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Viernes 20 de octubre de 2023

Joel Soler

Actualizado: 21 oct 2023


Capítulo 234

Trabajo con Julia

“No he sido consciente hasta ahora de cuánto se van a reír de mí los del mercado cuando se sienten aquí mañana y me vean como camarero tomando nota de sus pedidos. La semana pasada me daban regalos y mañana me despedazarán.”



Las cuatro y media. He llegado puntual a la cafetería. Julia está ahí y se ha sorprendido al verme.

—Pues a lo mejor trabajo contigo —digo.

—¿Qué me dices? ¿Cómo has acabado aquí? —se me acerca un poco y me habla en voz baja—. ¿Tú sabes que pagan fatal en este sitio?

—Bueno… Habrá que probar. Ahora mismo no tengo otra cosa, tampoco.

—Que te sea leve…

—Oye, vengo a substituir a una compañera tuya. No me quedé con el nombre… —a ver si me dice cómo se llama “aweolai”.

—Ah, sí. Yo la llamo.

¡Pero dime el nombre! Que no quiero hacer el ridículo, por favor…

Julia llama a la que será mi tutora. Es una mujer de unos cincuenta, cansada, con ganas de irse a donde sea que le lleven sus siguientes pasos después de dejar este lugar tan mal pagado.

—Eres Izan, ¿no? —me dice, sin interés alguno.

—Sí —y ahora es cuando tú me tienes que decir tu nombre.

—Tony ya te contó un poco lo que íbamos a hacer hoy, ¿no?

¡Venga ya! Qué problema más tonto, en serio. Basta con que no la nombre en ningún momento, pero lo paso mal con estas cosas.

“Aweolai” me enseña lo que hace. Me da, con mucha energía y muy harta del trabajo al mismo tiempo, todos sus trucos de limpieza, optimización de tiempo y recursos, lugares clave en los que la suciedad adquiere un protagonismo especial y todo eso. Cuando el local empieza a llenarse de verdad, tiene que ayudar a servir algunas mesas, y me hace servir alguna a mí y todo. Se me ve super tímido tomando nota. Por ahora dice que me harán ir solo a las mesas donde no hay más de una o dos personas, para ir entrando en calor. Muy considerada la gente de aquí.

A veces cruzo miradas con Julia, que se nota que se lo está pasando muy bien viendo cómo estoy absolutamente fuera de mi medio.

A partir de cierto punto de la jornada, como que “aweolai” está cansada de hablarme y de enseñarme cosas, y parece como que, de repente, se olvida de que existo, y se pone a trabajar ella sola, asumiendo que yo la sigo en todo momento y que ya será tarea mía aprender lo que tenga que aprender.

Creo que Julia se da cuenta de la situación y en algún momento es ella la que viene y me da algunos trucos y consejos extra sobre cómo afrontar diversas situaciones dependiendo del volumen de trabajo y del tipo de clientes.

Cuando el local se vacía un poco, “aweolai” se acuerda de que existo, y, sin ninguna clase de motivación, me dice: ven, que te enseño lo de la cafetera.

Me enseña cómo funcionan las máquinas y cómo se montan los cafés más complicados. Luego sale a fumar y Julia me enseña cómo va el tema de las infusiones y algún otro detalle adicional. Menos mal que está ella aquí.

—¿Qué tal va la cosa? —me pregunta, con una sonrisa compasiva.

—Hago lo que puedo. Se supone que mañana vengo de prueba.

—Sí, Ayelén se iba a ir después del fin de semana, pero se comió los dos últimos días de la nada, y el jefe se cabreó muchísimo.

Ayelén. Ha dicho Ayelén, ¿no? Creo que ahora lo he escuchado bien. No se llama “aweolai”. Ni parecido, vamos. Pero ya tengo el nombre, justo a tiempo.

Cuando Ayelén vuelve, termina de enseñarme alguna cosa puntual, me muestran algunas cosas a tener en cuenta de la cocina, y ahí termina mi día.

Por lo visto, los viernes vendría solo por la tarde, los sábados todo el día entero, y los domingos solo por la mañana. Son veinte horas a la semana. No está mal, aunque los sábados serán bastante salvajes me parece a mí.

Al final del día, me despido de Ayelén, que está muerta de ganas de irse de aquí.

—Bueno, Izan, un placer —miente—, que te sea leve y que no se te cruce demasiado el jefe.

—Gracias, Ayelén —he podido despedirme sin cagarla con el nombre.

Antes de irme, Julia me cuenta un poco más sobre la bronca que ha habido entre Ayelén y Tony. Por lo visto, el jefe asumió que lo de comerse los dos últimos días es una cosa que suelen hacer los latinos, aunque lo único que pasó es que Ayelén fue más lista y encontró un fallo completamente legal en el contrato que le permitía irse dos días antes sin problemas. Cosas técnicas que Julia me ha explicado, pero con las que no me he quedado.

Julia está incómoda con la situación, ya que ella también es latina, pero dice que a ella el jefe la trata bien. No sé… Ya me iré formando la opinión conforme conozca a esta gente.

El último cliente del día es Saúl, que ha venido a buscarme para preguntarme qué tal el día. Lo observo mientras está terminándose la infusión que ha pedido y veo que está mirando al vacío durante un buen rato. O sea, hasta el punto de que yo me pongo a hacer otras cosas y, cuando vuelvo a mirar, sigue clavado en la misma posición.

Me despido de Julia y vuelvo a casa con Saúl.

—Algún viernes vendré a visitarte, a ver qué tal —dice—. Me gustan las infusiones de ahí, especialmente una que tomo antes de la hora del cierre que es buenísima para dormir.

—¿Solo los viernes? Los sábados tienes más opciones, porque me ponen diez horas. Ya me enteraré de si eso es legal o no.

—Los sábados… Mejor que no.

—¿Por qué?

—Nada, cosas de horarios, organización y demás. Es el día fuerte de las inversiones y todo eso. Tecnicismos.

—Ah… Ya veo.

Pues no sé, a mí me ha sonado raro, pero tampoco voy a opinar sobre cosas que no sé.

El caso es que ya tengo trabajo. Bueno, estoy de prueba. Tengo que informarme si se me pagará esos días o no, porque ahí podría encontrarse la primera trampa. Pero bueno… Por algún sitio hay que empezar.







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