Capítulo 258
Dana viene al trabajo
“Todavía no me he recuperado de lo de ayer… La predicción de hoy no me importa lo más mínimo. Lo siento, Dana, no es nada personal.”
Estoy trabajando sin pensar en la predicción de hoy. Estoy pensando todavía en lo de Nora. No creo que pueda superar lo que escuché ayer así como así.
Lydia, Frank y Alex se han enfadado un poco conmigo porque no he querido explicarles cuál es el secreto de Nora. Les preocupa que le guarde secretos a una persona que podría usar eso para manipularme. Entiendo ese pensamiento y me lo he ganado, pero… No pienso contarle esto a nadie. Nora tampoco se lo quiere contar a nadie. Me da igual lo mal que me haya tratado Nora siempre… Esto en concreto, aunque solo sea esto, lo voy a respetar y a proteger pase lo que pase, aunque me odien mis seres queridos. Solo les he podido pedir que confíen en mí.
Ayer no pude pensarlo demasiado, porque estaba en shock, pero, además de la historia, Nora dijo otras cosas extrañas… Dijo que solo le importaban cuatro personas, y que su abuelo la amenazaba con hacerle daño a alguna de esas cuatro. Cuando lo pienso, no se me ocurre nadie salvo, tal vez, Oliver y su madre. Y, tal vez, si lo entendí bien… ¿Me incluyó a mí? ¿Yo soy una de esas cuatro personas? Me cuesta saber cómo piensa, y no recuerdo bien las palabras exactas que utilizó…
Pero sí que recuerdo que dijo que ahora eran seis, y que las otras dos no estaban en conocimiento de Salvador. Aunque tal vez no sea importante, siento que me gustaría saber a quién se refiere.
Y, por último… Dijo que yo soy la segunda persona a la que le cuenta lo de su abuelo, pero la primera a la que le importa. ¿Quién fue la primera persona que se enteró? Y, lo que es peor… ¿Por qué no le importó? ¿Quién es tan asqueroso como para…?
Joder. Necesito hacerle muchas preguntas a Nora y, al mismo tiempo, tengo una firme convicción de no molestarla con nada de esto. Tendré que tragarme mis preguntas y, o bien no hacer nada, o bien… Matar a Salvador Santalla.
Me da un poco de miedo la seguridad con la que decido matar a alguien desde que conocí a los S… Porque no solo creo que merezcan morir, no. Lo que hago en realidad es pensar en cómo los voy a matar. Cómo lo voy a hacer de verdad. Si lo haré o no, si lo merecen o no, es un pensamiento que hace tiempo que está superado.
Mientras estoy concentrado haciendo mis tareas, huelo algo que me horroriza. No me da tiempo a procesar qué es este olor, pero siento pánico y asco.
Una mano me toca el hombro, y yo pego un chillido que hace que toda la oficina se gire hacia mí.
Me giro y es Dana.
—Vaya, Izan… No esperaba ese grito.
—¿Qué…? —digo, con la mirada perdida, supongo. O sea, no sé cómo se me ve, pero seguro que tengo cara de imbécil ahora mismo. No termino de ubicarme en lo que acaba de pasar.
—Izan —Dana se me acerca—. Ya se me haría raro que reacciones así cuando alguien te saluda en general, pero es que, encima, sabías que hoy vendría, por el calendario… ¿Qué te pasa?
—Que… ¿A qué hueles? —sigo sin poder contestar con toda la elocuencia que desearía.
—¿Perdón? ¿Estás diciendo que huelo mal? ¿Qué te pasa?
—¡No! Eh… ¿Es una fruta?
—¿Una fruta? Me acabo de comer una naranja antes de entrar, si es lo que me preguntas.
No me jodas… Era eso. No puedo oler las naranjas sin que me den arcadas ahora. No me lo puedo creer… No sé qué tengo con los olores, pero de verdad que me afectan más de lo que me gustaría, para bien o para mal.
—¿Te da asco el olor a naranja? —pregunta.
—No, bueno… No sé.
—Pues tenemos un problema. Seguro que me has olido mil veces después de comer una naranja, y nunca me habías dicho nada.
—Ya. Es reciente —¿tantas naranjas come esta mujer? Lo que me faltaba…
Dana se va de mi mesa y se reúne con Pablo y el jefe en el despacho de este último.
En el descanso, mientras tomo un café, Dana viene a verme.
—Si quieres hablamos de lejos —dice.
—La que odiaba que me hiciera el gracioso…
—¿Qué quieres que te diga? Es que me han sorprendido tus reacciones. Ha sido rarísimo, Izan. ¿Estás mejor?
—Sí… Estoy mejor. Ya te contaré cuando entienda qué me pasa. ¿Qué haces tú aquí?
—¿Qué dirías?
—Mierdas de abogacía, ¿no? —digo, aunque me doy cuenta, después de decirlo, de lo mal que ha sonado lo de “mierdas”.
—Sí… Mierdas de abogacía —dice, cansada, pero con una sonrisa cómplice—. Soy la abogada de esta empresa. Me verás por aquí de tanto en tanto.
—Ah, bien… Pues ya nos iremos saludando.
—¿Dejo de comer naranjas cuando venga aquí?
—¿Qué? ¡No, por favor! O sea, haz lo que quieras… Yo espero no volver a reaccionar así. A lo mejor ha sido una tontería del momento, no sé…
—Bueno, Izan, te dejo, que Martí me espera con el coche abajo —dice, revisando el móvil—. El mío se ha averiado y ahora le hago ir para todos lados al pobre.
—Claro. Hablamos.
Todavía me encuentro un poco mal. Siento asco por todo lo que huela a Salvador Santalla. No soporto que me pase esto, ni que condicione mi vida de esta forma.
Si muere, seguro que se me pasa. Si muere, muchas cosas se solucionan…
La jornada termina con una burla indirecta de Ignacio hacia mí por el chillido de antes. Yo lo último que digo en voz alta en todo mi horario de trabajo es:
—Ignacio… Ahora mismo, me das tan igual…
Mientras vuelvo a casa en el bus, Frank me escribe por si quiero algo en concreto ahora que está en el supermercado. Yo le digo que compre lo que quiera pero que, por favor… Nada de naranjas.

Comentários