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¿Necesitas contar con alguien que te haga un favor que no le pedirías a cualquiera?
¿Necesitas que alguien pierda su tiempo para ayudarte en algo que te beneficia solo a ti?
¿Tienes muchos amigos, pero ninguno te haría un auténtico favor que implique más esfuerzo de la cuenta?
No tienes de qué preocuparte. ¡Violeta es la solución a tus urgentes y razonables preocupaciones!
Así es como Violeta imaginaba que serían los anuncios que hablasen de su vida. Así es como imaginaba que debía sentirse la gente al conocerla.
Violeta siempre imaginaba esas cosas. Un anuncio, una promoción, un eslogan… Frivolizar lo máximo posible cada acción que suele darse por hecho y, por lo tanto, ignorarse.
Cuando estaba sola, imaginaba toda clase de respuestas que daría a esas personas. Negativas a aquellos que se aprovechan de su amabilidad, decesiones que la llevarían a una vida más feliz… Era buena imaginando eso. Solía pensar cosas razonables y consecuentes. Todo eso funcionaba muy bien dentro de su cabeza. Era cuando tocaba ponerlo en práctica que Violeta era incapaz de aplicar todos esos pensamientos. Pero no era tan malo, ya que esos pensamientos le hacían vivir una realidad diferente a la suya. A veces, nuestro cerebro confunde “decir” con “hacer”. Si Violeta se creía esos mundos, si los decía en voz alta, era casi como vivirlos.
Aunque en el fondo lo consideraba una maldición, si tú le preguntabas a Violeta si le gustaba ayudar a los demás, ella te hubiese contestado que sí. Y si lo hubieses hecho conectando su respuesta a un polígrafo, hubiese salido que decía la verdad. Esa era la contradicción de Violeta.
Ningún viaje en solitario es algo que resulte agradable. Te mareas leyendo un libro en el tren, te cansas de escuchar tus propias músicas, te duermes en el coche sin nadie con quien hablar… ¡Pero Violeta será la compañera ideal para tus viajes! Con ella, el viaje será ameno, tendrás todas las atenciones necesarias y no te aburrirás. Recurre a ella sin pensártelo. Disposición veinticuatro horas. Nunca tendrá otra cosa que hacer. ¡Llama ya!
Uno de los casos frecuentes era si alguien tenía que ir a buscar a otra persona a una estación de tren lejana, un aeropuerto o en el pueblo vecino. Violeta era la acompañante ideal para esa persona. No importaba si invertía mucho tiempo en eso, o si no era tan importante para ella como para su otro amigo. Incluso importaba poco si conocía a la persona a la que iban a buscar o no. Eso era un acto de amistad. Podía ayudar prestando su coche, podía ayudar a aquellos que no querían viajar solos por miedo a perderse… Podían, incluso, no necesitar realmente a Violeta y, aun así, llamarla porque, bueno, siempre dice que sí, y mejor ir acompañado, por lo que pueda pasar.
No le costaba nada y hacía feliz a la gente. “No le costaba nada”.
Era especialista en implicarse en los asuntos del resto e incapaz de vivir en sus propios problemas, pues eso implicaba moverse en un terreno por el cual no transitaba con comodidad. A veces se podía escuchar a Violeta explicar que no lo hacía por obligación. ¿Y por qué lo hacía entonces? Además de la felicidad de sus amigos, además de por “no costarle nada” … ¿Por qué lo hacía?
Que te guste el mismo chico que a tu amiga es un auténtico problema… Tienes que elegir entre tu amistad o un posible romance. Si lo haces mal, podrías perderlo todo, o incluso ver a tu amiga quedándose con ese chico con el que sueñas, mientras sufres desde lejos… ¡Pero eso no es un problema si tu amiga es Violeta! Si a ella le gusta el mismo chico que a ti, no tienes nada que temer. Violeta comprende la importancia de la amistad y del trabajo bien hecho, por eso respetará tu sentimiento, pero no solo eso, además será ella y nadie más que ella quien te ayude a conquistar a ese chico. ¡A ella no le duele! ¡No dejes pasar esa oportunidad! Para Violeta, amar a alguien era sinónimo de estropearlo todo al cometer algún error. Su miedo al rechazo o a un daño que no pudiese soportar ni controlar estaba por encima del amor, o por lo menos de lo que ella conocía como amor. Una vez ocurrió que una amiga cercana a Violeta se enamoró del mismo chico que le gustaba a ella, pero no tardó nada en decidir quitarse del medio, y desvió todas las fuerzas que no pudo usar nunca en confesarse o en conquistarle, para asegurarse de que ese chico se fijaba en su amiga y todo terminaba bien. Y sin duda que tenía talento para ello, pues consiguió emparejarlos, y a día de hoy son una bonita pareja. ¡Qué bien que lo hizo Violeta! Cuentan algunos amigos malpensados que ese chico, en el fondo, está enamorado de Violeta. Que se nota por cómo la mira. Eso era una tontería. Violeta hizo lo que tenía que hacer. Hay que ser generoso.
En ocasiones, tus problemas se pueden solventar tomando el tiempo necesario para documentarte sobre en qué terrenos te mueves…
“Aaaah… ¡Pero eso da mucha pereza!”
¿Pereza? ¡Que la pereza no sea un impedimento para conseguir lo que deseas! Violeta se pasará la noche en vela mientras tú no mueves un dedo para encontrar toda la información que necesitas. Ya no tienes que temer a las entrevistas de trabajo, proyectos, viajes, negocios… Violeta te encuentra en una sola noche todo lo que necesitas. Consejos, rutas, características de la empresa, situación del mercado laboral… Y todo por el módico precio de un “gracias” y una sonrisa, sincera o fingida, poco importa. ¡No la dejes escapar!
Poco importaba para Violeta si las intenciones de sus amigos al pedirle favores eran de confianza, de desesperación, o para aprovecharse de ella. Se le daba bien, podía invertir toda su energía en algo, facilitaba la vida de su entorno, no discutía con nadie… Así que no podía pedir nada más.
Pero entonces, Violeta era… ¿Heroína en la sombra? ¿Una tonta útil? ¿Alguien fácil de manipular? ¿Una herramienta? ¿Una muñeca sin vida?
Pese a que no existía una clara distinción entre unas y otras personas a las que ayudar, también era muy cierto que se sentía mucho mejor ayudando a alguien que no se lo pedía. Entre ellos, destacaba un amigo con un fuerte problema. De pequeña, conoció a dos gemelos con los que congeniaba. En la actualidad, uno de ellos necesitaba mucha ayuda. Nunca la pidió, pero Violeta lo sabía. Necesitaba comprensión. Esa persona no hacía que brotase ningún anuncio ni ningún eslogan en el cerebro de Violeta.
Ayudar a las personas hacía que se ayudase a sí misma, pues nadie más se preocupaba de darle los consejos ni las guías adecuadas para avanzar en su vida. Como mucho, este amigo era el único que alguna vez se preocupó por ella, pero estaba tan metido en sus propios problemas, que Violeta siempre procuraba desviar las conversaciones para ayudarle, por miedo a que, siendo ella la ayudada, apareciesen nuevos problemas que no podían gestionar. Era más fácil centrarse en los problemas de su amigo, no en los suyos.
—¿Por qué nunca le dijiste a tu amiga lo del chico que os gustaba a las dos? —preguntó él.
—No importa, no importa… Te preocupas más de la cuenta, en serio —dijo Violeta sonriendo—. ¡Si ya no me gusta ni nada!
—Espero que sea eso. Que no te gustaba tanto.
—Debe ser eso. Nunca he conocido el amor, supongo.
—No lo digas con ese tono de resignación. Ni a mi hermano ni a mí nos gusta que tengas una actitud derrotista. Te mereces más que eso.
—Tú también te mereces estar bien. ¿Qué me dices de tu nuevo trabajo?
Así es como ella siempre conseguía desviar las conversaciones. Buscaba ayuda, pero cuando la encontraba, su mente la rechazaba sin darse ni cuenta.
Mirar a los demás, no hacer mucho ruido… Todo comenzó cuando, de pequeña, se puso mala y decidió callárselo. Le recomendaron que avisase a sus padres de todas formas. Al final lo hizo, y, aunque resultó que la enfermedad era leve, sus padres lo pusieron todo patas arriba. Se preocuparon, discutieron, la hicieron ir a todas partes… Esos sobresaltos afectaron a Violeta, que sabía que no tenía nada grave, y pensó que era mejor haberse quedado callada y mantenerse al margen.
También estaba sobre la mesa su falta de confianza a la hora de expresarse. Desde fuera, para cosas que no implican acercarse al resto, Violeta era muy crítica y con una fuerte capacidad de análisis. Pero, si tenía que enfrentarse a cosas que le daban miedo a hacer el ridículo, a ser juzgada o a ser rechazada… ¿Para qué ir más allá? ¿Para qué luchar por algo que podía ponerla en una situación peor? A veces, incluso pensaba que, si sacaba a relucir sus emociones reales, podría perder el juicio, el control, y su forma de ser. Eso no podía ser.
¿No era mucho mejor mantener su propia zona de seguridad para evitar todos esos males?
Para algunos, Violeta se podría considerar una virtuosa. Una persona cuyas características bondadosas eran puras e inmaculadas. Su luz es pura, pero tal vez por esa pureza es que puede resultar transparente, o que la gente simplemente la ve cuando la necesita, y no cree que una luz así necesite nada más. Está ahí. Lo damos por hecho.
La luz del virtuosismo es pura y virgen.
Úsala, ilumínate con esa luz, pero no la ensucies, no la oscurezcas. Tus problemas solo son tuyos. La luz del virtuosismo no tiene nada por lo que un alma como la tuya deba inmiscuirse. Ella te guiará hasta que encuentres lo que buscas, y luego desaparecerá sin pedirte nada a cambio.
¡Déjate guiar por la luz del virtuosismo! La presión social podía terminar haciendo mella, y Violeta no era una muñeca sin vida. Era una persona de verdad, y podía sentir cosas que nadie relacionaba con ella como, por ejemplo, el deseo. Así se vio cuando se cruzó con uno de esos chicos que desprendían una especie de magnetismo difícil de ignorar.
La teoría, o el instinto, la avisaban de que tenía que esquivar a personas así. O que, si les quería dar una oportunidad, lo tenía que hacer con la cabeza fría. Pero no siempre haremos caso a la teoría o al instinto, ¿verdad? Violeta no sabía lo peligroso que era ignorar sus propias alertas… Pero nunca tuvo a nadie con quien comentarlo. Muchos amigos, ninguno de verdad. ¿Dónde estaban los demás cuando era ella la que necesitaba un consejo? ¿O es que era Violeta la que no quería molestar a los demás y quería hacerlo todo ella sola?
De esta manera, Violeta y el chico magnético empezaron una especie de relación. Ver hasta dónde llegaban, sin un compromiso demasiado claro. Tras las primeras dos semanas de relación, la pareja parecía estar en un buen momento, pero el chico empezó a cruzar ciertas líneas que a Violeta no le interesaba cruzar, y quiso decirle la verdad sobre cómo se sentía, pues pensaba que, pese a algunas malas respuestas y a lo difícil que es decirle que no, tras estas dos bonitas semanas de relación, podría comprenderla un poco y aceptar su derecho a ir más despacio.
—Para, por favor…
—¿Qué pasa, preciosa? Hoy cumplimos dos semanas, vamos a celebrarlo.
—No, no… Escucha, quiero contarte un poco más sobre mí.
El chico se apartó un poco y empezó a escuchar de mala gana, pues intuía qué es lo que no podría conseguir tras esa conversación. El resto no le importaba, pero fingía escuchar. No se enteraba de nada y sobrevivía a fuerza de contestaciones genéricas. En su cabeza, solo se encontraba lo que podría hacer con Violeta en esa cama.
—Aunque hace tiempo que estoy curada, hay una enfermedad recurrente que todavía estamos controlando. No es nada de lo que preocuparse, pero decidí que no pasaría algunas líneas hasta que no terminase ese capítulo de mi vida.
—Pero querida… Yo te veo perfectamente. Estoy seguro de que ya estás preparada para cualquier cosa. Además, sabes que yo te voy a mimar, ¿verdad?
Con su voz, las palabras de este chico sonaban dulces y creíbles. Parecía que incluso podría ser bueno para ella.
—Me gustaría que me des algo más de tiempo para reflexionar —dijo ella, embobada por la mirada de su novio—. Intentaré cambiar, pero todavía no quiero hacer nada de esto… Tú me entiendes, ¿verdad?
—Claro, preciosa… Te entiendo.
Durante un tiempo, así lo hizo. La respetó. Su relación duró dos semanas y poco más. Llegaron a cumplir un mes exacto. Ese día, el seis de septiembre, muy cerca del cumpleaños de Violeta, el chico decidió volver a intentarlo, ahora con una mayor insistencia.
—Hoy hacemos un mes, querida… ¿No crees que ya estás lista?
—No me presiones tanto, por favor… —dijo Violeta, apartando las manos de su novio, que empezaban a recorrer zonas que no estaban permitidas.
—No, es que me dijiste hace más de dos semanas que si te lo pensarías, que si tenías que pensar… Creo que ya llevamos demasiado tiempo, ¿no? Quiero decir, que he esperado demasiado.
Conforme el chico decía esas palabras, el ambiente se volvía cada vez más tenso, y el chico se acercaba más a Violeta, al punto de terminar inmovilizándola contra la cama con sus brazos.
—Para, en serio, para.
—¿Cómo vas a seguir exactamente igual que hace medio mes? ¿No te lo ibas a pensar?
—¡Por favor, para!
—¡Que me escuches! —al chico le cambió completamente la cara al gritar con la mirada desencajada. Violeta se calló y asintió con los ojos abiertos y la boca cerrada—. Mira… Yo no quiero gritarte ni hacerte daño, es solo que quiero que confíes en mí, ya que llevamos un mes juntos y nos entendemos muy bien, y creo que hemos adquirido una confianza que nos permite hacer estas cosas sin ningún problema. Yo te juro que lo voy a hacer lo más suave posible, y cuando terminemos, me dices si ha merecido la pena o no. Oye, te juro que no te arrepentirás, preciosa.
¿Al terminar sabría si se arrepentiría o no? ¿Tenía que hacer caso a lo que decía su novio? ¿Todo estaba bien? Pero, entonces… ¿Por qué todo su cuerpo pedía a gritos que se alejase de ese chico que tan bien la iba a tratar?
Violeta ya no sabía si lo hacía por miedo, por idealizar la pérdida de la virginidad, por buscar a una persona más indicada, porque era injusto cómo estaba siendo tratada, por la enfermedad… No lo sabía, pero no quería que fuera así. No con esta presión. No si no estaba preparada, por el motivo que fuese.
Sabiendo eso, decidió pedirle algunas veces más al chico que parase. Él siempre contestaba con alguna frase esperanzadora o condescendiente. Siempre se mantenía firma en su objetivo de quitarle la virginidad. Ante todas las veces que fue ignorada, no le quedó otra que empezar a usar la fuerza. Por desgracia, él era mucho más fuerte que ella.
Pese a que no tenía nada que hacer, consiguió golpear con la rodilla en los testículos de su agresor, y eso ayudó a que saliese de la cama. El chico, en cuanto pudo recomponerse, se levantó y fue tras ella. Sin embargo, estaba preparada. Violeta había sacado del bolso un spray de pimienta que tenía preparado. ¿Y por qué tenía preparado ese spray? Porque Violeta siempre imagina situaciones verosímiles que pueden terminar ocurriendo. Nunca las puede aplicar, pero sí que, de tanto en tanto, se puede preparar. ¿O acaso sorprendía a alguien que Violeta pudiese pensar en sí misma y hacerlo de una forma genial?
Mientras él gritaba y se rascaba los ojos, Violeta recogió sus cosas a toda velocidad y se preparó para marcharse. Justo antes de irse, alcanzó para que el chico le pudiese gritar unas palabras.
—¡Ya verás, ya! ¡Te va a gustar todo lo que se dirá de ti! ¡Te lo piensas dos veces antes de hacerme esto, zorra!
Esas palabras asustaron a Violeta. Ella sabía lo convincente que podía ser aquel chico. Daba igual si decía cosas que eran verdad o mentira. La gente lo iba a creer a él. Si alguien tiene el poder para esparcir rumores de auténtico calado en su entorno, ese será él.
No se necesitaron más de dos días para que se empezasen a notar los efectos. Recibía pocos insultos directos, pero sí podía notar las miradas en la facultad, las indirectas en las redes sociales o el vacío de algunas personas que eran cercanas.
Violeta se mantuvo estoica, mirando hacia delante. Ignoraba a todas esas personas. Si había algo bueno en no tener casi ningún amigo de verdad, era que no te importaba tanto perder a las personas de tu alrededor. Sin embargo, los insultos, las miradas, el odio… No era tan fácil de soportar. Y menos si venía acompañado de ese sentimiento de impotencia que sentía cada vez que pensaba en cómo había ocurrido todo.
Semejante situación no hizo más que empeorar la condición de salud de la chica. Ya no confiaba en ella misma, tampoco. Pensó que era su culpa. Que, o tenía que haberle hecho caso a él, o tenía que haberle ignorado a tiempo, mucho antes de cumplir todo un mes.
Violeta se encontraba llorando en su cuarto, rezando por un milagro. Arrepentida, sí, pero no de haber rechazado a ese depravado, sino de haber fallado en una de las pocas cosas de su vida para las cuales tuvo por fin el valor de enfrentarse, y encima hacerlo chocando de frente contra todas sus convicciones, anulándose a sí misma como persona.
Lloraba y lloraba. Rezaba y rezaba. Pero no había nada. No había luz, no había anuncios. No había nadie. Solo ella, su soledad y su arrepentimiento.
“Ayuda, por favor… Ayuda…”
Repetía eso una y otra vez con la voz ahogada, deseando que sus súplicas llegasen a alguna parte. Pero nada llegaba, todo seguía igual de apagado. Ella misma se apagó. La luz virtuosa dejó de brillar por completo.
Los próximos días se levantó y caminó por los pasillos de su facultad haciendo su vida. La situación seguía igual. Más suave, porque ya estaban centrados en la siguiente persona a la que odiar. Pero el mal seguía ahí.
No se podía creer que a esa edad la gente fuese tan influenciable y vacía, pero ella no tenía derecho a criticar su nula individualidad, su falta de criterio y, en definitiva, su patetismo latente, pues ella era muy parecida. Ella siempre se dejaba llevar, siempre daba sin recibir, siempre prefirió no opinar… Y, al igual que todos esos estúpidos, se dejó engañar por ese chico mentiroso y magnético. Tontos ellos y tonta ella. Es todo lo que podía pensar.
La actitud de sus amigos más cercanos también era extraña. Seguían hablando con ella, la animaban, pero Violeta no era capaz de saber qué pensaban. En el fondo no eran tan cercanos. No eran relaciones reales. Aunque era todo lo que ella tenía, pero se obligaba a no depender de ellos. A no basar su cordura en si la aceptaban o no.
Fue una semana y media después de que Violeta se rindiera del todo. De repente, los insultos cesaron. Algunos pedían perdón. Otros, hacían hilos en las redes para limpiar el nombre de Violeta. También parecía que había una corriente de odio dirigida a ese chico.
¿Qué había pasado? Las redes se habían inundado de eso. Era él la persona más odiada. Algo habría hecho, pero… ¿En el momento en que él es quien recibe el odio, ella queda libre de toda duda?
Por detrás de una atónita Violeta, un grupo de personas se acercó, y uno de ellos le puso la mano en el hombro.
Violeta se giró, sorprendida.
—¿Cómo estás, Violeta?
Allí estaban todos. Amigos de Violeta, gente que ella nunca tuvo claro si eran amigos de verdad o no. Todos aquellos a los que Violeta solía ayudar de forma recurrente.
La chica que le gustaba el mismo chico, el que hizo que Violeta se pasase la noche en vela documentándose, los que la usaban de acompañante… Por supuesto también su amigo de la infancia, el que tenía un gemelo. Todas las personas de su entorno estaban allí, con cara de saber muy bien qué es lo que estaba ocurriendo. Violeta, con una voz casi afónica y torpe, alcanzó a decir: “¿Qué…? ¿Vosotros…?”
Así fue. Los amigos se dieron cuenta, y pensaron en ir a animarla. Estuvieron a su lado, sí, pero uno de ellos se dio cuenta de que animarla no era suficiente. Había que hacer algo más. Que Violeta merecía mucho más.
Sabían que todo había ocurrido por el chico magnético, y conocían a Violeta, así que la conclusión era clara. Sabían qué tipo de chico era.
Dedicaron cada hora de esos días a buscar a todas las chicas con las que ha estado, y también le tendieron una trampa con una chica que se hizo pasar por alguien que iba a ser una presa fácil. No fue tan fácil como les hubiera gustado, pero dedicaron una cantidad de energía titánica para tener los resultados en el menor tiempo posible. Ese tiempo era el que le podían devolver a Violeta, por todo el tiempo que había invertido siempre en ellos.
Era una pena que tuviese que pasar todo eso para que se empezaran a dar cuenta, pero todos estuvieron de acuerdo. Aunque la luz de Violeta siempre estaba ahí, fueron incapaz de verla hasta ese momento.
Los resultados de sus acciones fueron impecables. Aquel chico estaba hundido. La furia de las masas no le dejaría en paz durante mucho tiempo. Seguía teniendo algunos fieles, seguía engañando a algunas chicas que no querían escuchar… Pero ya no podría hacer lo que él quisiera, y tendría que soportar una pequeña porción de todo lo que se merecía de vuelta.
Fueron los amigos de Violeta los que consiguieron esto, o eso pensaba ella. Pero ellos insisten en que no. Que fue Violeta. Que fue todo lo que siempre hizo por ellos. Ellos solo desviaron su luz hacia el lugar adecuado.
Violeta abrazó a su mejor amigo, su amigo de la infancia, y este habló.
—¿Creías que nos habíamos olvidado de ti?
—No… Bueno, no lo sé, lo siento… —dijo ella, hundiendo más la cabeza en el pecho de su amigo.
—Cuando te vimos así –continuó otra de sus amigas—, nos dimos cuenta que no estábamos siendo buenos amigos con quien más lo merecía.
—Y animarte no era suficiente —dijo otro—. ¡Teníamos que hacer algo grande, a la altura de nuestra amiga Violeta, maldita sea! —el resto de amigos gritaban afirmando esas palabras, algunos aplaudiendo, otros dando fuerzas a Violeta con gestos y sonrisas.
La luz virtuosa de Violeta pudo pasarse tiempo brillando inmaculada, y fue cuando se apagó que, los que la conocían, supieron que no podían vivir en la oscuridad. En algunas ocasiones, algo brilla más cuando deja de brillar.
Los amigos de Violeta entendieron eso, y Violeta entendió que sus acciones permitieron que ellos hicieran todo eso por ella. Si le sorprendió tanto que se movieran tanto por Violeta, por su amiga, era porque no podía ser capaz de creerse que mereciera ese amor. Ese sería el siguiente paso en su vida: creerse que merece el amor. Quererse a sí misma. Confiar en los demás tanto como tenía que empezar a confiar en sí misma.
Todavía seguía ayudando a los demás, pero ahora lo hacía de una forma mucho más justa, gracias al entendimiento que existía entre sus amigos y ella. Sabían que cada uno había aprendido algo, y tenían que construir esas relaciones sanas a partir de ahí. Cuando Violeta quería sacrificarse más de la cuenta, ellos le recordaban que también tenía que cuidarse a sí misma. Poco a poco entendería que, sí, podía seguir siendo una luz virtuosa, pero que nunca tenía que perder de vista que esa luz debía ser cuidada también para que siguiera brillando con esa fuerza y esa pureza.
¿Quieres una luz virtuosa?
¡Es un artículo muy poco común! Cuanto más pura, menos común es. Para conseguir una, tendrás que entrar en el sorteo del destino y ser amigo de una. ¿Tendrás el privilegio de ser amigo de una luz virtuosa? ¡Ánimo, merece la pena!
Para tener más posibilidades de ganar el sorteo y disfrutar con pleno derecho de tu artículo, necesitas cumplir las siguientes bases: cuidarla, comprenderla, entenderla, tratarla como se merece… Y, ante todo, no permitir que se apague. Si se apaga, la has perdido. Pero si la cuidas y la mantienes a tu lado, ten por seguro que no te arrepentirás.
¡Una luz virtuosa! Al alcance de muy pocos. ¿Serás capaz de mantener vivo su brillo?
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