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Viernes 21 de abril de 2023

Joel Soler

Actualizado: 1 nov 2023


Capítulo 52

Me reúno con viejos amigos

“Si tú lo dices… Yo no sé si tengo de eso.”



La palabra “amigos” es muy grande para las personas con las que me encontraré hoy. Ayer por la noche se hizo un grupo entre varios exalumnos de mi curso para quedar a tomar algo después del funeral. ¿Esos son los viejos amigos? La predicción puede que esté un poco rota, entonces. La gente de mi instituto era un espanto. Unos se burlaban de mí, otros no merecían ningún respeto y otros, sin estar mal, tampoco me dejaron una gran marca.

Lo primero que hago es ir al hospital a ver a Eric. Lydia todavía sigue conmigo, pero ya ha recogido sus cosas para volver a su casa después de eso. Su madre le manda mensajes del estilo “si te has echado novio me lo dices con toda confianza”.

Cuando llegamos a la habitación de Eric, nos encontramos una pequeña sorpresa.

—¡Es Iris! —grita Lydia, olvidando que estamos en un hospital.

Iris, nuestra amiga más callada y tímida del mercado, está sentada al lado de Eric y, además, le estaba sujetando de la mano en el momento en que hemos entrado.

Recuerdo que Eric me dijo que Iris era su compañera para jugar online en Animal Crossing durante la etapa del confinamiento, pero no sabía que eran tan cercanos como para que venga al hospital a hacer manitas con él.

—Yo ahora me tengo que ir —dice Iris con su característica sonrisa tranquila—. Nos vemos mañana si venís al mercado.

Iris se despide de Eric moviendo la mano y luego se va mientras Lydia la sigue con la mirada y con la boca abierta.

Cuando cierra la puerta, los dos miramos a Eric que, por su expresión, sabe lo que se le viene encima.

—¡Tú! —dice Lydia señalando a Eric con el dedo acusador—. ¿Desde cuando eres tan amiguito de Iris? ¿Cómo es que nadie sabía nada de esto? —de golpe se gira hacia mí—. Tú no sabías nada, ¿no?

—Nada de nada —imito a Lydia y apunto con el dedo acusador a Eric—. Te veo casi todos los días y no me has contado nunca nada.

—Soy un poco reservado —dice Eric—, y me parece que Iris lo es todavía más.

—Pero espera, espera… —dice Lydia—. ¿Estás saliendo con ella?

—Pues… —Eric se lo piensa con calma, mirando al techo—. No, no diría que estamos saliendo. Pero nos llevamos muy bien. Hemos quedado algunas veces. Le gusta venir conmigo al Diamond Glass, y el otro día la invité a un restaurante que la impresionó bastante.

—¡Estáis saliendo! —grita Lydia.

—Es un buen momento para recordarte que estamos en un hospital —le digo dándole un pequeño codazo.

—No estamos saliendo. Estoy cómodo con ella.

—¿Y por qué te lo callas? —insiste ella.

—Iris me dijo que no quería darle importancia. Creo que se olía que tú en particular te pondrías a gritar así.

—Ah, muy bonito —se ofende Lydia—, como soy una persona muy expresiva, muy intensa y me preocupo un montón por las relaciones de todos mis amigos, ya no se me cuenta nada. Mañana en el mercado no se me va a escapar, la muy calladita…


La conversación sobre la nueva pareja que ha surgido de la nada es entretenida, y me gustaría participar más, pero no tengo la energía ni los ánimos. Se me ocurre alguna pregunta ocurrente o alguna frase graciosa, pero no tengo fuerzas para decirlo en voz alta. Me pesa. No solo la muerte de mi profesor… Me pesa pensar que en parte ha sido mi culpa, por mucho que Lydia me intente convencer de lo contrario. Tenía la predicción y lo que hice fue evitar que me avisasen por llamada o por internet. Le doy vueltas a lo mismo una y otra vez.

Si no hubiese hecho nada… ¿Hubiese muerto mi profesor de todas formas? Lydia está convencida de que sí porque, tal y como dijo el doctor Gabriel, la muerte ocurrió el día anterior. Si algo ha pasado un día, lo que yo haga al día siguiente no debería ser relevante, porque ya ha ocurrido, y mi intervención empieza después del suceso. Esa es la teoría. ¿Pero conocemos bien el calendario? ¿Tenemos idea de nada? No, no la tenemos. Creemos que sí, pero no.


Antes de irnos, Eric nos cuenta algo más sobre lo que le ha pasado. Como ya anticipó ayer, ha sido un problema de arritmia. Se intensificó el efecto porque, durante las últimas semanas, Eric aumentó su dosis, por cuenta propia, de unas pastillas que tomaba para el estrés. No le ha querido dar mucha importancia, pero saber que toma ese tipo de medicamentos, y sabiendo que es alguien que bebe alcohol de forma regular… Me hace entender que Eric se está cuidando mucho menos de lo que pensábamos. Él no quiere entrar en detalles.

—Estas últimas semanas en el trabajo han sido un espanto, tú lo sabes, Izan —dice.

Con la promesa de que hará bondad con el alcohol y que no subirá dosis de nada por cuenta propia, nos vamos al funeral del profesor. Una parte de mí piensa que debería preocuparme más por lo que nos acaba de contar, pero ya habrá tiempo para eso. Tengo mucho encima y lo último que quiero es que me pase lo mismo por culpa del estrés. Pero pronto estaré por él.


Del funeral tengo poco que decir. Lydia y yo hemos permanecido a un lado todo el tiempo, siguiendo a la gente e interactuando con muy pocos.

Cuando termina, Lydia vuelve para su casa y yo me acerco al grupo de excompañeros de clase que me agregaron ayer.

Tomamos algo en el bar más cercano. Por desgracia, Alex no ha podido venir. Tenía la esperanza de que al decir “viejos amigos”, mi único amigo de aquella época podría volver a España para la ocasión.

Por mi parte, hablo muy poco y solo cuando alguien se dirige a mí. Quiero irme a casa y pensar. Quiero tener un día mejor mañana.

Del día de hoy he sacado algunas conclusiones.

La primera, que nadie conocía al profesor como yo. Hablan bien de él, pero no saben nada de él. No han tenido la suerte de tenerlo como vecino.

La segunda, que yo no tengo nada que ver con esta gente. ¿Las conversaciones a estas edades son tan aburridas? ¿Soy yo el que está mal?

La tercera, que he borrado muchísimas partes de mi pasado en el instituto. Los recuerdos vienen al escuchar a estas personas, pero son demasiadas cosas que todo el mundo recuerda menos yo. Para ellos son recuerdos bonitos. Para mí, cosas que acompañaban a otros recuerdos que quería olvidar o que nunca significaron nada.

La cuarta, muy relacionada con la anterior, es que había personas que sí fueron amigos míos. Fueron agradables conmigo, quedaba con ellos y pasábamos buenos ratos gracias a que eran amigos de Alex. Incluso uno de ellos vino a casa varias veces a jugar a videojuegos, y me había olvidado por completo.

Eso me lleva a la quinta, que es entender lo triste que resulta borrar también las cosas buenas para protegerte de las malas.

No he estado tan mal y al final he podido tener alguna charla agradable con algunos de ellos. Lo puedo decir de dos, como mucho, pero sí, por qué no: eran viejos amigos.


Volver a casa está siendo duro estos días. Al llegar al rellano del tercero, abro la puerta y me quedo quieto un momento. Me giro y miro hacia el tercero primera. Miro en silencio con una esperanza sinsentido: que el profesor aparezca por esa puerta. Que me diga algún cotilleo del edificio, o me de algún buen consejo.

Ya nadie saldrá por esa puerta, eso está claro. Creo que hay una sexta cosa de la que me he dado cuenta hoy: el profesor Rafael era un apoyo y una guía. Lo que a lo mejor unos padres, un hermano mayor u otro familiar tuvieron que haber sido, como yo no he tenido nada de eso, al menos no de forma satisfactoria, era mi profesor quien cumplía ese rol. El templo que se había formado en el tercer piso de este edificio, donde solo tenía que salir por la puerta y encontrar a alguien que podría sostenerme en los peores momentos, ha sido derruido. Ya tengo suficiente edad para ir por mi cuenta, ¿no?

No deja de ser duro. No deja de ser doloroso. A partir de mañana miraré para delante, pero hoy solo miraré al techo, tumbado y sin hacer nada.

Ni un día más después de hoy, profesor. Lo prometo.







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