Capítulo 94
Tomo algo con Nora
“¿Pero por qué? ¿Es porque el calendario lo dice?
Me quiero esconder debajo del subsuelo, aunque seguro que me encuentra igual.”
No sé ni cómo he podido acabar esta semana de trabajo, pero ya es viernes por la tarde y sigo en pie. Cuando eso pasa, siento que el fin de semana es un oasis… Pero según el calendario, hoy tomo algo con Nora, así que no creo que haya ningún día peor que el de hoy.
Me escondo en casa, resuelto a no abrir la puerta cuando Nora me llame. Ya sé que de alguna forma se acabará saliendo con la suya, pero ahora lo único que quiero es evitar esto dentro de mis muy limitadas posibilidades.
Estoy en la habitación con la puerta cerrada, acariciando a Espino y con los auriculares puestos. Si llama, no me voy a enterar.
Escucho varias canciones, algunas mucho más cañeras para desahogarme y otras un poco más macabras, que acompañan mejor cómo me siento. No me entero de nada del exterior.
Durante toda una canción (de las macabras), estoy con los ojos cerrados todo el tiempo.
Cuando la canción termina y yo abro los ojos…
—Quítate los auriculares, Izan —me dice Nora, sentada de rodillas a un lado de mi cama, mirándome de cerca.
Me los quito de golpe y me aparto un poco. Mi cabeza está bloqueada. La miro, pero no entiendo qué hace ahí, en mi casa.
—¿Sabes? No sé si me gusta que me mires con miedo. Estás muy guapo cuando lo haces, pero me sabe mal. No quiero que te asustes de mí.
—No quieres que me asuste, pero te cuelas en mi casa no se sabe de qué manera… ¡¿Qué haces aquí?!
—Te he llamado muchas veces. Sabía que estabas dentro, pero si no decías nada, oye… Igual te había pasado algo, ¿no?
Su voz, como siempre, me atrapa, me acaricia y me anula.
—Pero cómo mierdas has entrado… —digo, cada vez con menos energía.
—Le he comentado la situación al presidente del edificio. Cuando llegué aquí, me comentó que él tiene llaves de todas las casas, para emergencias. Bueno, salvo de tus vecinos de abajo, que por lo visto son una familia algo complicada, ¿verdad? Yo le di mi permiso para tener mi llave, ¿tú no hiciste lo mismo?
—¿Gabriel tiene una copia de mi llave? —intento recordar—. Bueno, puede sonarme… Lo acordaría con mi tío Mateo y me lo dirían alguna vez, pero ni idea —reflexiono unos segundos—. Pero… ¿Te ha abierto sin más?
—Sí… Es un hombre muy simpático. Se cree que somos muy amigos. Se le ve feliz cuando piensa que por fin hay alguien en este edificio que te quiera cuidar.
Ese hombre, por ser demasiado bueno, es tontísimo. Le ha abierto a Nora solo porque ella dice que es mi amiga y está preocupada por mí. Y me ha dejado con ella a solas. Pues muy bien, Gabriel, me has jodido.
—Izan… ¿Quieres ir a…?
—¿Tomar algo? —la interrumpo.
Ella me mira con los ojos muy abiertos, pero con una sonrisa tranquila.
—¿Hemos pensado lo mismo, o es que has adivinado lo que iba a decir?
—Bueno, digamos que he hecho una predicción. Y no, no hemos pensado lo mismo. No quiero ir a tomar algo contigo. De hecho, lo que quiero es que te largues de mi casa.
—Oye… Me ha parecido ver a un gatito por aquí, pero ha salido corriendo cuando he entrado en la habitación. ¿Estará debajo de la cama?
Nora se agacha para buscar a Espino, pero yo me levanto de golpe, la agarro de los hombros y hago que se enderece de nuevo.
—¿Me estás amenazando? —pregunto.
—Izan, de verdad… Entiendo que me odies. Lo haces porque, en el fondo, te odias a ti mismo. Entiendo que necesites odiar a la persona que te permite ser tú en todo tu esplendor, porque eso da miedo. Yo también he pasado por eso, y te entiendo a la perfección. Pero eso no te da derecho a demonizarme de esa manera. ¿Crees que le haré daño a tu gato? ¿Tan poco me conoces como para pensar que haré eso?
Me está intentando engañar. Ella sí que es capaz de hacer daño a mi gato. Precisamente porque la conozco es que lo sé. Pero ahora me quiere hacer creer lo contrario. Me hace creer que estoy loco.
—¿Hacemos un trato? —me dice.
—No hago pactos con el diablo.
Ella me sonríe y me pone la mano en la mejilla.
—No estés a la defensiva. Si vamos a ser vecinos, nos tenemos que llevar bien, ¿no?
—También puedes largarte de mi edificio y no volver a aparecer en mi vida, ¿no?
Me acaricia con más ternura.
—Tu edificio… Si ni siquiera esta casa es tuya. Es de tu tío, ¿verdad? No puedes pretender poseerlo todo, Izan…
—Mira quién habla…
—¿Quieres escuchar el trato o no?
—Si te vas de mi casa.
—Si me escuchas, me iré enseguida, aceptes o no el trato.
—Eso me interesa. Va, dime lo que me tengas que decir.
—Tú hoy vienes a tomar algo conmigo en alguna cafetería de por aquí. Yo te pago lo que te tomes. Puedes aprovecharte de la oferta y pedir algo caro, o muchas cosas. Te lo pagaré todo. Si haces eso, yo te prometo que no volveré a entrar en tu casa nunca más si tú no quieres.
La miro en silencio.
Lo peor de tenerla como vecina es el miedo a que entre en mi casa, como ha hecho hoy. Que me intente convencer más veces con nuevos trucos y que siempre le funcione. Pero si no entra más, me quitaré todos esos problemas. Espino también estará más seguro. Nora tiene muchas cosas oscuras, pero siempre cumple sus promesas. Lo hace porque le encanta hacer pactos así, como el de ahora. Si no cumpliese las condiciones, ya no podría hacer más, porque su palabra no tendría valor. Ella es muy consciente de eso.
Además, poder sacarle bastante dinero también me genera una cierta satisfacción…
—¿Cuánto rato tengo que estar como mínimo?
—Qué buena pregunta…—me dice mientras me acaricia el pelo—. Sí, es verdad que tenemos que llegar a un acuerdo mutuo con eso. Una hora te parecerá mucho, ¿verdad?
—Sí. Diez minutos ya me parecería mucho.
—Tres cuartos de hora creo que es un número razonable, ¿no?
—Veinte minutos es tiempo suficiente para tomar algo y no abusar de la hospitalidad del local.
—¿Media hora? —me dice con esa sonrisa que indica que sabe que eso es lo que ocurrirá. Que no hay más margen para negociar.
—Vale… Media hora.
Salgo con lo puesto. Me había planteado arreglarme un poco, pero no tiene ningún sentido si voy a quedar con Nora.
Vamos al bar que está más cerca del edificio. El bar donde solía desayunar mi profesor Rafael.
Yo me tomo un café, una napolitana de chocolate, un bocadillo pequeño de jamón y un zumo de melocotón. Hay que aprovechar que otra paga, eso por descontado. Así ya no hará falta que cene.
—Una pregunta, Izan… ¿Cómo es tu gato?
—¿Disculpa? ¿Ya vuelves a amenazarme con mi gato?
—Es que, al final, no lo he visto. Y si ya no entraré más en tu casa, me ha dado pena quedarme sin conocerlo. Solo con que me digas cómo es, ya me quedaré más tranquila.
Es verdad que, si a Nora se le mete algo en la cabeza, lo mejor será quitárselo lo más pronto posible. Si quiere ver a Espino, estará siempre espiando desde el rellano para ver si cuando abro la puerta puede verlo. Se justificará con que no ha entrado, pero no me la quitaré de encima.
—Espino es pequeño. Muy tranquilo. Ojos azules, piel marrón clarito… Muy peludo. Siempre mira para arriba con interés, como si reflexionase sobre lo que está por encima de su línea de visión. Siempre con los ojos muy abiertos, alerta… Pero sin moverse demasiado. Es un observador… Como yo… —mientras digo eso, estoy teniendo problemas para contener las ganas de llorar.
—¿Izan? ¿Qué te pasa?
Durante unos segundos no he entendido por qué me pasa esto, pero poco a poco me hago una idea. Tengo miedo de que esto me lleve a que Nora le haga daño a Espino. Miedo a estar contribuyendo sin darme cuenta a algo horrible para mi gato, pero que no sepa verlo. El hecho de que Nora sepa de él, de un gato tan bueno y tranquilo que no merece ser el objetivo de nadie con mala fe, es algo que me asusta. Lloro porque no me estoy dando cuenta de lo peligroso que es que Nora se interese en mi gato. Lloro porque yo mismo podría contribuir a que le pase algo malo.
—¿Izan?
—No le hagas nada malo a Espino, por favor…
Cuando digo estas cosas, Nora suele sonreír, acariciarme y compadecerse de mí. Su reacción en este caso es diferente.
—Vale, creo que ya está bien —me dice, seria—. No soy muy buena persona, ya lo sé. Lo sabemos los dos. Sabes lo que pienso sobre eso. Y me tienes algo de miedo, también entiendo eso. Odias cómo eres cuando estás conmigo, y eso multiplica ese miedo. Pero eso no te da derecho a decirme que soy capaz de hacer cosas así. ¿Hacer daño a un gato? ¿Tanto se ha distorsionado tu percepción de mí?
—Yo… No sé, Nora… Tú dices que me conoces muy bien a mí, pero yo no sé si te conozco a ti. Sé que haces lo que quieres, y que eres capaz de hacer cosas malas a los demás. Hiciste cosas malas a mis amigos…
—Sí, he hecho alguna cosa a tus amigos. Pero creo que lo peor que he hecho es destrozarle la bicicleta a una persona que me amenazó.
Se refiere a la bicicleta de Alex, pero no sabía que él la amenazó, aunque tampoco me extrañaría.
—¿Alex te amenazó?
—Sí. Con hacerme mucho daño. Lo que le hice a su bicicleta fue algo personal porque me puse furiosa. ¿Crees que eso está cerca de hacer daño a un gato? No, peor todavía… ¿A hacer daño a tu gato? ¿Crees que te quiero hacer tanto daño a ti? Tú a mí no me has hecho nada injusto. Me dejaste, pero estabas en tu derecho de hacerlo. No te guardo rencor por eso. También me insultas y me demonizas, pero también lo entiendo. Muchas veces aciertas, soy parecida a lo que crees en muchas cosas. No me escondo. No hago como tus amigos o como tanta gente que se cree buena. No hago como Lydia o como tú. Pero me duele y me cabrea muchísimo que creas que puedo hacer cosas que nunca haría. Acúsame de lo que sea real, o de lo que se acerque. No pases de ahí. Concédeme eso por lo menos.
Pocas veces he visto a Nora enfadada. Casi siempre reacciona con una sonrisa tranquila y acariciándome. A veces me mira con pena. Suele tener ese tipo de reacciones medidas. Ahora la he visto un poco más humana. ¿Es una estrategia? ¿Me está manipulando? ¿Es verdad lo que dice?
Después de eso, Nora empieza a hacerme preguntas genéricas. Sobre el trabajo, sobre la familia… Nada hostil, en principio. Yo contesto de la forma más neutra y rápida que puedo. Intento que no saque demasiado partido a mis palabras y que todo sea robótico y rutinario.
Cuando termino de comerme todo lo que he pedido, no paro de mirar el móvil para calcular la hora. Ella me mira sonriendo, pero con los ojos tristes.
—¿Quieres irte? —me pregunta.
—Faltan cuatro minutos para la media hora.
Nora se empieza a levantar.
—Te los regalo.
Yo la miro. Veo como recoge sus cosas y se prepara para irse. Lo que pienso y lo que siento están en sintonía: alegría por haberme librado.
Pero es curioso. Si mi cabeza y mi corazón están de acuerdo en que tiene que irse, en que estoy feliz por ello… ¿Por qué me acabo de levantar para acompañarla?
—Espera, voy contigo —le digo. Le acabo de decir eso. Tenía muy claro hace cinco segundos que me quedaría un rato más en la mesa y luego me volvería a casa, celebrando que se ha rendido conmigo. Pero acabo de levantarme para acompañarla hasta casa.
Ella sonríe. Ya no es una sonrisa triste. Creo que es una sonrisa de triunfo.
Llegamos al rellano del tercero. La parcela del mundo donde solo vivimos ella y yo.
—Bueno… Me voy —le digo.
—Izan. Puedes decirme que no, si no quieres. No te intentaré convencer —hace una pausa. Vuelve a mirarme con la sonrisa triste—. ¿Me puedes dar un abrazo?
Esa frase, esa mirada y, por encima de todo, su voz dulce y rota, acaban de golpear con fuerza mi pecho. Tengo un nudo en la garganta y me ha hecho daño escuchar eso. Me han venido ganas de abrazarla o de empujarla. Las dos cosas y ninguna. No lo sé. No sé qué siento.
—No… —le digo, pero con muy poca convicción.
—De acuerdo. Intenta estar tranquilo, ¿vale? No he venido para hacerte daño…
—Eso no me lo creo…
—No haré nada que tú no quieras —me dice con una sonrisa confiada.
—Vale. Adiós.
Nora se espera quieta. Yo ya estoy abriendo la puerta. Hay tres partes de mí que están intentando tirar muy fuerte de mi cuerpo. La que va ganando es la que está abriendo la puerta, se quiere esconder y poner fin al día. Hay otra parte que quiere empujar a Nora y decirle que se largue de una vez, que pare de intentar manipularme y de instalarse en mi vida. Que no es digna de vivir en la casa de mi profesor. Pero, por desgracia, hay otra parte de mí, cada vez más fuerte y molesta, que me dice que la abrace. Y Nora lo sabe. Sabe que existe esa parte, y por eso espera quieta. No se rinde hasta el último segundo, porque sabe que es muy posible que, antes de cerrar la puerta, me gire hacia ella y la abrace.
No lo haré.
No lo haré.
Me lo repito una y otra vez. No lo haré.
Me mareo.
No veo bien. Se me ha nublado la vista, y mi cuerpo ha reaccionado por instinto, pero no sé hacia dónde. Tengo los ojos cerrados para evitar el mareo. Si ahora los abro, es muy probable que esté abrazando a Nora o que la haya empujado contra el suelo.
Abro los ojos.
Me he equivocado. Estoy a salvo en mi casa, con la puerta cerrada.
¿Lo he conseguido? He podido irme sin abrazarla. Lo he conseguido…
Reviso el calendario. No recuerdo del todo qué decían las predicciones de Nora. Noto que algunas de sus predicciones no parecen hostiles. Parecen buenas. Se integra, me cuenta cómo le ha ido, se sincera conmigo, salva a Flora… ¿Y si es verdad que estoy demonizando a Nora?
Pensaba que había ganado la batalla de hoy. He rechazado su abrazo y he conseguido que no entre en mi casa. Pero… ¿De verdad esto se acerca a ganar?

Comments