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Martes 7 de noviembre de 2023

Joel Soler

Actualizado: 8 nov 2023


Capítulo 252

X Amenazo X

Me amenazan

“¿No podríamos haber tachado la segunda?”



Parte donde yo amenazo


Al principio he pensado que no tenía motivos para amenazar a nadie. El problema viene cuando hay una parte de mí que, siendo sinceros, me cuesta controlar. Con según qué personas, y siempre que en el fondo me crea impune, o que me dé igual qué consecuencia podría tener después, sale a relucir una personalidad bastante “pisoteadora” (como dijo Lydia una vez).

Es lo que me pasa hoy con Ignacio, mi nuevo compañero de trabajo. Ignacio “El Fotocopias”.

Pablo Merino tiene bajo control a mi exjefe, pero hay cosas que no son fáciles de cambiar, y, cuando Pablo no se entera, Ignacio aprovecha para ofrecerme algunas reminiscencias a tiempos más oscuros como, por ejemplo, cuando se acerca por detrás mientras estoy haciendo el diseño de un banner.

—¿Así es como lo vas a hacer? —me pregunta, casi echándome el aliento en la nuca. Qué asco de persona.

—¿No tienes que hacer alguna fotocopia o llevar un café o algo así? —pregunto, sin apartar la vista de la pantalla.

—No, a ver, yo lo digo para ayudarte. En esta empresa no se hacen las cosas así, ¿sabes? Aquí no te puedes dormir como hacías conmigo. Aquí se trabaja. Si lo haces así, irás más lento. ¿Por qué no aplicas una máscara de recorte en lugar de hacerlo manualmente?

—Hoy, con esta imagen, prefiero hacerlo así.

—Pues es una pena, porque…

—Ignazi —digo, girándome hacia él—. ¿No tienes nada que hacer? ¿De verdad?

—Nazi al revés, no te preocupes por eso. Solo intento ofrecer una ayuda constructiva a un amigo.

—Vale, pues ya te he escuchado. Luego, cuando termine el diseño, te aviso para que lo imprimas y veamos qué tal se ve sobre el papel.

—Pero si ese diseño es solo para formato web, ¿para qué lo vas a imprimir?

—Porque sé que te encanta imprimir y fotocopiar. Se te queda una carita más mona delante de la fotocopiadora…

—¿Y vas a gastar tinta solo por eso? Eso es muy feo para la empresa, ¿sabes? O sea, a los jefes no les gustará ni pizca, Izan.

—Escucha, ven un momento —le digo, haciéndole una señal para que se acerque un poco a mi cara y le pueda decir lo siguiente en voz baja—. Ya no eres mi jefe, ¿vale? ¿Sabes lo que eres? Eres alguien que Dana, mi abogada, tiene en el punto de mira. Sabes que, si te pones chulo conmigo, Dana o Pablo harán algo, ¿verdad?

—¿Crees que Pablo hará lo que quieras, capullo? —me pregunta, perdiendo todo atisbo de sonrisa y comodidad.

—Creo que no te la quieres jugar. Creo que sabes que puedo llegar a ser muy cabrón. Seguro que lo sabes, porque, si no fuera así, no estaríamos aquí ahora. Estaríamos en la otra empresa, donde seguirías siendo jefe, o incluso me habrías podido despedir. Pero soy muy cabrón, y, gracias a eso, ahora estás aquí. ¿Dónde crees que estarás la próxima vez que se me ocurra ser un cabrón contigo?

Ignacio se aleja poco a poco de mí. No me dice nada más y se va. Por fin puedo trabajar tranquilo. Qué tío más pesado, en serio.

Bueno. Creo que, sin querer, ya he cumplido la primera parte de la predicción. Aunque ha terminado tachada… Eso no lo entiendo muy bien todavía. Sea como sea, yo no he podido evitar lo de Ignacio. Si no le decía eso, explotaba ahí mismo. Que se joda.



Parte donde me amenazan


Al volver del trabajo, cerca de la puerta de mi edificio, es donde encuentro a la persona que me amenazará.

—Mierda… —murmuro, con el corazón en un puño. Lo que veo me da pánico. No quiero que esa persona esté ahí…

Intento ignorar a la persona que está sentada en un banco frente a mi edificio, comiéndose una naranja. Hago como que no la he visto, pero, pensándolo bien, es lo más tonto que podría hacer.

—¿Vas a pasar de mí? —pregunta Salvador Santalla, masticando su naranja.

No existe ninguna palabra que suene bien contra alguien así. De hecho, no quiero hablar con alguien así. Por eso, en silencio, lo único que hago es acercarme a él y esperar a que me diga lo que me tiene que decir.

Él me mira sonriendo y masticando. Cuando ya estoy justo frente a él, se pone a dar unas palmaditas en el banco para que me siente a su lado.

Me siento. Me ofrece una naranja, y yo declino su oferta.

—Tú te lo pierdes.

Sigue comiendo. Cuando se termina una, empieza a pelar la otra. Va muy tranquilo. Yo sigo esperando en silencio.

—Oye. Es alucinante esto que te pasa con el calendario, ¿no?

—Vosotros sabréis. Me lo está haciendo tu familia.

—¡Hombre! Por fin hablas. Así es más fácil que nos comuniquemos, hombre. Y, para aclarar: no soy yo el que te hace nada. Eso, si acaso, te lo hará mi mujer. Yo no entiendo de calendarios ni magias. A mí no me metas en ese saco.

—Pero quieres decirme algo sobre el calendario, ¿no?

—Bueno, sí. Mi señora a veces me enseña el calendario y me explica cosas. Se ríe, se emociona, no sé. Yo no la escucho demasiado. Soy un hombre ocupado.

Y una mierda. Llevas siete naranjas por lo menos y hablas muy lento.

Salvador me mira de repente. De verdad que me acaba de dar un miedo atroz a que me haya leído el pensamiento en estos momentos.

—¿Sabes lo que pasa? Que no me ha gustado una predicción que sale pasado mañana.

—¿Pasado mañana…?

Intento hacer memoria. Mañana es cuando vuelve Frank, y creo que justo después… Ah, sí. Ya me acuerdo.

—Yo no sé a qué se refiere tu calendario cuando dice que tu amigo Frank se enfrentará a Lucas. Lo que sí sé es que no quiero tonterías. Estoy en un momento muy bueno con los Abad, y, como le pase algo malo a Lucas ahora, te aseguro que me estudiaré tu calendario para saber cuál es el mayor nivel de daño que te puedo hacer sin joder las predicciones esas que dice Olivia que no se tienen que joder.

Estoy paralizado. Solo siento un dolor en el pecho que no me deja respirar, hablar o pensar. No sé qué hacer.

—Asiente si has entendido lo que tienes que hacer.

Asiento. Incluso aunque no lo entendiera, creo que asentiría con tal de no llevarle la contraria.

—Muy bien, niño. ¿Seguro que no quieres? —me ofrece otra naranja, y yo estiro la mano para aceptarla—. Ah, ya decía yo. Pues claro que sí, hombre. ¿No te dije que me traen las mejores de la ciudad? ¡Pues eso! Aprovecha, hombre. Si tú no haces nada feo, y si tu amiguito Frank no hace nada feo, estaremos en buenos términos, ¿sí?

Asiento de nuevo.

Salvador me da una palmada en el hombro y me dice adiós con la mano. Se va.

Me quedo sentado, temblando, con el pecho congelado.

Puedo entender que la amenaza a Ignacio haya sido tachada. Eso ni es una amenaza ni es nada. Esto sí que ha sido amenaza de verdad.

Mañana vuelve Frank… Por fin.









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