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Martes 16 de mayo de 2023

Joel Soler

Actualizado: 13 nov 2023


Capítulo 77

Elías se rebela

“No esperarás ni un día, ¿verdad? Me parece bien.

¡Vamos, Elías, demuestra de qué estás hecho!”



—¡Consiguió que el puto Hugo me dé pena! —grita Elías durante el descanso, charlando con Eric y conmigo—. Os lo juro, no me he quitado la escena de ayer de la cabeza en toda la noche. No he dormido una mierda. Tengo más ojeras que Izan.

Eric nos mira a los dos.

—Hostia, es verdad.

—¿Y ahora qué? ¿De verdad han despedido a Hugo? —pregunto.

—Es posible —dice Eric—, pero también es posible que este evento le sirva a la abogada como combustible para su defensa. Me lo invento, ¿eh? Podría alegar que Ignacio sigue utilizando sus rencillas personales contra Hugo y que eso y el mal trato derivado de estas, ha desembocado en aquel ataque de ansiedad.

—¿Tú no eras contable? ¿Ahora eres abogado? —pregunta Elías.

—Es un ejemplo inventado. No sé si es tan fácil. Pero seguro que la abogada esa puede utilizar algún truco así.

—¡Oye! Si la abogada necesita que alguien testifique en eso de que el Ignazi disfruta de lo lindo torturando a Hugo, yo me ofrezco —dice Elías.

Yo iba a añadir algo más, pero Ignacio acaba de aparecer por detrás y nos ha asustado.

—Izan y Elías, venid a mi despacho, por favor —nos dice.

Los dos nos miramos, confusos. Luego miramos a Eric. Estamos todos asustados.

Una vez dentro, vemos que ya hay otros tres de nuestros compañeros.

—Vale, ya estáis los cinco —dice Ignacio, abriendo los brazos como si fuera amigable—. ¿Sabéis por qué estáis aquí vosotros cinco?

Yo no tengo ni idea. Será algo de despidos, pero no sé por qué estos cinco. Por la cara, Elías tampoco lo sabe.

—Somos los cinco que llevamos las campañas publicitarias y el tema del SEM, ¿verdad? —dice una compañera con la que he interactuado poco y no estoy seguro de cómo se llamaba.

—¡Exacto! Bien dicho, Gloria. Me sabe a gloria escucharte. Creo que tú te salvarás —dice Ignacio, disfrutando—. Vosotros cinco estáis haciendo el mismo trabajo. Y sabéis que tengo que despedir a gente. Tengo que mirar qué puedo recortar apartado por apartado, ¿no?

—Espera, espera… ¿Cinco en el departamento de SEM te parece mucho? —pregunta Elías—. Yo pensaba que éramos unos cuantos más.

—Hombre —dice Ignacio, y ya se ve el tono de ir de sobrado con la respuesta—. Es un trabajo que pueden hacer cuatro personas, considerando que tenemos que apretarnos un poquito el cinturón, ¿no? Quiero decir, si los cuatro que se queden trabajan un poco más duro, cubrirán el hueco del otro.

—¡Los cojones! —dice Elías—. Este departamento es el músculo de la empresa. Los demás departamentos solo sirven para que sea, pues eso, una empresa. Contabilidad, búsqueda de tendencias, clientes y esas mierdas. ¡Pero el músculo de una empresa de campañas publicitarias son las putas campañas publicitarias, no me jodas! ¿Cómo vas a recortar de ahí?

—Elías… —dice Ignacio—. Esto es muy sencillo. Lo que dices tendría sentido si los cinco fueseis trabajadores excelentes que dan el cien por cien. Eso se traduciría en beneficios. Pero lo que pasa en realidad es que casi ninguno de vosotros rinde tanto como me gustaría. Izan, por ejemplo, pasa mucho tiempo mirando a la nada, distraído, con los ojos apuntando a todas partes menos a su pantalla…

Me ha caído un buen golpe sin esperarlo. No sé ni qué contestar.

—Tú, Elías, pasas mucho tiempo interactuando con los demás en horario de trabajo. Haciendo la gracieta, molestando, riendo… Esto no es un bar, ¿lo sabes?

Elías mira a Ignacio con la mirada que precede la amenaza.

—Gloria comete algunos errores y no es regular. Especialmente según qué días del mes, no quiero ofender a nadie, ¿eh? Pero esto si se repite cada mes pues…

La expresión de asco de todos los presentes es cada vez más difícil de ocultar.

—Guillem, el becario, todavía tiene mucho recorrido por delante, pero ahora que vamos a recortar, no podré seguir haciéndote de maestro. Está mejor visto siempre despedir a los jóvenes que a los que tienen más experiencia.

Seguro que Guillem piensa en ti como su indispensable maestro. Segurísimo.

—Y Ernesto… Bueno, me imagino que en tu país va todo como mucho más relajado, ¿no? Del tipo “me está estresando mi amol, ya tu sabe”. ¿Eh? ¿Sí?

Dudo mucho que Ernesto esté relajado después de esto. No creo ni que sepa cuál es realmente su país de origen. Él solo suelta los clichés que se le ocurren, y que los demás gestionen sus ganas de golpearle como puedan.

—Ahora que sabéis que los cinco sois… ¿Mejorables? ¿Sí? Pues entenderéis mucho mejor que, si despido a uno, recordando siempre que no es cosa mía, es cosa de la central, lo que pasará es que los otros cuatro, en agradecimiento por quedarse en la empresa, y sabiendo que, con menos plantilla, necesitaremos a gente más competente… —empieza a dar palmadas como para que despertemos—. ¡Se sabrán poner las pilas, como tiene que ser! ¿Estamos de acuerdo?

Hay unos segundos de silencio.

—Oye, Ignacio, una cosa —dice Elías, levantándose de la silla—. ¿Sabes que eres un espectáculo? ¿Cómo lo haces para caerle mal a todo el mundo?

Ignacio mira a Elías con una sonrisa fingida.

—Tienes ganas de que te despida, ¿verdad? No tengo ningún problema. Siendo el más viejo de los presentes, ya contaba con que casi seguro que serías tú.

—Mira, si la central me quiere despedir, que me despida. Pero no vas a ser tú.

—¿Y qué vas a hacer, amigo?

—No me vuelvas a llamar amigo —Elías ha dicho eso golpeando la mesa con rabia—. Voy a hablar con los de la central yo mismo. Les diré lo que estás haciendo y que no eres apto para tomar la decisión, porque lo embarras con tus mierdas personales. Les adjuntaré, como prueba, lo que le ha pasado a Hugo. Cuando vean que varias personas pensamos lo mismo, que hay un hospitalizado y que hay una abogada que da miedo en tu contra, seguro que no se quedan quietos.

—No te harán ni caso…

—Pues entonces, ¿por qué no te veo con tu sonrisita relajada de mierda de siempre? Te veo nervioso, Igna. No te ha gustado mi plan, ¿no?

—Vosotros cuatro —nos dice Ignacio—. Volved a vuestras mesas y dejadme hablar a solas con Elías.

Guillem se levanta de la silla, pero los otros tres nos quedamos quietos. Al ver eso, Guillem se vuelve a sentar.

—Yo no me muevo —digo—. Estoy de acuerdo con Elías. De hecho, le voy a ayudar.

—Yo también —dice Gloria.

—Y yo —añade Ernesto.

Guillem no dice nada, pero ahí está, con nosotros.

—Pues entonces, fuera los cinco. Haced lo que queráis. Qué os pensáis, ¿que estáis haciendo algo especial? Siempre que hay despidos, los trabajadores se rebelan así. La central ya estará harta de este tipo de mierdas. Haced lo que queráis, y yo despediré a quien toque.

—Si es que eres tú el que despide a alguien —dice Elías.

—A vuestras mesas… —dice Ignacio, y acto seguido se da la vuelta con su silla giratoria para darnos la espalda. Muy maduro.

Durante el resto de la jornada, la tensión de ese despacho se ha mantenido y se ha extendido por toda la oficina. Victoria y Alberto, al enterarse del plan de Elías, también querrán hacer sus propias jugadas, pero no tengo ni idea de qué tienen en mente cada uno.

Siento que esta semana ha iniciado una guerra en la empresa, y no tengo ni idea de en qué terminará. Yo solo seré un peón más, pero, si puedo ayudar a que Ignacio deje de tener el poder que tiene, o incluso a que lo acaben echando, entonces haré lo que haga falta para conseguirlo.







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