta que fuese siempre mejor que un equilibrio superficial o que implicase el sacrificio de una de las dos partes.
No siempre era fácil entender qué era justo y qué no, pero Lucas se obsesionó con eso desde pequeño. ¿Qué era la justicia? ¿Cómo se podían solucionar todos los conflictos? ¿Existía una fórmula para solucionar cualquier desacuerdo entre personas? Lucas creía que sí, y solucionar los conflictos de los demás, o encontrar respuestas equilibradas a conflictos sociales, le parecía la mejor forma de entrenar.
Nunca pudo cumplir su sueño de ser juez o abogado por falta de recursos, y por el deseo de su padre de heredar su granja. Aunque no era tan mayor, su edad para los estudios ya había terminado, y consideraba que cuidar la granja sería su futuro. No estaba mal tampoco, pues quería mucho a sus animales, pero siempre encontró cierta insatisfacción en su modo de vida. Por desgracia, la solución a la que llegó para vivir su propio camino, tal vez, no fue la equilibrada que le hubiese recomendado a los demás. En su lugar, fue una mezcla entre el sacrificio para contentar a un padre moribundo, y una suerte de discurso autoconvencido para justificar que todo estaba bien. Lucas era consciente de ello, muy en el fondo, pero intentaba no pensar en el tema.
En su día a día, Lucas mostraba una actitud enérgica y positiva. Se rodeaba de muchos amigos y ayudaba a mucha gente, así que, en una de esas veces, en las que ayudó a unos amigos a darle una lección a su hijo, que se fugó de casa, decidió hacer que ese chico se encargase de la granja durante dos días, mientras él se permitía usar ese tiempo para hacer un pequeño viaje a un pueblo al que solía ir en su infancia, y que su mente ya empezaba a borrar.
Siempre que tenía ocasión, buscaba hacer pequeños viajes o romper su rutina de alguna forma, como si protestara contra una forma de vida que, por otro lado, no odiaba tanto.
Al viajar, dejaba a un lado su forma de vestir sencilla, y procuraba hacer gala de ropas elegantes o de decisiones estéticas que comunicasen algo. Era en esos momentos que pasaba de ser alguien clásico y ajeno a un mundo de apariencias, a ser alguien que quería mostrar sus decisiones estéticas por internet y ser aplaudido por ello.
La mayoría de viajes de Lucas consistían en lugares bonitos, pero cercanos. Un bosque, una montaña, un lago… Le gustaba mucho armonizar con la naturaleza y sentirse libre e inspirado. Pero, lo que más le gustaba de verdad, era viajar a lugares donde pudiese conectar con otras personas. En el caso del pueblo de su infancia, sabía que podría volver a encontrarse con viejos amigos a los que hacía tiempo que no veía. Gracias a una investigación previa, sabía dónde trabajaba alguno de ellos —principalmente, los que habían heredado los negocios locales, como un molino o una taberna—. Su objetivo era aparecer por sorpresa. ¿Lo recordarían? ¿Sería bien recibido? No importaba. Una mala experiencia seguía siendo mejor que no tener ninguna experiencia.
Pero no había de qué preocuparse. En el pueblo, Lucas fue bien recibido, con mucha nostalgia y alegría. Visitó a algunos amigos, descubrió algunas zonas e incluso se tomó la libertad de resolver algunos conflictos.
Sus amigos lo recordaban como alguien que, desde pequeño, siempre dejaba mucha impresión en las personas, e incluso los inspiraba a la hora de dejar atrás sus problemas y preocuparse solo por lo importante. Lucas no era consciente de lo inspirador que era, y se sonrojaba cuando le decían esas cosas.
Sin embargo, uno de sus viejos amigos, el tabernero, le dijo algo que lo dejó pensando para el resto de la noche.
—El único que te impresionó a ti, en lugar de tú a él, fue Lupus, ¿verdad?
Lucas se quedó pensando.
—¿Quién es Lupus?
—¿Cómo que quién es Lupus? —dijo el tabernero, riendo—. ¡Lupus es Lupus! ¿De verdad no te acuerdas?
Lucas se sentía mal. Todos lo miraban como diciendo “¿cómo has podido olvidar a un amigo tan querido?”.
Le dijeron dónde vivía y le plantearon ir por la mañana a hacerle una visita, ya que lo podría encontrar.
Le daba mucha vergüenza ir sin recordar quién era, pero no se podía ir sin más. ¿De verdad era alguien que marcó tanto a Lucas? ¿Y por qué no se acuerda? Lucas no durmió en toda la noche sopesando los pros y los contras de hacerle una visita al tal Lupus. ¿Era mejor ir para quitarse la duda? ¿Era mejor no ir para no hacer el ridículo? ¿Ir solo si recordaba quién era Lupus antes de las nueve de la mañana? ¿Tenía que tener una conversación preparada? ¿Y si sus amigos se habían equivocado y le atribuían esa anécdota a Lucas, aunque en realidad fuese otro amigo el que conoció a Lupus y quedó impactado por él?
Después de una noche en vela, consideró que su curiosidad estaba por encima de todo, y decidió visitar a Lupus. Primero, para verlo desde lejos, a ver si lo recordaba. Claro que habían pasado más de veinte años, y no había ninguna garantía.
Al llegar a la cabaña en la que vivía, apartado de todo lo demás, se encontró con un hombre con barba, una larga melena y sin camiseta, sentado en el suelo frente a su casa, meditando.
Por el aspecto no, pero, ver a alguien así meditando de esa forma… Eso sí que podía ser algo familiar.
—Hola… Disculpa… —dijo Lucas.
Lupus abrió un ojo para ver quién era. Al reconocer a Lucas, abrió los dos.
—Vaya. ¿Lo lograste al final? —dijo Lupus.
—Perdona… ¿Qué?
—Ser abogado o juez. ¿Lo lograste?
Lucas no esperaba esa frase. Hacía más de veinte años y ni siquiera recordaba a esta persona. ¿Qué pasaba aquí?
—Lo siento muchísimo —dijo Lucas—, pero no recuerdo quién eres. Vengo porque los del pueblo me dijeron que nos conocíamos. Bueno… Supongo que tengo muy mala memoria para las cosas de mi infancia. De hecho, el pueblo no es ni cómo lo recordaba.
—Dicen que nunca tienes que volver a visitar el lugar en el que fuiste feliz, ¿verdad? No aceptamos bien las decepciones —dijo Lupus, con una sonrisa.
—Dicen que te llamas Lupus, pero… No te recuerdo.
—Lo lamento —dijo Lupus—. Lamento que no lograses ser lo que querías. ¿Eso te aflige, o has encontrado otro camino?
—¿Cómo sabes que no lo conseguí?
—Lucas… Si me has olvidado, seguramente sea porque no quisieras recordar nada que te empujara a cumplir tus metas. Cuando nos conocimos, te inspiré, o eso me dijiste. Eras jovencito, así que no te culpo si ahora no estás de acuerdo con esa ingenua afirmación.
—¿De verdad…? ¿Y cómo es que me recuerdas con tanta claridad?
—No lo sé. Pude ver en tu actitud una voluntad muy llamativa, supongo. Además, me dijiste que vendrías a agradecérmelo y a invitarme a algo si lo lograbas. Que sería gracias a mí. Si no me recuerdas, será porque no quisiste recordar nada de aquella voluntad.
Lucas se sintió fascinado con Lupus. Además, poco a poco, empezaba a tener fogonazos en sus recuerdos. Pequeños destellos con frases y escenas abstractas que eran testimonio de que el encuentro con Lupus fue real, y que es tal y como él dice.
—¿Por qué no lo conseguiste? —preguntó Lupus.
Lucas se sentó frente a Lupus. Sabía que tenía que sentarse así por inercia, frente a frente, y no a su lado. Así es como lo hacían cuando se conocieron, como si solo su cuerpo lo recordara.
—Mi padre murió joven —dijo Lucas—. Me pidió que cuidara de la granja. También heredé una deuda de la que ni mi madre ni yo éramos conocedores. Tuvimos que pagarla. No pude pagarme los estudios.
—Consideras que ya no estás en la situación de estudiar, ¿verdad? —dijo Lupus.
—Exacto.
—Nunca es tarde para eso. Pero, si no tienes los recursos, o si te sientes responsable de tu madre, imagino que no se puede hacer otra cosa.
—Exacto…
—A veces es un riesgo lo que yo hago —dijo Lupus—. Empujo a que cualquiera cumpla sus sueños. Así es como lo hacen en la televisión, ¿verdad? ¿Lo siguen haciendo así? Hace tiempo que no toco ningún tipo de tecnología.
—Bueno, un poco, sí. Cada vez hay más variedad, pero es un mensaje recurrente en ficción.
—Claro. No es un mal mensaje. No me arrepiento de impulsar a que la gente cumpla sus sueños… Pero, esa gente, si se encuentra con una causa de fuerza mayor, ¿qué hará? ¿Cómo gestionará las expectativas? Dime, Lucas… ¿Eso te torturó?
—A veces, sí.
—¿Qué tienes en tu vida?
—Mi granja. Mis animales.
—Dime algo más. Dime algo que te defina.
Lucas volvía a sentirse fascinado por la forma de hablar de Lupus, como cuando era niño. Al principio se sentía confuso, pero, conforme avanzaba la conversación, hablaba más y más, sin tapujos.
En una de las muchas cosas que Lucas dijo, Lupus le hizo una señal con la mano para que dejase de hablar.
—Dices que el camino del medio siempre es el mejor, ¿verdad?
—Sí, creo que sí.
—Desarrolla esa idea, Lucas.
—Cuando hay dos situaciones que tienen un peso similar, no podemos dejar que una de las dos ceda más que la otra. Se tiene que encontrar un punto intermedio.
—No siempre es fácil encontrarlo, ¿verdad?
—No lo es. Se necesita escuchar mucho, pensar mucho, dedicar tiempo, entender, sopesar cada matiz… Y, entonces, encontrar una solución real, alejada de toda clase de sesgos y excusas que las personas se dan a sí mismas para creer que su opción es la mejor, demonizando a la otra sin ninguna clase de sentido.
—¿Aplicas esa norma para toda tu vida?
—Si puedo, sí.
—De acuerdo, Lucas. Te voy a poner algunas situaciones hipotéticas, y me dices cómo las resolverías, ¿de acuerdo?
Lucas quedó un poco sorprendido por el rumbo de la conversación, pero, en el fondo, se emocionó y aceptó el reto.
—No te preocupes, tú solo ponte en situación lo mejor posible —dijo Lupus, al apreciar los nervios de su huésped.
Lucas hizo especial caso a esto último y se imaginó entrando en su propio espacio, donde solo estaban él, la nada, y una balanza de oro.
La voz de Lupus sonaba, en este momento con una profundidad mayor a la ya de por sí profunda voz de Lucas.
De esta manera, el juego comenzó.
—Situación uno: Viajas en un barco que sufre una colisión y, para sobrevivir, os metéis tú y otras veinte personas en un bote salvavidas. Lamentablemente, la capacidad del bote es de, tirando largo, ocho personas. Si no os sacrificáis más de la mitad, todos os hundís. ¿Qué harías?
—Espera, espera… Esto no es tuyo, este es un dilema popular. Para el que no tengo respuesta, claro… —Lupus permanecía callado—. A ver, es cierto que en esta situación no puedo ir por el camino del medio. Aunque, claro, podría intentarlo… Si de alguna manera excedemos por muy poquito la capacidad máxima de la barca, tal vez no a todos, pero sí podríamos salvar a una cantidad de vidas superior a ocho personas, ¿verdad?
En ese momento, la balanza permanecía inmóvil, pero de una manera muy sutil, empezaba a decantarse hacia el lado izquierdo.
—No lo sé… —siguió Lucas—. Es que… En una situación así, la moralidad de querer salvarlos a todos no vale, porque es una situación límite. Todos preferimos que se salven varios antes que ninguno, y yo propongo salvar a más de la mitad, que es mucho mejor que salvar a ocho personas. ¿Qué tiene de malo?
Lupus seguía callado.
—Quieres que lo piense yo, ¿verdad? Pues lo malo es…
Lucas imaginó la situación con nitidez. Las normas de la situación se lo dejaron muy claro: si sobrepasas la capacidad del bote, ocho personas, te hundes. Con la opción equilibrada, pecas por el lado de creerte que puedes seleccionar qué vidas sí y qué vidas no, y, a su vez, sigues sin resolver el problema del peligro de la muerte de todos. Esa opción guardaba lo peor de las otras dos opciones en una sola.
Lupus se mantenía callado, pero no le quitaba ojos a Lucas.
—A ver —siguió Lucas—, imagino que crees que, por culpa de perder el tiempo intentando ir por el camino del medio, me he distraído en una opción completamente mala y no he podido pensar en las dos opciones que realmente eran válidas. Tenía que decidirme entre un lado u otro de la balanza, y no quise hacerlo por culpa de querer equilibrarla. ¿Es así? Tú ganas, Lupus, elijo salvar a ocho personas. La vida es demasiado valiosa como para que veintiuna muramos solo por querer ir de dignos, pudiendo salvar a ocho, incluso aunque sea al azar, pues a fin de cuentas, la vida es esa clase de azar, nunca sabes cuándo te va a tocar a ti. Es lo mejor que se puede hacer sin intentar jugar a ser Dios, ¿no crees?
Lupus seguía callado.
—¿No te sirve el azar? ¿A lo mejor tenemos que elegir siguiendo un criterio? Tal vez… ¿Los que estén más en forma? Así, tal vez, puedan nadar hacia una solución alternativa… —Lucas se rascó la barbilla—. Sí. Creo que, si hay personas que tienen esa capacidad, tienen que ser ellas las que abandonen. Si por el contrario no está tan claro, entonces es al azar. Todo mejor que no hacer nada.
—Situación dos —dijo Lupus.
—¡Espera! ¿Cuántas serán? —preguntó Lucas—. No me queda mucho aquí, y la primera ya me ha consumido bastante energía mental…
—Situación dos —repitió Lupus—. Están maltratando a un animal delante de ti. Si te metes, la persona que le está dando la paliza, te la dará a ti también, y no podrás recuperarte nunca del todo. Si no haces nada, estás forzado a ver el sufrimiento, y la muerte, del animal. ¿Qué haces?
—Joder… Creo que estás subiendo demasiado el tono, Lupus… —Lucas se volvió a rascar la barbilla—. ¿Sabes? No siempre busco el punto medio. A veces busco la tercera opción. Las balanzas pueden ser de dos o de tres lados. Funcionan igual de bien. ¿Nunca has tenido que decidir entre la moral, la libertad o el pragmatismo? El equilibrio de esos tres lados es… —Lucas dejó de hablar al ver que, en la mirada de Lupus, se apreciaba la molestia de alguien que cambiaba de tema—. Vale, vale… Lo que quiero decir es que no se basa solo en proteger al animal o dejarlo a su suerte. También está la opción de salvar al animal sin intervenir. Por ejemplo, negociando con el maltratador, o haciendo algo desde lejos, ¿no te parece?
Lupus se mantenía callado.
—Eres duro, ¿verdad? Vale, vale… Con tus normas. Yo amo a los animales, así que mi reacción sería defenderle. Si estuviera ahí, sería mi opción elegida. Pero, si lo pienso en frio, con tiempo… El saber que no me recuperaría, implicaría que mis propios animales, o mi madre, sufrirían las consecuencias de que yo no pudiera trabajar más. Eso no lo podría hacer. Y me imagino que ese es el mensaje que me quieres dar, Lupus. Que soy muy lento decidiendo, ¿verdad? Que elegir la opción óptima no es posible si la vida requiere decisiones rápidas…
Lupus seguía callado.
—¿Sabes? Creo que me podría acabar recuperando con fuerza de voluntad. De lo que no me podría recuperar es de ver cómo apalizan a un animal. Yo me interpondría. O eso, o intentaría engañar a la persona para que me persiga a mí y se olvide del animal.
—Plantéame una situación —dijo Lupus.
—¿Qué?
—Un dilema. Plantéame un dilema, por favor.
—Estoy alucinando con esta conversación… Pero soy abierto y me dejo llevar —dijo Lucas—. A ver… Bueno, va, una clásica, aunque con algún añadido de cosecha propia. Estás tú y un amigo tuyo en una habitación cerrada distinta cada uno. No tenéis agua y hace muchísimo calor. Ambos tenéis un botón, y, el primero que lo pulse, podrá abrir su puerta y salir de ahí. Como consecuencia, la puerta del otro nunca se abrirá, por mucho que pulse el botón o lo intentes ayudar desde fuera. ¡Pero! Si ninguno lo pulsa, las dos puertas se abrirán en un intervalo aleatorio entre las próximas doce y setenta y dos horas. ¿Pulsas el bot…-
—Pulso el botón —cortó Lupus.
—¡Joder! ¡Ni te lo has pensado!
Lupus volvió a quedarse callado.
—Ya, ya… Si me lo pienso, mi amigo me mata, ¿verdad? Pero existía una posibilidad de que los dos os podáis salvar. ¡Y es tu amigo! Va, Lupus… No te quedes callado. Explícame.
—Existe una posibilidad de que nos salvemos, pero si hace tanto calor, la deshidratación será todavía más peligrosa, ¿verdad? Si no aprieto el botón, o morimos los dos, o muero solo yo o, mucho menos probable, nos salvamos los dos por los pelos. Es demasiado remoto frente a las otras dos. En cambio, si lo aprieto, sobrevivo, y existe una también remota posibilidad de que, desde fuera, pueda ayudar de alguna forma. Tal vez avisando a la policía, tal vez buscando algún fallo en el mecanismo… Es remoto, pero también lo es la posibilidad por la que tú te decantabas, que es confiar en que ninguno apretaba el botón, ¿verdad?
—¿Y el nivel de amistad no lo mides? ¿Si tienes tanta confianza con esa persona como para saber que él no te matará?
—Si tuviera a alguien así, podría variar mi respuesta, pero tendría que tener un conocimiento y un convencimiento casi utópico de esa persona. Existen amistades o relaciones así, no lo niego, pero, en mi caso, siendo yo el protagonista de la historia… Lo dudo mucho.
—Joder… Qué claro lo has tenido. Has medido muy rápido toda la situación, incluso después de contestar a esa velocidad, has dado argumentos que podría haber dado yo después de dar muchas vueltas y de no hacer nada…
Lupus sonrió.
—Tengo que reconocerlo, Lucas. Iba a darte más dilemas, pero me has sorprendido. Veo que, a veces, eres consciente de tu falta de velocidad, y, otras veces, entiendes que, o bien eliges un camino de los dos, o bien buscas un tercer camino, pero que no sea intermedio.
—Claro, ¿por quién me tomas?
—Por alguien que nunca decidió sobre su propia vida tomando todo eso en cuenta.
Lucas se quedó callado. Esas palabras se clavaron en su corazón.
—No sé si entiendo lo que me quieres decir… —dijo Lucas.
—Lo importante no es si recorres el camino a tus metas o no, Lucas. Lo importante es que vivas sin arrepentimientos. Eso es lo que me hubiese gustado explicarte cuando eras más joven. Pero, al igual que tú, yo también aprendo y reflexiono cada día. Aunque, a diferencia de mi caso, siento que tú lo que haces es aprender a solucionar los dilemas de los demás. Siento que haces eso para compensar que no eres capaz de solucionar los tuyos.
—Lo hago desde pequeño…
—Por lo que puedo recordar, sí, así es. ¿Y cuántos problemas te dio esto también de pequeño? Mira, Lucas… No te he hecho pasar por esas situaciones porque crea que te tenga que enseñar las virtudes de otros caminos que no sean el del medio, o para enseñarte que a veces hay que decidir con velocidad. Ya sé que sabes todo eso. El problema es que, aunque lo sabes, tú le dices a la gente que siempre usas la opción el medio. Que, siempre que puedas, harás lo más equilibrado, tardes lo que tardes. Es una forma de pensar positiva, sí, y mucho más si tienes esa capacidad para equilibrar los dilemas y para entender el peso de los dos lados. O de los tres lados, como bien has apuntado. Todo eso ya te lo conoces. Te has vuelto un maestro en eso, podríamos decir, ¿verdad?
—Eso dicen…
—Entonces, Lucas, ¿por qué no cultivas otras facetas? ¿Por qué te empeñas en una sola que ya dominas? Si no cultivas la capacidad de elegir algo extremo, o de crear un tercer lado, o de escoger rápido, te quedarás atrapado siempre en las mismas limitaciones. Pero, ¿sabes lo que creo que pasa? Que, si hicieras eso, usarías tu avanzadísima capacidad para elegir opciones contigo mismo, y eso te da miedo. Por eso cultivas solo la opción que más opciones te da para resolver dilemas entre otras personas. Para decidir entre dos iguales. Para escuchar sus problemas, con calma, sin prisa… Pensar, sopesar… Y, tras un elocuente discurso, darles una solución envuelta con un lacito de oro, ¿verdad?
Lucas miró hacia el suelo. Se sintió cada vez más expuesto por las conclusiones de Lupus.
—¿Qué tengo que hacer con mi vida, Lupus…?
—Conocerte mucho mejor a ti mismo. Piensa, primero, por qué te enfocas solo en solucionar los problemas de los demás. ¿Lo haces por miedo a tratar contigo mismo? ¿Lo haces porque es tu forma de ser un juez en tu vida real? Responde primero a esa pregunta, y empieza a trabajar a partir de ahí. Piensa, también, en todas las cosas que te has perdido por no poder salir de tu voluntad de ir solo por el equilibrio del medio.
Lucas hizo caso a eso último. Recordó cómo perdió una oportunidad laboral, cómo tuvo que gastar mucho dinero porque tardó en decidir muchísimas cosas antes de coger un avión… Y, la que más le dolió: recordó a una chica que acabó harta de la indecisión de Lucas, incluso en los momentos más decisivos de su relación, cuando estaban cerca de casarse, pero él nunca supo si tenía que seguir adelante con ella o no, poniendo mil excusas por el camino.
—Lo hago porque se me da bien… Y…
—No me lo cuentes a mí —dijo Lupus—. Ahora tienes que irte. Tu vida ya no tiene una única balanza a la que mirar, ¿verdad? Ahora tienes muchas balanzas. La de dos lados con el mismo peso, la de los tres lados, la balanza con temporizador, la balanza con pesos engañosos…
—Has puesto balanzas nuevas en mi mente… Eres increíble, Lupus.
—Suerte en tu camino. Yo seguiré aquí. Espero que sepas encontrar lo que necesitas. Mucho ánimo, Lucas.
Lucas se despidió de Lupus y volvió a su granja.
El camino de Lucas era incierto. ¿Podría recuperar el camino para su sueño? ¿Podría convertir su vida en un viaje de descubrimiento y encontrar un nuevo sueño? ¿Podría hacer de su vida actual algo pleno? Ahora tenía las herramientas para recorrer ese camino. Tenía que cultivar su propia capacidad y dejar de engañarse. Sus viajes de exploración y descubrimiento por entornos naturales o lugares de su infancia eran una trampa. Una forma de seguir en su propio círculo limitado sin expandirse de verdad. Siempre dentro de lo conocido o lo superficial. Ahora tenía que viajar de verdad. Conocer lugares nuevos de verdad.
Aprovechando que el chico que se fugó de casa y que ahora cuidaba de su granja hizo un buen trabajo —e hizo buenas migas con su carnero Frixo—, quiso aprovechar esa oportunidad que le dio la vida para tener a alguien que estaba ahí, medio por castigo, medio porque se le daba bien, para que la granja siguiera adelante mientras él se buscaba a sí mismo.
El Lucas de antes no hubiese visto venir esa oportunidad. Hubiese optado por quedarse con ese chico y ser su mentor. Ayudarle a tomar mejores decisiones en un futuro, enseñarle el oficio, guiarlo en su futuro…
Lo haría, pero ahora había algo mucho más urgente, y no tuvo tiempo para pensar. Tomó una decisión rápida y viajó a un lugar completamente nuevo y lejano, donde pudiera conocer a gente nueva y estuviera en situaciones nuevas. ¿Era la mejor opción? No lo sabía. Ya lo sopesaría en otro momento.
Para Lucas, la vida ya no se basaba solo en hacer equilibrios entre un lado de la balanza, que representaba el sueño que nunca pudo perseguir, y el otro lado, que representaba la vida en la que se había quedado atrapado. Ahora, Lucas saltaba entre las balanzas y exploraba sus límites. Para saber qué era vivir satisfecho, tenía que romper muchas de sus convicciones previas, no encerrarse en su propias ideas predeterminadas, y enfocarlo todo con un segundo punto de vista. Y un tercero, y un cuarto, y un quinto…
Ese sería el primer paso de Lucas. ¿Y su siguiente paso? Todavía era pronto para saberlo.
A lo largo de los siguientes años, Lucas incluso llegó a recordar su charla con Lupus. La primera, la de cuando eran pequeños. Recordaba que Lupus siempre fue alguien solitario que se dedicaba a dar consejos a los demás, pero que, en el fondo, no se atrevía a conectar de verdad con nadie. Lucas lo veía como alguien que tenía una fuerte coraza y que se había encerrado en su propio palacio de ideas elevadas. ¿Lupus era feliz así? ¿Él habría recorrido también el camino del autodescubrimiento?
Y, de esta forma, pasaron diez años.
Frente a la cabaña, en las afueras del pueblo de la infancia de Lucas, Lupus seguía meditando.
Lucas se puso delante de él, y Lupus abrió un ojo.
—Vaya. ¿Lo lograste al final? —dijo Lupus.
Lucas sonrió.
—Situación uno: alguien con ideas muy avanzadas y que ya ha encontrado la paz interior y el lugar en el que se quiere quedar para siempre, sin cambiar, lo ha hecho a fuerza de construir el palacio perfecto dentro de una coraza. Si en el fondo esa persona siempre reservó una pequeña parcela en su alma por la cuál hubiese querido romper esa coraza y explorar sus propios horizontes… ¿Cómo se podría sacar de ahí a esa persona que cree que ya ha encontrado la iluminación?
—¿Qué…? —dijo Lupus, por primera vez, sin mostrar su confianza habitual en su expresión.
No pudo decir nada más. Lucas le tiró una camiseta y lo agarró de la mano.
Lupus había explorado los horizontes que consideró importantes, y se quedó ahí sentado, pensando que ya había cumplido con todo lo que necesitaba. Esa es la conclusión a la que llegó Lucas después de explorar muchos otros horizontes. Los dos habían alcanzado un buen punto, pero lo hicieron siendo solo una persona. ¿Hasta dónde podían llegar dos personas que habían alcanzado sus iluminaciones personales si combinaban sus conocimientos con los del otro?
—Vamos —dijo, sin dejar que Lupus pudiera pensar ni contestar—. Antes de que nos llegue algún día la muerte, todavía hay muchísimos horizontes por explorar.
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