Capítulo 55
Los del primero son muy raros
“Eso ya se sabía, pero ahora hasta el calendario lo remarca.”
Los del primero, que se debe referir a los tres alquilados, son Aaron, a veces dicho con la tónica en la a, y otras con la tónica en la o; Gemma, que solo sé que tiene problemas con el presidente, el doctor Gabriel; y un tercero, que es una especie de hippie budista o algo así. No me acuerdo de cómo se llama. Son jóvenes, Lydia dice que son muy guapos los tres, y… Poco más puedo decir de ellos. Me parecen raros, pero intento no pensar eso porque, cuando lo hago, siento que el único motivo es que me estoy volviendo viejo y que pienso igual que los mayores cuando juzgaban a mi generación. Pero sí, son raros.
El día en el trabajo ha ido tranquilo. Hugo sigue sin venir después de amenazar al jefe. Eric todavía no se reincorpora, pero me ha escrito para decirme que en dos o tres días está ahí.
Al volver a casa, Aaron me intercepta mientras subo las escaleras y paso por la puerta de su casa.
—Quieto parao ahí —me dice como si me estuviera esperando.
—El bueno de Aaron… ¿Es Aaron o Aarón?
—Es como tú quieras que sea.
—Ah, qué buena oferta —creo que me he puesto un poco nervioso.
—Escucha, Izan, que nos hemos enterado de lo del vecino de arriba. No sabía que estabais tan unidos, y nos hemos quedado muy chafados.
—Ah… No te preocupes. Intento llevarlo lo mejor que puedo.
—Pol quería hablar contigo. Ahora está en su cuarto, meditando o algo de eso, pero me dijo que si veo al Izan, que lo pare. Así que te paro.
—Ya —Pol es el nombre del tercer inquilino. A ver si me acuerdo ya—. Y, una vez parado, ¿qué hacemos?
—¿Tienes unos minutillos libres o qué? Pasa, anda, que con nosotros te animas.
—No te preocupes, Aaron, o Aarón. Yo me apaño solo…
—Que es solo un rato. Si luego no tienes que conducir ni nada, estás literalmente en tu casa —Aaron se pone a reír él solo con su ocurrencia—. Tomamos algo y se te pasan casi todos tus males, ya verás. Además, alguna vez dijimos que teníamos que invitarte un día, que seguro que nos entendemos mejor contigo que con los demás del edificio. Por edad, no sé.
—Bueno, mejor que con el matrimonio anciano del segundo, seguro —digo, pretendiendo hacerme un poco el gracioso para no romper su tono. Él se ríe y me da algunos golpes entre las carcajadas.
Al final me convence para entrar en su casa. Una vez dentro, me encuentro con un desorden que me daña a la vista, muchas cosas con colores, olores de todo tipo y un hilo de música infernal que no sé ni definir.
—Qué es esta música, por favor… —murmuro, sin tener en cuenta que podría haber ofendido a quien la haya puesto con mi tono despectivo.
—Hoy toca playlist de Gemma. La de Pol es más tranquilita, y la mía es la mejor, la verdad. Pero Gemma tiene unos gustos muy raros.
—Ya veo… —“habría que escuchar la tuya”, me ha faltado decir.
—¡Gemma! ¡Tápate, que ha venido el Izan! —me mira con un gesto cómplice y me habla un poco más flojo—. Es que suele ir desnuda por la casa.
—Claro. Lo común —digo, medio paralizado.
—¿El vecino? —grita ella (me imagino que) desde su cuarto.
—¡Voy!
Dos puertas se abren al mismo tiempo. Por una sale Gemma, en braguitas y una camiseta negra que le queda grande. De la otra sale Pol, que solo tiene un pañuelo en la cabeza sobre su rubia melena, y calzoncillos. Viva la vida.
—¿Por qué no me avisas, Aaron? —pregunta Pol, enfadado, pero sereno. No sabría decantarme.
—Pensaba que estabas meditando, chico, yo que sé —contesta Aaron—. Oye, de verdad, taparos un poco, que tenemos visita, y el Izan es una persona decente, no como nosotros.
—Izan —Gemma se acerca y me da un abrazo—. Lo siento mucho por lo de tu profesor. Parecía muy buena persona. Es una putada.
—Acércate, Izan —dice Pol, extendiendo los brazos. Yo entiendo que también le tengo que abrazar. A un chico que no conozco en calzoncillos. No, si la predicción de hoy va quedando clara ya…
—Gracias, pero no os preocupéis tanto por mí. Lo llevo lo mejor que puedo —digo, incómodo y dándole unas palmaditas en la espalda durante el abrazo.
—Tengo para ti unas infusiones que preparo yo mismo —dice Pol—. Sirven para mitigar el dolor y la tristeza. Toma, te vendrá bien —me da una bolsita cuyo contenido tiene una forma sospechosa.
—Tranquilo —dice Aaron—. Ya le hemos dicho que no te dé droga, que a ti eso no te pega. A la tercera vez que se lo explicamos, lo entendió.
—Llamar droga a todo es un pensamiento muy limitado que te impide conocer la grandeza de muchos remedios naturales —dice Pol—, pero tranquilo, Aaron respeta tu integridad y me ha convencido para que te dé lo más suave que tengo.
—Ah, pues muchas gracias, hombre…
—No paro de pensar en maneras de ayudarte, Izan… —dice Pol con una expresión serena, pero, esta vez, triste.
—¡Pero si no tienes por qué!
—Pol es así. No puede soportar que la gente esté triste a su alrededor —dice Gemma acariciando la melena de Pol.
—¿Quieres una sesión gratuita de meditación introspectiva espiritual? —me dice Pol.
—Suena a que se lo acaba de inventar, pero no —dice Aaron, cruzado de brazos y apoyado en una pared—. De hecho, las suele cobrar.
—Es la voluntad —dice Pol.
—La voluntad tiene un precio fijo —dice Gemma, pasando de acariciar la melena de Pol, a alborotarla directamente.
—Tal vez otro día —digo, cada vez más fuera de lugar.
—Ya le he dicho que no te va mucho eso —dice Aaron—, pero que sepas que estamos aquí para lo que quieras. Si estás interesado, también puedes tener sexo con alguno de nosotros para desahogarte.
—Ah —río de forma nerviosa—, pues gracias…
—Creo que no se lo ha creído —dice Gemma mirando a sus dos compañeros—. Lo dice en serio —dice mirándome a mí, y Pol asiente.
—¿Con cualquiera? —digo con los ojos muy abiertos.
—Sí, lo hemos hablado antes. Igual algún día no nos pillas en el mood, pero aquí estamos. A nosotros no nos importa. Quiero decir, que eres mono y tal, que no nos das asco, así que, ¿por qué no?
—No, claro, por qué no… —digo con un nudo en la garganta y una sensación de ser la persona más antigua del edificio—. Bueno, vecinos, muchas gracias por todo, gracias por las infusiones y las ofertes y… Bueno, que eso, que yo estoy bien. No os preocupéis por mí, ¿vale? Muchas gracias, chicos. Ahora me voy, que vengo cansado del trabajo —mientras digo eso, casi me tropiezo con una silla—. Vale, no pasa nada, la silla está bien, yo también. Que… Me voy. Buena suerte. O sea, que gracias. Nos vemos en otro momento. ¡Adiós!
Salgo de golpe y cierro la puerta. Me quedo en el rellano reflexionando sobre lo que acaba de pasar.
Poco después, antes de retomar mi camino, aparece el doctor Gabriel.
—Izan, ¿qué tal? ¿Me buscabas a mí?
—¿Eh? No, yo no.
—¿Y qué haces delante de mi casa?
—Ah… No, es que acabo de salir de casa de esos tres, y me han animado y propuesto cosas muy raras. Yo es que proceso lento, lo siento.
—¿Te han propuesto cosas raras? —me pregunta mirándome muy de cerca—. No caigas en las drogas, ¿me oyes?
—¡No! No es eso. Es que… Parecen muy modernos y liberales, ¿no? En un sentido muy… Moderno y libre —no sé ni lo que digo.
Gabriel se queda mirando a la puerta de los tres alquilados.
—Sí… Pero no te fíes, Izan. A veces te pueden decir cosas bonitas para que te las creas, y ser todo mentira…
—¿Perdón?
—¿Qué? —el doctor sale de su ensimismamiento—. Nada, cosas mías. Es que son unos vecinos un poco problemáticos. No me hagas mucho caso. ¿Tú estás bien?
—Sí… Yo me subo ya a descansar. Nos vamos viendo por aquí, presidente.
—Cualquier cosa, aquí estoy.
—Muchas gracias —tengo todo un centro de la hospitalidad en el primero por lo visto, ya sea en una puerta o en la otra.
Vuelvo a casa y me siento mirando el calendario. Antes de tachar la predicción de hoy, la miro y asiento.
—Pues sí. Son muy raros. O igual el raro soy yo, quién sabe.
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