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Martes 2 de enero de 2024

Joel Soler

Actualizado: 3 ene 2024


Capítulo 308


Doy un paseo de noche


“Pues sí, me voy un rato de esta casa, aunque sea sin rumbo,

porque la cabeza está a un grito de explotar.”



    El rato del trabajo ha sido de los más tranquilos. Por desgracia, en casa, mis tres amigos y compañeros de piso no ayudan mucho a mi paz mental, ya que se han pasado toda la tarde abriendo posibilidades catastróficas a cada predicción, gritándose entre ellos y, en el caso de Frank y Alex, discutiendo otra vez.

    —¿Por qué te enfadas? —dice Alex, mirando a Frank—. Te dijimos que te dejaríamos tranquilo hasta el uno de enero. Ya estamos a dos, así que… Te toca.

    —Hay muchas otras cosas en las que te puedes fijar —dice Frank—. Joder, la tienes tomada conmigo, ¿eh? Te gusta tocarme los huevos a dos manos.

    —Lo hago porque Izan tiene que tener a gente de confianza a su lado, y ahora mismo tú no das la talla.

    —También necesito a gente tranquila que me ayude a no morirme de ansiedad —digo—. Si no es mucho pedir…

    —Venga, venga… Vamos a calmarnos —dice Lydia, que por momentos es la más conciliadora del grupo, aunque no de forma estable—. Creo que tenemos que empezar a ser prácticos y a fijarnos en qué predicciones podemos mejorar si nos anticipamos a ellas.

    —Esa es mi especialidad —dice Alex.

    —Pues venga —dice Lydia, poniéndole la hoja del calendario en la cara—. ¿Qué se te ocurre, maestro?

    Alex le guiña el ojo y le quita la hoja de las manos.

    —A ver… —dice, examinando cada predicción y acariciándose la barbilla—. No es fácil empezar. Por ejemplo, la de mañana de los nervios, ¿podemos enfocarla en algo controlado?

    —¿Nervios controlados? —pregunto.

    —Sí. Ponerte en una situación nerviosa, pero que sepas que no te llevará a ninguna consecuencia negativa.

    —Ah, entiendo… Creo. Bueno, más o menos. No sé.

    —A mí se me ocurre algo —dice Lydia, levantando el dedo—. Serena está fatal. Podemos ir a pasar el día entero con ella en el hospital. Seguro que tememos por ella y nos ponemos nerviosos… ¿No es eso?

    —No sé si me gusta cómo suena —dice Frank—. Estáis usando la salud de una amiga para esto de las predicciones.

    —Es verdad… Suena un poco mal —digo.

    —¡Perdona! —dice Lydia, ofendida—. Yo soy la que es más amiga de Serena de los que estamos aquí. Si he dado esa idea es porque sé que no es algo que le afecte directamente a ella. ¡Al contrario! Sus amigos estarán con ella todo el día.

    —Suena a que no nos preocupamos por ella si no es por nuestro interés… —digo.

    —¿Qué dices? Si no hubiese calendario, yo habría ido igual. Habla por ti.

    —Vale, vale… Tienes razón —digo—. Podemos hacer eso.

    Alex seguía mirando las predicciones.

    —¿Tienes ya el regalo de Anna?

    —Bueno… Salamander me dijo que lo fuera mirando, pero no se me ocurrió nada.

    —Muy mal, Izan —dice Alex, negando con la cabeza—. Me decepcionas. Te dan ventajas que otros no tenemos y no las aprovechas. ¿Qué más necesitas?

    —Aclararme…

    —Pues venga, vete a dar una vuelta, que ya es de noche —dice Alex—. Hay que cumplir la predicción de hoy.

    —Eso, que luego se te pasa y te da pereza —dice Lydia.

    —Me tenéis mareado… —digo.

    Pero no voy a discutir mucho más. Noto que todo lo que se dice rebota bastante en mi cabeza. No proceso. Además, cuando no grita uno, se ofende el otro, o se pone digna la otra. No quiero seguir escuchando esas cosas, ni tampoco quiero hablar de las predicciones. Pensar en la hoja del calendario me genera rechazo.

    En cambio ahora, por la noche… Noto un ambiente especial. Es una noche de invierno muy tranquila, con las luces de Navidad todavía puestas, y un ambiente que, aunque frío, se me hace muy cálido.

    Quiero olvidarme del calendario. Podría hacerlo… Podría dejar que simplemente las predicciones se cumplan, y ya, pero… Tengo la sensación de que yo tengo que poner de mi parte. De que tengo que hacer que se cumplan las predicciones o, si no, alguien sufrirá.

    Pero estoy tan cansado… Necesito descansar. Necesito que dejen de llegar los calendarios. Quiero que alguien se acerque a mí y me diga “soy el responsable de todo lo que te ha pasado desde marzo, y esto es lo que quiero de ti”. Que se acabe cuanto antes.

    Camino hacia el parque, y veo que hay solo una persona, sentada en un banco… Llorando.

    Me acerco un poco más para ver si es alguien que conozco.

    —Vaya… —digo.

    Jordi levanta la cabeza. Tiene los ojos rojos. Nunca había visto llorar a Jordi. Se ve muy vulnerable…

    —Izan… ¿Qué haces aquí?

    —No vivo muy lejos.

    —Es verdad… Nunca recuerdo que te has cambiado de casa. Lo siento, no quería que me vieras así.

    —¿Cómo que lo siento? Ni que este parque fuera parte de mis propiedades o algo así.

    Jordi ríe un poco.

    —Sí… Lo siento si te incomoda que llore y ahora no sabes qué decir. Iba a decirte eso, pero me he dado cuenta de que es una de esas frases mías que suenan fatal, y por eso he reculado un poco. No me hagas caso.

    —No te preocupes por eso. Tú llora lo que tengas que llorar.

    Me siento a su lado. Tiene razón en que no sé qué hacer en estos casos, aunque sigue siendo algo más tranquilo que seguir discutiendo sobre las predicciones con mis tres compañeros.

    —¿Puedo preguntar qué te ha pasado? —digo.

    —Puedes. Claro que puedes. Lo que pasa es que no te quiero aburrir con mis historias.

    —No te preocupes. Hoy tengo tiempo libre.

    —No, no. No te quiero molestar.

    —Jordi. Si no quieres contármelo, no pasa nada. No tienes obligación.

    —No es eso… —dice, tapándose la cara con las manos—. Es solo que… No me gusta contar mis problemas. Siempre que lo he hecho, me he quedado con la sensación de que la persona que me escucha cree que soy un niño mimado, que vive del dinero de sus padres y que no sabe lo que es un problema de verdad. Por eso, cuando me siento así, me escondo y procuro que nadie me vea.

    —¿Qué dices? A cada persona le duele lo que le duele. A ver, no creo que estés así porque te han regalado el segundo mejor coche, en lugar del primero, ni nada de eso, ¿no?

    Jordi deja caer los brazos y la cabeza, y se ríe.

    —No, no… Tranquilo. Es un tema de relaciones.

    —Ah. Pues de eso sé. No de relaciones, claro, si no de llorar por sentirme idiota en las mismas.

    —Anda que… Cómo estamos, ¿eh? —dice Jordi, secándose una lágrima y mirándome con complicidad. Creo que es la vez que he estado más cómodo con él.

    Me cuenta la historia de su vida, y yo escucho con atención sin agregar mucha cosa, dejando que se desahogue todo lo que quiera.

    Por lo visto, ha tenido varias relaciones en las que siempre ha tenido problemas muy extraños, o ha sido malinterpretado, o ha hecho daño sin querer. Por ejemplo, lo de Estrella y Lydia, lo único que quería era ser amigo de las dos, pero es verdad que cada una le gustaba a su manera, y siente que estropeó muchísimas cosas con ellas. También ha estado con otras chicas que no conozco y, por lo visto, en fin de año cortó con una porque se fue con un conocido suyo.

    —Es normal estar así si te ha pasado eso…—digo.

    —Ya… —dice él, poniéndose de pie—. Pero no es solo eso. Es que ya me he cansado de buscar relaciones. Tampoco es que haya querido a ninguna de verdad… Salvo a una. Hay una que sí. Y me encantaría volver con ella…

    —¿No puedes hacerlo? ¿Es un camino sin salida?

    —No quiere volver conmigo. Me lo ha dejado muy claro.

    —¿Sabes? Yo también he buscado siempre eso de estar con alguien, y más a mi edad, que ya ves a mucha gente de tu alrededor con pareja estable y la vida encarrilada. Pero… Después de hacer daño a varias personas que no se lo merecían, y de que alguna suelta me hiciese daño a mí… Creo que es el momento de trabajar en la idea de que no hace falta estar con nadie para estar completo.

    —Pues eso es lo que digo, Izan… Que no quiero seguir buscando el amor.

    —No digo eso. Es un punto intermedio, ¿sabes? Trabajar en… Aceptar, digamos, la idea de estar solo, ¿sabes? Y que eso esté bien. Pero dejar la puerta abierta a conocer gente y tener una relación, sin que tu miedo a otro fracaso lo estropee. Ser más flexible… ¿Entiendes?

    —Ya… Bueno, es que no es tan fácil, ¿no?

    —Claro que no. Por eso he dicho que es algo en lo que hay que ir trabajando. Estamos a dos de enero, así que es un momento perfecto para hacer propósitos de año nuevo y todo eso. Oye, ¿quién sabe?

    —Hombre, me lo vendes de una manera, que como para decirte que no…

    —Es que hoy estoy inspirado. Creo que tendré que dar más paseos nocturnos, que me expanden el cerebro o algo así.

    Jordi vuelve a reír. Luego me choca la mano y me termina dando un abrazo.

    —Perdón —dice—. Me ha salido solo.

    —No pasa nada. Todo bien.

    —Muchas gracias, Izan. Me has dado cosas en las que pensar.

    —Qué va… No ha sido para tanto.

    —Para mí, sí. Muchas gracias, tío. ¡Y feliz año!

    —¡Feliz año, igualmente!

    Jordi se va. Creo que lo he animado un poco.

    Me siento bien. El paseo me ha sentado genial, y este encuentro que no estaba programado en el calendario, también.

    Parece que no se me da mal dar consejos sobre relaciones, o sobre el amor propio.

    ¿Sabré darme buenos consejos a mí mismo también? Eso creo que es un poco más complicado…






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