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Lunes 26 de junio de 2023

Joel Soler

Actualizado: 13 nov 2023


Capítulo 118 Ignacio me machaca en el trabajo

“A ver… ¿Cuándo se va a ir este sujeto? No me dirás que los

rumores aquellos eran falsos, ¿no? Porque menudo bajón…”



No he podido dormir bien. Reprimí todo el día los pensamientos que me hicieran entender lo que intentaron hacer Frank y Lydia conmigo este fin de semana, pero, para la noche, no pude pensar en otra cosa. Intenté jugar un poco más, pero ya no quedaba nadie despierto en el grupo. No quise pensar en ello, pero no paraba de hacerlo. Ignoré a Lydia de mala manera y no paro de pensar en rebobinar el tiempo. Soy una mierda, eso está claro.

Le he pedido perdón por texto, pero no me contesta, aunque lo ha visto. Ya lo ponía en la predicción: me detesta.

Estoy hoy como para ir al trabajo… Y encima sabiendo que el jefe me machacará. ¿Hasta qué punto me sentiré machacado? Dudo que sea peor que como estoy ahora.

Me siento en mi mesa y empiezo a trabajar. Lento, como un zombi, sin ganas.

Ignacio se me acerca.

—¿Esa qué actitud es para trabajar, Izan? —me dice.

Yo no separo la vista de la pantalla. Los ojos se me caen, y tampoco es que me sorprenda que el Ignazi venga a hablar conmigo, así que, sin querer, hablo sin ningún tipo de filtro durante unos segundos. Lo suficiente como para decir una frase muy desafortunada.

—¿No te iban a echar?

… Menuda cagada. Al darme cuenta de lo que he dicho en voz alta y delante de él, me entra un vértigo asfixiante por dentro. Creo que sale más a cuenta levantarme, salir por la puerta y correr sin echar la vista atrás.

—Izan. A mi despacho.

Me levanto sin decir nada y lo sigo con la cabeza agachada.

Me hace una señal para que me siente frente a su mesa. Él se sienta en su silla, acomoda los codos sobre la mesa y entrelaza las manos.

—¿Pensabas que me iban a despedir?

—Bueno, es un rumor tonto que había escuchado…

—¿Y me lo dices así, a la cara?

—Estoy dormido. No sé ni lo que digo…

—Tú siempre estás dormido, ¿verdad? —hace como un sonido raro con la lengua, como chasqueándola tres veces mientras niega con el dedo índice—. Así no vas bien, Izan. Mira que te mantuve en plantilla cuando tenía que despedir a uno del departamento de campañas. Ahora no podemos despedir a nadie tan rápido, pero podemos ir buscando a alguien para cubrir tu puesto, y en poco tiempo estarías fuera, ¿lo sabes?

—No, no hace falta… Estaré más despierto, y…

—No es solo que no estés despierto, Izan. Es que eres conflictivo. ¿Cómo puede ser eso? Estás dormido y desganado, ¿pero eres conflictivo? ¿Por qué vienes con lo peor de cada casa? ¿Crees que eso es bueno para la empresa?

—No, claro… —le digo—. Procuraré que no sea así.

—Izan… —cambia su tono y su mirada. Ya no es severo. Ahora va de amigo comprensivo y condescendiente—. ¿Quieres que te cuente por qué se rumoreaban esas cosas tan feas sobre mí? ¿Y qué ha pasado para que yo siga aquí?

—Ah… Bueno, como tú quieras y te sea más fácil… —madre mía, qué rabia me doy a mí mismo. ¿Qué respuesta es esa y por qué soy tan inútil? Me muero de vergüenza ahora mismo.

—Pues resulta que Alberto es una rata traidora, ¿sabes? Y él y Victoria hablaron con la central para dejarles caer que yo era un problema. Mira, es que te lo cuento porque disfruto viendo a esas dos ratas hundirse… Se creen que serían mejores jefes que yo, ¿sabes? —lo serían—. Pero son unos ignorantes. Y encima se pelearon toda la semana pasada por ver quién era mejor jefe. Qué patéticos, ¿no? Son unos patéticos que no valdrían para dirigir a nadie —mentira, ese eres tú—. Pero bueno, ya está. Yo llevo toda la semana escondido y preparando mi jugada con mis abogados para que la central no me pueda echar. El viernes pasado nos reunimos por la tarde y… Oh, sorpresa. Aceptaron que no se me podía echar. Agacharon, pero bien, la cabeza. Fue precioso de ver, ¿sabes? Qué placer… —está loco. Habla como una persona loca—. Y ahora me voy a divertir muchísimo con todos los traidores y los inútiles de la empresa. Empezando por el miserable traidor de Alberto. Ese cubanucho no sabe todo lo que he hecho por él, pero ya se arrastrará, ya. Y Victoria… Qué patética. ¿Tú no lo has visto también? Se cree jefa desde hace tiempo. ¿Y quién es Victoria? Nadie. No es nadie.

Bueno, el único que no la ve como una jefa eres tú… Pero qué sabré yo, que soy un perezoso conflictivo que no le importa a nadie.

Veo que Ignacio se queda callado, como esperando mi respuesta.

—Ah, ya… —y eso es todo lo que puedo decir. Un aplauso para mí.

—Espero que no pensases que Victoria o Alberto serían tus nuevos jefes. Tú sabes quién es el jefe, ¿verdad?

Asiento con la cabeza.

—Pues dilo —me dice.

—¿Perdón?

—Que me digas quién es el jefe. ¿A quién le debes tu lealtad en esta empresa, Izan?

—A ti…

—Muy bien. No lo olvides y ponte las pilas, que la oficina de Barcelona tiene que ganar a las demás, y con gente tan desmotivada como tú nunca lo vamos a conseguir —saca unos documentos del cajón—. Toma, anda. Lo de tus vacaciones. Te lo lees, lo rellenas, firmas… Ya sabes cómo va eso, papeleo.

Cuando lo voy a coger, me lo aparta, se ríe y me lo vuelve a dar. Pensaba que eso solo lo hacían en las películas estadounidenses.

Lo leo por encima y veo algo curioso. Se supone que mis vacaciones empiezan la semana que viene, pero aquí pone que las puedo empezar el miércoles.

—¿Qué es esto? ¿Empiezo este mismo miércoles?

—Solo si quieres. Las puedes empezar antes y terminarán el mismo día, las empieces antes o no.

—Eso suena demasiado bien. ¿Dónde está la trampa?

—Lee bien. Ahí pone que el volumen de faena será el mismo, pero que te lo puedes llevar a casa. La campaña en la que trabajarás del miércoles al viernes la puedes hacer sin usar material ni apoyo de la empresa, así que la puedes hacer en casa. Me saldrá más barato que no vengas esos días y que hagas todo el trabajo por tu cuenta, y así tú tienes unos días extra de vacaciones. Ha sido idea mía, ¿soy o no soy un buen jefe?

—Ah… Sí, bueno, está muy bien. Gracias, Ignacio.

A ver, tanto como buen jefe… Es verdad que es un pequeño beneficio tanto para la empresa como para mí, pero tampoco es una locura, porque trabajar, trabajaré igual. Pero ese tiempo de desplazamiento y ese descenso de la salud mental que me voy a ahorrar.

Entonces solo tengo que terminar hoy y mañana y ya no volveré al trabajo hasta dentro de tres semanas y media. No está nada mal, ¿no?

A jugar y a desconectar de todo. Es lo único que quiero. Aguanta solo un día y medio más, y podrás quitarte de encima durante un tiempo la losa del trabajo.







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