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Relato corto de Sagitario

Joel Soler

Actualizado: 22 ene 2024


¿Cuál es el alcance de una mente positiva? ¿Es el pensamiento positivo algo que va ligado a alcanzar las metas más lejanas?

Eso preguntaba a veces Santiago a sus alumnos.

Un profesor idealista que quería ser la flecha que guiase el futuro de sus alumnos hacia un camino recto y con propósito.

En la zona donde él trabajaba, era muy difícil encontrar el idealismo, o la construcción de una meta, ya que la mayoría vivía una vida orquestada por sus padres, que buscaban sucesores en sus propias empresas, o dejaban una libertad sin preocupaciones a sus hijos que derivaba en que ellos tenían que buscar estímulos más allá de lo legal para poder encontrar algo que les motive en su día a día.

Un mundo de apariencias que Santiago, de origen humilde, en uno de los barrios más conflictivos de la ciudad, al principio detestaba, pero que poco a poco lo convirtió en el motor para encontrar la motivación necesaria para apuntar con su arco y flecha hacia un propósito.

La opinión que tenía la gente sobre Santiago no estaba clara. Algunas personas se sentían cómodas con su presencia, pues era una persona sencilla, sin maldad, capaz de hacer sentir bien a cualquiera con una conversación agradable y palabras sabias. Algunos (pocos) lo admiraban de verdad, pero, incluso aunque conectasen con sus enseñanzas, no siempre podían llegar hasta el final, porque el peso de sus familias en ocasiones era superior. Otras personas, por desgracia, no lo veían con tan buenos ojos. Ninguno lo odiaba de verdad, pero muchos lo consideraban una molestia. Ese intento de “voz de la conciencia” que no les dejaba ser libres de hacer lo que querían. Algunos, incluso, consideraban que era alguien de un mundo inferior que no entendía cómo funcionaba la alta sociedad. Algunos pensaban que no podía ser tan bueno y que algo tramaba, y sospechaban de su mirada o de sus intenciones. Y algunos, los más desencantados con su propio estatus, lo consideraban un hipócrita por ir de origen humilde, pero haberse mimetizado tan bien con las costumbres de los ricos en tan poco tiempo.

Una de esas costumbres era la de montar a caballo y practicar el tiro con arco en sus ratos libres. Muchos alumnos lo veían en el club de hípica o en los campos cercanos al instituto. En esos ratos libres, Santiago siempre iba a lomos de su caballo Rukbat, y muchas veces portaba un carcaj con flechas. Por eso su figura y por no poder separarse de su caballo, muchos lo apodaban “Centauro”.

“Mejorar en el tiro con arco es volverme más preciso y certero”, decía Santiago cuando le preguntaban por qué iba siempre con el arco y las flechas.

Lamentablemente, otras personas no lo veían con los mismos ojos. No es que nadie lo odiase, pues era realmente difícil odiar a alguien así, pero cuando una persona es muy buena y desinteresada, siempre suelen salir por algún lugar los mismos pensamientos.

Aunque había muchas opiniones sobre él, para Santiago, no era importante si caía bien o mal. Lo importante era por qué caía bien o mal. Un alumno que ve algo bueno en Santiago y le gustaría seguir sus enseñanzas, luchando contra su modo de vida anterior, por supuesto era lo mejor. Sin embargo, un alumno contrario a Santiago, pero porque lucha contra un modo de vida inculcado contra el que se quiere rebelar, es mucho mejor que un alumno favorable pero que no muestra interés en su futuro y en su capacidad de desarrollo, ni lo mostrará.

Los que tenían más interés no siempre lo demostraban así como así. Algunos tenían que engañarse a sí mismos y creer que no había otra forma de vivir o que eso era idealismo barato. Algunos tenían ese interés, pero dormido. No parecían ni a favor ni en contra, pero porque estaban adormecidos, y era tarea de Santiago despertarlos.

Había varios tipos de perfiles, pero Santiago creía poder distinguir entre todos ellos, y sabía por quién merecía la pena luchar. Si podía, luchaba por todos, pero, poco a poco, iría seleccionando a los más adecuados. Su objetivo final era, año tras año, haber encaminado la vida de como mínimo dos o tres jóvenes hacia un futuro mejor. Eso es en lo que creía.

Muchas veces, se podía ver acompañado a Santiago de una chica llamada Julia, con la que mantenía una relación indefinida. Los dos sentían algo, pero ninguno se atrevía a dar el paso. Además, Julia era el tipo de persona que no terminaba de entender a Santiago.

—¿Por qué haces lo que haces? —preguntaba ella, agarrada a la espalda del Centauro, a lomos de Rukbat.

—¿Qué es lo que hago? —preguntó él de vuelta, con una sonrisa tranquila.

—Lo de ser esta especie de guía heroico, idealista y alternativo. Aquí eso suele verse con malos ojos, ¿sabes?

—¿Tú lo ves con malos ojos?

—¡No! Yo no. Solo te digo el tipo de mentalidad que te podrás encontrar al menos en el tipo de gente que tiene conexión con ese instituto. Lo sé bien.

—¿Por qué lo sabes?

—Yo asistí ahí. Mis padres son del perfil de los padres de ahí. Las cosas no han cambiado.

—Esa fue tu perspectiva general, pero… ¿Y si cada punto dentro de una tela es mucho más individual de lo que parece?

Julia sonreía. Santiago siempre le contestaba así, con frases que sonaban como lecciones, y que no eran comunes de escuchar en su mundo.

—No hablo solo de eso… —dijo ella, abrazándose a él por la espalda—. Es mucho sacrificio todo lo que haces. Nunca te queda tiempo para pasear tranquilo con Rukbat… Y conmigo.

—¿Crees que estoy perdiendo el tiempo?

—¡No! Por favor, no hagas que suene así… Sabes que no quiero decir eso… Creo que sabes lo que quiero decir, ¿verdad?

—Julia, escucha. ¿Te conté lo que piensa de mí mi hermano pequeño?

—Me dijiste que se quedó en vuestro anterior barrio, pero nada más, que yo recuerde.

—Yo vengo de uno de los peores barrios que existen, y mi familia y yo tuvimos la suerte de que nos tocase la lotería. Pudimos salir de ahí. Todos, menos mi hermano pequeño, que decidió quedarse. Ahora él nos mira con desprecio, pensando que nos hemos acomodado en los lujos de la alta sociedad. Después de eso, conseguí el trabajo de profesor en un instituto privado elitista. Yo solo digo que, desde esa posición, todavía puedo luchar. Todavía puedo cambiar cosas. Aquí no existen los mismos problemas que existían en mi otro barrio, pero sí existen otros, y nadie los quiere ver, porque se tiende a pensar que el rico ya lo tiene todo y no pasa nada ahí dentro. Pero en muchos de ellos hay una frustración que grita por liberarse de una vida predestinada… Y pocos pueden verlo, y menos aún son los que quieren hacer algo al respecto.

Julia cabalgaba entre la fascinación y la duda cuando escuchaba las palabras de Santiago. Algo le provocaba un pequeño rechazo, pero, al mismo tiempo, sentía que decía algo que estaba por encima de lo que ella consideraba importante o normal. Uno de los motivos por los que no estaba cómoda con ese discurso es porque ella se sentía un fracaso si se comparaba con lo que Santiago consideraba “el camino a seguir”, ya que ella era conformista, acomodada en el dinero de su familia, sin ambiciones y con tendencia a vivir el presente. Nada de eso le pareció nunca mal, pero Santiago, aunque jamás se lo recriminó… Le hacía creer que no era el camino más respetable.

Por otro lado, sin embargo, Julia se veía atraída por la seguridad y la bondad de Santiago. Era alguien bondadoso y, a veces, ingenuo, pero nunca perdía la seguridad y la confianza. Siempre caminaba con la cabeza alta, como un centauro caminando entre simples humanos.

Al final, el único problema tangible entre ellos era que él tenía muy poco tiempo para ella. Cuando no estaba a lomos de su corcel o disparando el campo de tiro, dedicaba todo su tiempo a tener charlas de grupos, o privadas, con los alumnos que le quisieran escuchar, o les preparaba discursos, relatos, hojas de información y orientación… Luego, las presentaba en charlas, en tutorías o por internet. Se involucraba incluso con sus familias, aunque eso siempre era lo más complicado.

Santiago pecaba de pensar más en los demás que en sí mismo, aunque eso pudiera traer problemas a su entorno y a su propia felicidad. Su justificación siempre era la misma: “mi felicidad es esta”. Dejaría de ser una persona y pasaría a ser un guía, o un emisor. Se le daba bien. No era algo que todos pudieran hacer, pero alguien tenía que hacerlo.

Uno de los problemas de ese camino era que mucha gente (familiares de los alumnos, por lo general), acusaban a Santiago de imponer su propia forma de pensar como la correcta, como forma de despreciar la de los demás. Eso también ocupaba una buena parte de la mente del Centauro, que no quería solo decir que su camino era el bueno. Quería que, mediante consejos abstractos o adaptados, o incluso mediante fábulas y cuentos, los alumnos conectasen con lo que de verdad resonara en su interior.

En una ocasión, escribió un relato que intentó hacer leer a muchísima gente, como primer paso para ir propagando sus ideas.



Los senderos detrás de la meta

Óscar era un hombre que lo tenía todo. Una buena esposa, dos hijos que solo le dieron alegrías hasta la fecha, un trabajo estable en el sector de la medicina con el que ganaba una buena cantidad de dinero, sin que esto afectase en su día a día o en su psicología… Se podía decir que era el modelo de persona que tenía todo lo que se había propuesto. De joven, Óscar se fijó varias metas, y fue de esas personas que demostraron que, con esfuerzo, se pueden cumplir. De hecho, las cumplió muy joven. Consiguió el trabajo soñado, el núcleo familiar soñado, e incluso hizo los viajes y los proyectos que siempre tuvo en mente. ¿Qué hay detrás de la meta? Nos pasamos la vida, o bien luchando por llegar a una meta, o bien quejándonos de lo que no tenemos. Pero cuando llegamos a la meta, cuando tenemos lo que queremos tener, ¿qué pasa después? Para algunas personas es sencillo, pues algunas se conforman con llegar y vivir su vida con tranquilidad a partir de ahí. Otras tienen una meta que, por su naturaleza, se regenera una y otra vez, en forma de trabajo estable o de generar el mismo tipo de arte que ya has generado para abrir la puerta hacia el tramo final de esa meta. Óscar era de esas personas que necesitaban ver un final claro en el camino, y moverse siguiendo esa ruta. Un trabajador y un soñador que se forjaba siguiendo un camino hasta una meta lejana y satisfactoria. Un día supo, gracias a un amigo, que había una montaña donde podías encontrar la verdad, conocida por la sabiduría que desprendía en cada rincón. Era la montaña Rasalhague. Si llegabas hasta lo alto, se dice que podrías conectar mejor contigo mismo y encontrar tu propio camino. “La línea de partida es la cima de esta montaña.” Con esa idea en mente, Óscar se fue rápidamente en busca de su nuevo objetivo.

En un momento dado, para seguir subiendo, tenía que elegir entre tres caminos. Mientras Óscar miraba atento sus posibles rutas, ante él apareció un hombre con una serpiente gigante rodeando su cuerpo. Decidió prestar ayuda. “Estos son los tres senderos de la montaña.

El número uno es el sendero corto. El mejor para ir a la cima. Un atajo por el que pasar a escondidas y llegar rápido.

El número dos es el sendero normal. No pasarás a escondidas, conocerás bien la montaña y llegarás a su debido tiempo a la cima.

El número tres es un sendero largo, que rodea la montaña, pasando por diversos lugares, pueblos y parajes que están alojados dentro del terreno de la montaña. Hay varios lugares donde pasar la noche, pero es imposible llegar pronto a la cima por este camino.

¿Cuál era el camino adecuado?

En ese momento, Óscar se partió en tres, como si su voluntad eligiese las tres opciones sin decantarse por ninguna. Esto es lo que el portador de la serpiente contestará a cada uno de los tres protagonistas que terminarían por recorrer su correspondiente sendero hasta llegar a la cima.

El primero en llegar sería el que tomó el sendero número uno.

“¿Estás satisfecho por haber llegado pronto? Entonces, imagino que quieres conquistar docenas de cimas más, ¿verdad? ¿Era esta la cima importante, o tu deseo es conquistar cima tras cima antes de morir? Ten claro cuál es tu respuesta, porque, si lo que quieres es lo segundo, tal vez has hecho bien. Tal vez el camino corto era para ti. Conquista meta tras meta, cima tras cima. Pero, si alguna es más importante que otras… No uses este camino en la siguiente, porque no podrás conocer la grandeza real de esa montaña. Ve hacia tu siguiente meta… O arrepiéntete por no haber podido exprimir el camino hacia tu deseo real y no haber provocado ningún crecimiento en ti.”

El segundo en llegar sería el que tomó el sendero número dos.

“Has entendido que el camino a la meta pasa por conocer de verdad la montaña. Se nota que querías llegar a tu objetivo, pero que todo lo que está construido a su alrededor es importante para ti. Eres diligente y no tienes problemas para seguir el camino establecido. Si es así, podrás tener una vida estable… Siempre que sea esto lo que quieres. ¿Qué hay después de tu meta? ¿Querías una vida tranquila al conseguirla? Has hecho bien. ¿Querías provocar un gran cambio, o exprimir todo lo que tu sueño te podía ofrecer? Tal vez no has hecho lo mejor. ¿Querías hacer muchas metas más? Entonces no pierdas el tiempo y ve a por otra. Ya has demostrado que eres diligente. Hazlo.”

El tercero en llegar, mucho tiempo después, sería el que tomó el sendero número tres. Un Óscar que no era el mismo que cuando empezó.

“Las otras dos versiones de ti ya llegaron hace tiempo a la meta. Ya se han ido. ¿Por qué has tardado tanto? Ah, claro… Te has entretenido en los paisajes y en los pueblos. Has conocido a muchas personas por el camino, ¿verdad? ¿Por qué lo has hecho? La vida es muy corta, y, si tardas tanto en llegar hasta la cima, tal vez te queden pocos años para disfrutarla, o para alcanzar alguna cima nueva, si es lo que quieres. Además, el camino de la ruta dos ya te permitía ver lo necesario de la montaña. ¿Por qué has dado tanto rodeo? Casi parece que has perdido mucho el tiempo antes de conseguir lo que quieres.”

Aunque los otros dos Óscar habían escuchado en silencio lo que el hombre de la serpiente les decía, el Óscar del tercer camino interrumpió:

“Lo he hecho porque esta montaña es sabiduría. No es un camino cualquiera, es un camino por el que aprender. No hubiese dado este rodeo si no tuviera toda esta magia conectada a mi sueño. Mi meta implicaba cambio y evolución, y así lo he hecho. No me arrepiento de lo que soy ahora, aunque haya tardado mucho en llegar.”

“¿Es el tercero el camino correcto?” Preguntó el hombre de la serpiente.

Los otros dos óscar aparecieron detrás del tercero. ¿Qué opinaban ellos de la tercera ruta?

Los tres Óscar se juntaron otra vez en uno solo para recoger y reflexionar todo lo aprendido en cada camino. Entonces, contestó:

“No hay un camino bueno. Pero si te conoces a ti mismo, sabrás cuál es tu camino bueno. Tú mismo nos lo has dicho a cada uno, ¿verdad? ¿Quieres cambiar y conocerte? ¿Quieres disfrutar del camino? ¿Quieres una vida estable después de la cima? ¿Quieres conquistar muchas cimas antes de morir? A veces cumples tus metas con demasiada prisa, tomando atajos y esquivando los caminos con serpientes que te puedan asustar. A veces, eso es lo bueno, siempre que sepas lo que hay después. Otras veces, puedes rectificar a tiempo. Puedes recorrer de nuevo tu montaña, o buscar la siguiente montaña. Hacer que el tiempo juegue a tu favor.”

Óscar se marchó en dirección contraria a la entrada. Caminó a lo que había después de la meta. Al salir de la montaña, se volvió a partir en tres.

El Óscar del primer camino puso su mirada al frente y vio muchas otras montañas. Recordó que todavía era joven y que tenía tiempo para recorrer tantas como pudiera. Si encontraría una montaña más importante o no, eso todavía no lo sabía. Pero, mientras tanto, recorrería todas las que pudiera.

El Óscar del segundo camino se alejó de las montañas. Ya recorrió lo que tenía que recorrer y ya alcanzó la cima que le interesaba. Reflexionó sobre su felicidad en una vida tranquila. Si no se sentía realizado, ahí estarían las montañas para él. Pero, mientras tanto… Disfrutaría del descanso del que ha recorrido el camino de su montaña hasta el final, poniendo su felicidad por delante de todo.

El Óscar del tercer camino volvió a mirar a la montaña que acababa de escalar. Todavía no había terminado con ella. Aunque disfrutó del camino, tenía demasiado en mente ir hasta la meta. Pero la montaña todavía tenía mucho que ofrecerle. Había conocido a muchas personas y había descubierto muchos lugares, pero todavía podía ver muchos más. Era la montaña de sus sueños, y viviría en ella un tiempo más. Tal vez ahí, en esa montaña, descubriría cuál era el mejor momento de decidir si seguir ahí para siempre, o si buscar lo que hay más allá.

Los tres Óscar se despidieron los unos de los otros y sonrieron buscando su siguiente camino. Unos más tranquilos, unos más largos o más cortos, con o sin serpientes… Pero sin caminar a ciegas, sin esconderse… Y conociéndose de verdad a sí mismo.



Este era el relato del que Santiago se sentía más orgulloso. El que más hizo leer a la gente. Solo eran tres páginas, pero consideró que había condensado parte de su forma de pensar sobre los sueños y las metas en una pequeña historia como esa. Quería que cada uno adaptase las enseñanzas de Óscar a su propia situación. Que no hubiera un camino bueno y uno malo, y que se sintiesen identificados con uno de los tres, o incluso encontrasen su propio camino.

Lo cierto es que Santiago no tenía ni idea de lo que la gente pensaba sobre él llegado a este punto. Cada vez hacía más cosas y cada vez se hacía notar más, publicando sus escritos por internet o siendo invitado a charlas. Era muy conocido en la zona, pero no sabía si la opinión mayoritaria era buena o mala. Aun así, había mucha faena por delante.

Un día, paseando con su novia Julia, en un incómodo silencio, Santiago encontró a unos abusones intimidando a un grupo de jóvenes que cursaba el primer año de su instituto.

—Santiago, espera —dijo Julia—. Esos no son de la zona. Esos son peligrosos de verdad. Si vas ahí, a lo mejor te dan una paliza.

—¿Prefieres que le den esa paliza a niños de doce años?

—¡No seas como tu hermano! Es él quien se mete en esa clase de líos. Tú no eres así, no tienes suficiente fuerza ni estás acostumbrado a pelearte —dijo ella agarrándole de la mano.

—No se trata de pelear, se trata de que a esos niños no les pase nada —dijo él soltándola y corriendo hacia ellos.

El Centauro galopaba para salvar a sus jóvenes estudiantes. Solo, sin el apoyo de sus seres queridos, siguiendo su propio camino, apuntando con su arco y sus flechas, sin mirar lo que había a su alrededor o lo que le podría ocurrir después.

Santiago encaró a esos abusones y le dijo a los niños que salieran corriendo. Pese a que Santiago era partidario de que, con bondad, la gente podría responder mejor y no tener tanta agresividad, tampoco era tan estúpido como para pensar que unos abusones callejeros se ablandarían solo con un discurso bonito o con buenas palabras, pues esa gente no atendería a razones por un solo profesor, siendo ellos cuatro personas mucho más fuertes y sin ningún tipo de consideración.

Con esa idea en mente, Santiago intentó de todas formas pedirles por favor que no hiciesen daño a niños, que eran muy influenciables y podrían hacer daño en su crecimiento. Los abusones se reían de él, sin dar ni gota de importancia a lo que él les decía.

Julia, por su parte, decidió ir a avisar a alguien. No podía dejar que la situación llegase hasta la inevitable conclusión. Fue corriendo hasta una zona donde había gente hablando, gente joven que parecía poder lidiar entre unos cuantos con una situación así.

—¡Perdón! Necesito ayuda.

—¿Qué te pasa?

—Mi novio… A mi novio le van a meter una paliza unos abusones. Él solo intentaba defender a unos niños. ¡Por favor, necesita ayuda!

Los jóvenes que escuchaban las súplicas de Julia se miraban entre ellos, incómodos, pues no querían tener nada que ver con peleas y abusones. Con excusas baratas, consiguieron rechazar la petición de Julia.

Ella siguió buscando, cada vez más cabreada.

“¿Esta es la gente que intentas defender y enseñar, Santi? Te dije que era perder el tiempo…”

Eso era lo que pensaba mientras seguía buscando ayuda.

Como nadie respondió, llamó a la policía y volvió rápidamente a la zona de la pelea. Allí encontró a Santiago en el suelo, pues ya había sido golpeado. Julia iba a intervenir, pero tampoco se atrevía, ella no podía hacer nada contra gente así.

Cuando los abusones iban a seguir golpeando a Santiago, de repente empezaron a escucharse gritos de otros chicos y chicas jóvenes.

“¡Dejadle en paz!”

“¡Él no os ha hecho nada!”

“¡Si le pegáis a él, tendréis que pegarnos a todos!”

Era un grupo de cinco chicos de segundo curso que llegó a tiempo a ver lo que estaba pasando y no dudó ni un momento. El año pasado fueron alumnos de Santiago, y no pudieron soportar lo que estaban viendo. Ellos no se preocuparon en ningún momento por su seguridad. Solo querían ayudar a su profesor.

Poco después, llegaron unos pocos más. Uno había avisado a otros que estaban en un parque, detrás de la zona donde ocurrió el incidente. Poco a poco, empezaba a llenarse la zona de alumnos del Centauro que le defenderían a cualquier precio.

Los abusones tardaron en darse cuenta de que la cosa empezaba a escalar tanto, que algunas voces adultas también empezaron a amenazarlos.

“¿Pero cómo sois tan capullos de hacerle algo al Centauro?”

“¿Quién os creéis que sois? ¿Estáis tontos? ¿De verdad caeréis tan bajo?”

“Ya no sois tan valientes, ¿no?”

Cuando pudieron reaccionar, los abusones salieron corriendo. No se atrevieron a amenazar a nadie de toda esa gente, ni a volver a pasar por esa zona. No sabían lo que pasaba, pero ellos creían que sería fácil robar a pijos jovencitos y acomodados. “¿Qué era todo eso?”, se preguntaban.

Uno de ellos, el que tardó más en reaccionar, no pudo correr con sus amigos, porque Santiago lo agarraba de la pierna.

—¿Qué haces? ¡Suelta!

—Eh… Todavía estás a tiempo de cambiar —dijo Santiago, tosiendo.

—¿Pero qué dices? ¡Suéltame, coño!

—Eres el que ha tardado más en reaccionar… Porque eres el único que ha empezado a entender qué ha pasado aquí. Eres el único que se ha cuestionado si estabais haciendo daño a una persona que no lo merecía. Tú puedes cambiar…

El abusón se liberó por fin y salió corriendo.

Muchos de los que le ayudaron, se acercaron a él, diciéndole que no tiene remedio, que tiene que intentar educar incluso a un abusón. Muchos reían, diciendo “así es el profe”.

—No lo he hecho porque sí…—dijo Santiago, sonriendo y soportando las heridas—. Es que lo he visto en su mirada. Ese quería cambiar. Ojalá reflexione en su casa sin tener que darle explicaciones a nadie.

Algunos admiraban sus palabras. Otros reían al ver que seguía siendo un ingenuo. Pero todos los que estaban ahí lo querían.

Santiago sintió que era parecido a su hermano Leonardo, pues ambos lidiaban con gente que de alguna manera se hacía daño, y ellos querían esparcir su forma de pensar para conseguir un lugar mejor. La diferencia es que Leonardo se sentía solo y a la defensiva, con una actitud mucho más pesimista, y Santiago, hasta hace poco, pensaba que compartía lo de sentirse solo, pero poco a poco vio que no era así, y que su optimismo podía llevar a algo bueno de verdad. La próxima vez que visitara a su hermano, intentaría transmitirle esta lección. Él era la persona a la que más quería guiar, pero también la más complicada.

Al volver, se encontró con que no todo fue positivo. Julia pasó un día horrible tras lo sucedido, y llegó a dos conclusiones. La primera, que no podía creer en este mundo en el que Santiago creía, pues cuando ella fue a pedir ayuda, solo se encontró con gente egoísta y negativa. Gente del mundo donde ella vive, gente distinta a la que le ayudó al final. La segunda, que no podía vivir con el miedo de que le pasara algo, o con la pena de que Santiago quisiera dedicar todo el tiempo en sus mensajes y enseñanzas, y nada en ella. Julia, finalmente, dejó a Santiago.

Pese a que el golpe moral en el Centauro fue muy grande, él tenía que esforzarse en seguir siendo el de siempre, especialmente después de lo que había pasado con todas las personas que acudieron en su ayuda.

Como si se tratase de Óscar, el de su relato, su mentalidad se partió en tres.

La primera, hizo que Santiago sucumbiera ante sus pensamientos negativos y al dolor de haber perdido la oportunidad de iniciar una relación con la chica que le gustaba. Se encerraría y, para cuando pudiera salir, tal vez todo lo que había construido antes, ya no estaría ahí. Tal vez, en un mundo más realista, podría ejercer como un profesor tranquilo, o incluso podría intentar recuperar a Julia, ahora que empezaría a pensar igual que ella.

La segunda hizo que Santiago quisiera seguir haciendo lo que siempre hacía, aunque, por culpa del dolor, todos notarían que no era lo mismo de siempre. Caminaría con la cabeza algo más baja, pero se seguiría esforzando. Tal vez no sería tan bueno ayudando a los demás, pero muchos se darían cuenta de que estaría pasando por un mal momento, y le ayudarían a él, correspondiendo a su lucha y su dolor. Tal vez era bueno dejarse ayudar por una vez.

La tercera también seguiría haciendo lo mismo de siempre, como la segunda, pero con una diferencia fundamental… Santiago no perdería ni gota de energía. Si tenía que llorar, lo haría en privado. Él tenía que seguir inspirando a los demás, y, para eso, no podía transmitir ni gota de negatividad. Tenía que ser, pero de verdad, el mismo de siempre. Incluso aprender de lo vivido y mejorar. Seguir avanzando.

Tenía las tres dianas delante, con los tres posibles caminos. Entendía que el primero le vendría bien al que no pudiera más. Al que necesitase desconectar de todo. Era lícito. El segundo también, porque seguiría haciendo lo que quiere, y, dejarse ayudar no era malo. No despreciaba ninguno de esos dos caminos. Pero Santiago se conocía a sí mismo y, con confianza, apuntó a la tercera diana y disparó. Dio en el blanco.

“Eres muy cabezota, ¿verdad?”, se dijo a sí mismo.

Con la cabeza bien alta y lleno de energía, siempre buscando perfeccionar su meta en un mundo que todavía no era el suyo, empezó a cabalgar a toda velocidad y sin remordimientos, dispuesto a conquistar su propio camino.


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