Capítulo 41
Pierdo una pelea a puñetazos
“¿Evidentemente? ¿Qué hago peleándome a puñetazos en primer lugar?”
El inicio de esta semana contrasta con el buen tramo final de la anterior. Saber que me van a partir la cara no ayuda. A cada paso que doy, pienso que voy a pelearme con alguien en el tren o por la calle y que me pegará una paliza. Mi cuerpo reacciona a la defensiva a cada estímulo sospechoso. ¿Y a la defensiva por qué? El calendario dice bien claro que me voy a pelear, que yo también estaré ahí con intención de golpear, y que voy a perder.
Llego a salvo al trabajo y me encuentro con Elías. Es cierto, dijo que volvería hoy después de la suspensión de dos semanas.
—Qué pasa, chaval, ¿has estado bien sin mí? —me dice golpeando con su puño en mi pecho, lo que hace que yo me aparte como acto reflejo. Elías se me queda mirando con las cejas levantadas—. Izan… ¿Qué te pasa?
—¿Qué? —es hora de usar la excusa legendaria de las mañanas en el trabajo—. Perdón, es que todavía estoy dormido…
—Tú siempre estás dormido, ¿no? Qué cabrón eres, Izan. Ni un “te echaba de menos” ni nada.
—Que sí, hombre… Que ya hacía falta que vinieras a controlar un poco a esta gente —le doy la mano de manera firme—. Más de una vez, con todo el mal ambiente que hay desde que vino Alberto, he pensado que tenías que estar tú aquí para ponerlos a todos en su sitio.
—Para eso he vuelto. Aunque voy a tener que contenerme un poco al principio, porque el Ignazi me tiene entre ceja y ceja. Esperaré a que la tome con otro primero.
—Ese tiene energía para tenerla tomada con todos a la vez…
—Ya veremos, Izan, ya veremos. Con el ambiente crispado ese que me dices, seguro que alguno la lía más que otros. A mí no me van a echar más, pero tampoco van a mangonearme.
En el trabajo, el ambiente es regular. No es tan malo como otros días, pero se nota que Alberto intenta tomarle la medida a Elías. Él no se deja, pero tampoco despliega toda su artillería de frases hirientes al máximo rendimiento, porque está caminando por la cuerda floja. De hecho, tengo la impresión de que Ignacio mira a Elías como diciendo: a ver si he conseguido domarte o si en su lugar acabas de patitas en la calle…
Otro que tampoco está en su mejor momento es Hugo, para variar. Se está poniendo muy nervioso con todo el mundo y no ayuda que Elías esté de vuelta y le lance algunas indirectas cada que tiene ocasión.
A mí también me cae algún golpe, porque Alberto hoy ha decidido venir a mi departamento a corregir cosas. Como no sabe ni que existo, sus interacciones conmigo son casi sin mirarme. Solo soy decorado. Cuando discute con Eric o con Victoria lo hace mirándolos a los ojos, con intensidad. Casi voy a ponerme celoso y todo.
En general, todos están muy nerviosos porque hoy, además de ser lunes, es el día de pascua, que deberíamos tener libre, pero por culpa del calendario de festivos de la oficina central nos arrastran a nosotros también. Esto habrá molestado a más de uno que querría coincidir fechas con su familia o amigos, imagino.
Como ya tengo bastante con lo que tengo y no quiero seguir viendo a esta gente, hoy mi hora de comer no será en la sala de descanso de la oficina. En su lugar, me llevo la comida a la zona trasera del edificio, un lugar apartado de todo por el que no hay ningún motivo para pasar salvo usar un cubo de basura que hay por ahí, imagino que para los que vengan aquí a comer y quieran tirar los restos.
Aspiro a estar solo, pero eso dura poco. Como si me estuviera siguiendo, Hugo aparece con su propia comida.
—Joder… —creo que ha dicho.
—Lo siento, estaba yo primero. Búscate otro sitio.
—Este es mi sitio —me dice el muy capullo.
—¿Perdona? ¿Tienes las escrituras o algo que lo demuestre?
—Sí, pero no creo que quieras leerlas —me dice mostrándome su puño.
—Bueno, bueno, bueno… Hugo, cada vez estás peor, te lo juro.
—¿Te puedes ir? Necesito estar solo.
—Lo mismo te digo, y estaba yo primero, así que… —le hago una señal con la mano indicándole el camino de vuelta.
—Izan, vete…
—¡Que no! Hostia puta, qué rabia. ¿No ves que estaba yo? O te piras, o nos quedamos los dos aquí, pero tú a mí no me puedes echar. ¿Qué pasa contigo?
—Mira, niñato… Cualquier otro día me hubiese comido mis palabras y me habría ido o me habría sentado ahí un poco más lejos. Pero hoy quiero estar solo y aquí.
—Pues dime por qué.
—¿Qué? Y una mierda. No te pienso decir nada. ¿Quién te crees que eres queriendo saber mi vida?
—Perdona, Hugo… ¿Qué vida?
Me mira con la boca abierta.
—¿Qué has dicho?
—Que tu no tienes vida. Estás solo y todavía quieres estar más solo. Por eso estás amargado.
Hugo se queda callado unos segundos. Se intenta serenar, pero creo que le supera.
—Izan, te voy a dar una sola oportunidad para retirar eso que has dicho. Puedes pedirme perdón o puedes irte directamente. Si no haces nada de eso, atente a las consecuencias…
—¿Es una amenaza?
—Retíralo…
Me acerco un poco más a él. Por un lado quiero evitar problemas, pero mi odio hacia este sujeto me domina por completo, lo que hace que me recree lo peor que puedo en la siguiente frase:
—Estás solo y amargado. No tienes vida.
En el mismo instante en que termina de sonar la última vocal de la frase, el puño de Hugo impactó contra mi cara con una fuerza que no hubiese imaginado nunca en alguien de su edad. Tal ha sido el golpe que he terminado en el suelo y con la boca sangrando.
—¡¿Qué haces?! —me limpio la sangre como puedo—. Hijo de puta… —me levanto y me lanzo contra él. Por fin puedo pegar a Hugo después de tanto tiempo deseándolo.
Lo primero que intento es tirarlo al suelo y así tener mejor posición para golpear en su cara o donde yo quiera, pero el cabrón se sabe defender bien y bloquea mi movimiento. Es mayor que yo y no parece fuerte, no puede ser que me gane alguien así…
… Salvo porque el calendario ya me ha avisado de lo que pasará.
Mi única esperanza es que yo gane esta pelea y acabe tan débil que pierda una pelea contra cualquier otro con el que me cruce durante el día. Si pasa eso, la predicción se cumple y yo le parto la cara a Hugo. Todos ganamos, incluso Hugo, que buena falta le hace que alguien le deje sin dientes.
Nos seguimos peleando y, contra todo pronóstico, consigo darle la vuelta a la situación, inmovilizando a Hugo y preparado para partirle los dientes. Tal y como está la cosa, creo que ya no puede hacerme nada.
Sin embargo, lo que veo justo cuando voy a llevar la iniciativa es un rostro que llora de rabia y frustración. Eso me hace aflojar un poco el ritmo, cosa que Hugo aprovecha para volver a tirarme al suelo y terminar de rematar el combate a golpe limpio. Mientras me pega, grita como un loco.
Yo le hago señales indicándole que quiero que pare, que me rindo. No puedo decirlo con palabras porque tengo la sensación de que se me ha roto la boca. Hugo se aparta y cambia lo de golpear mi cara por golpear el suelo. Mientras lo hace, grita, insulta y llora.
Cuando se calma, solo entierra su cara entre sus manos y se pone a llorar. Yo no tengo fuerzas para decirle nada, ni para aprovechar ese momento de debilidad, ni para pensar en qué es lo que estoy viendo. Mi cabeza no funciona bien y mi cuerpo funciona peor, así que me quedo tumbado en el suelo, boca arriba, reflexionando sobre por qué ha pasado esto.
Al mirar el móvil para ver qué hora es, veo que Lydia me ha hablado para preguntarme por lo de la pelea a puñetazos.
Antes de contestar a Lydia, veo que Hugo se está levantando para irse.
—¡Eh! —le digo para que se detenga—. ¿Cómo justificamos esto en la oficina? Se nos ve hechos mierda —aunque a mí mucho más.
—Me da igual…
Hugo se va. Yo todavía no me levanto porque me duele todo.
[Lydia. 13:02]
¿Ya te has pegado con alguien?
¿Te han hecho mucho daño?
[Izan. 13:33]
Sí, ya me han apalizado.
[Lydia. 13:38]
¿EN SERIO?
¿A QUIÉN HAY QUE PEGAR?
[Izan. 13:49]
Ha sido Hugo.
[Lydia. 13:50]
Hijo de…
¿VOY AL TRABAJO Y LE PEGAMOS ENTRE LOS DOS EN LA SALIDA?
¿LO DENUNCIAMOS?
[Izan. 13:52]
Da igual, no te preocupes…
Hugo me ha pegado una paliza. El día en que por fin le puedo dar un golpe, es él quien me deja en el suelo. Debería sentirme humillado o furioso y, sin embargo… Lo único en lo que puedo pensar es en cómo ha llorado. No debería darme pena ese asqueroso, pero… No me lo quito de la cabeza.
En el trabajo, algunos nos miran raro, pero nadie se atreve a preguntar. Debe de ser por nuestras caras. La gente habrá notado que tanto él como yo tenemos heridas y que tenemos una expresión que debe de provocar una mezcla entre pena y miedo.
Nadie, ni Ignacio, se atreve a decirnos nada. El día termina sin que pase nada más.

Comments