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Sábado 21 de octubre de 2023

Joel Soler

Actualizado: 22 oct 2023


Capítulo 235

Soy un desastre

“Esto. Estas son las predicciones que me definen completamente.”



Bueno, bueno, bueno… Ya ha empezado mi primer día. Jornada de diez horas partida en dos bloques de cinco. Hay dos horas y media entre las dos.

Cuando todavía no se llena demasiado el local, empiezo un poco a mi bola, limpiando cosas o haciendo ver que hago tareas importantes, pero no hay mucho que hacer porque claro, todavía no se ha ensuciado casi nada. Solo la cocina un poco, con las cosas que han ido haciendo ya los cocineros, pasteleros y demás que hay dentro y que son del mismo día.

Al empezar a llenarse el local es cuando la cosa se pone interesante. Ahí, de repente, me empiezan a pedir toda clase de cosas que no consigo procesar a la velocidad deseada. Mis primeras cagadas son derramar un café sobre la bandeja, llevar un pedido a la mesa equivocada y olvidarme del pedido de uno de los clientes. Eso en el margen de una hora.

Para mi regocijo, veo que entran Lydia, Eric, Iris, Oliver, Serena y el mino regio. Por lo visto, solo Lydia sabía que yo estaría hoy aquí, y no le dijo nada a los demás para que “fuera una sorpresa”. Menuda cabrona.

Julia atiende a la mesa de Lydia, pero ellos piden expresamente que sea yo quien les tome nota. Al final lo consiguen, pese a que no iba a atender a mesas de más de dos personas los primeros días. Los más cabrones son Lydia y Eric, que me piden cosas bastante elaboradas, del estilo “el café tiene que tener solo un dedo y medio de nata, el sirope tiene que dibujar una espiral con un interrogante, y trae un sobre de azúcar moreno y otro de estevia”. Al menos lo piden por favor. Los demás se apiadan de mí y piden las cosas más simples. Julia también se apiada de mí, y es ella la que prepara los pedidos de Eric y Lydia mientras yo preparo el resto.

Por lo general, Julia es super comprensiva todo el tiempo y me hace sentir que no la estoy cagando tanto. Es todo un alivio tenerla aquí. Es increíble la paciencia que tiene.

Mientras voy pasando cerca de la mesa de Lydia, todos me mandan ánimos o dicen frases graciosas. A veces me piropean, silban y demás. Muy pesados y simpáticos al mismo tiempo.

A las dos de la tarde termina la primera parte del día. Para comer me he llevado algunas cosas que eran para tirar, así que es una ventaja que tengo. Después de comer me tumbo un rato y miro al techo, replanteándome mis decisiones vitales. Ha sido una experiencia bastante mala y me he sentido muy inútil.

A las cuatro y media vuelvo a la carga, y la tarde no va mucho mejor, solo que ahora no tengo un grupo de amigos cabrones que me haga la vida imposible.

Al final del día, Julia me acompaña dos calles antes de que nos tengamos que separar.

—Oye, Izan. El primer día es normal estar así, ¿vale?

—Si yo no he dicho nada…

—Se te nota mucho.

—Ah, qué bien… No sé hacer bien nada de este trabajo, no sé ocultar lo que pienso…

—Escucha. ¿Tú de qué trabajabas antes?

—Campañas por internet, publicidad, logos… Todo eso.

—Vale. Incluso aunque yo supiera cosas básicas de eso, como los programas y tal, el primer día seguro que iría muy lenta y sentiría que lo he hecho todo mal. No entendería lo que me pide el jefe con un logo, no encontraría rápido una herramienta o un documento, no sabría interpretar al mercado para la campaña, me tendría que adaptar a sus protocolos y mirar los pasos una y otra vez uno por uno… No sé, ¿eh? Me lo invento, pero para que me entiendas. Al principio no sabes dónde está nada, y por eso se va más lento, pero se quiere ir rápido, y por eso todo pesa más y pasan cosas malas. Es normal. Mañana te pasará casi lo mismo, pero puede que la experiencia de hoy te sirva para no repetir uno o dos errores. La semana que viene podrás evitar dos o tres errores más. La siguiente, sabrás hacer rápido algo que ahora te parece impensable. Y así, semana a semana, todas las cosas que te hacen sentir inútil ahora, irán limándose y desapareciendo. ¿No te parece?

—Hombre, si me lo dices así… Como para decir que no.

Julia se ríe.

—Yo trabajo los mismos días que tú, así que nos veremos por ahí. Yo te ayudo, ya lo sabes.

—Muchas gracias. Es todo un alivio que estés ahí.

—Ya no soy solo la camarera que de tanto en tanto te consigue haba Tonka, ahora soy tu maestra en el arte de no liarla en las cafeterías.

—Estoy en tus manos, maestra —le hago una especie de reverencia, y se vuelve a reír.

Nos despedimos y vuelvo a casa con dificultades físicas y mentales.

Me tumbo y vuelvo a mirar al techo. Mañana otra vez por la mañana, pero luego podré descansar hasta el viernes.

Encima mañana vienen Abril y Anna… Mi única esperanza es que no vengan al mismo tiempo.







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