Capítulo 239
Vamos al hospital
“Yo estoy bien. No me he roto nada pese a lo de ayer, o eso creo.
¿Me estaré rompiendo por dentro?”
Paso toda la mañana preocupado por la predicción. Estoy bastante convencido de que, de repente, se empezarán a desmontar cosas dentro de mi cuerpo por el puñetazo de Enzo. Tendré derrames internos y habrá que ingresarme de urgencia o algo así.
Por la tarde la cosa sigue igual. No sé para qué tengo que ir al hospital ni sé nada. Yo estoy bien, por ahora. ¿Tendré que ver a alguien? ¿Alguno de mis amigos está ingresado?
Sobre las ocho de la tarde es cuando recibo una llamada que pondrá fin a estas dudas. Es una llamada de Anna. Dice que Oliver está ingresado y que quiere hablar conmigo del tema.
¿Qué le ha pasado a Oliver? ¿Será por lo de los mareos?
Me dice en qué hospital y habitación es y corro hacia el siguiente autobús que me dejará más cerca.
Entro en la habitación. Solo están Anna y Oliver. Ella lleva un pañuelo cian. Él está en una cama con las manos en la cabeza y el rostro escondido en la almohada.
—¿Qué ha pasado? —digo, sin quitarle el ojo a Oliver.
—Ha ocurrido mientras estábamos tomando algo. De repente se ha mareado, cosa que no es nueva, pero el mareo iba a más. Le empezaba a doler la cabeza y no conseguía mantenerse estable. Entonces… Ha sido horrible.
—¿El qué…?
—Se ha agarrado la cabeza con las dos manos y se ha puesto a gritar. Ha gritado con todas sus fuerzas, Izan… Creo que se ha tenido que hacer daño en la garganta… Nunca había escuchado a nadie gritar así… No me lo quito de la cabeza.
Le doy un abrazo a Anna. Está fatal.
—¿Está mejor…? —pregunto.
—No lo sé. Ha gritado durante mucho, muchísimo rato… Y no ha sido hasta poco después de llegar aquí que se ha calmado, pero ahora no quiere mostrar la cara ni quitarse las manos de la cabeza. Dicen que está despierto, pero no habla con nadie ni se quiere mover.
Miro a Oliver. Sigue en la misma postura. Me acerco para probar suerte.
—Oliver… Soy Izan. He venido a verte. ¿Puedes hablar?
No hay respuesta.
—Está así le digas lo que le digas —dice Anna.
—¿Quieres que avise a Hugo? —pregunto, mirando a Oliver. Sigue sin contestarme.
Anna me hace una señal para que hablemos fuera de la habitación, así que la acompaño al pasillo.
—Lo ves, ¿no? —dice.
—Está fatal… —digo.
—Pero has visto lo lejos que han llegado sus mareos, ¿no? No podemos seguir mirando para otro lado, Izan.
—Tienes razón.
—¿No crees que tendríamos…?
Anna no termina la frase. Está mirando con los ojos muy abiertos detrás de mí. Está conteniendo la rabia. Me giro para ver qué le provoca esto, y lo que veo no me sorprende lo más mínimo.
—¡Tú! —grita Anna.
—No grites… —contesta Nora—. Estamos en un hospital.
—Tú sabes lo que son esos mareos. Tú lo tienes que saber. ¿Has visto lo que le ha pasado? ¿Era esto lo que queríais?
—Perdona, Anna… Yo no quería nada de nada. No me culpes de lo que no entiendes —dice Nora, muy seria.
—Pero lo sabes… Tú lo sabes.
—Puede que lo sepa o puede que no lo sepa. Pero lo que sí tenemos que estar de acuerdo, Annita, es en que tú no tienes que meterte en esto.
—Pues no. No estoy de acuerdo, vamos. ¿Cómo voy a estar de acuerdo con eso?
—Otra vez estás levantando la voz… Será mejor que hablemos fuera.
Anna acepta, imagino que porque quiere dar rienda suelta a toda su rabia. Yo las acompaño. Por el camino, Nora se dirige a mí.
—Hola, no te he saludado —dice con su clásica sonrisa tranquila y malvada.
—Pues ya está hecho. Puedes seguir caminando —contesto.
—Qué rudo… ¿Lo haces para impresionar a Anna?
Nunca lo he pensado mucho ni hemos hablado de ello, pero es muy posible que Nora sepa más de lo que me gustaría sobre mi “relación” con Anna, ya que tiene muchísima información del calendario y de cosas que ni yo sé. Por eso ahora está usando su nuevo juguete para molestarme… Mi relación con Anna. Es odiosa, por mucho que a veces me haga creer que no.
Una vez fuera, continúa la conversación.
—Escucha, Anna. Si hay algo que se pueda hacer para evitar lo que le pasa a Oliver, te aseguro que lo haría —dice Nora.
—¿Me lo aseguras? ¿Qué garantía es esa? Para empezar, ¿tú quieres a tu hermano? Porque me da a mí que poquito.
Nora mira muy seria a Anna. Tarda un poco en contestar, en un silencio que se hace insoportable.
—Izan, ¿le puedes decir a tu amiga por qué me parece tan miserable su comentario?
Anna me mira.
—Nora adora que la critiquen por cosas que es, por horribles que sean… Pero no soporta que la critiquen por cosas que son mentira. Le da rabia porque considera que esa persona no tiene ningún derecho a decirle nada, ya que no estarías criticando a su versión real, solo a una versión ficticia que no existe.
—Oh, Izan… Qué bien te explicas —dice Nora, fingiendo emocionarse muchísimo—. Buen chico.
—Cállate. Me estás hablando así porque te divierte incomodarnos, y no me hace ni puta gracia.
—¿Ves? Eso es verdad. Izan sabe casi siempre cómo criticarme y por qué.
—Escucha, Nora… —dice Anna—. Te puedo asegurar que me importa tres cojones lo que te moleste y lo que no. Te critico con lo que me da la gana porque tú te empeñas en demostrarle a todo el mundo que eres muy mala persona. Si te da rabia que te critiquen por cosas que no son las que tú quieres, pues te jodes, porque sigue siendo culpa tuya que la gente piense mal de ti. Así que, si yo quiero pensar que tú no quieres a tu hermano, pues te aguantas, porque esa es la imagen que has elegido dar, vamos…
Nora no es capaz de contestar. Su expresión es similar a la que puso una vez que Alex la dejó igual de mal. Creo que Anna ha conseguido dar en la fibra.
En mi cabeza resuenan las palabras de Alex, diciéndome que me fije en estos momentos, que me servirán para no mitificar a Nora.
—¿Qué quieres, Anna? Sobre lo de Oliver. ¿Qué me quieres pedir?
—¡Pero si te lo he dicho! Quiero que me digas lo que pasa. Quiero que me expliques a mí y a los médicos por qué se está mareando. Quiero que colabores por la seguridad de tu hermano. ¿Es mucho pedir?
—Sí, es mucho pedir.
—¡¿Qué?! —grita Anna, y se quita el pañuelo en un movimiento rápido y contundente para apretarlo con fuerza.
—Te lo estoy diciendo, Anna. Si se pudiera parar, lo haría. Pero no se puede. Tendrás que conformarte con eso.
—Ni de coña.
—Nora —digo yo—. Por lo que estás diciendo, estás admitiendo que sabes lo que le pasa. Aunque no se pueda parar, sí que nos lo puedes decir.
—Pero no lo haré, cariño.
—¿Por qué? —pregunto.
—¡Dilo! ¡Dime por qué le pasa eso! —grita Anna.
—Mira, hacemos una cosa —dice Nora, acercándose a los dos y poniendo una mano en el hombro a cada uno. Los dos nos apartamos, yo poco a poco y Anna de golpe—. Como habéis sido tan buenos amigos de mi hermano, os concederé una cosa que, a mi juicio, sería suficiente para que os calméis.
—No me fio de tu juicio… —digo.
—Peor para ti —dice Nora—. Creedme si os digo que Oliver estará bien. Que después de esto ya no le pasará nada más.
—¿Qué quieres decir…? —pregunta Anna, respirando cada vez con más dificultad.
—En realidad no tengo toda la información, así que no puedo prometer nada… Pero, si todo va bien, no tendríamos que preocuparnos más por su salud.
—¿Por qué? ¿Ya habéis terminado de hacerle lo que tengáis que hacer? —pregunta Anna.
—Yo no lo he hecho nada.
—¡Pues tu madre, o quien sea!
—Anna, cálmate. No te aventures a cosas que no entiendes, ¿vale? Muchas cosas que no comprendes pueden estar ocurriendo… Pero tú solo tienes que entender que Oliver estará bien. Si es porque “hemos parado”, o si es porque lo pararé yo ahora, o si es por algo que ni te imaginas, son cosas a las que no tienes acceso. ¿Vale, Anna? ¿Lo dejamos aquí?
—Pues no. ¡No lo dejamos aquí, vamos!
—Ah… Que no te conformas con eso. Entonces solo quieres saber más para saciar tu curiosidad. No te sirve con que tu amigo esté bien. Qué mal, Anna…
—¿Qué te inventas? No me conformo con eso porque no me fío de ti.
—Entonces tampoco tendrías que fiarte de lo que te cuente, ¿no? Te podría decir que todo esto está ocurriendo porque Oliver, voluntariamente, se ha estado sometiendo a un tratamiento con una especie de drogas, y no te lo quiere decir, porque le da muchísima vergüenza admitir el motivo… Y, en especial, no quiere decepcionarte a ti, su mejor amiga. Ni tampoco a ti —me mira—, el héroe que le devolvió a su papá. ¿Qué me decís de eso? ¿Me lo acabo de inventar o es la verdad?
Ni Anna ni yo somos capaces de contestar a eso.
—No juegues con nosotros… —digo.
—Adiós, Izan. Cuídate. Igual vengo a visitarte un día al trabajo. Seguro que estás muy sexy con la ropa de camarero.
Nora se acerca y me da un beso en la mejilla, y después un par de palmaditas en el mismo sitio.
Mientras se va, Anna grita, desesperada.
—¡No te vayas! ¡Dime la verdad! ¡Tú lo sabes! ¡Tienes que decírmelo! ¡O díselo a los médicos!
Nora no hace ningún caso. Se marcha.
Anna se pone a llorar y yo la abrazo, pero me aparta. Me ha dolido muchísimo que lo haga, pero entiendo que ahora lo que más siente es rabia y ganas de gritar.
—¡Es que no tiene ningún sentido! ¡Dile algo, tú que la conoces tanto! ¡Insiste, por favor! ¡No puede irse así!
—Precisamente porque la conozco mejor es que sé que no me dirá nada… Al menos no así, no por ahora. Tal vez es algo sujeto al calendario, vete a saber… Tal vez está esperando el momento en que sea el propio calendario el que nos dice qué le pasa a Oliver.
—¡¿Y eso cuándo será?!
—Anna, por favor…
—¡Es que es mala persona! Nora es muy mala. Se ha divertido haciéndome daño… Se ha divertido sabiendo que su hermano está así… ¿Por qué? ¿Por qué existe alguien así? ¿Y cómo pudiste estar con ella?
—Yo… Lo siento mucho. Tienes toda la razón.
Tengo un nudo en la garganta. Me ha dolido muchísimo que me diga eso. Pero no soy capaz de quejarme. Todo lo que sea recordarme que he sido un estúpido con todo lo relacionado con Nora, estará bien dicho.
Anna, sin embargo, se da cuenta de cómo me ha sentado, y recula rápido.
—No… Perdón, Izan. No te quería decir eso.
—Pero si tienes toda la razón. Yo también me lo pregunto…
—Pues ya está. No hace falta que te lo pregunte nadie más. No me hagas ni caso. Estoy nerviosísima. Perdóname, por favor.
—No hay nada que perdonar, de verdad.
Anna me da un abrazo. Uno muy fuerte.
Está llorando en mi pecho. Me quedo con ella, abrazándola, el tiempo que le haga falta.
Después, decidimos visitar de nuevo a Oliver, pero sigue igual.
Nos pasamos buena parte de la noche en el hospital. Nos tomamos una tila de la máquina que hay en la entrada.
Sobre las once y media de la noche llega Hugo, avisado por mí. Al llegar él, nos dice que nos vayamos a casa, que ya se quedará él con Oliver y que nos avisará con cualquier novedad.
Anna me lleva en coche hasta casa.
—Perdona otra vez —dice, justo después de aparcar—. Muchas gracias por venir.
—Deja de pedirme perdón, anda —digo, con mi legendaria sonrisa tranquilizadora.
—¿En qué mejilla te ha dado el beso Nora?
—¿Qué? ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Va, dime dónde ha sido, porfa.
—A ver, pues… En esta —señalo la mejilla a mi derecha.
—Vale, era para que no fuera la misma.
Anna me da un beso en la mejilla izquierda. Un beso muy largo. Huele muy bien. No como el olor que nos une, pero huele bien de todas formas.
—La otra mejilla te la lavas a conciencia al llegar a casa, ¿vale?
—Sí… Claro.
Nos despedimos.
Me agarro el pecho.
Creo que ese beso me ha afectado mucho más de lo que me esperaba.
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