Capítulo 4
Gano algo de dinero
“Mira, una cosa buena. Aunque algo de dinero suena a que con suerte
me pagaré un menú infantil. ¡Pero bienvenido sea!”
Lo peor de estar malo es no poder ir al mercado. Cada sábado, como un ritual, es el día de ir al mercado municipal, pasar tiempo con algunas personas que conozco, tomar algo en nuestra cafetería de siempre… Adopté esa rutina porque me hacía mucho más bien de lo que podía predecir. Los que no me conocen suelen pensar que no me gusta salir o socializar demasiado, y puede que no estén del todo desencaminados. Pero los sábados, en ese mercado y con esa gente, esa es mi excepción.
El doctor Gabriel acaba de terminar la visita en mi casa para comprobar el estado del resfriado.
—Lo siento, Izan.
—Hábleme sin tapujos, doctor.
—El lunes podrás volver a trabajar.
—¡Lo sabía! ¡La peor noticia que podías darme!
Gabriel guarda el termómetro mientras ríe de forma amable para seguirme el juego y me da unas palmadas en el hombro.
—Puedes darte un paseo, pero todavía no salgas muy lejos, ¿vale? Hoy y mañana lo dedicas al descanso, ¿me has oído?
—Gracias, presidente.
—¿Necesitas que te compre algo?
—¡Otra vez no, presidente! Ya has hecho más que suficiente.
—Vale, vale. Tú ponte bueno.
El doctor Gabriel se vuelve a su casa. He llegado a pensar que el algo de dinero que ganaré hoy vendría de su parte. A lo mejor me hace la compra con su dinero y encima se deja el cambio en la bolsa y me pide que me lo quede. Es capaz. Espero que no haga eso. O sí, depende de cuánto dinero… No, no, aprovecharse tanto está muy mal. ¿O no? Sí.
Antes de la hora de comer, salgo a dar una vuelta por las calles que rodean mi edificio, para no alejarme demasiado. Hago una compra rápida en el supermercado más cercano para cubrir mi alimentación de los próximos tres o cuatro días. Al llegar de nuevo al portal, me encuentro con la señora Ángela, la anciana del segundo primera, con muchas bolsas de la compra en el suelo. Me ajusto bien la mascarilla y la saludo.
—¿Qué hacen ahí tantas bolsas?
—Hola, bonito. Pues nada, mi marido, que cuando llegamos aquí, me dice que le ha dado un tirón fuerte la espalda, y se ha ido a ver al señor Gabriel. ¡Y me ha dejado con toda la compra por el suelo!
—Pobre Gabriel… —murmuro—. Bueno, señora Ángela, no se preocupe, yo la ayudo a subir las bolsas. Podemos ir en el ascensor, ¿no?
—Yo no me fío de este ascensor. A mí me da miedo como suena. ¿A ti no?
—Lo uso poco, la verdad. Siempre voy por las escaleras.
—Haces bien. Creo que solo lo usa el vecino de arriba, el profesor ese tuyo.
Tiene sentido. Este edificio solo tiene seis viviendas, dos por cada piso. El doctor Gabriel tendrá treinta y muchos, y los del primero segunda son bastante jóvenes. En el segundo segunda no vive nadie ahora mismo, así que en el segundo solo están el matrimonio de ancianos, pero como mínimo a ella, le da miedo el ascensor. Y en el tercero solo vivimos el profesor Rafael y yo. A mí me gusta ir por las escaleras, pero mi profesor ya tiene una edad.
—Pues no hay problema, señora Ángela. Yo le llevo la compra hasta su misma puerta en varios viajes, y usted se queda aquí vigilando las bolsas en lo que yo subo y bajo.
—Eres un amor, bonito.
Con una confianza inusual en mí, agarro cuatro bolsas a la vez. La confianza, sin embargo, se evapora a en el instante en que noto el peso que tengo que cargar.
—Pero… ¿Qué es esto? —mi voz de persona amable y educada que pretende ayudar a una anciana es intercambiada por una voz grave y rota que denota muy poca confiabilidad por mi parte.
—Hemos hecho una compra fuerte. Nos gusta hacer la compra para todo el mes.
—Vale. Igual tengo que hacer más viajes de los que pensaba.
Al final, en cuatro viajes desde el portal hasta el segundo, he podido llevar todas las bolsas. La señora Ángela se ha ofrecido a subir dos bolsas al final. Por supuesto, seleccionó estratégicamente las que menos pesaban.
—Y listo, ya he terminado de subirle todo el tanque nuclear por piezas que ha comprado con su marido —le digo, con los brazos colgando y la espalda encorvada.
La señora Ángela no parece haberme escuchado, porque está concentrada rebuscando en su bolso. Por fin, saca un billete de cinco euros y algunas monedas de céntimos.
—Toma, bonito. Toma. No puedo darte más, porque hemos hecho una compra como para alimentar a un regimiento. Pero has sido muy majo, bonito. ¡Más gente como tú hace falta!
—¡Muchas gracias, señora Ángela!
Vuelvo a casa con el dinero. Ese algo de dinero. Cinco euros y bastantes céntimos de los pequeños, pero que suman casi otro euro más.
Me siento en el sofá, pensando si hasta la señora Ángela está metida en todo esto del calendario, con lo absurdo que suena eso. O tal vez alguien le ha dicho algo. ¿Y si el presidente ha hecho que Ángela se quede sola con las bolsas convenciendo al marido de que se esconda con él? Así podrían haber deducido que la señora Ángela me daría un poco de dinero.
—Pero es muy rebuscado… Ni siquiera sabían que iba a dar una vuelta a esa hora.
Sigo murmurando yo solo mientras preparo la comida. De reojo, veo que Lydia me ha escrito un mensaje. [Lydia. 14:55]
Te hemos echado de menos en el mercado
¡Anna ha traído pastelitos caseros!
—Pues claro. Son las cosas que pasan solo si no voy —digo en voz alta, muy molesto.
[Lydia. 14:59]
Abril y Anna me han preguntado por ti
Creo que eres más popular de lo que piensas 🤭
Oye tú, ¿¿estás bien ya??
Dejo el móvil y termino de hacer la comida. Contestaré después. No, no estoy bien.

Opmerkingen