Capítulo 238
Pego a Enzo
“El Izan que escribe este calendario no ha visto bien a Enzo,
y ahora me lo tengo que comer yo. Si es que, de verdad… Así me va.
No me extraña que la predicción de mañana sea en el hospital.”
Por la mañana no pasa nada destacable, salvo que me miro al espejo varias veces para ver mi cara tal y como la conozco por última vez, y para preguntarme a mí mismo por qué hago las cosas que hago. Es una pena, porque por fin estaban dejando de notarse del todo las quemaduras, y ahora me van a partir el rostro de nuevo.
Por la tarde salgo a comprar algunas cosas (sabiendo que eso es lo que no tengo que hacer si quiero evitar a Enzo), y me encuentro con Saúl, que está agobiado y cansado.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Sí… He tenido unos problemas.
Ahora entiendo mejor a qué se referían al decir que se notaba a Saúl mucho más descansado y con menos ojeras el otro día. Madre mía cómo viene hoy…
—Oye, Izan… Tengo que pasar por el gimnasio.
—Ah, bien. ¿Para qué? Si se puede preguntar…
—He tenido una discusión con Enzo, y me gustaría arreglarlo.
Ah, genial. Ahora es Saúl el que se discute con Enzo. ¿Y qué pasa? ¿Me pongo de parte de Saúl al punto de que quiero pegar a Enzo para defender el honor de mi casero? Eso no tiene ningún sentido.
—¿Me puedes acompañar? —pregunta Saúl, y aquí tengo que ser realista… Si digo que no, a lo mejor la pelea ocurre en mi casa, y casi que prefiero que mi hogar, por ahora seguro, no se involucre en esto. Además, tengo mucha curiosidad. Pero es que no quiero… ¿Qué hago?
—¿Crees que se pondrá violento? —pregunto.
—Ni idea. Creo que viene molesto de antes, porque no es normal cómo me ha tratado…
—Ah, genial… Genial, sí. Pues venga, vamos.
Llegamos a la puerta del gimnasio. Aquí es donde mi instinto de supervivencia me dice que no voy a dar un solo paso más adelante. Que aquí termina mi labor como acompañante. “Ánimo, Saúl”, me gustaría decir. Pero todo eso da igual, porque es el propio Enzo el que, al verme por la ventanita de su despacho a pie de calle, sale corriendo a recibirme.
—¿Qué hace usted aquí? —pregunta, muy cabreado, muy musculoso y muy alto. Me está mirando a mí.
—Hola… Vengo a acompañar a Saúl. Pero no iba a entrar.
—¡Más le vale, bonito! ¿Va a seguir jugando con los sentimientos de Abril?
—¿Qué? No, no estoy aquí por eso…
—Pero sabe bien de lo que le hablo, ¿verdad, amiguito?
—Sé que Abril y yo podemos llevar ese tema sin que nadie se tenga que meter —digo, y no sé de dónde saco el valor para hacerlo.
—Ah, muy bien. Muy bonito. Es igual que él. Una mala persona que abusa de la gente de su confianza.
—¿De qué hablas? ¿Soy igual que quién?
—Que su amiguito, basura. Frank el convicto.
—¿Qué has dicho? ¿De qué conoces a Frank?
—Usted es igual que Frank. Usted y Frank son dos malas personas que hacen daño a los demás y no les importa nada.
—Frank no ha hecho eso en la vida —digo, y me está empezando a importar poco que este capullo mida dos metros.
—Claro, para ustedes es fácil. Ahora se pondrá violento, ¿verdad, amigo? Como Frank. La misma basura, los dos. Estoy harto de gente así. En mi gimnasio no entra más.
—¿Me puedes decir qué ha hecho Frank? —pregunto.
—No pienso perder mi valioso tiempo, bonito, hablando de un convicto que tendría que estar en la cárcel. Ahí es donde tendría que estar. Y usted bien escondidito en su casita.
Frank nunca, por ningún motivo, debió pisar esa cárcel, y mucho menos dos veces. Una de las pocas cosas en el mundo que no pienso tolerar jamás es que alguien diga que sí se lo merecía.
Enzo se da la vuelta y se empieza a ir.
—Eh —digo—. Retira lo que has dicho de Frank.
Enzo se gira, me mira de arriba abajo y sonríe. Se acerca a mí, demasiado cerca de mi cara, y me habla, echándome el aliento encima.
—¿Acaso se pondrá violento? No lo creo, ¿no?
—Retíralo —insisto.
—Claro —dice—. Frank no debió pisar la cárcel… Debió entrar arrastrándose como gusano.
Sin darme cuenta, tal y como dice la predicción, pego un puñetazo que aspira a llevar todas mis fuerzas contra la cara de Enzo. El golpe ha impactado bien, y la cabeza de Enzo ha recorrido un buen trecho hacia un lado. Sin embargo, le ha dado igual. Ahora me vuelve a mirar, pero mucho más serio.
—Igual de violentos… —dice—. No se acerque más a mi gimnasio ni a Abril, ¿queda claro?
—Retíralo —digo otra vez.
Enzo me mira con incredulidad. No se cree que siga diciendo eso incluso después de darle un puñetazo y que no me lo devuelva.
Al final se cansa de ser tan diplomático y me pega un puñetazo en el estómago.
Noto como si todo el planeta se hubiese dado la vuelta varias veces. No tiene ninguna clase de sentido el golpe que me acaba de dar.
Creo que voy a vomitar. Estoy mareado, y noto casi como si me hubiesen hecho un agujero en el estómago. Al final ha tenido que pasar… Soy yo el que se va al hospital mañana…
Pero este capullo no lo ha retirado… Quiero que lo retire…
—Retíralo… —repito, tosiendo y mirando al suelo.
Veo los pies de Enzo. Se están acercando a mí. Me va a caer otra. No sé si aguantaré vivo. Mañana me despierto en el hospital, seguro.
Cierro los ojos esperando el segundo golpe de Enzo.
No llega, pero escucho ruidos y movimiento.
—¡¿Qué hace?! —grita Enzo.
Yo, muy poco a poco, miro hacia arriba para ver qué está pasando.
Hay alguien frente a mí. Me está protegiendo. No es Saúl, porque lo veo a un lado, mirando la escena, paralizado.
¿Quién es? Es casi tan grande como Enzo…
—Pídele perdón —dice la persona que está delante… Esa voz es… Es la voz de Frank.
—Hay que tener valor para venir aquí —dice Enzo.
—Pídele perdón a Izan por ese golpe.
—Él se lo buscó —dice Enzo—. ¿No me cree? Pregúntele a él.
—Si no le pides perdón, acabarás suplicándome. Lo acabarás haciendo, Enzo… Sabes que no te miento.
¿Frank conoce a Enzo…? Nunca me dijo nada cuando comentamos el calendario de este mes…
—No pediré perdón a nadie —dice Enzo.
—Muy bien, ya me has calentado —dice Frank, y se empieza a quitar la cazadora.
—¡Espera, pausa! —dice Saúl, interponiéndose entre los dos—. Ya está, ¿no? No me entero de nada de lo que pasa, pero estamos todos muy nerviosos. Si ahora dos titanes como vosotros se pelean, vendrá la policía como mínimo, y los dos acabaréis muy mal. Dejémoslo aquí, anda.
—Usted también está raro hoy, Saúl, amigo —dice Enzo—. Está impertinente.
—Enzo, por favor… Creo que sería problemático para ti armar una buena delante de tu gimnasio. Los clientes no lo verán con buenos ojos.
—Claro. Saúl tan inteligente como siempre —dice Enzo—. Pues dígale a sus amigos que no se acerquen más aquí.
—¿Te vas, cobarde? —dice Frank.
—¡Enzo, no le hagas caso, por favor! —grita Saúl.
Enzo mira muy mal a Frank, luego mira a Saúl, y finalmente da media vuelta y entra en su gimnasio.
—¡Estás mayor para estas mierdas, Enzo! —grita Frank. No entiendo qué relación tienen… No entiendo nada.
Frank y Saúl se miran. Frank lo está mirando muy mal. Saúl agacha un poco la cabeza, pero mantiene una cierta determinación. Su expresión parece que diga “tenía que hacerse así, te guste más o te guste menos”.
—Frank… ¿Qué haces aquí? —pregunto.
—Hoy, de milagro, he recordado quién es Enzo. No lo conocía por el nombre, por eso no te dije nada. Al acordarme he venido corriendo a pararos. Por lo de la predicción. Ese Enzo es peligroso y está loco.
—¿Por qué…? ¿De qué lo conoces…?
—Es el hermano de Lucía, de tu exvecina.
—¡¿Qué?! —no me jodas… Tengo un imán para odiarme con esa familia.
—Enzo, cuando se obsesiona con alguien, lo hace de una forma que… Da miedo. Se vuelve sobreprotector a un nivel enfermizo, violento y sin sentido. Es posible que esté obsesionado con tu amiga Abril. Joder, Izan… No tendrías que mezclarte con alguien como él. Está loco.
—Espera, el hermano de Lucía… Entonces… ¿Está metido en…?
Frank me mira para indicarme que no hable más de la cuenta. No querrá que hablemos según qué cosas delante de Saúl. Este, por su parte, entiende la situación y decide volverse a su casa.
Cuando nos quedamos solos, Frank me explica que Enzo está conectado con personas de la mafia, pero que no tiene ninguna prueba de que haga nada más que trabajar en el gimnasio y relacionarse con alguna de las personas clave. Es muy amigo de Lucas, por ejemplo.
—Espera… —digo—. ¡De eso me sonaba! ¡Enzo es el calvo musculoso que estaba sentado con Lucas una vez en el mercado! Cuando cortaron Lucas y Lucía. Los vi tomando algo…
—Enzo siempre ha estado obsesionado con Lucas. Es su protegido. Por eso me odia, por lo mal que he tratado siempre a Lucas. No entiendo la relación de esos dos… Lucas parece un niño pequeño cuando está con Enzo. Me descoloca una barbaridad, Izan… Me descoloca muchísimo. Cuanto menos nos mezclemos con Enzo, mucho mejor.
—Si Lucas luego volvió con Lucía como si nada, a lo mejor fue porque Enzo le ayudó… Hostia, entonces es el tío de Flora. Espero que nunca se le ocurra hacerle daño.
—Deja ya de pensar en Enzo, Izan. Déjalo ya. Bastante tienes con lo que tienes, ¿no?
—Sí… Tienes razón. Lo siento. Y muchas gracias por ayudarme, Frank…
—¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve al hospital? Mañana es la predicción del hospital, ¿no?
—Ah… Pero sí, creo que estoy bien. O sea, me duele muchísimo, pero me estoy recuperando más rápido de lo que pensaba.
—¿Seguro que no quieres ir?
—Por ahora, no. Ahora quiero ir a casa.
—Vale… Joder, Izan, te metes en cada berenjenal…
—No lo puedo evitar —digo, riéndome un poco, pero tosiendo en realidad.
Frank me acompaña a casa y está un rato conmigo. Me siento mucho más seguro si está aquí.
Maldito Enzo… Lo odio. Lo odio muchísimo. Hermano de la enemiga de los gatos tenía que ser… Seguro que los odia también.
Creo que se acabaron mis aventuras en el gimnasio. Fue breve pero intenso.
Mañana al hospital… Espero que no para mí, porque querría decir que tengo algo roto por dentro y todavía no soy consciente de ello. Pero, entonces… ¿Para qué voy al hospital?

Komen