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Miércoles 16 de agosto de 2023

Joel Soler

Actualizado: 17 ago 2023


Capítulo 169

Todavía quiero intentarlo…

“Tú lo has dicho, amigo calendario que escribe con mi letra… Tú lo has dicho.”



Por la mañana me preparo junto a Alex la posible charla con Abril.

Me voy a llevar la muñequera que le compré en Madrid. La muñequera que le tenía que devolver si alguna vez lo solucionábamos todo. Hoy tiene que ser el día. Todavía quiero intentarlo…

Quedamos a primera hora de la tarde. Me da un buen abrazo, uno con sentimiento. Eso me hace ver las cosas de forma más positiva.

Al principio hablamos de tonterías, pero hay una expresión que me sorprende. Cuando le cuento todo lo que he hecho con el tema del robo del edificio y la familia de Ángel… A ella se le ilumina la cara.

—¿Qué pasa…? ¿Por qué me miras así…?

—Izan, ¿tú te oyes? —dice con una sonrisa—. Hablas con muchísima confianza. Has tomado mucho la iniciativa, has sido valiente y has confiado mucho en ti. Y eso es lo que me transmites cuando me lo cuentas. ¿Te das cuenta?

—¿Qué? Ah… ¿Sí?

—Hoy estás que irradias luz, Izan…

Al decir eso, me da otro abrazo. Yo siento esperanzas, no solo en que podamos recuperar lo teníamos… Esperanzas en mí mismo. En que de verdad yo esté mejorando. Abrazo fuerte a Abril. Noto que las cosas empiezan a encajar. Noto que es el momento de darle la muñequera y decirle que, ya sea como amigos o como algo más, quiero que estemos bien el uno con el otro. Que volvamos a hacer planes juntos. Que podamos sonreír siempre que nos vemos. Quiero decirle todo eso, pero…

—¿Izan? ¿Estás bien? —dice. No me he dado cuenta del gesto que debo de estar mostrando hasta que me ha preguntado eso. Es un gesto de dolor.

—No… No sé. Sí, no es nada.

El olor. Es el olor. Pero más fuerte que nunca. El olor dulce y agradable. Un olor que viene acompañado con un dolor inaguantable en el pecho. No he podido ocultarlo. La expresión de mi cara es la de alguien que se retuerce de dolor. También estoy apretando con fuerza mi pecho. Es insoportable.

—Me ha dado un mareo… —digo.

—¿Mareo? ¡Si te estás agarrando el pecho! Izan… ¿Qué te pasa?

Le quiero dar la muñequera. Le quiero decir todo eso… Todavía quiero intentarlo… Por favor, esto ahora no tiene que pasar…

Saco de mi bolsillo la muñequera, o esa era la intención. Lo que saco en realidad es… Nada. O sea, me creo que saco algo, pero no estoy sacando nada. Me miro la mano. Noto que debería de haber un objeto ahí. Un… Sí, un objeto metálico. Uno pequeño. Creo que tiene forma de algún tipo de flor. Eso creo. No sé ni de qué estoy hablando. ¿Algo pequeño y metálico con forma de flor? ¿Por qué me creo que debería sacar eso de mi bolsillo?

No es la primera vez que noto algo así. Una vez lo noté. Me miré la mano. Fue… ¿Cuándo fue? Sí… Fue el día que me declaré a Abril. Mi mano buscó todo el rato un objeto pequeño, ligero y metálico. Un objeto que debería estar ahí y ya no está.

—¿Dónde está…? —digo sin querer en voz alta.

—¿El qué? —dice Abril—. Oye… Me tienes un poco preocupada. ¿Has perdido algo?

—Tengo el cuerpo raro. No sé. Para mí que es el calor y que ayer dormí fatal. Es que mis padres se quedaron a dormir en mi casa por sorpresa, y ya te imaginas…

—¿Seguro que es solo eso? ¿Quieres que nos paremos a tomar algo fresquito?

—Pues… No te diré que no.

Lo estoy pasando mal de verdad. ¿Era tan violento y confuso las otras veces lo del olor? ¿Por qué me afecta mucho más hoy? ¿Qué hace? ¿Qué quiere? ¿Qué es?

Lo peor de todo es que no me atrevo a darle la muñequera a Abril. Siento que no puedo hacerlo si no estoy en plenas facultades o, en un mundo ideal, hacerlo solo si entiendo qué es lo que me está pasando.

Al final no consigo nada. No intento nada. Solo consigo dejar de poner caras raras y volver a tener una charla agradable con Abril mientras tomamos algo, pero nada más.

Se tiene que ir pronto de todas formas. Tal vez tengamos una oportunidad de hablar con calma cuando vayamos todos al pueblo de Anna. En ese tipo de viajes siempre se avanza en este tipo de historias, ¿no? Así es como empiezan los amores de verano, pero si la historia viene de antes, a lo mejor es el empujón que nos hace falta para una historia de verdad. Y a lo mejor entiendo un poco más qué me pasa, o por lo menos consigo ignorarlo.

Nos despedimos con otro abrazo. Uno bonito y sentido.

Me quedo mirando cómo se aleja, y veo que tenía prisa porque ya había quedado con otra persona. Es un hombre un poco mayor que yo, creo. Se ve musculoso y enorme. Medirá como dos metros. No sé de qué, pero me suena haberlo visto alguna vez.

Le da un abrazo a Abril y la levanta por los aires y todo. Creo que acabo de sentir algo de celos o de complejo de inferioridad. Como que yo no puedo abrazar así a Abril. No sé, es un pensamiento intrusivo. Solo ha sido un abrazo, no se han besado ni nada, así que no es que Abril se haya echado otro novio y se le haya pasado contármelo, ¿no? Más que nada para no hacerme ilusiones y tal…

Al volver a casa, le cuento todo a Alex, haciendo hincapié en la parte del olor.

—Es frustrante, Izan —dice—. Con todo lo listo que me creo que soy, y me veo incapaz de darle un significado a la cosa esa del olor. Al menos, tal y como me lo cuentas.

—Pues imagínate yo, que llevo con esto desde… Bueno, no me acuerdo. Desde marzo. Desde el día que me enamoré de Abril.

—Hay un olor que no quiere que te enamores de Abril, eso está claro.

—No tanto. Lo he notado algunas pocas veces en situaciones en las que Abril no tenía nada que ver en absoluto. Son muy pocas, pero existen.

—Ya… Joder, mira que son ganas de complicar la cosa. ¡Pues nada! Tendrás que intentarlo otro día. Para la próxima, te mentalizas para luchar contra ese olor y contra las cosas pequeñas y metálicas.

—Lo puedo intentar, pero no prometo nada.

—Oye, pero la cosa metálica esa, ¿de qué tamaño sería?

Le hago una señal con los dedos para decirle el tamaño que creo que tiene. Podría ser el tamaño de una cajita muy pequeña o de el típico cargador de móvil, sin el cable, solo la cajita blanca o negra. Cosas así. Pero pesa menos que esas cosas.

—¿La cajita de un anillo? —dice Alex.

—No, no… Pesa menos que eso. Bueno, en realidad no tengo ni idea. Pero me da esa sensación. Además, tenía forma de flor… Creo. ¡No lo sé! Estoy frustradísimo.

—¡Yo también! A ver. Escucha, Izan —me coge de los hombros y me mira a los ojos muy de cerca—. Cada pequeño atisbo de un tercio de pista que creas que te viene a la cabeza, la comentas conmigo sin falta. No dejes pasar nada. Necesito saber qué es lo que pasa con el olor y con la maldita cosa metálica del demonio. ¿Lo harás por mí? ¿Lo harás por nosotros?

—Sí… Lo haré.

—Vale, bien, genial. Pues nada, no sé qué más decirte. ¿Se te ocurre ya algo sobre la predicción de mañana?

—La de mañana es esa en la que haces justicia o algo así, ¿no?

—¡Exacto! Le tengo unas ganas locas. Yo soy muy justiciero aquí donde me ves.

—No lo dudo. No sé, mañana lo veremos.

—Pues sí… Yo estaré preparado para cualquier cosa.

Por la noche, cuando me acuesto, no paro de pensar en el olor y en la cosa metálica. Y, por algún motivo, tal vez por una especie de sadismo que tenemos muchos seres humanos que tendemos a la autoflagelación más absurda… Decido poner en bucle la canción “Can’t Fight the Moonlight”. La canción que se vincula de la forma más dolorosa con el olor, y no entiendo por qué.

You can try to resist… Try to hide from my kiss… —duele. Duele muchísimo—. But you know, but you know that you… Can’t fight the moonlight.

La escucho toda la noche. Me duele y lloro. No entiendo nada.






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