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Viernes 24 de noviembre de 2023

Joel Soler

Actualizado: 25 nov 2023


Capítulo 269

Éxito en la campaña de Pablo

“Esta predicción me ha quitado muchísima presión, la verdad.”



La mañana ha sido satisfactoria. Pablo Merino nos ha confirmado el éxito de su campaña, en la que todos hemos trabajado muy duro, y eso se traducirá en comisiones extraordinarias. Este sistema de bonificaciones por el trabajo bien hecho es algo que hubiese estado genial en la empresa en mi anterior trabajo, pero a lo mejor era mucho pedir en una empresa que tenía a Ignacio como jefe de una de las oficinas principales.

Pablo habla muy bien de mi labor. Mientras lo hace, noto que alguien me toca la espalda. Me giro y... No veo a nadie. No tengo ni idea de a qué ha venido esto, pero ahora lo que importa es que los jefes me sigan felicitando.


Al volver a mi casa, tengo otro de esos encuentros casuales. Hacía tiempo que no lo veía a este…

—Mira tú por dónde —digo.

—¡Izan! —exclama Jordi, contentísimo de verme, por lo visto.

—¿Qué tal? Hacía tiempo que no te veía.

—Sí, ¿ya no vives donde antes?

—Me mudé, sí.

—Ah, genial. ¿Cómo te van las cosas?

Jordi quiere mantener la típica conversación amistosa entre dos conocidos sin mucha relación. La clásica puesta al día en temas de salud y de trabajo. Nunca le quise hacer mucho caso a Jordi porque me da algo de mal rollo, pero es verdad que lo solía tratar bastante mal, así que ahora intento ser cordial si me lo encuentro.

—Y… ¿Qué tal está Lydia? —pregunta—. Hace tiempo que no sé de ella.

—Está como siempre.

No sé qué más decir. No le voy a contar que está amenazada de muerte por un anciano mafioso y que ella quiere enfrentarse a él porque está poniendo en peligro a una niña de diez años.

—Oye, Izan, una pregunta. ¿Tú estabas saliendo con una chica llamada Abril?

Vaya. Esa pregunta no me la esperaba.

—No estoy saliendo con ella, pero conozco a una chica llamada Abril, sí.

—Ah, vale. Es que… La vi el otro día amenazando, de una manera que me dejó muchísimo mal cuerpo, a Enzo, el cachas del gimnasio.

—¿Conoces también a Enzo?

—Sí, bueno. Yo estuve en ese gimnasio, y está cerca del mercado. A veces hemos charlado.

—Y dices que… ¿Abril hizo qué?

—Bueno, a lo mejor miré mal. Pero amenazaba a Enzo, te lo prometo. ¡Como una loca! Bueno, no sé, yo no tengo ni idea del tema. Te lo decía por si tú sabías algo, porque me dejó loquísimo.

—Ah… Pues no, no. No sabía nada.

Jordi se encoge de hombros y me da una palmada en el hombro.

—Bueno, chaval. Que te vaya todo muy bien. Nos vemos.

—Sí, igualmente. Adiós.

Nunca me quedo con buen cuerpo cuando hablo con este tío…

El resto de la tarde lo paso trabajando en la cafetería y pensando en qué le diré a Víctor Abad pasado mañana.



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Capítulo 269

Éxito en la campaña de Pablo

“No lo entiendo. ¿Qué éxito? ¿Cómo se puede cumplir esta predicción?

Por más que lo pienso, no hay manera… Yo mismo me cargué esa campaña.”



Paso toda la mañana en mi casa. No quiero hacer nada. No puedo procesar todo lo que ha pasado. Me han despedido por quemarlo todo, y Eric me odia porque resulta que Saúl es el acosador de Iris, y ahora he quedado como un mentiroso.

Frank intenta animarme, pero no escucho nada de lo que me dice.

Cuando Frank sale a comprar, yo salgo a pasear. Quiero estar solo un rato.

—Izan, espera, por favor.

Vaya. Pues no me dejarán estar solo, no. Es Saúl.

—Eres el acosador de Iris… —digo. Ya ni lo pregunto.

—Es algo complicado... Izan, por favor, escucha…

—Dime una cosa. Aunque no me quieras contar toda la historia, dime por lo menos esto: ¿estabas en el pueblo de Anna a finales de agosto?

—¿Qué?

—Iris pensó que la seguían. Le pareció verte, pero no estaba segura. ¿Eres tú?

Saúl no me quiere contestar. Para mí, eso es más que suficiente como respuesta.

—Eres un hijo de puta… —digo.

—Izan, escucha… Ahora mismo hay cosas mucho más urgentes.

—¿Tú enviaste aquella nota sobre Iris y Eric?

—¡Izan! ¡Escúchame, por favor! Esto es muy, muy importante.

—¿Qué quieres?

—Quería preguntarte… ¿Qué haces aquí? ¿No trabajas por la mañana?

—Me han despedido. Por eso estaba así ayer, cuando me encontraste deambulando. Me han despedido por quemar mi oficina.

—Te han despedido… Mierda. No, eso no es…

—¿Qué pasa? ¿Te quitan alguna comisión si me despiden? —pregunto.

Saúl aprieta mucho los ojos. Lo veo muy nervioso, pero me cuesta creer que esté peor que yo ahora mismo, la verdad.

—Me dijeron que estabas en una campaña muy importante —dice.

—¿A qué viene esto? ¿Quién te dijo algo tan específico?

Se queda callado. Está pensando. ¿De qué va? ¿Qué quiere?

—Bueno, ahora te lo explico. Dime qué pasa con esa campaña. ¿Cómo ha ido?

—¿A ti qué te importa eso?

—Soy… Soy inversor de la empresa. Me dijeron que esa campaña era muy importante.

—Ya…

Me lo está preguntando por el calendario. No tengo la menor duda.

—Mierda, no… La estoy cagando… —dice—. Si es lo de siempre no importa, pero, si está rota… Mierda.

—¿De qué hablas? Hoy estás más imposible de seguir que nunca, Saúl…

—Por tu vida, Izan, sin hacer preguntas: dime si la campaña de Pablo Merino ha tenido éxito.

—Eso no lo preguntas por ser un inversor, ¿verdad?

—¡Sin preguntas, hostia puta! —grita de una forma que nunca había escuchado, ni en él, ni creo que en nadie. Me ha asustado de verdad—. Te pido, por favor, por tu vida y por la mía, que me digas si la campaña ha tenido éxito.

—Me estás dando muchísimo miedo… Pero te digo lo que te he dicho antes. Me han despedido. La campaña ya no tiene nada que ver conmigo, ni me van a decir si ha tenido éxito o no.

—¿No lo puedes comprobar de alguna forma?

—Puedo comprobar si se ha lanzado al final, y si ha tenido números más o menos buenos, pero me faltarán datos.

—Compruébalo. Ahora... Por favor.

—Vale, vale…

Miro los datos. La campaña no está por ningún sitio. O la estoy buscando mal, o la empresa nunca la pudo lanzar a tiempo… Por mi culpa, sin ninguna duda.

—No se lanzó —digo, repasando hasta el último rincón de los perfiles del cliente—. Quemé todo el trabajo, así que supongo que se perdieron muchísimas cosas, y no se pudo trabajar de forma regular ayer. Además, me perdieron a mí, que cargaba con más de una cuarta parte de todo el trabajo. Es imposible que la sacaran…

—Llámalos. Llama a Pablo Merino. Pregunta si la lanzará en las próximas horas.

—¿Qué? ¡No!

—¡Llama a Pablo Merino! —grita otra vez con la misma fuerza que antes.

Llamo a Pablo Merino. Siento que me mandará a la mierda de la forma más cruel...

Al segundo intento de llamada, Pablo responde.

—Dime, Izan.

—Hola, Pablo. Quería hacerte una pregunta… ¿Se pudo lanzar la campaña al final? O, ¿se podrá lanzar antes de que termine el día?

Se queda en silencio. No contesta. Me siento muy, pero que muy estúpido al haberle preguntado esto.

—Izan —dice Pablo—. No tienes… No, no te imaginas la cantidad de dinero que hemos perdido por tu culpa. Menos recochineo, porque me estaba pensando si denunciarte o no para sacarte hasta el último euro que tengas, y pensaba que no lo haría, por respeto a Dana y por lo que hiciste contra Ignacio. Pero no te la juegues tanto, porque bastante has hecho ya. ¿Me he explicado? ¿Lo has entendido, Izan?

—Sí… Sí. Lo siento.

Pablo cuelga, y yo miro a Saúl.

—¿No hay campaña…? —pregunta.

—No. No hay campaña…

—¿Dices que quemaste toda tu empresa? No... ¿No quemaste solo una planta?

—Quemé toda la planta, sí —digo.

—No. La planta. La maceta. ¡La puta maceta con la planta! —dice, nerviosísimo.

—¿Cómo sabes tú…? Joder, Saúl… ¿Pusiste tú esa planta en mi oficina?

—¡Sí! ¡Esa es la planta que tenías que quemar!

Este capullo… No ha dejado de engañarme en ningún momento…

—Bueno, ahora que me has confirmado que sabes lo del calendario y que manejas los hilos —digo, sin mostrarme sorprendido—, dime, ¿qué está pasando con la predicción de hoy?

—¿La predicción de hoy? —pregunta—. Que no se cumple. ¡La predicción de hoy no se puede cumplir!

—No lo entiendo —digo—. Llevo con este calendario desde el uno de marzo. Han pasado casi nueve meses, y todos los días, sin excepción, las predicciones se han cumplido. Es la primera vez que pasa esto…

Saúl me mira con los ojos muy abiertos. Me da mucho miedo esa mirada.

—¿La primera...? —dice—. ¿La primera, Izan? ¿La primera? ¡La primera! ¡Ha dicho que es la primera! ¡La primera!

Saúl repite lo mismo una y otra vez, y empieza a reír como un desquiciado. Su risa es cruel y dolorosa, y me da muchísimo miedo.

—¡La primera! Me encanta. En nueve meses, la primera. Hostia, qué bueno… Me parto contigo. La primera…

—¿Saúl…?

Mientras se ríe y hace aspavientos él solo, alguien se acerca por detrás.

—¿Qué le pasa al loco? —pregunta la persona en cuestión. Es Jordi—. ¿Te está molestando?

No contesto. Quiero entender qué le pasa a Saúl. Él… ¿Cuántas predicciones fallidas ha vivido para reaccionar así? Y, ¿de qué manera? No entiendo nada…

—¡Tú! —dice Saúl, señalando a Jordi—. Has aparecido en miles de repeticiones. Has aparecido por todas partes, pero nunca sales en las predicciones. No me la cuelas. ¿Quién eres? Tú no estabas en la vida de Izan… ¿Quién eres? ¿Por qué apareces de forma oportuna en muchas predicciones, pero no siempre? Dime de una vez quién eres, antes de que todo se vaya a la mierda.

—¿Todo se va a la mierda? —dice Jordi.

—¡La predicción de hoy no se puede cumplir! ¡Es absolutamente imposible! —Saúl vuelve a reír como un desquiciado, y yo cada vez tengo más miedo.

—¿Qué? —pregunta Jordi—. Hostia, no me digas, ¿estamos en un camino sin salida? ¿Se ha roto?

—¡Sí! ¡Una línea rota!

—¿Estamos todos muertos? —pregunta Jordi—. Vaya... O sea... Vaya. Increíble. ¡Ja! Tengo ganas de ver cómo se siente.

—Eso es. Todos muertos. Así que, ahora que todo da igual, dime quién eres. Ya no importa, ¿verdad?

—No, no creo. A ti y a mí nos van a dar por culo, Saúl —dice Jordi—, pero Izan podría recordar ni que sea unos segundos de esto. Siempre le pasa. Así que no, no te voy a decir quién soy ni qué quiero.

—Estás con ellos… Hijo de puta… —dice Saúl—. Escucha, Izan. Este capullo trabaja con Olivia y Salvador, ¡te lo aseguro!

No puedo contestar. Me he bloqueado. No puedo asimilar tan rápido.

—Vaya… Qué persona tan molesta —dice Jordi—. ¿Sabes qué te digo? Que espero que la versión de mí que llegue más lejos, haga lo que tiene que hacer contigo. Que no te permita hacer lo que te dé la gana, Saúl. Que lo único que te permita es seguir pasándolo muy, pero que muy mal.

—¿Cómo puedes ser así…? ¿Tan importante es lo que sea que estés intentando conseguir?

—¿Yo? Qué va. Yo no soy como Olivia o… La otra persona que trabaja conmigo. Ellos tienen sus razones de peso. Yo no. Bueno, sí, tengo mis razones, y si se cumplen, pues perfecto. Y si no, pues no tan perfecto, pero la vida es eso, ¿no?

—¡Entonces deja de hacer lo que haces! ¡Estás haciendo muchísimo daño!

—Qué mal... Yo que venía hoy porque la predicción parecía aburrida y con mucha libertad de movimiento... Ah, perdona, ¿decías? ¡Ah! No, no. No pienso dejarte en paz. Y, ¿sabes qué? Sé lo que te propones hacer en enero. Mi otro yo no te lo permitirá, te lo aseguro.

—Hijo de puta…

Mientras Saúl y Jordi se pelean, yo creo ver algo. Conecto con algo que no entiendo… Es como una visión de mí mismo, a mi lado, pero no la entiendo…

Estoy en la empresa. Puedo verme de espaldas en la oficina. No está quemada. Está hablando con Pablo Merino.

Intento tocar con mi mano a esa visión de mi espalda. No me hace caso. Un poco, me ha parecido, pero me ha terminado por ignorar.

Soy yo, ¿no? Estoy hablando con Pablo Merino… Me está felicitando…

—La campaña… —digo—. ¿Por qué a él sí y a mí no…? La campaña…

Mi cabeza ya no funciona. No escucho nada de lo que pasa a mi alrededor.

Creo que estoy perdiendo el conocimiento.


Abro los ojos poco a poco.

Creo que estoy tumbado frente a un techo blanco.

—¡Izan!

Alguien está sentado a mi lado. ¿Quién es?

Hay varias personas. La que ha dicho mi nombre es Anna. También están Frank y Lydia.

Estamos en un hospital.

—¡Izan, por fin! —dice Anna.

—¿Qué te ha pasado ahora? —dice Lydia—. ¿Y por qué tantas veces?

—No te haces a la idea de lo que me he preocupado… —dice Frank—. Joder... ¿Estás bien?

Yo asiento. Lydia dice que avisará a Alex.

—Oye… ¿Qué hora es? —pregunto.

—No te preocupes por la hora —dice Anna—. Ya hemos avisado al trabajo. Julia te manda recuerdos.

—No… —digo—. Por favor. ¿Qué hora es?

—Son las doce menos cinco —dice Frank.

—¿Las cero? —pregunto.

Frank asiente.

Yo recuerdo todo lo que he escuchado de Saúl y Jordi.

Es una línea rota. Dicen que moriremos.

Y me lo creo. Todo me cuadra. Es la primera vez que el calendario falla.

Pido el móvil a Frank para mirar si han lanzado la campaña.

No la han lanzado. No hay campaña. Se acaba el día y la predicción no se ha cumplido.

En tres minutos se habrá terminado el día. No es casualidad que me haya despertado ahora, ¿verdad? Creo que me he despertado porque mi cuerpo ya está notando como se empieza a romper todo. Tengo la sensación de que lo he vivido muchas, muchísimas veces...

Miro a Anna a los ojos.

Es preciosa. Hoy la veo más preciosa que nunca.

Lleva el pañuelo naranja.

—Es el pañuelo de cuando estás vulnerable… —digo.

Anna sonríe. Se ha sonrojado. Asiente. He acertado.

Queda poco más de un minuto para que termine el día.

Me incorporo.

Lydia vuelve y dice que Alex ya está avisado y que está dando saltos de alegría.

No me importa quién mire. Me acerco a Anna y la sujeto de la nuca con suavidad.

Acerco su cara a la mía.

Ella entiende lo que quiero hacer, y cierra los ojos.

No sé qué están pensando Lydia y Frank, pero no importa.

Anna y yo nos besamos.

No sé cuánto dura el beso. No importa. Nada importa.

Es el beso más bonito que he tenido nunca.

Es ella.

Lo siento… Siento si todo ha sido culpa mía.

El mundo empieza a desmoronarse.

Anna no lo nota. Yo no le doy importancia. Estamos protegidos en ese beso. Pero yo sé que se desmorona.

Todo se está rompiendo. Lydia y Frank están desapareciendo. Anna también.

En pocos segundos dejaremos de existir, y todos mis problemas dejarán de tener importancia.

Pero ahora, en estos momentos… Soy feliz.

Todo se termina de romper y desmoronar. Ya es la hora.

Miro a Anna a los ojos.

Sí. Sin ninguna duda, es ella.

—Te quie-






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