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Viernes 15 de septiembre de 2023

Joel Soler

Actualizado: 16 sept 2023


Capítulo 199

Anna se queda a dormir

“Esto pasa mucho. El calendario me ofrece planes que serían geniales si se hubiesen acordado desde hace un tiempo, pero de los que yo no tengo conocimiento.

Eso ayuda a que la gente crea que limpio todos los días.”



No me atrevo. Quiero llamarla o enviarle un mensaje, pero no puedo. Tengo un bloqueo enorme y, además, no sé ni qué decirle.

Han pasado más de dos semanas desde que ocurrió lo del olor, y no me he atrevido a hablar con ella desde entonces. No sé qué decir ni qué hacer. No sé ni cómo sentirme. Que me estén amenazando no ayuda a concentrarme, y que ahora tenga una cita con los VDLS, tampoco.

A eso de las siete y poco de la tarde, recibo un mensaje de Anna:

“Si vas a cenar, cena ligero. Y guarda sitio para el postre.”

Tengo la sensación de que esa es su forma de tomar la iniciativa. Yo me pongo todavía más nervioso y sigo sin ser capaz de contestar.

Cerca de las nueve, Anna se presenta en mi casa.

Al abrir la puerta, el olor impregna todo y me golpea con fuerza. Se ha mezclado mi propia percepción del olor, la que nace de mis propios recuerdos reprimidos, con el olor de verdad que desprende la bandeja que trae consigo y que no hay duda de lo que esconde.

—Me he autoinvitado sin saber si querías o no —dice—, pero, a cambio, te he traído la mejor versión de los pastelitos. ¿Estamos en paz?

—Siendo así… Sí, estamos en paz —digo, y me hago a un lado para que pase.

Hoy trae un pañuelo de color naranja. Me encantaría saber lo que significa.

—No hemos hablado desde que pasó eso —dice—. Ni tú conmigo, ni yo contigo. Estamos empate también en eso, ¿verdad?

—Sí.

—Tampoco has hablado con Abril, ¿verdad? Ella… Se te declaró hace poco.

—Ah… —mierda. No contaba con que supiera lo de la declaración de Abril, y que también la estaba ignorando a ella—. No, tampoco he hablado con ella. ¿Te ha dicho algo, o…?

—Abril vino a hablar conmigo, sí —dice con una sonrisa triste mientras juguetea con las manos—. Por lo visto, primero intentó hablar del tema con Lydia, pero le pareció que le daba largas, así que vino a hablar conmigo. Me contó todo, se desahogó, se abrió… Me dio muchísima pena, Izan. Yo tuve que comportarme como si no pasara nada, porque, en realidad, no sé lo que pasa. ¿Tú sabes lo que pasa?

—No sé si podría darte una buena respuesta…

—Me dolía una barbaridad. Estaba abriéndose muchísimo conmigo, más que nunca, y yo tenía que fingir y callarme. ¿Qué le iba a decir si no? Yo lo único que pensaba es: niña, no te acerques a mí, que ahora mismo soy la peor persona a la que le podrías contar esto.

—Y por eso has venido aquí…

—Sí. Quiero saber qué pasa. También quiero saber qué pasa entre tú y Abril, pero, para aclararme yo, tengo que saber qué cojones pasó entre nosotros en el pueblo. ¿¿Qué fue eso? Primero veo tu calendario rarísimo, y luego de repente te pones fatal con el olor… Y, entonces, me das el molde de la flor y pones esa canción… Esa canción, Izan —me mira, todavía más vulnerable que antes—. No he parado de escuchar esa canción desde ese día…

—Yo tampoco estoy muy seguro de lo que pasa…

—¡No! —pone el dedo índice delante de mi cara—. Mentira. Tú sabes mucho más que yo. A ti no te venía de nuevo, y fuiste tú el que puso la canción.

—¿Por qué tenías ese molde? —pregunto—. El molde de la flor. ¿De dónde salió?

—¿El molde? —Anna no esperaba esta pregunta. Está intentando hacer memoria—. El molde… Creo que lo compré en la tienda de todo a dos euros de ahí del mercado. Me llamó la atención y dije: pa mí.

—Diríamos que fue algo intuitivo, como si conectases con él, ¿no?

—Yo qué sé —me mira como si sospechase por dónde estoy llevando la conversación—. Ya sé por dónde vas… —dice, creo que a la defensiva—. Es que no, no es lo mismo. No.

—Quieres que te cuente lo que sé, ¿no? Te lo contaré. No tiene mucho sentido seguir alargando esto.

—Lo primero que haré es demostrarte que lo del calendario no es algo raro que yo intento que pase. Las cosas pasan porque pasan —digo mientras preparo una foto en el móvil—. Mira, aquí tienes una foto de hace más de dos semanas que le envié a mi amigo Alex. Es el calendario de septiembre, el que estoy usando ahora.

—Ah, que este mes también tienes un calendario…

—Sí, y quiero que mires la predicción de hoy.

Anna observa el calendario y se aparta enseguida.

—¿Cómo que a dormir? Yo no he dicho eso en ningún momento.

—¿Lo has pensado? O, si no, lo acabarás diciendo. Pero eso no es lo que importa. Lo importante es que llevo sabiendo desde el treinta y uno de agosto que tú, hoy, viernes quince de septiembre, vendrías a mi casa. Yo no te he llamado, ¿verdad? Has venido por voluntad propia, pero ha ocurrido el mismo día que marcaba el calendario. Ni uno antes, ni uno después.

—¿Esa foto es de hace dos semanas?

—De más, sí.

—¿No la has editado?

—Anna…

—¡Yo qué sé! ¿Cómo me creo esto?

—Mira… Te explicaré toda la historia, y ya decides tú lo que creer y lo que no.

Le cuento toda la historia del calendario lo más completa posible. Llamamos a Lydia y todo para que nos confirme su versión. Anna no da crédito a lo que oye.

Después de darle a conocer toda la situación con el calendario y hablarle un poco de los bandos misteriosos, los VDLS y demás, le explico un poco más a fondo las apariciones del olor. Entendemos que es un olor que apareció el mismo día que empecé a fijarme en Abril, pero también el mismo día que probé los pastelitos de Anna. La receta sin haba Tonka, claro. Por eso no reconocía el olor. Entendemos también que el olor aparecía en la mayoría de planes en los que pasaba el tiempo con Abril. No en todos, pero sí en la mayoría. Ese olor siempre me hacía daño. Un día, vinculé el olor con la canción, y por eso se la mostré. Hay cosas que me cuesta explicarlas bien, pero la propia Anna me ayuda a complementarlo todo. Es increíble cómo nos entendemos en realidad.

—El día del reality, por ejemplo, yo no estaba con Abril ni nada. Pero cuando vi quién era la ganadora… Me giré a celebrarlo con alguien que se sentaba a mi izquierda, y ese alguien no estaba. Esa vez también lo vinculé con el olor.

—Espera, espera… ¡El reality! ¡A mí me pasó eso también! Lo estaba viendo con mi familia, y me giré hacia mi derecha. Me encontré con la cara de mi madre en plan “¿qué haces?”, pero yo pensaba que vería a otra persona. Pensé que había tenido un cortocircuito y que estaba cansada del trabajo, y ya no le di más vueltas, ¡pero eso pasó! ¡Me había olvidado!

—Una persona a tu derecha… Todo encaja.

—¿Pero qué significa? ¡Es que no entiendo nada!

—Pues no sabría qué decirte. Es como si en algún momento del pasado, o… Bueno, ya sabes, de otro mundo, ¿no? De lo que sea. Si en algún otro tiempo o lugar, hubiésemos tenido ese tipo de conexión. Hubiésemos celebrado lo del reality. Tú sentada a mi izquierda, yo a tu derecha, los dos siendo los únicos de nuestro entorno en ser fans de la misma concursante, celebrando la victoria…

—Vale, para. Mi cabeza no procesa. No computa. No nada —Anna se quita el pañuelo. La puedo ver muy pocas veces sin uno de sus pañuelos de colores—. No sé qué dices de otro tiempo y otro mundo. Me rebota. No puedo. No.

—Para mí también es confuso… —digo—. Y esta mierda de calendario no para de ponerme en situaciones rarísimas y complicadas, y por eso no he podido tratar el tema como debería.

Nos quedamos callados unos segundos. Por algún motivo, no me parece un silencio incómodo. Me parece un silencio que puedo llegar a disfrutar.

—Yo, si te digo la verdad —dice—, no he parado de pensar en ti durante todo este tiempo. No sé ni cómo expresarlo, pero no te has ido de mi cabeza. No sabía ni por qué pasaba, ni si lo buscaba yo o no, pero pasaba.

—Lo siento por eso, ha tenido que ser duro pensar tanto tiempo en alguien y que, para colmo, ese alguien sea yo.

Anna me pega un puñetazo en el brazo.

—¡Eso es lo peor! Que solo ha sido difícil porque es confuso, pero… Me sentía bien.

Nos quedamos callados otra vez. Ninguno sabe qué decir ahora, pero creo que me toca hablar a mí, y se me ha ocurrido una pregunta.

—Oye, Anna, ¿tú conoces a…?

—Estás enamorado de Abril, ¿verdad?

No contesto, pero creo que mi cara es bastante expresiva.

—Estás enamorado de ella, y ella de ti. No estás con ella porque lo del olor se interpone. O sea, yo me interpongo. No me parece justo. Es que no me da la gana. Tú tendrías que estar con Abril.

—Hasta que no resuelva lo del olor y lo entienda todo mejor, no podré saber qué hacer.

—No. ¡Vete con Abril! ¡Ella lo está pasando fatal!

—Por favor… Eso depende de Abril y de mí, ¿no? Y, por mi parte, hay muchas cosas en duda todavía.

—Eres tontísimo… —creo que contiene las ganas de llorar—. Tú sabrás. Yo ya te he dicho lo que pienso.

—Lo sé, y lo recordaré. No te podré reprochar nunca nada.

—Qué mal lo estoy pasando, de verdad… Y, a ver, ¿qué me ibas a preguntar?

—¿Qué? —tardo un poco en ubicarme—. Ah, sí. ¿Conoces a alguien llamado Salamander?

—¿Salamander? Pues ahora mismo, ni idea. ¿Quién es ese?

—Una persona que me ha agregado y no me quiere decir quién es. No me ha dicho gran cosa, pero conoce cosas del calendario y me dijo que tenía que hacer caso a lo de mis sentimientos contigo. Solo hablamos unos minutos y eso fue lo que me dijo. No sé quién es, pero me dijo que me fijase en ti. Me pareció muy raro.

—¿Qué dices? Eso es demasiado turbio…

—Si me dice algo más, ya te diré.

—¡Sí, por favor!

Después de esa respuesta llena de energía, le entra como el bajón de golpe. Se vuelve a poner el pañuelo naranja y se queda sentada, mirando al suelo.

—Te has vuelto a poner el pañuelo.

—Sí.

—¿Es un pañuelo que te pones cuando te sientes vulnerable y confusa?

Sin dejar de mirar al suelo, ella sonríe.

—Sí… Más o menos. Aunque te lo he puesto fácil, ¿no? Pero me gusta que hayas dicho la palabra “vulnerable”. Es la que mejor lo define.

Me da un vuelco el corazón. No me esperaba que me afectase tanto esa respuesta. Es como si empezase a verla con otros ojos…

—Izan… No es por darle la razón a tu calendario, pero… ¿Me puedo quedar a dormir en tu casa? Es demasiado tarde y no me gusta volver de noche. He venido en autobús, y preferiría volver mañana por la mañana, tempranito. ¿Te importa?

—No, claro. Yo dormiré en el sofá sin problemas. Tú duerme en mi cama —que, por suerte, he ordenado y limpiado a conciencia sabiendo que ella vendría a pasar la noche.

—¿Estás seguro?

—Pues claro, y no porque lo ponga en el calendario. Es porque quiero que vuelvas a tu casa cuando quieras. Ni antes, ni después. Yo estoy bien aquí contigo.

Se ruboriza, y yo no sé ni por qué he dicho eso. Me ha salido del alma y no lo he pensado ni un poco.

Anna y yo nos vamos a dormir pronto. Dormimos separados. No sé qué tal le irá a ella, pero yo no puedo dormir en toda la noche.






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