Capítulo 71
Visito al tío Mateo
“¡¿Pero por qué?! Debería de haber un comodín en esto del calendario
para decidir una vez al mes qué predicción me salto.”
Paso toda la mañana en guardia. No entiendo por qué visitaré a esa persona. Yo no lo he planificado, y mis padres no me han dicho nada. Él tampoco me ha dicho nada. Nadie me obliga y, sinceramente, no lo voy a visitar solo porque el calendario me lo diga.
El tío Mateo es el hermano mayor de mi padre. Siempre ha sido muy serio, como mi abuelo. Tanto mi abuelo como mi tío se han preguntado toda la vida por qué mi padre resultó ser un fracaso a sus ojos.
Cuando mi padre se casó con una persona que era, en esencia, él mismo, pero en mujer, mi familia le terminó de dar la espalda del todo. Por culpa de eso, cuando mi abuelo murió hace seis años, mi padre ni se enteró hasta varias semanas después. Hasta donde yo sé, le importó bien poco.
Hace unos años, mi tío decidió irse a vivir voluntariamente a una residencia. Podía pagarla sin ningún problema, se informó de cuál trataba mejor a ancianos capaces como él y se fue, dejando su piso en alquiler. Uno más, porque ya tenía otros dos en propiedad en ese momento. Él vive de una pensión muy buena, junto con la herencia de mi abuelo y, para rematar, lo que gana de los alquileres. No tiene ningún problema en pagar cualquier tipo de residencia.
Nunca entendí por qué me dejó a mitad de precio el alquiler del piso donde vivo ahora. Mi padre me dice que “¡porque el tío Mateo te quiere mucho, hombre!”, pero eso no se lo cree nadie. Me tolera un poco más que al resto de mi familia, pero sigue siendo insufrible conmigo.
Al salir del trabajo, me llama el número de la residencia. Me piden si puedo ir esta misma tarde en calidad de contacto de emergencia del señor Mateo Robles.
—¿Contacto de emergencia? ¿No era mi padre el contacto? Mírelo bien. Gerardo Robles.
—Sí, disculpe, ese es el antiguo contacto. Su tío nos pidió expresamente que cambiásemos el contacto y que le pusiéramos a usted en su lugar. Izan Robles, ¿verdad?
Mucho había tardado. Mis padres y mi hermano nunca están, así que, si pasa algo, el que está más a mano de la familia soy yo.
Entiendo que ahora soy el contacto de emergencia, pero… ¿Por qué me quiere ver hoy? ¿Le ha pasado algo?
Sin poder pasar por casa, voy directo a la residencia y me acerco a la habitación de mi tío. Me han tenido que recordar cuál es, porque hace bastante tiempo que no me paso por ahí.
Al entrar, lo primero que noto es que huele a rancio. Por lo demás, parece un cuarto bastante arreglado. Mi tío está sentado en una silla bastante cómoda al lado de la ventana, y se ha vestido bien, imagino que para aparentar elegancia o madurez ejemplar o vete tú a saber.
—Hace tiempo que no nos vemos —le digo, y me acerco para darle la mano. Él solo me mira como diciendo: qué saludo más lamentable.
—Si no llego a avisar, tú ni vienes.
—¿Tienes ganas de que venga, tío?
—Me da igual.
—Pues eso.
—¿Has visto lo que he tenido que hacer? —me pregunta. Yo miro para diferentes lados de la habitación, por si me habla de una reforma o algo así—. He tenido que borrar a tu padre del registro de contacto de emergencia. ¿Por qué?
—Bueno, me lo imagino, supongo que porque…
—¿Eh? ¿Por qué? —me interrumpe. No sé si en algún momento ha sabido que yo estaba hablando ya—. Pues yo te lo digo. Porque no puede ser el contacto de emergencia de nadie. Porque tiene más de cincuenta años y se comporta como si tuviera diecisiete. Y su mujer, tres cuartos de lo mismo.
Nunca he entendido esa expresión. Tres cuartos de lo mismo debería ser, entonces, menos que mi padre. Pero lo conozco y sé que ha querido decir que son iguales los dos.
—También es porque viven lejos, y entonces… —empiezo a decir.
—¿Para qué aceptaron ser mi contacto? Te lo tenían que haber dado a ti desde el principio.
—¿Te fías de mí, tío?
—¿De ti? Poco. ¿De ellos? Menos.
—Ah, soy el mal menor.
—De ellos, ¡mucho menos!
Él repite lo que le da la gana, a su ritmo.
—¿Y por qué me has hecho venir hoy? —pregunto.
—¿Ves normal que siempre estén fuera y que me digan que no me preocupe? Ya tenemos una edad. Ellos, y yo.
Siento que puedo decirle lo que quiera, que no me escuchará. Pero seguro que le insulto en voz baja y eso sí que lo oye. ¿Me la juego? No, no… Mejor que no… ¿O sí? No…
—Si mi padre levantara cabeza… ¡Vamos! Ya te digo yo que a Gerardo se le quita la tontería. Pero con tu madre al lado… Bah, a saber. Se alimentan el uno al otro. Son iguales.
—Ya los conocemos. Son así… La clave está en no esperar nada de ellos en absoluto —digo.
—¿Y tu hermano qué? ¿Cuántos años tiene tu hermano? Es que, de verdad, menuda familia. ¡Esta no es la familia Robles que educó tu abuelo! Tu abuelo, Izan, era un hombre de verdad. Un hombre de honor y de familia. Trabajador y respetado por todos. Mira, tú podías contar con él para todo, y él siempre te escuchaba con el mejor consejo. No te dejaba dormirte en los laureles. Te ponía firme y te ibas camino a la solución así —empieza a chasquear los dedos delante de mi cara. Muy pesado—. Tienes que tomar ejemplo del abuelo, no de tu padre, ¿me oyes?
Si quieres ser como tu padre, podrías escuchar mejor o dedicarte a dar consejos en lugar de soltar mierda. Eso me encantaría decírtelo, pero no puedo, pesado, que eres un pesado.
—Sí… El abuelo era guay.
—“El abuelo era guay”—repite, burlándose de mi tono—. ¿Tú te escuchas? ¿Tú eres un Robles?
Pero qué persona tan pesada, por favor…
El tío Mateo se pasa más rato del que puedo calcular criticando a toda mi rama familiar. También ha criticado a algunas personas de la residencia, tanto trabajadores como residentes. Dice que, con excepción de su amigo Rafael, todos los demás son estúpidos o insoportables. Algo tiene el nombre de Rafael que nos da buenas sensaciones a los de mi familia.
—Tu profesor también era decente. Todos los Rafael que he conocido lo son.
Mira, hemos pensado lo mismo.
Mi único rol es escuchar, intentar hablar con poco éxito y, como mucho, hablarle de qué tal están las cosas por el edificio.
—Tío, me tengo que ir ya. ¿Querías algo en concreto?
—¿Qué voy a querer? ¿Era mucho pedir que vengas a ver a tu tío? ¿Te supone un gran sacrificio en tu apretada agenda? Por favor, Izan, que te estoy dejando el alquiler tirado. ¡No abuses!
—No, tío… Tienes razón… ¿Quieres que venga a verte de tanto en tanto?
—Si no sale de ti, no hace falta.
—Que sí, que vendré. Es que tengo muchas cosas últimamente y…
—Es que, si el día de mañana falto, ahí vendrán los lloros. A tus padres y a tu hermano seguro que les da igual, pero tú eres lo más parecido a un Robles que queda. Quiero pensar que tú lo pasarías un poco mal. No quiero que te arrepientas.
Ah, qué considerado. Lo hace por mí.
—Bueno, vete ya. Me está molestando ver tu cara de incomodidad. Además, te pareces demasiado a tus padres.
—No me digas eso, que me hundes…
—Ayúdame a levantarme, que ya mismo sacan la cena. Aquí se cena muy pronto.
—Venga, vamos —le ayudo, no sé para qué, porque él se vale bastante bien, pero cuando estoy yo, hace como que no—. ¿Alguna cosa más, tío?
—No —empieza a hacerme señales con la mano para que me marche, con una expresión molesta—. Vete, vete.
Salgo de la residencia sin una gota de energía. No comprendo a este hombre. Empiezo a pensar que mis padres viajan tanto solo para evitarle.
Repaso de memoria el calendario para volver a recordar qué estaba haciendo con mi vida antes de entrar en ese agujero negro llamado residencia. Mañana es el día en que me declaro, en teoría. No sé si tengo el valor, ya que me veo mucho menos capaz que el domingo pasado… Pero, en caso de declararme, estoy seguro de que el motivo será que me he dado cuenta, con la conversación de hoy, que la vida es demasiado corta como para seguir desperdiciando días así.
Que el día de hoy me sirva de motivación y de lección. Mañana me declaro.
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