Capítulo 137 Anna y Oliver me visitan
“Como los sábados ya no son días de mercado para mí,
ahora son las personas del mercado las que vienen a casa.
Es un hilo que no termina de romperse. Tengo que reflexionar sobre ello.”
Aunque estoy intentando mejorar mi actitud y mis energías poco a poco, hoy me he levantado sin fuerzas para vestirme. Unos días me levanto con mejores capacidades que otros, y hoy es de esos en que no hay manera de levantarse de la cama. Es posible que, sabiendo que lo que pasará es que recibiré una visita, mi mente no encuentre ningún motivo para utilizar las ganas de ir al mercado como combustible.
Poco después de desayunar, cosa que ha ocurrido como dos horas más tarde de lo habitual, Anna me escribe para preguntarme si se puede pasar por mi casa por la tarde. Yo acepto. No dice nada de Oliver.
Recojo un poco y compro algunas cosas. Quiero que parezca que soy una persona funcional en medida de lo posible, y el calendario me ayuda a saber cuándo tengo que poner mis esfuerzos en eso.
Llega la tarde y aparecen los dos, tanto Anna como Oliver.
—Perdón por no avisar, Izan —dice Oliver—. Se me ocurrió venir a última hora.
—No pasa nada…—me aparto un poco a modo de invitación a pasar. Entran y cierro la puerta—. Pensaba que ya no nos hablábamos después de la última conversación.
—¡Eso es porque sois tontos los dos! —grita Anna, y empieza a hablar sin darnos oportunidad a intervenir, como suele hacer—. El otro día te visité a ti, y al día siguiente me planté en casa de Oliver, porque tampoco me gustó el orgullo con el que te dejó de contestar a los mensajes solo porque se ofendió. Oliver me enseñó vuestra conversación, y lo que tengo que decir es que tú, Izan, dijiste todo eso porque en el fondo lo piensas de ti mismo —dice sin importarle lo fuerte que suene eso para mi frágil capacidad emocional—. Y tú, Oliver, no quisiste aceptar que esa era también tu realidad y que tu actitud con tu familia tiene que mejorar muchísimo todavía. Izan estaba desesperado y por eso te dijo eso, os lo dijo a los dos. ¡Porque ninguno de los dos hizo nada! Anda que si llego a ser yo la hermana de Nora… ¡Uf! La que le lío, vamos.
—Lo siento mucho, Oliver… —digo, en parte porque lo siento, y en parte para cortar la racha demoledora del discurso de Anna.
—Yo también, Izan… Me enfadó lo que me dijiste, y me dolió porque en parte era verdad. Pero no me enfadé solo por eso.
—¿Te hice enfadar por algo más? —le pregunto. Todavía la he liado mucho más, por lo visto.
—Es porque me enteré de que intentaste reunirme con mi padre…
—Espera, ¿eso es malo? ¿No es lo que querías?
—Sí, claro que lo quería —dice Oliver—. El problema es que solo lo intentaste hasta que Nora te paró los pies. Luego no intentaste nada más. No es que estés obligado ni nada, pero… Me ilusioné, pero poco a poco me di cuenta de que te habías olvidado o rendido. Fue doloroso aceptarlo.
Se me encoge el pecho. No es que sea un pensamiento nuevo para mí. Soy muy consciente de que abandoné mis intentos de ayudar a Oliver en cuanto me sentí abrumado por Nora… Lo que no sabía hasta ahora es que Oliver vio en mí una especie de esperanza, y que le fallé de una manera tan penosa. No me he vuelto a preocupar ni por lo del padre de Oliver ni por lo de sus extraños mareos. Nora me abrumó por completo. De nuevo, no he sido un buen amigo para Oliver en absoluto. Es lo mismo que siento con Eric o con Lydia, pero, por algún motivo, siento un dolor mucho mayor al pensar que se lo he hecho a Oliver… ¿Es porque en este caso estoy del todo de acuerdo en que soy un miserable? Pero de verdad… Me duele muchísimo el pecho.
—Venga, Oliver, no reproches tanto —dice Anna—. No has venido solo a recriminar, también has venido a disculparte. Si solo recriminas, ¡tus disculpas se quedan en nada!
—¡Perdón!
—No, Anna —le digo—. Tiene razón en eso. He tenido una oportunidad de oro con respecto a Nora para ayudar a Oliver, y la he tirado a la basura. Me comprometí y he fallado por el motivo más tonto. Aquí sí que me merezco todo lo que Oliver tenga que decirme.
—¿Qué? ¡No! —dice Oliver—. Pero yo no te quiero criticar ni nada. Solo estoy diciendo cómo me sentí, pero tú no eres de mi familia ni nada. Es lo que tú dices, tengo que ser yo el que se encargue de mis dramas familiares, ¿a que sí?
—Sí… Eso lo sigo pensando, pero en esto en concreto te quería ayudar de verdad. Lo siento mucho.
—¡Bueno! Estamos avanzando. Oye, Izan, ¿no nos sacas nada para merendar o qué?
—¡Ah! Sí, perdón, ya voy. ¿Os apetece algo en particular? No tengo achicorias, pero sí que tengo té de haba tonka. No sé si lo habéis probado.
—Pues venga, vamos a probarlo —dice Anna.
—¡Otro para mí! —dice Oliver.
—Yo casi traigo los pasteles caseros que llevo tiempo prometiéndote —dice Anna—, pero he pensado que no te los traeré hasta que te reconcilies con cada persona del mercado. Hoy te he echado una mano con Oliver, pero te tienes que apañar con Abril y con Lydia. ¡No te duermas!
—¿Entonces los pasteles son como un premio?
—Sí —se ríe como si fuera una pequeña bruja traviesa que lo tiene todo bajo control—. Tú sabrás. Solo te digo que cuando los haga, será una receta super mejorada desde la otra vez. ¡Tú mismo!
Con esos comentarios y con la merienda, la conversación fluye con muy buen ambiente. Poco a poco pierdo la tensión con la que ha empezado esta visita, aunque, de tanto en tanto, los pensamientos intrusivos me hacen cuestionarme si de verdad me merezco este buen trato por parte de mis amigos.
Anna y Oliver siempre me han caído bien, pero es en estos momentos difíciles donde me están demostrando que no solo dos compañeros del grupo del mercado. Son mis amigos, y tengo que apreciar eso mucho más.
Hoy Anna lleva un pañuelo de color verde. Todavía no sé qué significa, y ya sé que, si le pregunto, no me contestará. Teniendo en cuenta cómo está el día, verde debe de ser algo bueno, ¿no? Creo que, si verde fuese algo malo, ya se lo habría cambiado. Alguna vez lo ha hecho, o eso creo. Me suena mucho que alguna vez ha venido con un color, se ha ido al baño y se lo ha cambiado por otro.
Charlamos durante algo más de hora y media y, al final, deciden que toca marchar.
Cuando Oliver se levanta del sofá, le entra uno de sus fuertes mareos.
—¿Estás bien? —dice Anna, sujetándolo por la espalda.
—Sí… Mejor nos vamos ya —dice Oliver.
—¿Quieres algún medicamento? ¿Agua? —pregunto al tiempo que me pongo de pie.
—No, no. Quiero aire.
—Bueno, Izan, gracias por la merienda —dice Anna, apresurada—. Me llevo a este. Nos vemos otro día. ¡Y pásate de una vez por el mercado!
—Sí… Gracias por venir.
Se marchan.
Estoy contento porque he podido recuperar mi relación con Oliver y, junto con Anna, veo que las cosas están bien de verdad.
De nuevo he visto un mareo de Oliver. ¿En serio pueden ser culpa de alguien de su familia? ¿Por qué parece que sabe lo que son, pero no quiere decir nada? Ojalá pueda ayudar con eso… Y, si no es con eso, ojalá pueda ayudar con lo de su padre. En cuanto tenga una oportunidad o se me ocurra algo, lo haré.
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