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Relato corto de Tauro

Joel Soler

Tristán, el trabajador de acero. Tristán, el hombre que consigue todo lo que quiere. Tristán… El hombre incompleto.

Fuertes principios armaban la mentalidad de este hombre fuerte y bravo. Se dice de él que es capaz de embestir contra lo que sea con la precisión y la fuerza necesarias para lograr sus objetivos. Tristán empezó siendo un hombre con una vida en exceso humilde, o así lo veía la mujer que estaba con él hace algunos años, la cual aplaudía ante todo sus logros cada vez que conseguía reconocimiento, dinero o posición social. Pero, para cuando Tristán se quedó atascado en su vida, debido a una serie de problemas que no supo manejar, en el momento en que más necesitaba a su chica… Esta decidió que no quería seguir caminando a su lado.

La fuerza de Tristán le hizo permanecer de pie ante ese golpe y no caer de ninguna de las maneras, y en ese momento solo podía pensar en una cosa…

—Conseguiré el reconocimiento que merezco —su determinación era firme y robusta.

Embistiendo con fuerza, Tristán avanzó en su posición, en sus negocios, en su reconocimiento, en su economía… Ahora se podía dar una vida lujosa, aunque con poco tiempo del que disfrutar de dichos privilegios, pero ese era el tipo de vida que quería. Al menos eso es lo que pensaba.


Había una mujer en su empresa, Eva. Desde hace un tiempo, Tristán se fijó en ella. Era una mujer soltera, eso ya lo había comprobado, pues poco a poco, con la paciencia que le caracterizaba para poder hacer bien el trabajo, iba consiguiendo los datos necesarios. Sin ser invasivo, poco a poco, aguantando, paso a paso. Él sabía cuándo tenía que embestir, y cuando tenía que ir paso a paso. Lamentablemente no fue tan cuidadoso como se creía en un primer momento. Varios compañeros estaban enterados de este cotilleo y, pese a ser ya personas adultas y con un trabajo serio… ¿Quién puede rechazar algo así? Niños o adultos, un cotilleo es un cotilleo. La única diferencia es que un adulto sí es consciente del daño que puede hacer.

Todo lo que los compañeros molestaban, ponían de auténtico mal humor a Tristán.

—¡Silencio! ¡Todos, silencio! —gritó mientras expulsaba aire muy fuerte por la nariz.

—Vamos, vamos… Trabajador de acero, tú puedes con esto y más. ¿Por qué no le dices algo a Eva?

—No me digáis lo que tengo que hacer. Lo haré a mí manera, no hay nada más que decir.

Pese a esto, Tristán sentía la presión. No hacer nada era hacer el ridículo para él. Una muestra de debilidad.

Eva, por su parte, era una persona que transmitía paz y seguridad, por un lado, pero también la fuerza de alguien que escaló por un camino difícil hacia sus metas. Para Tristán, Eva tenía los rasgos de una princesa fenicia, una bondadosa que cuidase del más bello de los jardines. Para él la belleza era eso, la sencillez, el espíritu, la expresión... Eva era una mujer a la que respetar y admirar, una mujer sin miedo, fuerte y noble. Y Tristán, si conseguía una cita con ella, tendría el saber estar que alguien así merece, pero… ¿Cómo se podía fijar ella en él? La relación solo era la de compañeros de trabajo, pero el valor que había visto él en ella, no era algo que ella hubiese visto en él.

Que la cosa no avanzase no era el único problema. En caso de conseguir tener una relación estable y formal con una chica, había algo por lo que Tristán no sabía si estaba dispuesto a pasar. Para Tristán, la estabilidad de su mundo era prioritaria, casi tanto como el trabajo bien hecho.

Su estabilidad es como un templo, con los muebles cuidadosamente seleccionados en la posición exacta para que Tristán se sienta cómodo en todo momento, pero entrelazados entre sí de tal forma que si, sin querer, golpeas uno, posiblemente pongas en peligro la integridad de casi todos los demás.

Cada vez que Eva tenía un momento cercano a Tristán, el trabajador de acero sentía que la chica le atraía más y más. Sentía como si un gran toro, con mucha fuerza, empezase a embestir contra la pared de su templo. Las embestidas del toro ponían en peligro el templo de Tristán, cosa que ya le pasó una vez, con su anterior amor, y fue una de las etapas más horribles de su vida.

Si ella no estaba interesada y él no quería que rompiesen su estabilidad, cualquier hubiese pensado que lo más sensato era olvidarse. Pese a ello, Tristán no cesó en intentar acercarse un poco más a Eva, pues era un hombre inteligente y sabía que si se encasillaba en su idea sobre la estabilidad, no evolucionaría jamás, y desde luego que estancarse y no evolucionar es algo que el trabajador de acero no se podía permitir de ninguna manera. Solo tenía que intentar que el toro no rompiese demasiadas cosas, nada más.

Sus primeros intentos de tomar algo con ella fueron desastrosos, tal vez por torpeza de él, tal vez por falta de interés de ella.

En un principio, Tristán podía pensar que sería ella quien rompería con su estabilidad, con la fuerza de una embestida brava, pero por desgracia para él, eso no estaba siendo así, pues lo que realmente se estaba rompiendo era su propio ser, al ver cómo estaba fracasando frente a su princesa fenicia. Él siempre se vio como un luchador que podía conseguir cualquier cosa que se proponía, y con toda esta historia empezaba a darse cuenta de que era mucho menos fuerte y resolutivo de lo que pudo haberse creído.

Su mente se amueblaba siempre con esas ideas: medirlo todo en términos de ganancias, posición, logros, méritos, reconocimiento… Siempre más, siempre insaciable.

A partir de esta etapa, Tristán luchó día tras día, durante semanas, para ser mucho más respetado y reconocido. Sus logros no tardaron en ser visibles para la empresa. En su cabeza, conseguir todo eso le recubría de un aura atractiva y bella. Desde fuera, sin embargo, lo que se podía notar es la apariencia de un hombre cada vez más débil, cabreado y demacrado. ¿Qué vería Eva? ¿Al triunfador que crece y crece, o al hombre demacrado que cae poco a poco?

—No creo que pueda seguir ignorándome. Cada vez soy más importante en la empresa, y esa será la excusa perfecta para que quiera conocerme. Luego solo tengo que mostrarle al humano que hay detrás del prodigio. Voy por buen camino…

Tristán tenía las ideas claras. Para enamorarla con su personalidad, primero tenía que conquistarla, o por lo menos llamar su atención, con sus logros y esfuerzo. Pero, lejos de conseguir su objetivo, ella le seguía ignorando de la misma forma. Incluso, alguna que otra vez, y tal vez solo en la imaginación de Tristán, Eva le dedicaba una casi imperceptible mueca de desagrado ante alguna de las escenas en que Tristán alardeaba de sus logros en público.

El trabajador de acero se cruzó de brazos y de piernas en su templo, y se quedó allí sentado, quieto, reflexivo, paciente… Buscando la mejor manera de conquistar a su princesa fenicia. El toro que amenazaba con romper su templo dorado y estable todavía sigue embistiendo.

—¿Por qué intentas romper mi estabilidad con tanta fuerza, toro?

Eva seguramente era una mujer tranquila y respetuosa que no haría tanto daño a la estabilidad, pero de algún modo, Tristán sentía que el problema era otro, aunque no podía comprender el qué. De todas formas, ahora mismo solo había un objetivo claro para este triunfador, y una vez apunta con sus astas hacia delante, tiene que seguir adelante hasta tener una respuesta más clara. Solo podría parar si lo consigue o si le confirman que no tiene nada que hacer, eso lo sabía, y todavía más que eso, sabía que no podía quedarse tanto tiempo quieto por el miedo al rechazo. Ese no era el estilo del trabajador de acero. Era el momento de hacer algo.

Un día, por una hipotética casualidad, consiguió tomar un café con ella.

—¿Seguro que es casualidad que nos hayamos encontrado en este lugar, Tristán? —preguntó ella mirándole con desconfianza por encima de su taza.

—¡Por favor, Eva! No digas estas cosas. Qué mala imagen… —dijo Tristán riendo nervioso.

—¿Cómo van tus nuevos proyectos? –preguntó ella, pretendiendo ser educada.

—Creo… Por tu cara creo que no te interesa realmente como van mis proyectos. ¿Te han contado cosas sobre mí? ¡No te creas nada! La gente es capaz de inventar lo que sea, y más si tienen envidia a alguien.

—¿Crees que te tienen envidia?

—Bueno… —Tristán notó cierta incomodidad ante esta pregunta— No quiero sonar arrogante, ni que pienses mal de mí, ¿pero no es de algún modo evidente? Yo llevo menos tiempo en la empresa que muchos otros trabajadores, pero he conseguido mucho más que ellos. Creo que los demás se han estancado, y no pueden ser tan felices.

Eva hizo una pausa con los ojos cerrados al escuchar ese discurso.

—Tristán, mira. Ahí, en la entrada de la empresa, está tu compañero Aarón con su mujer y su hijo, que han venido a verle.

Tristán miró con atención. No sabía por qué le decía esto, pero él miró de todos modos. Los primeros segundos sintió indiferencia, pero conforme el reloj iba marcando uno, y otro, y otro segundo más, el rostro de Tristán iba cambiando. La cara de su compañero Aarón, uno de los compañeros a los que consideraba frustrado y envidioso, era un rostro que desprendía una sonrisa sincera y relajada, feliz y realizada. Eso es lo que sentía cuando acariciaba la cabeza de su hijo. El toro que embestía contra el templo golpeaba más y más fuerte.

—¿Crees que Aarón ha conseguido ese nivel de felicidad obsesionado por pisar a los demás? –dijo Eva sin apartar la mirada de aquella familia.

—¿Qué?

Tristán no daba crédito. ¿Eso era un reproche? ¿Eso era lo que Eva pensaba de él? El daño del toro cada vez era más fuerte, como si una cornada hubiese impactado contra su pecho, justo en el lado izquierdo.

Durante varios días surgió cierta incomodidad entre ellos, pues, aunque Eva, por pura educación, al día siguiente ofreció disculpas por sus palabras, Tristán no se encontraba ofendido o decepcionado. Su problema era que, de alguna forma, había comenzado a darse cuenta de que había algo muy malo en él, pero que no sabía comprender.

¿Pensar siempre en tu posición?

¿En tu reputación?

¿En el dinero?

¿En lo más práctico?

¿En lo útil?

¿En la apariencia?

¿Buscar siempre una compensación a tus actos?

Tristán asumió mucho tiempo que eso era lo que una chica buscaría en él. Muchos eran los motivos por los que Tristán pensaba eso, pero ahora conocía un motivo por el cual sospechar un poco de ese pensamiento: para el trabajador de acero, el mundo era mucho más pequeño y simple de lo que es en realidad. Solo tenía que mirar a la familia de Aarón para darse cuenta. Él no imaginaba que existía algo así. Solo tenía que observar a otras personas y ver que algunos eran felices por motivos que no estaban en su línea de pensamientos.

Fijándose en Eva, estaba claro que ella no era como él. Tristán intentó convencerse mucho tiempo de que sí lo era, de que era la mujer más respetable y ambiciosa de la empresa, pero poco a poco abría los ojos. Eva era sencilla y valoraba cosas que no tenían nada que ver con todo eso. Las cosas que valoraba, las pequeñas cosas, como le escuchó decir una vez, seguro que eran cosas que Tristán no podía ni comprender.

Tristán estaba bloqueado, caminando por la ciudad sin sentirse orgulloso de sí mismo. Ya casi a las puertas de su empresa, vio en la calle de enfrente una escena desagradable: un perro callejero, sucio, con muy mal aspecto, de esos que ningún niño querría. Se notaba a leguas que no estaba bien, algo le había pasado en algún momento, pero sin duda estaba herido y desgastado, como si se hubiese dado un gran golpe, como si un toro le hubiese pasado por encima y el perro hubiese sobrevivido de milagro. La gente pasaba por su lado, algunos lo ignoraban, otros temían por si les mordía o les pegaba algo, otros lo miraban con asco, otros ponían un poquito de gesto de lástima, pero de todos modos seguían adelante…

Tristán se sintió realmente mal por ese perro, era evidente que se iba a morir si seguía así, pero… ¿Era práctico ayudar a ese perro? ¿De qué podía servir ayudarle? Nadie le daría un gran logro por ello. Al contrario, podía pasarle algo malo. Podía ser mordido por ese perro y acabar con alguna infección, o tal vez le costaría demasiado dinero o tendría que hacer ese esfuerzo en vano, porque ese perro tal vez ya estaba condenado. Todo ello es lo que cualquiera, incluido el propio Tristán, pensaban que pasaría por la mente del trabajador de acero ante una situación como la de ese perro. Puede que lo pensase, pero no se acuerda. Lo que sí recuerda es a sí mismo corriendo con el perro en brazos, envuelto en su americana de trabajo, camino al veterinario, sin haber pensado en nada más.

Lo inoportuno, o tal vez oportuno, de la situación era que no había ningún veterinario cerca, pero tuvo un gran golpe de suerte, pues Eva estaba aparcando en ese momento y vio a Tristán con el perro. En un segundo comprendió la situación.

—¡Sube, corre! —dijo ella abriéndole la puerta.

Tristán se hubiese sorprendido de tener tanta suerte como para que Eva le encontrase en una situación así, pero solo tenía en mente la situación del perro. Tristán, por lo general, hubiese pensado: qué bien, justo hago una buena acción y justo aparece Eva para admirarme y además pasar rato juntos por un objetivo noble en común.

En su lugar, lo que pensó Tristán en ese momento fue: con coche llegaremos antes y a lo mejor el perrito se podrá salvar.

Tristán y Eva informaron en el trabajo de su retraso y esperaron a que el veterinario dijese algo, pues no era tan sencillo dejar un perro callejero en manos de un profesional y luego simplemente seguir con tus cosas, por lo menos no si te preocupaba cual sería el destino del perro al final del proceso.

—¿Qué le pasó a ese perro? —preguntó ella.

—No lo sé, cuando lo vi ya estaba así.

—¿Y estaba en la calle de delante de la empresa?

—Sí, no sé cuánto rato llevaba ahí antes de que yo llegase.

—Pero… ¡Eso quiere decir que mucha gente pudo haberlo ayudado! —dijo ella apretando fuerte su bolso.

—Algunos lo miraban con miedo, otros con asco, otros con indiferencia… ¿Crees que hubiese sido diferente si hubiese sido un perro mucho más bonito?

—Estoy segura de que sí.

—Pues precisamente por eso quise ayudarle… Porque si no ayudo yo a un perro al que el resto le da la espalda solo por cómo es por fuera… ¿Quién lo hará? ¿Cuánta gente estaría dispuesta a ello? —Pese a que no quería que se le notase, la voz de Tristán estaba ahogada al decir esas palabras.

—Oye… —empezó a decir ella.

En ese momento, irrumpiendo la conversación, el veterinario salió a hablar con los dos trabajadores. Empezó a decirles de qué se trataba el problema. El perro se llevó un fuerte golpe dado por no se sabe qué, pero su problema principal es que ese perro ya tenía de antes enfermedades que pondrían en riesgo su vida.

La conclusión a la que llegó el veterinario era que cuidar de un perro así era caro y difícil, y por lo tanto adoptarlo o esperar que un refugio se hiciera cargo era demasiado complicado. Además, ese perro tenía ya cierta edad. Era, en resumen, una gran fuente de problemas y gastos que tal vez no compensaba.

Sin ninguna compensación… Esa característica no encajaba para nada con Tristán. El trabajador de acero era pragmático. El bravo toro buscaba siempre las mejores formas de mejorar su posición y reconocimiento.

¿Merecía la pena?

—¿Qué hacemos, Tristán? —preguntó Eva.

El toro de nuevo volvió a golpear las paredes de su templo, con fuerza, haciendo peligrar las estructuras. Tristán se golpeó la cara y contestó con firmeza.

—Me lo voy a quedar yo. Dígame lo que tengo que hacer y qué vacunas y tratamientos debo conocer para cuidar de él.

Eva y el veterinario se quedaron callados, con los ojos muy abiertos, frente a las palabras del hombre que sacó a ese animal de la calle. El veterinario quiso asegurarse de que Tristán era consciente de la situación, pero la firmeza inquebrantable del toro se hizo notar. Podría mantenerlo económicamente sin problemas, y su resolución y compromiso harían el resto.

De esta manera, Tristán aprendió todo lo que tenía que hacer para cuidar de su nuevo perro, en realidad perra. Él asumió que un estado menos pulcro, más callejero, era algo más masculino. Otra lección que aprendió gracias a su nueva amiga.

Como era hembra, la nombraría como a la princesa fenicia de la mitología que tanto le gustaba y que tanto le recordaba a Eva. De ahora en adelante, su nombre sería Europa.

Al día siguiente, Tristán se encontraba desayunando en su cafetería habitual a la que solía ir a despejarse con un café antes de ir a trabajar. Eva se sentó en su mesa sin previo aviso y le miró sonriendo.

—Me has sorprendido, trabajador de acero —dijo ella manteniendo su mirada en él.

—No fue para tanto… Esto lo podría hacer mucha gente —dijo él mirando hacia abajo mientras jugueteaba con su corbata.

—Precisamente por eso me ha sorprendido. Cuando te conocí, me parecías desde luego un hombre interesante, veía algo en ti que me gustaba, o que te hacía en parte especial. Alguna vez pensé: ¡oye, tengo que tomar algo con Tristán algún día de estos! —Tristán levantó la cabeza y la miró con los ojos bien abiertos—. El problema fue cuando de repente empezaste a cambiar, y te vi realmente obsesionado por tu trabajo, solo pensando en ascender, en ser reconocido, en la lujosa y reputada vida a la que aspirabas… Y además parecía que, por tu manera de enorgullecerte de ello, para ti eso era todo. Demostrarle a los demás que eras superior a ellos. Entonces… Confieso que me hice una idea un poco equivocada y prejuiciosa de ti. Perdón si te he mirado mal desde entonces, pero no me gustaba nada eso.

Tristán seguía sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

—Pensé que eras alguien egoísta e interesado que lo haría todo por su beneficio, y la verdad… Yo no quiero tener nada que ver con gente así, ya me he encontrado con algunos en mi pasado, y no quiero más. En cambio, tras ver lo que hiciste ayer, no solo el hecho de salvar a ese perro…

—Era hembra al final –interrumpió él con vergüenza.

—¡Anda! —dijo ella con risa floja y tímida—, no lo hubiese dicho. Pues, como te decía, no solo salvarla, sino también hacerte cargo de ella aun sabiendo todas las dificultades que encontrarías en ello. Además… Te mostraste sincero, noble, auténtico… De verdad, Tristán, todos mis respetos hacia ti, me has sorprendido para bien.

Tristán se sonrojó. Su corazón palpitaba más y más fuerte.

—Venga, que se va a hacer tarde. ¿Vamos al trabajo?

Ella se levantó de la silla y esperó a que él hiciese lo mismo.

—¡Oye! —dijo él mientras se levantaba, casi tropezando al hacerlo de golpe.

—¡Tranquilo! —dijo ella, preocupada por su actitud nerviosa.

—Eh… Bueno, no digo que tenga que ser hoy, pero… Si algún día quieres ir viendo qué tal le va a Europa…

—¿Europa?

—¡Ah! Perdón, es el nombre que le puse a la perrita. Europa, una princesa de la mitología griega.

—¡Ah! Esa Europa, pensaba que te referías al continente —dijo ella riendo tímida—. Sí, sé a quién te refieres. Zeus se prendó de ella y tomó la forma de un toro para acercarse, ¿verdad? Ya sabes, Zeus siendo Zeus.

—¿Conoces sobre esa clase de mitología? ¡A mí me encanta!

—¡Y a mí! No lo hubiese dicho, un hombre como tú, tan de los despachos más fríos en la cumbre… —Eva se puso la mano en la boca al pensar que eso último podía ofenderle.

—Tranquila, tranquila, te entiendo bien. Oye, como te iba diciendo… Que si algún día quieres ver qué tal se encuentra Europa, como progresa y demás, puedes pasarte por mi casa cuando quieras. Solo si te apetece, claro.

—Pues mira, me daba un poco de reparo, pero te lo estaba a punto de pedir yo a ti, ya que quiero saber cómo se encuentra y qué tal la cuidas. ¿Te parece bien hoy mismo al salir de trabajar?

—He… ¡Hecho!

No estaba seguro de cómo había sucedido, pero tras muchas semanas de absurdos y estúpidos intentos de acercarse a esa chica, al final consiguió algo mucho mejor sin darse ni cuenta. Algo mucho más auténtico, y lo consiguió de esa manera, siendo auténtico.

Semanas y semanas de aparentar y de formarse la imagen de un triunfador de acero palidecían ante un solo día de mostrarse tal y como era, de mostrar lo que él, ingenuamente, percibía de sí mismo como una debilidad. Claro que, por supuesto, no renunciaría a todo lo que había conseguido en el trabajo, pues una buena reputación y una buena posición económica siempre serán importantes…

Pero todo eso ya lo tenía, ya no debía obsesionarse con ello nunca más. Ahora tenía que trabajar en algo mucho más importante. Ahora, debía trabajar en cuidar no solo de Europa, también en cuidar de sí mismo, esta vez de verdad.

Esperando la llegada de Eva a su apartamento, miró a su alrededor y examinó su templo, ese templo con todo meticulosamente colocado y con riesgo de derrumbe. Se volvían a escuchar las embestidas, cada vez con más fuerza.

¿Era porque Eva venía de camino, directa a romper su estabilidad? Pero no, el toro que embestía contra el templo no venía de fuera… Eso es lo que el trabajador de acero había asumido. Pero no, Tristán no miró bien. Hasta ahora creía que el toro estaba al otro lado y que intentaba irrumpir dentro de su templo desde fuera. Ahora veía lo que pasaba de verdad.

El toro siempre estuvo dentro del templo, y si embestía con fuerza no era desde el exterior para romperle su estabilidad a Tristán… Era desde dentro. El toro, desde el interior, embistió tan fuerte contra el templo, que hizo un gran agujero por el que salir y, finalmente, ser fuerte, libre y real en un mundo mucho más grande y auténtico. ¿Lo haría solo? ¿Lo haría acompañado? Eso ya se vería. Lo importante es que ya no era el trabajador de acero.

Ahora solo era Tristán, dispuesto a ser feliz.


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