Capítulo 351
Me dejo los brazos en una mudanza
“Unas veces me dejo la espalda, otra los brazos… Si esto hubiese seguido, me dejaría otras partes del cuerpo, y eso me daría bastante miedo.”
Frank y yo llevamos toda la mañana intentando comunicarnos con Saúl. No está. No aparece.
Durante la mañana, Hugo me escribe un mensaje para pedirme que les ayude con la mudanza que está haciendo Ángel. No sabía que se estaba mudando. Admito que tampoco recordaba que sí que vivía en algún lugar.
Dicen que necesitaremos a cuanta más gente mejor, así que, además de contar con Frank, también queremos llevarnos a Alex. Lydia no puede porque está trabajando.
Buscamos a Alex, pero no está en casa. Lo llamamos, y no contesta. Le escribimos mensajes, pero no los lee.
—Oye… —digo—. Me estoy empezando a emparanoiar…
—Calma —dice Frank—. Lo de Saúl si que es para preocuparse, pero Alex todavía podría estar volviendo de alguna fiesta o haciendo alguna cosa de deportes o de naturaleza que ha querido hacer dejando el móvil desconectado. No te vengas abajo todavía, Izan… No te vengas abajo, porque nos hundimos los dos.
—Sí… Puede ser…
—Va. Vamos a cumplir con la predicción de la mudanza, y luego vemos qué pasa. Seguro que Alex se ha escapado porque sabía lo que tenías que hacer, y no quería que le pidiésemos ayuda.
—Eso me cuadra… Espero que solo sea eso.
Llegamos hasta la casa donde estaba Ángel. Vive en el refugio que le prepararon a Hugo cuando lo escondimos de Olivia en diciembre. Para cumplir la predicción, Estrella y Nora han hablado para que Ángel se mude a mi antiguo edificio, al tercero primera, que fue la casa de mi profesor Rafael, y que ahora es propiedad de Nora. No sé qué tipo de acuerdo tienen con el tema del dinero, pero Ángel ha aceptado, y está contento de poder vivir encima de la casa de sus padres.
Para la mudanza, estamos Frank, Gris, Hugo, Estrella y yo. En el caso de Gris, que no podrá aportar mucha ayuda física, se ha ofrecido a pagar el alquiler de un camión para llevar todas las cosas de una sola tirada.
Ángel tiene la barba muchísimo más afeitada. Se nota que se ha arreglado para la ocasión. Pancho está como siempre.
Una vez allí, Nora está esperando en el edificio.
—Mira qué dos machotes vienen a ayudar… —dice, mirándonos a mí y a Frank—. ¿Alex no viene? ¿Se ha escaqueado?
—No tenemos ni idea —dice Frank—. Lo hemos buscado por la mañana, pero no está.
—Saúl tampoco —digo—. Pero Saúl lleva más de dos días desaparecido. Tú no sabrás nada, ¿no?
—¿Saúl ha desaparecido…? —dice Nora, con la voz entrecortada.
Frank y yo asentimos. Parece que ella tampoco sabe nada.
Con esfuerzo, y dejándome los brazos por el camino, vamos haciendo todo el proceso de la mudanza.
En uno de los viajes, la señora Ángela me ve.
—¡Cuánto tiempo! —dice—. Míralo, siempre ayudando a subir y bajar cosas. Para arriba y para abajo todo el día.
—Sí… Ya lo ve.
—Pasa a descansar, que te estás rompiendo los músculos. Tú estás muy delgado para tanto trajín, hombre…
—Ya, bueno… Fui al gimnasio, ¿eh? —hasta que el gorila que lo dirige me echó, pero para qué contarle mi vida ahora.
Me siento un rato en casa de la señora Ángela y su marido. Ellos tan tranquilos como siempre. Dicen que se acuerdan mucho de mi tío y de mi profesor. Yo también, incluso con todo lo que está pasando…
Ángel entra un rato después, y me pilla ahí merendando con sus padres.
—Mira dónde te estabas escaqueando —dice Ángel.
—Anda, anda —dice Ángela—. Que lo he invitado yo, que estaba el pobre que no podía más.
—No todos tenemos la potencia física de tu amigo Frank, eso seguro —dice Ángel, sentándose a mi lado en el sofá.
Charlamos un rato. Nos reímos de lo desgraciados que somos todos los de la mudanza por no tener otra cosa que hacer en San Valentín que rompernos el cuerpo con una mudanza.
Parece ser que Ángel explicó toda la verdad a sus padres, a excepción de la parte de la magia, el calendario y demás. Pero saben que formó parte de un grupo para detener a la gente mala que los tenía amenazados. Aunque Ángela y Santiago no entendían muy bien eso, creo que se lo tomaron como que no supieron todo lo que estaba luchando su hijo para arreglar las cosas del pasado.
Según Ángel, antes de aceptar la oferta de Nora, él pidió permiso a sus padres, y estos se emocionaron al saber que su hijo viviría ahí mismo. Al parecer, Santiago incluso lloró. Eso es algo que seguro que nunca admitirá en voz alta. Bueno, ni eso, ni nada, porque sigue igual de callado que siempre.
No quieren saber los detalles. Solo quieren saber que su hijo está bien, que todo ha pasado, que él ha puesto de su parte, y que las personas malas ya no están. Qué pasó exactamente es algo que no quieren preguntar.
Me da un poco de miedo que Pancho viva en este edificio. ¿Y si a Lucía se le cruza ir contra él, ahora que no está Espino? Eso es algo que también tendré que vigilar…
No sé qué me pasa, pero siento que cada cosa que esté conectada al calendario, aunque sea por poco, ahora pasa a ser mi responsabilidad.
Después de este agradable descanso, volvemos al trabajo.
Los demás también están descansando. Hugo está hablando con Estrella y, después de lo de ayer, no parece que tenga mucha facilidad para hablar conmigo.
Frank está con Gris. Últimamente veo a Frank muy animado con él, supongo que porque, para variar, puede intercambiar palabras con una versión de mí que es madura.
Nora en principio estaba por aquí, pero hace rato que no la veo por ningún lado.
Después de terminar toda la mudanza, Frank y yo nos volvemos para casa, y Gris nos acompaña.
—Alex sigue sin dar señales… —digo—. Y ya ni hablemos de Saúl.
—¿Qué pasa con Alex? —dice Gris.
—Lleva sin dar señales en todo el día —dice Frank—. Y Saúl desde hace unos cuantos días más. Estamos preocupados…
Gris se detiene, pensativo.
—Antes he visto a Nora salir corriendo del edificio. Se me ha hecho raro, pero no me ha dado tiempo de preguntarle nada.
—Es verdad —dice Frank—. Nora también ha desaparecido de repente. Se supone que iba a estar ahí con nosotros.
—¡Nosotros le hemos dicho a Nora que Saúl y Alex habían desaparecido! —digo—. ¿Podría ser por eso?
—¿Dices que se ha ido a buscarlos? —pregunta Frank—. Si es así, la voy a llamar ahora mismo.
Por desgracia, Nora tampoco contesta. Y ya son tres personas con las que no nos podemos comunicar.
Se lo contamos todo a Lydia, y buscamos soluciones, pero no hay manera. No se nos ocurre nada de nada.
Conforme pasan las horas, nos sentimos más y más angustiados.
¿Están desapareciendo del mundo? ¿Los han secuestrado? ¿Les ha pasado algo…?
Alex y Nora todavía tienen apariciones en el calendario, así que Olivia no les haría nada que ponga en peligro su vida y su día a día, al menos por ahora. En el caso de Saúl… Me preocupa más.
Por fin, a las doce menos diez, recibo una llamada de Alex.
—¡Alex! —digo, nada más aceptar la llamada.
—Izan, estamos aquí abajo.
Al menos es la voz de Alex.
—¡¿Qué ha pasado?! —pregunto.
—Baja al segundo piso. Estamos en casa de Saúl.
Lydia, Frank, Gris y yo corremos escaleras abajo y llamamos a la puerta de Saúl.
Alex nos abre y nos pide que pasemos.
Al entrar, vemos a Saúl en el sofá, con la mirada perdida. También están ahí Nora y… ¿Pol? ¿Qué hace aquí Pol?
—¿Qué pasa aquí…? —digo.
—¿Se puede saber dónde estabais? —pregunta Lydia—. ¿Y tú qué pintas aquí? —dice, mirando a Pol.
—Ahora os lo contamos —dice Alex—, pero… ¿Puedes intentar que Saúl reaccione? A lo mejor a ti te hace caso.
Miro a Saúl con más detenimiento. Nunca lo había visto así. Otras veces lo he visto con la mirada perdida, cansada o incluso traumatizada, pero esto… Es incluso peor que cuando se quedó atrapado por más de quinientos intentos en la predicción del vaso. ¿Qué ha pasado…?
—Saúl. Soy Izan —digo, sentándome a su lado—. ¿Qué ha pasado? ¿Me lo quieres contar?
—Izan… —dice, con la voz ronca, como si fuera la primera vez que habla en muchas horas—. Izan… No la he cortado… Pero casi lo hago… Y no lo he hecho…
—¿Cortado el qué…?
—Da igual… Se volverá a reiniciar… Pero me alegro de haberte visto… Antes de que todo vuelva…
Es algo relacionado con los reinicios. ¿Qué ha pasado esta vez…?
—Saúl —dice Alex—. Son ya casi las doce. Será mejor que te acuestes.
—¿Qué hora es…? —pregunta Saúl.
—Faltan tres minutos para las doce —dice Alex.
Saúl se pone a toser. Tiene náuseas.
—No… No…
Saúl se balancea en el sofá. Ya no puede decir nada más. Solo niega con la cabeza.
Alex se gira hacia nosotros.
—Oye, Alex… ¿Qué ha pasado? —pregunto.
—Sentaos, que esto me llevará un rato. No tengo toda la historia completa, pero… No creo que Saúl esté en condiciones de explicarlo como toca.
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