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Sábado 12 de agosto de 2023

Joel Soler

Actualizado: 13 ago 2023


Capítulo 165

Ignacio se sienta conmigo

“¿Pero por qué? Si ya me había quitado de encima a esa persona.

¿Si no me siento en todo el día podré evitar esta predicción?”



Cuando despierto, lo primero que me encuentro es a Alex y a Lydia durmiendo juntos en el sofá cama donde duerme Alex estos días. Supongo que se lo han pasado bien. Se me hace extraño ver a Alex tan reventado por la fiesta, con todo el aguante que tiene. Seguro que se pasó siete pueblos porque yo no estaba, y así podía darlo todo de verdad.

Antes de salir hacia el mercado, llaman a la puerta.

Yo corro para asegurarme de que la persona en cuestión no llame una segunda vez, aunque a lo mejor ya es tarde y ha despertado a esos dos. Al abrir, quien está al otro lado es el presidente Gabriel, que me dice que mañana habrá reunión de vecinos. Si ya lo sé yo eso, que tengo un calendario. ¿Qué se creerá?

Voy al mercado. Solo tengo la garantía de que estará Anna, pero también me encuentro con Oliver, Iris y Serena.

—¡Bueno! Por fin vienes —grita Serena.

—Sí, porque lo he tenido que sacar yo a rastras —dice Anna.

—A ver, a rastras tampoco… Me has mandado un mensaje y he dicho que sí —digo.

—¡Pero porque era un mensaje muy convincente! Vamos, es que, si no, ¡no vienes! —dice Anna.

—Oye, aquí sí que voy a tener que dar un golpe sobre la mesa —dice Oliver—. Que nadie se meta con Izan, que ha sido un auténtico héroe para mí hace poco.

Es verdad… He estado tan liado que no he podido preguntar ni a Oliver ni a Hugo qué pasó después de que se quedasen solos. Parece que no fue mal.

—¿Se lo has contado? —digo.

—Sí, ya saben lo de mi padre.

—¡Izan se pasó para bueno, loco! Reuniendo a Oliver con su viejo, la llevó —dice Serena.

—Izan siempre acaba dando alguna sorpresa —dice Iris.

—Eso es verdad —dice Anna—. Yo estoy orgullosísima, te lo digo ya.

La verdad es que me ha sorprendido. No me esperaba para nada esta ovación. Sonrío muy tímido, pareciendo un tonto entrañable, y me empiezo a abrumar un poco. No me había mentalizado para que todos hablasen tan bien de mí. Yo solo estaba mentalizado para que Ignacio se siente conmigo. No sé qué pensar, pero estoy feliz.

Hablamos un poco del tema de Hugo y Oliver. De cómo fue, de cuál ha sido mi historia con Hugo y demás. Por lo visto el momento, por lo que Oliver me cuenta, no ha habido ninguna consecuencia de parte de su familia. Por lo menos, no por ahora. Si yo fuera Oliver, no me confiaría demasiado.

Después de ese tema, Anna saca el tema por el que nos ha invitado.

Nos comenta que la casa de sus tíos en un pueblo rural precioso, se quedará vacía durante varios días, y que le han dicho que la puede usar y que puede traer a quien quiera. Pasaríamos tres días ahí y, por lo visto, Lydia y Abril ya fueron avisadas y ya han confirmado que irán, solo que Abril se irá un día antes. De los cuatro que hemos quedado hoy con Anna, Serena es la única que no puede, y por lo visto le da muchísima rabia. Iris dice que lo confirmará dentro de unos días, y Oliver acepta sin pensarlo. Yo sé que voy a aceptar, porque lo pone en el calendario. Podría ir de rebelde y negarme, pero seguro que al final terminaré yendo de todas formas, y ahí quedará mi negativa de hoy solo para demostrar que no soy fiable. Prefiero no jugármela sin motivo.

Charlamos sobre eso. El sentimiento colectivo es de ilusión con el plan. Serena está que rabia. Me sabe mal por ella. Espero que el mino regio la consuele.

Pregunto también por el embarazo de Serena. La cosa va bien, sin ningún contratiempo. Y su pareja mantiene con ella ese vínculo estable que prometían, así que todo bien por ese lado.

Mientras charlamos, pido una segunda bebida fría porque se me está secando la garganta con el calor. Como hoy no está Julia, que es la única competente de las personas que trabajan aquí, tardan un poco en traérmela. Parece una tontería, pero este detalle es el que hará que me siente con Ignacio. Todavía no ha pasado, pero sé que será por esto. Resulta que yo con las bebidas de gas siempre soy muy lento. Encima tardan en traérmela… Pues, por lo visto, todos mis compañeros se iban a ir ya, cada uno por sus motivos diversos. El mino regio ha venido en coche a buscar a Serena porque tienen que ir a no sé dónde, y está aparcado en doble fila, así que está corriendo. Anna quiere que la lleven a algún sitio, así que corre con ella, y Oliver aprovecha para hacer no sé qué recados que no sabe si terminará a tiempo. Como yo no me he terminado la bebida y no quiero forzarme para irme con ellos, nos despedimos ahí mismo, y me quedo solo en la mesa. Esta es la única vez que tengo previsto estar sentado en algún sitio en el que Ignacio se pueda sentar conmigo. Creo que tardaré muy poco en acabar el refresco, así que Ignacio vendrá en poquísimos segundos.

Y… Ahí está. La puerta del local se abre, y entra con toda su chulería mi amigo el Ignazi, al que no tenía ganas de volver a ver.

Está revisando como si fuese un robot de vigilancia de los videojuegos de infiltración. Se cree que está escaneando el local o algo. Gracias a esa acción absurda, cruza su mirada con la mía. Hace como que se alegra de verme el muy falso.

Se está acercando a mí. Maldito refresco envenenado…

—¡Izan Robles!

Yo le saludo con la mano. No me sale ni levantar la voz.

—¿Qué haces tú aquí solo en una mesa de cinco? ¿Es una manera de rebelarte contra esta cafetería?

—Mis amigos se acaban de ir.

—Vaya, vaya. ¿Me puedo sentar contigo? Iba a quedar con un compañero de la facultad, pero me ha dejado tirado.

Mi teoría es que ha obligado a quedar a algún antiguo compañero que, en el fondo, no lo soporta. Este le diría que sí, que vale, y al final le ha dado una excusa de última hora del estilo “mi madre se ha puesto enferma”.

Nada, que se ha sentado. Yo ni le he contestado, que conste.

—Yo es que me iré ya mismo —digo.

—Tranquilo, no es que quiera quedarme mucho rato con el cabrón que me la jugó —dice.

—¿Entonces para qué te sientas?

—No sé. Me enteré hace poco de que a ti te despidieron al día siguiente. Al principio me hizo muchísima gracia, pero, ahora que te he visto, me ha causado algo de simpatía.

—¿Eh? —digo con una visible cara de asco.

—Estabas desesperado por echarme y te inmolaste. Esa mentalidad da escalofríos, Izan. No te consigo pillar el punto…

—Yo a ti tampoco.

—Pero te lo agradezco. Ahora trabajaré en un lugar mejor gracias a un contacto. Una persona que me debía un favor y que se pensaba que ya no me volvería a ver.

—Dime que allá donde vas, no eres jefe de nadie, por favor…

Ignacio me mira y se ríe.

—Bueno, mando un poco, pero no soy el jefe principal. Se paga bien, que es lo importante.

—Qué injusto es el mundo…

—No seas duro conmigo, que ya no somos jefe y empleado. A ver, Izan… ¿Por qué te caigo tan mal?

—A ver, Ignacio… Cómo te lo explico, Ignacio de mi alma… Eres un capullo. Pero no un capullo del estilo “anda, se porta mal y dice cosas feas, qué capullo que es”. No. El que inventó la palabra capullo es tu padre, Ignacio. Inventó la palabra y tú apareciste en el planeta. Así de capullo eres.

Ignacio se ríe como un desquiciado. Está fatal. Pone caras de loco, como si se le fueran a salir los ojos y todo eso.

—Yo no creo que sea tan capullo como dices. Tú no me conoces, Izan.

—No por favor. No te quiero conocer. Que sea la última vez que nos sentamos.

—Oye… Tú conocías bien la historia de Pablo Merino, ¿no?

Mierda. Ojalá no hubiese sacado el tema. Pablo Merino es el nombre de alguien que trabajaba con Ignacio. Dana intentó hablar con él y sabe alguna cosa, pero creo que no quería hablar demasiado. Yo usé su nombre porque tuve como una especie de fogonazo que me indicó que tenía que usarlo para ganar a Ignacio en nuestro duelo mental particular. Funcionó, y ahora se piensa que conozco la historia, pero no tengo ni idea. Si sabe que no la conozco, a lo mejor ya no pensará que lo tengo atrapado en mis manos.

—Dana me contó cosas. Cuando me preparé la batalla lo tenía fresco. Ahora se me ha olvidado todo. ¿Por qué preguntas?

—Mi familia ya no me habla desde que se enteraron de lo de Pablo… Y su familia le obligó a ponerme una orden de alejamiento y a firmar cosas. Pero yo no entiendo por qué llegó todo tan lejos.

Madre mía. Suena muy fuerte la cosa.

—¿Qué te dijo tu familia? —pregunto.

—Que soy un cerdo y un miserable. Muchas cosas, Izan. Muchas cosas.

—¿Tanto te pasaste con Pablo Merino?

—Yo no lo veo así. Estábamos en la misma sintonía, ¿sabes? Él me seguía el juego. Yo creo que la cosa se complicó porque su familia tiene a gente con relación con políticos y cosas así. Debieron manipular al pobre chico… Pero nos lo pasábamos bien, Izan. Nos lo pasábamos bien los dos.

—Puede. Pero… ¿Has pensado que a lo mejor te pasaste de verdad, pero tú no lo veías? ¿Has pensado que es lo mismo que con lo de que todos te veamos como un capullo? Creo que no se te da nada bien entender cómo piensan y sienten los demás, cómo te ven, o el daño que haces. Tú no ves nada de eso. ¿Lo has pensado? ¿Te cuadra con los diversos problemas que has tenido en tu vida?

Ignacio me mira. Creo que está pensando en lo que le he dicho.

—No, no creo. Eso lo dices porque me odias. Soy mayor que tú, no te las des tanto.

Ignacio se levanta. Ya se ha cansado de hablar conmigo. Genial.

—Bueno, Izan, espero que en tu siguiente trabajo no te duermas. Ah, escucha. Trabajo en la agencia de esta plaza, la que está en la entrada de la calle central. Sabes por qué te lo digo, ¿no?

—Por supuesto. Para que ni se me ocurra echar un currículum ahí.

—¡Exacto! En eso estamos de acuerdo.

—Espero que no nos veamos nunca más —digo.

—Pues yo espero que te trate bien la vida. Nunca voy a saber de qué iban esas notas que predecían el futuro, pero parece que alguien con poderes de adivinación te la tiene jurada. No te pongas a dar lecciones si tienes problemas así, porque eso también suena serio y peligroso.

—En eso tienes algo de razón…

—Chico listo. Suerte con lo tuyo. Chao.

Y se fue.

Ha sido desagradable. Mejor no pensar mucho más en ello y volver a casa como si nada hubiese pasado.

Al llegar a casa, veo a Alex ya recuperado del todo, haciendo su vida, jugando con Espino y sin ningún rastro ni signo de haber salido de borrachera ayer.

—¿Qué tal con tu exjefe? ¿Muy desagradable?

—Un poco. Prefiero no pensar más en ello. ¿Cómo os fue a vosotros?

—¿A nosotros? Pues mira, te voy a decir que creo que Lydia no ha sido consciente de que te puede entender mejor de lo que se piensa. Tengo mis teorías sobre sus procesos mentales, y te puedo decir que ya mismo Lydia y tú estáis tan amigos como siempre.

—¿Sí…?

—Espérate que no sea ella la que te pida perdón. Tú déjame a mí mover los hilos.

—¿Pero ha pasado algo?

—Bueno. Nos encontramos al ex. Al Jordi ese. Madre mía qué personajito. Me miró fatal el pobre. Casi le amarga la fiesta a Lydia, y tuvimos que hablar mucho de él y de Estrella. Menuda bolsa de mierda guardaba Lydia en su cabeza con el tema de los ex. En fin, tú cúrratelo por tu parte, y deja que yo me lo curre con ella por la mía.

—Suena bien eso. Muchas gracias, otra vez.

—En realidad me lo estoy pasando muy bien con el calendario y con ayudarte con las cosillas que se te estaban cayendo en tu vida —dice mientras se frota las manos—. Qué, ¿preparamos la reunión de vecinos tensa de mañana?








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