Capítulo 335 A
Victoria
“¿Hemos ganado ya?”
Hoy sí que voy a ir al trabajo. Me fui a media jornada el jueves y me salté la faena el viernes. Los dejé colgados, así que ahora seguro que tienen motivos para despedirme. Bueno, si Ignacio sigue funcionando de la misma forma que el otro día, no me importa lo más mínimo que me despidan. He ahorrado algo de dinero, tengo los alquileres y el trabajo de la cafetería. Que le den por culo a este trabajo de mierda.
Pablo y el jefe me llaman al despacho y me dicen que han estado muy cerca de despedirme, pero que Pablo ha insistido mucho en mantenerme, por todo lo vivido con Ignacio en el pasado. El jefe dice que lo entiende (aunque no creo que sea verdad), pero que, a la próxima que haga algo así, o incluso algo mucho más pequeño, no tendrá más remedio que despedirme. Yo le digo que vale, pero no le pongo mucho interés a la conversación.
De hecho, el único motivo por el que tendría que seguir trabajando aquí, es porque a lo mejor en febrero hay predicciones que hagan alusión a Ignacio, a Pablo o a la empresa. Si es así, tengo que mantenerme aquí para no crear una línea rota. Así que, mientras Ignacio siga en el poder, mi plan será esperar a que el calendario de febrero me confirme hasta qué día tengo que seguir en este trabajo, y después de eso dejaré que me despidan. A ver si consigo que lo hagan de tal forma que me tengan que pagar. Ya lo consultaré con Dana, que seguro que sabe del tema.
Me vuelvo a mi mesa. Mis compañeros están muy cabreados por dejarlos solos con el proyecto. Hoy me han puesto faena extra para que se puedan ir antes, y así compensarlo todo.
Yo cumplo con lo que me dicen, ya que, como mínimo durante una semana más, voy a tener que seguir aquí. Luego ya veremos.
Mientras trabajo, veo que Dana me ha enviado un mensaje.
[Dana. 11:10]
Hoy me adorarás.
Voy a disparar una bala que matará a dos pájaros de un tiro.
Cumplirás la predicción y te dará una alegría que hará que me invites a una cena de lujo un día de estos.
Disfrútalo, que ya tiene que estar al caer.
¿De qué habla? No sé qué dice, pero no suena nada mal lo que está diciendo.
—No, no, no… —dice Ignacio, casi susurrándome al oído—. Mirar mensajitos cuando hoy tienes tanta faena, no está bien.
—Disculpe, jefe —digo—. Enseguida corrijo mi actitud.
—Eres un cínico… Pero no te hagas el tonto, Izan, que tu egoísmo a hecho que tus dos compañeros tuvieran que trabajar mucho más el otro día.
Los miro a los dos. Me están mirando mal, efectivamente. Menos mal que no me importa lo que piensen de mí. ¿Cómo decían que se llamaban?
—Chicos. Si veis a Izan con el móvil otra vez, me lo decís, ¿vale?
—Sí, jefe —dice el chico. La chica vuelve a pegar su mirada a la pantalla sin hacernos caso a ninguno.
Ignacio pone sus manos en mis hombros, como si me fuera a hacer un masaje, pero solo se está apoyando en mí.
—No me toques —digo.
—Eres muy impertinente —dice—. Voy a tener que hablar con los jefes para que sepan cómo te comportas incluso después de ser amonestado.
—Bueno, pues tócame.
Yo ya no sé ni qué decir. Ignacio se ríe a carcajadas.
Yo no lo miro, y por eso, cuando se ha dejado de reír de una forma tan abrupta, no he entendido por qué hasta que me he dado la vuelta.
—¿Qué haces tú aquí…? —dice Ignacio, ya de espaldas a mí y de cara a otra persona.
Yo me asomo por detrás de la espalda de Ignacio.
Es Victoria. ¿Qué hace aquí Victoria? Ignacio ha parado de reír porque ella ha aparecido a su espalda y ha empezado a darle golpecitos en el hombro.
—¿Tú no cambias? —dice Victoria—. He venido a verte, viejo jefe.
—¿Tú no tendrías que estar en tu puesto de trabajo? —pregunta Ignacio, muy nervioso, a la defensiva.
—Soy la jefa. Me puedo tomar algunas licencias. Eso lo aprendí de ti.
—Claro… —dice Ignacio, todavía en posición defensiva, como un animal cuando no sabe las intenciones de otro igual que él al que tiene delante—. Pero tú no has venido a verme, ¿no?
—¡Sí! Sí que he venido a verte. Tengo permiso de tu jefe. ¿Puedo charlar contigo en privado?
—Venga, Victoria… No me asustes.
—¿Te asusto? —dice ella—. Entonces eres mucho más perceptivo de lo que pensaba. Bien, bien. ¿Vamos?
Mientras se lleva a Ignacio al pasillo, Victoria se gira hacia mí, levanta un poco una mano y mueve los dedos para saludarme, guiñándome un ojo al mismo tiempo.
¿Cómo es que Victoria está aquí? Hasta donde yo recuerdo, ella se quedó como la jefa de mi anterior empresa, ocupando el puesto de Ignacio. Si no me equivoco, entre las dos empresas no hay ningún tipo de vínculo. De hecho, se podría decir que somos competencia.
Lo que ocurre después tiene gracia. Victoria e Ignacio vuelven a los cinco minutos, pero ahora Ignacio tiene el rostro helado y sin vida. Los dos se van al despacho con Pablo y el jefe. Hablan unos diez minutos más y, al salir, Ignacio está todavía más devastado.
Victoria sujeta la corbata de Ignacio y lo lleva como si fuera una correa. Todos en la oficina lo están viendo. Él tiene la cabeza agachada.
El paseo de la humillación termina cuando Ignacio se planta delante de mí.
—¿Qué le tienes que decir? —dice Victoria, hablando muy cerca del oído de Ignacio.
—Lo siento, Izan… —dice—. No volveré a molestarte.
—¿Qué…? —digo.
—Buen chico —dice Victoria—. ¿No le tienes que decir nada más?
—No, ya está…
—Ignacio… —dice Victoria—. Ya te escaquearás cuando no te vigile. Pero ahora no, ¿vale? Venga, vamos otra vez. ¿No le tienes que decir nada más?
Ignacio intenta hablar, pero le cuesta. Al final, consigue abrir la boca, dirigiéndose a mí.
—Que… Si necesitas que te haga alguna fotocopia… O que te imprima algo.
No entiendo qué pasa, pero el placer que acabo de sentir al escuchar esto se puede comparar a muy pocas cosas que he experimentado en mis treinta y dos años de vida.
—Ahora te aviso, Ignacio —digo—. Puedes retirarte.
—Sí. Muchas gracias —dice él, y mira a Victoria con los ojos caídos.
Ella sonríe y le suelta la correa.
—Ya puedes irte. Pórtate bien.
Ignacio se va. Por lo que veo en sus puños, está conteniendo muchísimo la rabia.
Victoria se agacha y acomoda los brazos cruzados en el filo de mi mesa.
—Dime que me adoras.
—¿Qué has hecho? —pregunto—. ¿Y qué haces aquí?
—Dana me ha contado todo lo que te está pasando con Ignacio. Resulta que yo tenía un as en la manga desde hacía un tiempo. Me lo guardaba por si Ignacio hacía alguno de sus trucos y volvía a mi oficina, pero he preferido usarlo para ayudarte a ti.
—¿Qué as…? —pregunto, nervioso, torpe.
—Ignacio se fue de la empresa sin borrar todas las carpetas ocultas que tenía en el ordenador. Yo he sabido encontrarlas. Yo creo que ni se acordaba de toda la mierda que todavía quedaba ahí… Así que, si con lo que teníamos antes ya podíamos denunciarlo, con lo que tengo ahora podría terminar muchísimo peor.
—¿De verdad? ¿En serio Ignacio todavía tenía más mierda y encima se la dejó ahí?
—Sí. El pobre es mucho más tonto de lo que se piensa. Se pensaría que nunca lo quitarían de ese puesto hasta la jubilación, o que, si venía alguien detrás, no le daría por buscar carpetas ocultas.
—¿Y solo ha hecho falta amenazarlo con eso?
—Bueno —dice Victoria, ya un poco más seria—. Yo creo que Ignacio está protegido por alguien rico y poderoso. Por eso lo han ascendido, y por eso se mantiene confiado contra alguien como tú, que podría denunciarlo. Pero creo que no se la quiere jugar tanto ahora. Si te digo la verdad, me estoy aprovechando de que Ignacio seguramente no sepa entender el alcance de esa persona que lo está protegiendo. Así que se me ha ocurrido una buena idea.
—Idea que has puesto en marcha al hablar con Pablo y su jefe, ¿no?
—Sí, bien dicho —dice, revolviéndome el pelo—. Hemos amenazado a Ignacio con que, si su benefactor se entera de que está siendo extorsionado por nosotros, entonces iremos con todas las herramientas que tenemos para conseguirle la pena máxima. Lo hemos asustado de verdad. Le hemos dicho que no solo tiene que dejar de hacer el capullo contigo… Que también tiene que fingir, delante de su benefactor, que sigue en una buena posición y con poder. Para calmarlo un poco, el jefe le ha dicho que le mantiene el sueldo del ascenso. Pero, en todo lo demás, Ignacio se mantendrá dócil como un perrito mimoso. Tiene que elegir entre jugársela y acabar en prisión con una pena enorme, o portarse bien y mantener su sueldo de jefe de grupo. Hasta Ignacio entiende cuál es la opción más inteligente.
—Es alucinante… —digo—. Muchísimas gracias, de verdad. No sabes el alivio que es esto para mí.
—Al jefe no le ha gustado demasiado. Dice que son rollos muy raros y que no se fía de que el benefactor no tome represalias. Ignacio le ha suplicado que confíe en él, y que le hará creer a su superior que sigue teniendo poder. Y Pablo Merino se ha puesto de nuestro lado con fuerza, como era de esperar.
—Oye, Victoria… ¿Lo has hecho por mí?
—Pues claro, atontado. Dana me contó tu problema, yo podía ayudarte, podía putear a Ignacio por el camino, y, además, te debía una, ¿no? Creo que con esto he saldado mi deuda contigo. Porque supongo que el beso que te di no fue suficiente, ¿no?
—No… O sea… Sí… Digo, bueno…
Victoria se me queda mirando. Me mira mucho, y sonríe, creo que con nostalgia. Está viendo a Rojo en mí. No creo que entienda nunca por qué le pasa esto.
Me da un beso, esta vez en la mejilla, y me desea suerte en el trabajo.
Antes de terminar el día, le pido a Ignacio que me imprima un comunicado conforme se portará bien conmigo.
—Es para enmarcarlo en mi habitación —le digo.
Vuelvo a casa con una sonrisa triunfal. Victoria. No podría tener mejor nombre esta predicción. No hay ninguna duda de que ha sido cumplida.
Bueno, hay otra parte escrita con otra letra… Pero, de acuerdo con lo que me contó Saúl, solo se necesita que la persona que escribió eso, encaje su día con la frase “se acabó”. Si es alguien involucrado en todo esto, entonces supongo que es su tarea hacerlo.
Espero que no se reinicie el día, porque ha salido bien de verdad.
Cuando llego a casa, Frank se levanta del sofá de golpe al verme entrar. Está muy agobiado.
—Izan. ¿Has sabido algo de Lydia o de Alex?
—¿Qué…? ¿No están?
—Lydia me ha dicho hace dos horas que iría a comprobar lo que tenía que comprobar, y que se pondría en contacto conmigo. Pero no contesta a los mensajes.
—Mierda… Bueno, calma. Solo han pasado dos horas. A lo mejor se ha tenido que ir lejos para comprobarlo.
—Pero no contesta los mensajes —insiste Frank.
—Vamos a tener un poco de paciencia… —digo—. ¿Y qué pasa con Alex?
—Tampoco está. No me he dado ni cuenta de cuándo se ha ido. Y no me contesta a las llamadas ni a los mensajes.
—¿Alex tampoco? Qué raro…
—Izan… Creo que a Lydia le ha podido pasar lo mismo que a Estrella. Joder, Izan… Me tenía que haber ido con ella. No sé por qué no lo he pensado. Me ha pillado despistado y me lo ha dicho muy rápido. Lo siento mucho…
—Frank, calma. Esperamos un poco más, y luego pensamos, ¿vale?
—Vale… Sí, vale. Perdón.
------------
Capítulo 335 B
Se acabó
Se acabó. Eso escribí en el anterior mundo.
Lo escribí porque ya no quería soportar más las cosas que hacía Izan.
Fue un Izan que me supo engañar. Un Izan que lo hizo mucho mejor que en el primer mundo, claro, pero… Un Izan castigable, de igual forma.
Hoy, después de dar la vuelta completa al bucle desde que escribí aquello, es el día perfecto para dar por concluido este paripé.
Antes de tomar ninguna decisión, tengo que confirmar algunas cosas con Jordi, y por eso estoy en su casa. Estrella me ha visto la cara, pero me da completamente igual.
Mañana será el día.
Ahora estoy esperando a que Jordi venga. Se ve que lo están llamando mucho por teléfono y que incluso acaban de llamar a la puerta.
—¡Mira, Estrella! —grita Jordi—. Que Lydia ha venido a buscarte. Está ahí fuera. ¿Te puedes creer que creo que sospecha que yo te he secuestrado?
—Por qué será… —dice Estrella.
—Dile a Lydia que pase —digo.
—Vaya —dice Jordi—. Tú vas fuerte, ¿no? A mí no me importa. Más caos para mi disfrute, pero… ¿A ti qué te aporta?
—Nada —digo—. Quiero ver su cara. Total… Mañana se sabrá todo.
—Bueno. Pues vamos al lío —dice Jordi.
Él pone cara de bueno y deja que Lydia entre.
Estrella y yo esperamos en otra sala.
¿Qué dirá Lydia cuando me vea?
—¡Oye! No respondías a ninguna llamada —escucho gritar a Lydia en la entrada.
—¡Lo siento mucho! —dice Jordi, haciéndose el niño bueno. No me divierte nada esa actitud.
—Necesito que me confirmes una cosa —dice Lydia—. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con Estrella?
—¿Con Estrella? ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? —pregunta Jordi.
—¿No lo sabes? —pregunta Lydia.
—¿Saber el qué…?
—Jordi… ¿Me estás mintiendo?
—¡Lydia! ¿Por qué dices eso?
A Jordi se le está escapando la risa. Eso se sabe desde aquí. Ya no tiene ninguna intención de seguir con el paripé. Se acabó.
—Porque Izan me contó que te dijo lo de Estrella para pedirte ayuda. Yo misma le di el visto bueno a eso…
—Ah, claro. Izan te lo contó. Bueno, la verdad es que me da completamente igual. No tenía ganas de mentir más. Se me escapaba la risa ya. Pasa, mujer, pasa. Estrella está en esa habitación. Salúdala, dale un besito. Verás que está bien.
Lydia corre hacia la habitación en la que estamos Estrella y yo.
Al entrar, pega un bote al verme.
—Hola —digo.
Lydia me mira como si se le hubiese roto el cerebro. No puede entender que yo esté aquí.
—¿Qué haces tú aquí…? ¿Qué pasa…?
—¿Qué dirías que pasa? —pregunto.
—Eh… Pues no lo sé. ¿Tú conocías a Jordi de algo? O… ¿Es que te ha hecho algo a ti también…?
Eso quieres pensar. Te será mucho más fácil asumir que Jordi se quita de encima a diferentes personas por diferentes motivos. Pero no te cuadra, ¿verdad? Me ves en una actitud demasiado relajada, y no lo entiendes…
—Mañana faltarás al trabajo —digo—. Pero no te preocupes. Nos aseguraremos de que todo esté bien. El miércoles podrás volver.
—¡Oye! —dice Jordi, sin quitarle el ojo al móvil—. ¿Tú sabías que Olivia tenía un templo en un bosque? Yo no sabía ni que el bosque de esta ciudad tenía un templo. Está guapo el dato, ¿no?
—Sí —digo—. Fue construido hace muy poco. Cuando me mostró el hechizo del calendario, lo hizo en ese templo. Creo que ahí es donde confeccionaba las hojas de los Voyat. ¿Por qué sacas el tema?
—Porque tenemos que ir ahí mañana a las once de la noche —dice Jordi—. Es muy importante que Izan y Saúl no pisen ese sitio hasta febrero, así que a Lydia nos la tenemos que quedar hasta entonces.
—¿Qué acabas de decir…? —dice Lydia—. Jordi… ¿De verdad eres el ex de Nora…?
—Pues sí. Calla un rato, que estoy pensando.
—El sitio que dicen está en la zona norte —dice Estrella—. Olivia lo llama el templo Sallares.
—Gracias por deleitarnos con tus conocimientos, Estrella —dice Jordi—. No nos hacías ninguna falta.
—No te lo digo a ti —dice Estrella.
Mientras dice esto, Lydia ha salido corriendo hacia otra habitación.
—¡Jordi! —grito, para que me ayude a detenerla.
Está corriendo directa hacia una ventana. ¿Qué pretende?
—¡¿Qué haces, loca?! —grita Jordi—. ¡Si saltas por ahí te matarás!
Lydia llega a la ventana. Ha sido muy rápida.
Por suerte, no salta. Solo ha asomado la cabeza.
—¡Templo Sallares, mañana a las once de la noche! ¡En el bosque del norte! —grita con todas sus fuerzas.
Jordi corre a asomarse por la ventana. Dice que no ve a nadie. Yo no me atrevo a mirar. Podría haber alguien… Podría estar Izan.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Hala, ya está. ¿Cuál es mi habitación? —pregunta Lydia.
—¡Da igual! —dice Jordi, mirándome—. Ignora los manotazos de ahogada de Lydia. Lo que importa es que nos darán instrucciones sobre cómo llevar el último mes en ese sitio. Ahora nos tenemos que centrar en eso. Lo demás lo tengo bajo control.
—Sí… Ya no aguanto más —digo—. Se acabó.
—¿Le dirás la verdad a Izan mañana? —pregunta Jordi, mientras le confisca el móvil a Lydia.
—Y tanto. De la peor de las maneras.
—Ha sido divertidísimo —dice Jordi—. ¿Sabes que lo tengo dando vueltas creyendo que Liam es uno de nosotros dos? Aunque, con tu permiso, al final le he dicho el nombre de Aurora, para que se coma un poco más la cabeza.
—Te gusta mucho jugar con fuego… —digo.
—Sí. ¿Le decimos que Lydia es la culpable? Aprovechando que ha desaparecido...
—¿Sabes lo más triste? —dice Lydia, mirando a Jordi—. Que no me sorprende nada.
—Oh, qué pena… —dice Jordi.
—Tú, en cambio —dice, mirándome a mí—. No te puedes imaginar lo que me has decepcionado. Todavía no me creo que hayas colaborado con Olivia y con Jordi todo este tiempo. Sigo pensando que es mentira, te lo juro…
—Vale —contesto—. Sigue pensándolo.
—Bueno, vamos a pensar en cómo cumplimos la predicción de mañana —dice Jordi—. Primero encerraremos a estas dos.
—Sí. Oye, ¿al final has cumplido la predicción de hoy?
—Y tanto… —dice Jordi—. He tenido que preparar a un sacrificio un poco tonto. Ya me jode hacerle toda la faena a Saúl, pero me he divertido mucho haciéndole creer al antiguo jefe de Izan que volvía a tener poder, para luego hundirlo en la mierda.
—¿A Ignacio? —pregunto.
—Ah, es verdad. Yo hablándote como si no supieras quién es, y te sabes su nombre bastante mejor que yo.
------------
Capítulo 335 A (Parte 2)
—Frank… Ahora sí que estoy preocupado —digo—. He intentado hacerme el fuerte también para animarte, pero ya es muy raro que ni Lydia ni Alex hayan dado señales…
—Tenemos que pensar qué hacemos —dice Frank—. Venga, Izan. Vamos a movernos.
Antes de que Frank termine la frase, escuchamos las llaves de nuestra puerta. Alguien está entrando.
Es Alex.
Frank y yo corremos hacia él para interrogarlo con todas nuestras fuerzas.
—Perdón —dice Alex—. Me he dejado el móvil en casa. Lo digo porque seguro que me habéis llamado mil veces.
—¿En serio? —pregunto—. ¿De dónde sales?
—Cuando Lydia ha dicho que se iba, y aquí mi amigo Frank no se ha ni inmutado… —dice, dedicándole una sonrisa malvada—. Yo lo que he hecho es seguir a Lydia. He salido tan rápido que me he olvidado del móvil.
—Pero si no te he visto salir… —dice Frank.
—Tu manera de reaccionar a lo de Lydia ha sido asomarte a la ventana a ver si la veías salir. Yo me he ido en ese momento.
—Joder… ¿En serio? —dice Frank—. Lo siento mucho… Mi cabeza ya no funciona… Creo que llevo tanto tiempo tenso, que desde que os contamos todo lo de Saúl, mi mente se ha relajado demasiado… Izan, lo siento. No volverá a pasar.
—No te preocupes. Yo vivo en ese estado, y aquí estoy, enfrentándome a cada predicción desde el uno de marzo.
—¡Oye! —dice Alex—. Que estábamos hablando de Lydia.
—¡Es verdad! —digo—. ¿Ves? Estamos fatal. ¡¿Cómo está Lydia?!
—La alcancé y me contó a dónde iba. Su sospecha era que Jordi era el que había secuestrado a Estrella. Me ha dicho como cien veces que era una sospecha tonta y que no quería pensar mal de él, pero… Creo que tenía razón.
—Espera, espera… —digo—. ¿Jordi? ¿Qué Jordi?
—¿Cómo que qué Jordi? —pregunta Alex—. ¡Jordi! El capullo de la gorrita. El que lleva tiempo trabajando para ti como detective. El que te da pastillas para dormir o para el dolor de espalda. Ese Jordi.
—¿Qué dices que ha hecho Jordi? —pregunto. No entiendo nada.
—Izan… —dice Frank—. ¿No lo estás entendiendo? Que Jordi te ha engañado. Que se ha burlado de ti. Él es el ex de Nora.
—¿Qué…? —pregunto—. No… Pero eso no puede ser.
—No sé —dice Alex—, pero, que ha secuestrado a Lydia, lo ha hecho. Y supongo que a Estrella también, aunque eso no lo he podido confirmar.
—¿Jordi ha secuestrado a Lydia…? —pregunto.
—Antes de entrar en casa de Jordi, Lydia me ha dicho que me espere debajo de cierta ventana. Que, si Jordi era de los malos, intentaría salir a darme información clave, o como mínimo a decirme que sí. Que pusiera bien la oreja, porque, si no se podía asomar, gritaría con todas sus fuerzas.
—¿Eso es lo que ha pasado? —pregunta Frank.
—Sí. Lydia ha salido y ha gritado un lugar y una hora. Después he visto a Jordi asomarse por la ventana. Por suerte, yo ya había planificado un ángulo muerto guapísimo. No me ha visto, porque estaba mirando hacia el horizonte, y se ha escondido enseguida.
—Jordi… No me lo puedo creer… —digo—. ¿De verdad soy tan idiota? ¿De verdad?
—¿Qué sitio y qué hora? —pregunta Frank.
—Templo Sallares. A las once de la noche de mañana. Es un sitio que está en un bosque al norte de la ciudad, como por las afueras, entiendo.
—Pues no se hable más —dice Frank—. Nuestra tarea es encontrar ese sitio. Izan, ¿tú qué dices?
—Que soy un estúpido…
—¡Izan! —gritan Alex y Frank a la vez.
—¡Qué! —digo, poniéndome erguido por instinto, como esperando a recibir órdenes.
—Falta poco, ¿vale? Ya falta poco —dice Frank—. Vamos a acabar por todo lo alto y vamos a joder a Jordi y a quien sea, ¿vale?
—Va —dice Alex—. Encima que te traigo esta información, agradécemelo con una actitud más movidita, ¿no te parece? ¿Un bailecito para animarnos?
—Sí… Digo, ¡no! O sea… Un baile ahora, no. Pero la actitud… Eso sí. Sí. Muchas gracias, Alex. Y a ti también, Frank.
Alex extiende el puño, y yo hago lo mismo y lo choco con él. Frank se une. Los tres puños chocan y se quedan en el sitio. Siento que es la mejor forma de darme energía. Mañana vamos a hacer lo que tenemos que hacer… Y ya tendré tiempo a lamentarme de lo confiado que soy después de eso.

Kommentare