Capítulo 172
Quedo con casi todos los VDLS
“Por fin. Casi todos es más de la mitad, pero menos que todos. Eso quiere decir que quedaré con cuatro o cinco. Ya es mejor que lo que yo tengo, que solo conozco a tres.”
Mi casa está muy tranquila por la mañana. Es verdad que ayuda saber que, por algún motivo, ya casi nunca se escucha a los LuLu discutir. ¿Habrá mejorado la cosa? Se me hace raro que esos dos hayan aprendido algo positivo.
La casa está tranquila porque Alex no está. Es un tipo de tranquilidad a la que me tendré que volver a acostumbrar.
Lo raro de la predicción de hoy es que yo no he quedado con ninguno de los VDLS todavía.
No me puedo quedar quieto esperando, así que me arreglo un poco, me visto y salgo a la calle.
Tengo la esperanza de encontrarme con Estrella, Hugo o Dana y que me digan que van hacia una reunión y que los acompañe. “Pasa a nuestro club privado, Izan. A partir de ahora, eres Amarillo.” Algo así.
Mientras paseo, veo a Ángel con Pancho en la calle. No conseguí encontrarme con él desde que averigüé lo de la medalla, así que es una buena oportunidad para decírselo.
—¡Por fin te encuentro! —le digo.
—¡Izan! ¿Qué pasa? ¿Me estabas buscando?
Yo acaricio con mucha fuerza a Pancho y luego respondo.
—Sí. Quería confirmarte que la medalla de plata que buscabas la tiene el señor Santiago.
—¿En serio? ¿Cómo lo sabes? ¿Tú estás seguro de eso?
—Sí, la he visto. Conseguí que tu padre me la enseñe. También sé por qué no la encontraste —Ángel espera con expectación a que le resuelva esa duda—. La medalla está escondida debajo de la almohada de Santiago. Duerme con ella. Por eso no podías encontrarla si no era entrando en su habitación y apartándole la cabeza mientras duerme.
Ángel se queda callado. Creo que ha sido muy significativo para él lo que acaba de descubrir. No se esperaba que su padre durmiera con la medalla todas las noches.
Le explico un poco mejor la escena, y él se muestra muy agradecido conmigo. Me da las gracias una y otra vez.
Charlamos un poco, hasta que se da cuenta de que tiene que controlar la hora por algún motivo y saca corriendo el móvil.
—¡Vaya! Son casi las seis. Me tengo que ir, pero ya.
—¿Tienes plan?
—¿Te sorprende que un sintecho tenga plan? —dice con una sonrisa casi traviesa.
—Un poco, sí —bueno, le gusta que le hable sin tapujos, ¿no?
—Es en una cafetería que hay en el mercado. ¿Me acompañas?
—Claro. Ahora mismo no tenía mucho que hacer tampoco.
Acompaño a Ángel y a Pancho hasta el mercado. Al parecer no vamos a la cafetería de Julia, vamos a la competencia.
Conforme llegamos, me parece ver de lejos a Abril con el tipo musculoso enorme de la otra vez. Él la agarra de la cintura y se van dando un paseo. ¿Es ella? Está un poco lejos y no lo veo bien. Me adelanto un poco para verlo, pero entran muy rápido en un coche que tenían aparcado justo delante de la puerta. ¿Quién es el gigante ese que va siempre con Abril ahora?
Intento no darle más vueltas, pero me tiene un poco mosqueado.
Al llegar a la cafetería veo que en la terraza están sentadas tres personas que conozco muy bien: Estrella, Dana y Hugo.
—Ahí están… —murmuro—. Oye, Ángel, yo me quedo aquí, que me he encontrado con unos amigos. Hablamos otro día, ¿vale?
Ángel no me responde. Está haciéndole no sé qué a la correa de Pancho.
—¡Eh! Ven aquí —grita Dana al verme. Yo corro hacia ellos casi por acto reflejo.
—La mitad de los VDLS reunidos fuera del chat… —digo.
Es una estampa inusual. Por fin veo a Estrella junto a esos dos. Una parte de mí no conseguía creerse esa conexión, pero ahí está.
—¿Te quieres sentar con nosotros? —dice Estrella.
—¿Las reuniones ya no son secretas y cifradas en grupos? —digo.
—Han cambiado unas cuantas cosas —dice Dana—. De todas maneras, Rojo y Gris siguen siendo muy crípticos.
—Somos los otros cuatro los que tenemos que reunirnos y comprobar que a Rojo y a Gris no se les va la mano con su secretismo —dice Hugo.
—¿Los otros cuatro? —digo—. ¿Vendrá Verde también?
—¿Cómo que si vendrá Verde también? —dice Dana—. ¿Pero no acabas de venir con él?
—¿Qué?
Tardo unos segundos en entenderlo, pero no había nada que entender.
Me doy la vuelta y veo que Ángel está detrás de mí, esperando.
—¿Nos sentamos? —dice—. Ya le he puesto bien la correa a Pancho para que no se desmadre. Nunca lo hace, porque es muy bueno, pobrecito… Pero más vale prevenir…
—Ángel… No me jodas que también eres un VDLS. ¿Eres Verde?
—Pues sí, perdón si se me ha pasado decírtelo. No soy el VDLS más interesado en la causa como tal vez te has dado cuenta, así que preferí dejar ese tema un poco aparcado hasta más adelante. Perdón por ocultarte eso. ¿Me permites esa excepción? Sabes que con todo lo demás no hay tapujos.
—¿En serio eres Verde…?
—¡Te ha dicho que sí! —dice Dana—. Siéntate, va.
Me siento, y Ángel se sienta justo después de mí.
—No lo entiendo, ¿cómo eres un VDLS siendo…?
—¿Un sintecho? —dice, sonriendo—. Te sigue costando decirlo, ¿verdad?
—No, bueno…
—Acuérdate de que tengo un móvil. Me puedo comunicar con su chat por ahí. Rojo me lo regaló.
—Rojo te regaló el móvil…
—Seguro que te acuerdas de lo que dije cuando todos los demás decían que ya te conocían, ¿verdad?
—¿Qué? Ah… Sí, creo que sí. Verde era el único que no me conocía, pero dijo que mi nombre y apellidos sí que los conocía.
—Exacto. ¿Entiendes ahora por qué?
—Pues ahora mismo no caigo…
—Creo que Izan anda un poco en shock —dice Hugo.
—Pobre —dice Dana—. Con lo chulito que te pones a veces, pero lo fácil que es abrumarte.
—No seas así —dice Estrella—. Cualquiera se abrumaría con tantas cosas.
—Yo nunca te conocí antes de ese día, Izan —dice Ángel—, pero he ido algunas veces al edificio para ver a mis padres, o para acercarme y ver si estaban bien. Hay días en los que me pasaba todo el tiempo por vuestro portal, esperando a ver si alguno de ellos salía, porque me daba vergüenza llamar a ningún timbre. Me aburría en el portal, así que hubo muchas oportunidades de entretenerme a leer los buzones.
—Ah, claro… Conocías mi nombre del buzón. Le veo sentido. Ni se me había ocurrido. Yo ya pensaba que eras como un funcionario o alguien que gestiona contratos o algo así.
—Pues ya lo ves, soy todo lo contrario —dice, y se ríe.
—Tampoco es casualidad que fueras amigo de mi profesor Rafael, ¿verdad?
—Claro. Rafael era amigo de mis padres. Nos conocíamos de cuando yo vivía en el edificio, y a veces me veía rondando por el portal, se apiadaba de mí y me invitaba a algún bar. Me llevé un chasco muy fuerte cuando me dijiste que falleció…
No me da tiempo a decir nada más porque el camarero viene a preguntarnos qué vamos a tomar. Tampoco sabía qué decir sobre eso último. Ángel y yo nos pedimos una cerveza cada uno.
La charla con los VDLS empieza más irrelevante de lo que pensaba. Unos hablan del tiempo, otros del tráfico, otros de Pancho… Bueno, ese tema no está nada mal. Pero Dana es la que no tarda en poner algo de orden. Creo que, en ausencia de Rojo y de Gris, ella sería la jefa.
—Bueno, vamos a dejarnos de tonterías —dice, y me mira—. La situación con Rojo es la siguiente: no quiere que te involucres. Se tomó fatal lo de que seas tú el que tiene un objeto tan peligroso como el calendario. No se moja, no decide, no nada. Nunca había visto a Rojo así.
—¿Pero qué le pasa conmigo? ¿Y de qué me conoce?
—Siento que seamos tan crípticos —dice Estrella—, pero no queremos hacer nada sin su permiso. Bastante nos hemos pasado al dejar que vengas a una reunión en persona con cuatro de nosotros.
—Rojo tendrá que empezar a mojarse un poco —dice Hugo—. Cuando Izan solo era el invitado misterioso que como mucho conocía a Lila, era normal ir con mucha más prudencia. Ahora todos conocemos a Izan, y la mitad confiamos en él.
Se me hace rarísimo ver a Hugo hablar así de mí en una reunión como esta. También me sorprende su actitud, siendo un punto intermedio entre el Hugo que yo conozco, y la personalidad de Azul. Es todo un espectáculo, de verdad.
—¿Todos los de aquí confiamos en Izan? —dice Estrella.
—Yo confío en Izan —dice Hugo—. Le debo mucho.
—Yo también —dice Ángel—. Hoy me ha ganado por completo.
—Yo quiero confiar —dice Estrella—. Tenemos algún problema personal menor, pero somos conscientes de que en esto somos aliados. ¿Verdad?
Asiento.
—Bueno, qué remedio —dice Dana—. No es que no confíe, pero tampoco me imagino como tu amiguísima, la verdad. Pero ya nos hemos tenido que ver en el mismo equipo una y otra y otra vez. Así que nada, que sea lo que tenga que ser.
—Eso es verdad… —digo.
—Entonces ya somos cuatro de los VDLS los que confiamos en Izan —dice Hugo—. Los otros dos lo conocen, y creo que están en modo sobreprotector. Con todo eso sobre la mesa, no tiene sentido dejar a Izan fuera de nuestras reuniones y de toda nuestra información.
—Lo que haré será llamar a Rojo —dice Dana—, y ver si podemos convencerlo de algo. Es muy cabezón cuando quiere. ¿Estamos de acuerdo? ¿Llamo a Rojo?
—Se nota que ha venido Izan —dice Ángel—, hoy la cosa sí que avanza.
—Bueno, ya veremos —dice Hugo—. Con Rojo nunca se sabe…
—Tú llama —dice Estrella.
Es increíble que esté en esta reunión. ¿Hasta dónde llegará todo esto?
Dana hace la llamada. Ahora que sé que Rojo es el amigo de Ángel, el que le regaló el móvil, tengo más motivos para pensar que, en efecto, Rojo es el tal Gerardo. El que se parece a mí. Ángel también lo dijo, ¿no? Que yo le recordaba a su amigo el del móvil. Ya es mucha casualidad que Rojo se parezca a mí, y que Dana sea tan leal tanto a Rojo como al tal Gerardo que se parece a mí. Entonces… ¿Rojo es mi padre? No, de verdad, algo tengo que estar pensando mal. Mi padre no puede ser un VDLS ni de broma.
—Rojo. Estamos en una reunión cuatro de los VDLS. Sí, claro. Todos menos tú y Gris. ¡Pero si Gris se esconde más que tú! Sí. Sí. Claro, Verde ha venido, con perro y todo. Oye, escucha. Sí, escucha. Izan está aquí. Izan Robles. Pues no tengo ni idea. No sé, ha venido con Verde. Da igual, he sido yo la que le ha dicho que se siente con nosotros. Sí, ya te lo dije, Izan está empezando a hacerse amigo de los demás. Yo no sabía que de Verde también, pero sí, por lo visto, de Verde también. Azul y Lila están también muy a su favor. ¿Yo? Ya te di mi opinión. Ya… Sí. Da igual eso. ¿Qué te pasa con este tema? Te vuelves idiota cuando hablamos de Izan. No. Perdón. Lo siento. Vale, vale.
Yo procuro ni respirar para no perderme ningún detalle. Lástima que no pueda escuchar la voz de Rojo. Si lo hiciera, podría confirmar o descartar algunas cosas. Me siento muy tentado a quitarle el teléfono a Dana por sorpresa y ver si Rojo habla, pero creo que eso haría que me pierdan la confianza otra vez. Tengo que calmarme…
—Tiene mucho cuento Rojo a veces —murmura Hugo.
—Ha pasado por mucho… —dice Estrella.
—Todos hemos pasado por mucho —dice Ángel—. Lo de Rojo tiene que ser otra cosa. Solo Dana entiende bien las circunstancias de esa persona.
—Oye —susurra Hugo, acercándose a Ángel—. ¿Cómo es que has venido con Izan a la reunión?
—Ah, eso… Izan me acaba de hacer un favor enorme, y como tenía la reunión justo en ese momento, he pensado devolverle el favor dándole la oportunidad de elegir si quería acercarse más a vosotros o no, la verdad. Yo no me meto mucho en estas cosas, pero supuse que a Izan le parecería interesante.
—Entonces no ha sido una casualidad… —digo.
—Pues claro que no —dice Ángel, con una risa apagada para no molestar a Dana.
—Lo que te queremos preguntar —dice Dana, todavía batallando con su jefe—, es si tenemos carta blanca para contarle todo a Izan. Para… Sí. Claro. ¿Entonces cómo va a enseñarnos todo lo del calendario? No hay ningún motivo para que no sepa… Ya, bueno. Eso no lo sabes. ¡Pues claro que no tengo el manos libres puesto! Sí. Ya. Sí, eso es verdad. Bueno, pues nada. Sí, ya te he entendido. Sí… Vale. Lo entiendo. Perdón. Yo se lo digo. Adiós. Sí, adiós.
—No tiene buena pinta, ¿no? —dice Ángel.
—Hoy estaba muy cabezón —dice Dana—. Me ha puesto muy nerviosa.
—Pero al final le has dado la razón —dice Hugo.
—A ver… —dice Dana—. Rojo insiste en que quiere revisar un poco mejor la situación de Izan. Dice que por ahora esperemos y que pronto nos dirá algo. Será él quien se ponga en contacto contigo, Izan.
—¿Y eso cuándo será? Porque creo que ya he esperado bastante…
—Dice que lo más pronto que pueda.
—Ya… —digo—. Oye, una pregunta. ¿Rojo se llama Gerardo?
Me aseguro de no perderme el matiz de ninguna cara. Hugo es el único que no reacciona, pero los otros tres se han tensado al escuchar ese nombre.
—Yo no tengo ni idea —dice Hugo—. Rojo es Rojo. Pero, por lo visto, los otros tres sí que saben cómo se llama.
—Es mejor que esperes, ¿vale? —dice Dana.
—Lo siento, Izan… —dice Estrella—. Estaremos en contacto para otras cosas relacionadas con tu calendario si quieres. Podemos buscar información sobre cosas mágicas que no conozcamos los VDLS.
—Prefiero que eso pase cuando Rojo se ponga en contacto conmigo —digo—. Si tengo que sacar información y luego compartirla con el grupo de Rojo, que venga él y me hable.
—Qué remedio… —dice Estrella.
—Pero tiene razón —dice Hugo. Ángel asiente.
—¡Bueno! —dice Dana—. Pues por hoy hemos terminado. Espero que Rojo no tarde en decir nada.
—¿Qué pasa con Gris? —le digo.
—Gris… —dice Dana—. Mejor no esperar mucho de él. Quiere hacer las cosas a su manera. Nunca ha terminado de creer en esto de los VDLS. Fue una idea que Rojo le contó a Gris. Es complicado.
Después de alguna pregunta o frase vacía de más, decidimos que ya no hay mucho más donde rascar y empezamos a levantarnos uno tras otro. Me despido de todos, perro incluido, y vuelvo a casa.
Rojo debería hablar conmigo pronto. Si el mes que viene no pone nada de que ya quedo con los VDLS al completo, me voy a cabrear. Espero que ponga de su parte. Ojalá que Gris también, que mucho acercarse a mí, pero no tengo ni idea de quién es ni por dónde vendría.
Al volver a casa, lo único que hago es tumbarme y pensar. Llevo varios días pensando que lo que tengo que hacer es entrenar con Accel para el torneo de mañana, pero nunca saco ni un minuto. Cada día creo que voy a sacar media hora aunque sea, pero no hay manera. Hoy es el último día, pero no me dan las fuerzas.
Me tumbo y miro al techo. Tengo mucho en lo que pensar.
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