Capítulo 21
Reunión de vecinos
“No puedo expresar la pereza que me da esto.
Oye, el simbolito raro que tiene este día… ¿Qué es?”
Al volver del trabajo, me encuentro con Estrella por la calle. Tal y como dijo, suele rondar la zona de la cafetería de la semana pasada cada martes.
—Perdón por no acercarme a saludar el otro día —me dice.
—¿Cuándo?
—El sábado nos vimos de lejos en el mercado.
—¡Ah! Es verdad. No pasa nada.
No me acordaba. El sábado me centré demasiado en Abril.
—Y perdón por irme de forma tan abrupta el martes pasado.
—No te disculpes tanto, por favor. Si no nos conocemos casi.
—Lo sé, pero yo fui la que te dio a entender que quería tener una charla contigo, y luego nunca tengo tiempo de tenerla. Estoy segura de que el martes que viene me será mucho más fácil. Hoy tengo cosas que hacer.
—No paras.
—No paro… —Estrella da un sorbo a su vaso reciclable, no sé de qué bebida—. Oye, ¿quieres que nos demos el contacto?
—Vale, por qué no.
Estrella y yo intercambiamos nuestros contactos. Yo apunto su nombre con el emoji de una estrella y el de una bola de cristal. Aunque nunca la he visto con ese objeto, me encaja con ella.
Poco después de despedirnos y de volver a mi casa, me envía un enlace con un relato. Me explica que hoy empieza la temporada de Aries en el zodiaco, y que es el primer signo de los doce. Después de hacer una búsqueda rápida en Google, confirmo que el símbolo que aparece el día de hoy en el calendario es el símbolo de Aries.
Estrella me explica que son relatos de un escritor que le gusta, y que saldrá uno el primer día de cada signo. Al parecer, son relatos que utilizan a personajes con la definición popular de la personalidad de su signo. Además, cada relato tiene como empaque referencias a la mitología o las estrellas de su constelación.
Dice que me lo pasa por si me gusta leer, porque le gusta recomendar a ese autor. A mí me gusta leer, pero es verdad que cada vez lo hago menos, así que es una buena oportunidad.
Al llegar a casa, abro el enlace de nuevo para leer el relato de Aries.
Después de leerlo, todavía me queda tiempo antes de la reunión de vecinos. Ese tiempo lo paso chateando con Estrella sobre el relato, y con Abril sobre lo mismo, ya que le he pasado el enlace por si le interesa, siendo ella del signo de Aries. Me pregunto si Estrella ha usado sus poderes de bruja para saber que me gusta una chica Aries, y por eso me ha pasado esto, para tener todavía más cosas de qué hablar con ella. No creo, ¿no?
Por fin es la reunión de vecinos. El problema de las reuniones es que, si se deben votar cosas, siendo solo seis viviendas, mi tío Mateo tiene tres votos, ya que es propietario de todos los pisos del lado derecho del edificio. Se llegó al acuerdo de que, si alguna vez todo el edificio está a favor de una cosa, y él está en contra, aunque el resultado técnico sería empate, se desempataría a favor del resto de la comunidad. Era algo justo, pero el tío Mateo tardó en entenderlo. Eso sí, la excepción a esa norma es si lo que se está votando implica gastar bastante dinero por vivienda, ya que él tendría que pagar el triple. Por lo demás, si hay alguna de discrepancia en la votación, su voto será siempre el que más cuenta.
Por otro lado, él nunca viene a estas reuniones, ya que vive en una residencia. Me dijo que no le quedaba más remedio que dejarme su voto a mí, pero que le avise dependiendo de cuáles son los puntos del día por si prefiere votar él. Ya me dirás para qué quiere hacerlo si no vive aquí.
La reunión ocurre en el portal. Nos reunimos todos de pie, y por lo general son reuniones tranquilas. El presidente de la comunidad, el doctor Gabriel, dirige la junta con mucha calma. Los ancianos del segundo primera, Santiago y Ángela, pasan casi toda la reunión callados, sobre todo él. Mi profesor Rafael es el que más interactúa con lo que el presidente tenga que decir. Desde el punto de vista más técnico, los demás no necesitamos acudir a la junta, ya que somos alquilados. Sin embargo, tanto Aaron, como sus dos compañeros, como yo mismo, estamos ahí de oyentes. Aaron es el que más habla pese a que no tiene ni voz ni voto. Aunque fue Gabriel el que los invitó a venir si querían, puede que se arrepienta en más de una ocasión.
—Es que, a ver, yo solo digo que, si nadie usa el ascensor, solo un vecino, es tontería que gastemos todos para arreglarlo, ¿o no? Y especialmente los del primero, vamos —dice Aaron como si él fuese un propietario más al que le preocupa el dinero.
—¡Pero si tú no tienes que pagar nada! —le contesta su compañera de piso, riendo.
—Pero protejo los intereses de nuestro venerable casero —dice Aaron fingiendo un tono solemne, pero aguantando la risa.
—Creo que no lo estamos tomando muy en serio —dice el presidente—. Izan.
Me sobresalto. No he visto venir que me nombraría mientras le respondía al otro.
—Ah… ¡Dime!
—El tema del ascensor debería decidirlo tu tío. Él pagaría multiplicado por tres, pero tiene una edad en la que, si quiere ir a uno de los pisos, o a visitarte, tal vez necesite un ascensor en condiciones.
—¿Mi tío? ¿Venir a visitarme? Lo dudo mucho. Además, no creo que quiera pagar por tres. Me parece que su voto sería que no.
—Entonces, ¿el ascensor solo lo estoy usando yo? —dice mi profesor.
—Eso parece —contesta Gabriel.
—Pero si se arreglase, nosotros lo usaríamos más —añade Ángela—. A nosotros es que nos da miedo. Suena mal. Pero mis rodillas ya no son lo que eran, y las suyas menos —dice señalando a su marido, que está, pero no está.
—Deberías llamar a tu tío, Izan —dice el presidente.
—Yo si quieres lo llamo, pero me dirá algo así como: no pienso pagar el triple que los demás por un ascensor de un sitio en el que no vivo. ¿Para eso me llamas?
—Tiene muy malas energías tu tío… —contesta el otro chico que vive con Aaron y con la otra. No me acuerdo de como se llama tampoco.
—Si estás muy seguro, lo más probable es que no podamos cambiar el ascensor —dice el presidente—. Yo voto nulo, porque no lo voy a utilizar, pero quiero que sea la mayoría quien vote. Pero si el señor Mateo vota que no a renovar el ascensor, entonces estamos dos a tres.
Sin pensármelo mucho, aunque me imagino que contestará con algún comentario cortante, llamo por teléfono a mi tío. Él vive en la planta baja de la residencia, donde tienen autonomía como para tener teléfonos móviles y salir a pasear cuando quieran. Cuando no me responde es porque no quiere. Pero, por desgracia, hoy sí que me responde.
—Qué pasa —me contesta, como si le hubiese molestado en algo muy importante.
—Hola. Estamos en una reunión de vecinos, y queremos votar por remodelar el ascensor.
—Pásame con Gabriel.
—Vale —no le digo que está el altavoz conectado y que todos le oyen. Gabriel entiende eso, y le hace una señal a los demás para que nadie hable.
—¡Hola, señor Mateo!
—Escucha. Me he olvidado de decirte que he vendido el segundo segunda. Los que se mudan llegan el fin de semana creo. Ahora yo tendré dos votos, pero creo que a ellos les interesará saber qué pasa o si tienen que pagar.
—Vaya. Gracias por avisar —a Gabriel le molesta no haber sido notificado antes, pero lo disimula bien—. ¿Qué tipo de vecinos son? ¿Crees que necesitarán el ascensor?
—Lo que yo crea da igual. Son ellos los que tienen que votar, ¿no?
—Tiene usted razón, señor Mateo. Era simple curiosidad.
—Son un matrimonio de unos treinta y pocos. Tienen una hija que tendrá diez años o menos. No tengo ni idea de si querrán usar el ascensor o las escaleras.
—Vale, muchas gracias. Haremos la reunión otro día para que los nuevos también puedan votar.
—Pues muy bien. Adiós.
La reunión termina tratando unos pocos puntos triviales más, como el seguro del edificio o el estado de la azotea. Antes de subir, Aaron se me acerca.
—Izan, vaya ojeras. ¿Estás bien o qué?
Sabía que alguien lo comentaría. No me han hecho punto del día de milagro.
Al llegar a casa y sentarme en el sofá, miro el calendario. Mañana es el día. No me lo quise creer cuando lo leí, pero después de tres semanas enfrentándome al calendario, ya no puedo dudar. Mañana, Frank sale de la cárcel.
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