Capítulo 200
Acompaño a Raúl
“En mitad de todo el torbellino de predicciones importantes…
Acompaño a Raúl. Otra predicción de yo acompañando a gente.
¿Quieres ir a alguna parte? Izan, el acompañador del barrio, es tu solución.”
Por la mañana, Anna y yo desayunamos los pastelitos que sobraron por la noche. También hay alguna cosa más que ella ha preparado, clamando que sabe hacer muchas más cosas.
—Los pastelitos se han puesto un poco más secos de lo que pensaba. Qué raro, normalmente aguantan un poco mejor.
—¿Qué dices? —contesto, terminando de masticar uno de ellos para hacerme entender—. A mí me siguen pareciendo perfectos.
No responde a eso, pero hasta yo me doy cuenta de que le ha encantado esa frase. Siento que incluso me he pasado un poco al decirla con esa seguridad impropia de mi persona.
Después del desayuno, acompaño a Anna hasta la parada de autobús y me despido de ella. Nos damos un abrazo largo, muy largo, hasta que la llegada del autobús nos interrumpe. Al irse, le digo que gracias por el desayuno, y ella solo me sonríe y se va.
Cuando pase todo esto de los VDLS, la explosión, la predicción en blanco y demás, tengo que encontrar otro hueco para quedar con ella. Hemos estado muy bien, no lo puedo negar…
Al volver a casa, me cruzo con Raúl, que sale de un callejón con varias bolsas de la compra. Todavía sigue con la mascarilla puesta. Al verme, tose y se aparta un poco.
—¿Nunca te quitas la mascarilla? —digo.
—No… —tose, y sigue con esa voz afónica—. No se me quita esto. Qué mal…
Me ha sonado poco creíble, pero estoy tan cansado de jugar al quién es quién, que no voy a darle más vueltas por ahora.
—Oye, vecino —dice—. ¿Dónde puedo comprar auriculares por aquí?
—¿Nunca habías estado por esta zona? Yo te llevo a una tienda que hay muy cerca del edificio, no te preocupes. Creo que están bastante baratos.
—Muchas gracias —tose—. Me salvas la vida. Me cargué los míos ayer.
—Nada, hombre. Oye, ¿y tú de dónde sales? —al final sí que le haré alguna preguntilla—. ¿Cómo es que te has mudado a este edificio?
—¿Yo? Bueno, es complicado de explicar —tose y me mira para ver si tiene que seguir hablando o si me conformo con esa respuesta—. Hice cosas un poco feas y he tenido que cambiarme de piso por culpa de eso. No estoy hoy para hablar de eso… —vuelve a toser.
—Vale, vale. Mejor no me acerco, ¿no?
—No, mejor que no. Gracias por acompañarme.
—Sin ningún problema. Nos vemos por el edificio.
Nos despedimos cerca de la tienda y me dirijo al edificio con ritmo tranquilo. Me detengo en los buzones para ver si me suena su nombre y apellidos, pero nada.
—Raúl Linares Amorós… Ni idea.
—Por fin se va —dice una voz a mis espaldas que me pega un susto que me hace sonar como la cosa más tonta que existe.
Me giro y es Jordi. El puto Jordi haciendo el pesado otra vez.
—¡¿Pero qué quieres ahora, por el amor de Dios?!
—Oye, tranquilo, amigo… Tranquilo.
—¿Me estás siguiendo? ¿Has venido a mi casa a acosarme? ¿Cómo funciona esto?
—¡Espera! Calma, por favor. Calma. Te he seguido porque te he visto con el chico de la mascarilla. Me suena y me da mala espina, y he querido seguiros para ver que todo estaba bien.
—Te gusta seguirme, ¿no?
—Oye, oye… Que tú me seguiste también el día del cine.
—Eres un cabrón…
—Vale, Izan, espera. Para. A veces te sigo el juego y me hago el fuerte y el sonriente, pero me duele bastante que cada vez que me veas, me insultes. Mi psicóloga dice que sigo el juego como mecanismo de defensa, y que tengo que expresar estas cosas.
—¿Qué…? Madre mía, lo que me faltaba por oír… No hace falta que nos hagamos amigos, de verdad. No tienes que caerme bien ni contarme nada. No te preocupes por eso.
—No es eso. Hoy, por ejemplo, lo que ha pasado es que me sonaba que el chico de la mascarilla era alguien de quien tengo algún tipo de recuerdo malo, pero no consigo encajarlo. Quería ver si podía ayudarte o si tú me podías confirmar algo y así quedarme tranquilo. No he hecho nada malo, ¿no?
—Vale, que sí. Lo que tú digas —ya no sé cómo quitármelo de encima. Casi consigue que me dé un poco de pena y todo.
—Izan, de verdad, ¿por qué me odias tanto? ¿Es solo por lo que te haya podido contar Lydia?
—Viene de antes. Hay gente a la que le caerás mal con muy poco, y ya está.
—Y… ¿Entiendes que eso que estás diciendo puede ser doloroso e injusto para alguien a quien conoces poco y que no te ha hecho nada?
—A ver, no digo que…
—¡Y entiendo muy bien que te pueda caer mal! —interrumpe con un grito—. No digo que no le vaya a caer mal a mucha gente. Pero una cosa es eso, y otra que me hables así cada vez que nos cruzamos. Los insultos y todo eso. Eso resérvalo para alguien que te haya hecho algo, ¿no? Es que no comprendo esa necesidad de insultarme así…
—Es que nos encontramos demasiado.
—Vivimos cerca y conocemos a personas en común. Es normal que nos crucemos. Pero, repito, Izan. ¿Es normal?
—Joder… No, no es normal. Perdón… —eso último lo he dicho con la boca muy pequeña, pero es que, en el fondo, creo que tiene razón.
—Pues ya está. Perdón por haberte asustado y molestado. Gracias por entender mi punto de vista. Y perdón si alguna vez te molestan las cosas que hago y digo… Lo estoy tratando, pero no es fácil. No es nada fácil.
—Vale, vale…
Jordi me da la mano. Sería muy capullo por mi parte rechazarlo, así que le correspondo. Me siento un traidor a mí mismo, pero, si esto es una suerte de duelo verbal, me ha ganado sin ninguna duda.
Después del apretón de manos, da media vuelta y se va. Creo que le tengo que preguntar a Lydia algunas cosas sobre Jordi. Pero bueno… Si eso, otro día.

コメント