Capítulo 109
Mucha actividad en el mercado
“Hay predicciones que no sé si son buenas o malas.
Yo voy con todos los sensores activados, por si acaso.”
Hoy volvemos a estar todo el grupo al completo. Abril está más activa que cualquiera de los últimos días desde que empezaron los problemas con su familia. También está más cariñosa y se acerca mucho a mí. Intento corresponder. Quiero corresponder. Pero mi cabeza no funciona.
Otra incorporación interesante al grupo es el novio de Serena. El mino regio. Se llama Andrés, pero para mí siempre será el mino regio. Es un chico tímido y sonriente, siempre detrás de ella, muy educado. Seguro que es bueno escuchando, lo cual es perfecto para Serena y sus monólogos sobre todo lo que no está bien en su vida.
Nos sentamos todos en la cafetería de Julia. La parejita confirma que los dos están de acuerdo en seguir adelante con el embarazo de Serena.
—¿Qué garantías tenemos de que no saldrás por patas? —le dice Lydia al mino regio, poniendo voz de mafiosa.
—¡Lydia! No le asustes, pobrecito —dice Serena, y le acaricia la cabeza a su novio como si fuera un animalito.
—Pero que conteste él —añade Anna, con los brazos cruzados y mirando muy seria—. No hables tú en su lugar, Serena, que nos conocemos.
—Lo vais a asustar… —dice Iris, con una sonrisa incómoda.
—Serena y yo hemos hablado mucho del tema —dice él, tímido, a un dedo de tartamudear su respuesta—. Nos complementamos muy bien y funciona. Claro, tenemos trabajo estable y estamos dispuestos a ser papás.
—¿Entonces ganas bien de pasta? —pregunta Lydia, frotando su pulgar con su índice hacia arriba.
—Bueno, tampoco es que gane muchísimo… Pero es estable.
—Los dos tenemos pega fija, Lydia —añade Serena, y mira de reojo a Anna, que la mira seria porque al final no ha podido evitar hablar por su novio.
—Necesitas saber, Andrés —dice Lydia—, que si la abandonas o no eres el padre que ella necesita para su hijo, yo y esa de ahí —señala a Anna— te perseguiremos allá donde te intentes esconder… Con fines sangrientos…
—¡Pero qué onda! —exclama Serena.
—Esa de ahí y yo —murmuro, pero creo que nadie me escucha.
—Tiene razón —dice Anna, todavía con los brazos cruzados y la mirada fija—. Estás vigilado.
La intención inicial de Lydia y de Anna, tal y como lo han hablado antes de sentarnos en la cafetería, era la de jugar a “poli bueno, poli malo” con Andrés. Pero al final se han hecho un lío y están jugando a “poli mafioso y poli madre severa”.
—A ver, qué pasa ahora… —dice Julia, que trae el pedido—. ¿Qué son esos gritos y esas amenazas?
No es que Julia sea la dueña de la cafetería, pero siempre decimos que es la cafetería de Julia, porque los sábados por la mañana siempre está, y es la que siempre nos atiende. Es la única de las camareras que interactúa con nosotros ya que tiene más o menos nuestra edad, y a veces se une a la conversación. Casi siempre lo hace cuando estamos más agitados, diciendo “a ver, qué pasa ahora…”
—¡Julia! ¡Diles algo! La Lydia y la Anna están acosando a mi pololo.
—¡Pero chicas! ¿Por qué acosáis al novio de Serena?
—Nos queremos asegurar de que es digno de formar una familia con Serena —dice Anna—. Se conocen desde hace poco.
—¡Eso! ¡Que soporte la presión, que esto no es nada en comparación a tener un niño! O eso se dice —añade Lydia.
Mientras la charla sigue, miro de reojo a las mesas de la terraza de fuera, y veo a dos personas sentadas, de las cuales conozco a una. Se trata de Lucas, que a saber dónde está viviendo ahora. Está hablando, muy acalorado, con un hombre enorme y musculoso, calvo, con los labios gruesos y con una camiseta blanca de tirantes muy ceñida. Desde aquí dentro no puedo escuchar nada, pero tampoco creo que sea buena idea acercarme a Lucas, y menos con lo enfadado que está.
Después de la charla con Serena y su mino, terminamos de tomarnos las cosas y damos una vuelta por los puestos. Abril me toma del brazo para que la acompañe a un puestecito que ella quiere ver, y nos separamos un poco de los demás. ¿Abril ha querido quedarse a solas conmigo?
—Izan. Todavía nos llevamos bien, ¿verdad?
—¿Qué? Claro que sí…
—¿Quieres que hablemos hoy? Puedes contarme lo que quieras, o te puedo hacer compañía para animarte.
Miro a Abril. Noto que hay una parte de mí que quiere sentir lo de siempre por ella, pero hay un candado enorme, con cadenas muy gruesas, que no permiten que eso salga.
—Me parece bien… —digo, sin que sea del todo mentira, pero menos sincero de lo que me gustaría.
—¡Claro! Hoy te acompaño a casa si quieres.
—Sí. Muchas gracias.
Estamos unos minutos a solas. No parece que pretenda volver con el grupo por voluntad propia. Quiere estar conmigo, estoy seguro.
Mientras miramos otro puesto, alguien me toca la espalda. Me giro, veo quien es, tardo en procesarlo y, cuando lo hago, se me hiela la sangre.
—Hola, Izan. Qué coincidencia —dice Nora, sonriendo.
Estoy paralizado. Abril se gira para ver quién habla. Luego me mira, confusa.
Ahora que lo pienso, es la primera vez que Abril y Nora se encuentran, y puede que Abril no sepa nada de Nora, aunque casi todos los demás ya lo sepan todo.
—Me llamo Nora —dice, mirando a Abril, y le da dos besos—. ¿Eres amiga de Izan? ¿Una novia?
—¡Yo me llamo Abril! Soy amiga de Izan, y su compañera de ver series.
—Oh, ver series… Qué bueno eso, ¿no? Ah, pero entonces, alguna vez quedáis en su casa para ver esas series, ¿no?
—Sí, hace tiempo ya que no… Pero… —Abril está incómoda. No para de mirarme de reojo. No entiende por qué estoy tan paralizado.
—Pues si vas a su casa, puede que nos veamos. Ahora soy su vecina de enfrente.
—¿Su vecina? Ah, ahora vives en la casa del profesor Rafael.
—Es verdad. Izan no parece muy contento con que otra persona viva en casa de su héroe. Pero espero no ser indigna de ese hogar.
Sí, lo eres… Y dejad de hablar de mi profesor…
—Izan, ¿todo bien? —me dice Abril.
—Nora… —digo—. Esto no es casualidad, ¿no? Tú siempre que vienes al mercado, lo haces sabiendo que me vas a encontrar.
—¡Pero bueno, Izan! ¿Cómo dices esas cosas? —dice con un tono de ofensa muy falso, sonriendo, sin pretender ocultar el placer que le supone torturarme.
—Estás sonriendo. Eso es porque te gusta que te acuse de algo que es verdad.
Nora se ríe tapándose la boca.
—Qué observador… Bueno, sí, soy así. ¿Pero he venido solo por eso hoy? Quién sabe…
—Vale, ya has hecho la gracia. Ahora vete —le digo.
Nora cierra los ojos y sonríe. Suspira y se gira hacia Abril.
—Un placer conocerte, Abril. Espero que aceptes a Izan tal y como es, con sus cosas malas y sus cosas buenas.
Abril tarda un poco en contestar y luego me mira.
—¿De qué va esto…? —pregunta Abril.
—Que tengáis un buen día. Nos vemos por el edificio, Izan.
Nora se va. Muy lenta, para mi gusto. Ha roto el buen ambiente que se estaba generando entre Abril y yo. No, es peor que eso… Odio que haya conocido a Abril. Odio que se hayan tocado. Siento como si la hubiese envenenado. No tendría que haber pasado esto.
—¿Qué le pasa a esa…? ¿De qué la conoces, Izan?
—Nora es… A ver… —me cuesta un poco decirlo, pero no sé para qué ocultarlo—. Bueno, mira, te lo digo. Nora es mi ex loca demoníaca. Está mal de la cabeza y está obsesionada conmigo.
Abril agacha la cabeza y luego me mira de una forma que no entiendo muy bien. Parece incómoda.
—Ya veo…
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Tengo un pequeño problema con esas palabras, Izan…
—¿Qué quieres decir?
—Las personas que hablan de “su ex loca” o “está obsesionada conmigo”. Tengo una barrera enorme con esas palabras. ¡No es que no me crea lo que dices! Pero… Bueno, ¿lo entiendes?
—¿Te ha pasado a ti alguna vez?
—Sí. Primero le pasó a una amiga mía, y más adelante me pasó a mí también. En mi caso, casi me cuesta la confianza de todo mi otro grupo de amigos. Con los que jugamos a básquet aquel día hace unos meses. Casi me odian todos por culpa de una persona que empezó a decir esas cosas de mí, pese a que yo creía que habíamos acabado en términos amistosos. Es horrible…
—Entiendo… —le digo y, por algún motivo, noto mi cabeza mucho más lúcida de lo que creía—. ¿Sabes? Estoy de acuerdo en que no hay que creer de primeras a nadie que diga esas cosas sin más, sean amigos tuyos o no. Pero en mi caso, tengo testigos para sostener el caso.
—¿Sí? ¿Cree que serán convincentes, letrado?
—Creo que dictará una sentencia favorable para la parte defensora —digo, siguiéndole el juego.
La llevo con Anna, Lydia y Oliver. Ellos serán mis testigos. Al explicarles el encuentro con Nora, los tres estallan. No ha hecho falta ni pedirles que defiendan mi postura o que convenzan a Abril. Se han lanzado ellos solos.
—Me tiene muy harta —dice Anna—. Es que no, ¿eh? La echo a patadas, vamos.
—Te lo juro, Abril —dice Lydia—. Si la conocieras como yo, le habrías querido romper las piernas.
—¿Por qué sigue viniendo al mercado? —dice Oliver—. ¡Mira que le he dicho que deje de hacer eso! Le da igual todo lo que le digo. Es una hermana horrible.
—¿Hermana? —dice Abril.
—Sí, Nora es la hermana de Oliver —dice Anna—. ¡Uf! Qué rabia me da eso. Le hace la vida imposible tanto a Oliver como a Izan.
—¿Sigue por aquí? —dice Lydia—. ¿Nos la cargamos entre todos? Ahora somos legión.
Abril me mira y yo sonrío, medio incómodo, medio complacido.
Lydia le cuenta un poco más sobre la historia a Abril, la cual queda del todo convencida.
Después de una hora y poco más de paseo, nos despedimos del grupo y vuelvo a casa acompañado de Abril. De camino, le cuento alguna cosa más sobre Nora, pero sin que eso se convierta en el tema principal. Aunque la haya convencido, no quiero que piense que estoy obsesionado con ella. Yo mismo no quiero estar obsesionado con ella.
Nos sentamos en el banco más cercano a mi edificio y charlamos un rato más. Después, nos damos un abrazo muy largo y nos despedimos.
Al darme la vuelta y mirar hacia arriba, veo a Nora en el balcón, sentada, tomando un té. Pero, en esta ocasión, no está sonriendo como siempre. Está muy seria. Parece disgustada.
Creo que no puede sonreír si me ve con Abril… Eso es lo que he pensado.
Es un pensamiento que me da muchísimo miedo.
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