Viernes 6 de octubre de 2023
- Joel Soler
- 6 oct 2023
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 7 oct 2023
Capítulo 220
“Por si un funeral no es lo bastante malo…”
El funeral es por la mañana. No asisten demasiadas personas. De mis amigos solo vienen Lydia y Anna, que son las que más se están volcando conmigo en esto desde el principio. Por supuesto, Rafael también está aquí.
Algunas caras más como Ángela y Santiago, que tienen tiempo libre, tampoco podían faltar. No interactúo casi nada con ninguno de ellos. Estoy en piloto automático. Mi cabeza no da mucho más de sí, y tengo miedo de que se cumpla la predicción. De que pierda los nervios aquí, delante de todo el mundo, cuando ahora lo que menos quiero es levantar la voz o que la gente me mire. No quiero llamar la atención ni quiero hablar. Espero que, si pierdo los nervios, todo quede de forma interna conmigo mismo, sin involucrar a nadie más.
Pero, cuando el funeral está terminando y ya estamos en la parte del entierro, aparecen las personas que harán que me ponga nervioso.
—¡Izan! —grita mi padre en mientras el cura estaba recitando el último tramo del sermón de despedida. Todo el mundo en silencio, mirándonos, en el peor momento posible.
Yo lo miro con los ojos muy abiertos, como diciendo “¿qué coño haces?”, pero no se da por aludido y se acerca a mí, nervioso, gritando.
—¿Por qué me colgaste ayer? ¿Por qué no me has avisado de nada de esto? ¡Nos hemos tenido que enterar nosotros!
Mi madre también está aquí. Mi hermano no, supongo que porque él estaba incluso más lejos de España.
—No es el momento, ¿no? —le digo.
—No, es que me parece muy fuerte —dice mi padre—. No entiendo por qué no me has llamado ni nada. Me cuelgas, me hablas mal, no me dices nada…
—Cállate… —murmuro.
—¿Qué has dicho?
—¡Izan! —grita mi madre, que por lo menos no me ha nombrado por el apodo—. ¿Por qué te pones así? ¿Te hemos hecho algo?
—¿Podéis callaros un rato? Estamos en mitad del entierro del tío Mateo.
—Claro, y hemos llegado de milagro. ¿Te parece normal? —insiste mi padre.
Todos nos miran. Creo que Lydia intenta intervenir para ayudarme, pero le hago una señal para que no lo haga.
—Repito —digo—. No es el momento.
—Me parece muy fuerte… —dice mi padre—. Muy fuerte.
Ellos toman posición en el entierro como si nada de esto hubiera pasado. Yo intento dejarlo pasar, pero por dentro estoy ardiendo. Tengo ganas de gritar, pero no quiero que los demás me vean. Lo haría si estuviéramos solos. Estoy muy, muy cabreado. Se repite en mi cabeza una y otra vez lo que acaba de ocurrir y, cuanto más lo pienso, más injusto y asqueroso me parece.
De repente, para rematar la faena, es el propio cura el que nos lanza una pulla tanto a mis padres como a mí, ahí, en mitad del sermón.
—Nos despedimos de él en un ambiente que a lo mejor no ha sido el más propicio por las rencillas familiares que, por supuesto, desconozco, pero que al señor Mateo Robles no le hubiese gustado que se dieran de un modo tan desagradable en su funeral. Él seguro que querría que reinase el espíritu de la paz y de la concordia —dice el gilipollas.
Al decir eso, me doy cuenta de que callarme ha sido un error.
—Espera, espera… —digo, y todos me miran, pero ya me da igual—. ¿Conocías a mi tío? No lo conocías mucho, ¿verdad?
—¿Disculpe?
—No, no lo conocías. Te voy a decir exactamente lo que mi tío querría que pase en su funeral.
Miro de reojo a Rafael para confirmar si está de acuerdo conmigo y si piensa como yo. Él sonríe y asiente. Nos hemos entendido.
Me giro hacia mis padres, en concreto hacia mi padre, por ser el hermano de mi tío, y por ser el que más me ha tocado los huevos.
—Después de todos los escaqueos, los desprecios, la forma reiterada de ignorar la necesidad de mi tío de mantenerse en contacto con su familia, la forma en que intentabais no visitarlo nunca pese a que pisáis el país cada muchísimo tiempo… ¡La forma en que pasé a ser el contacto de emergencia sin que nadie me dijera nada! ¿Te digo lo que querría mi tío en un día como hoy? Querría que, si ahora vienes con esa actitud demandante… Si ahora exiges que se te avise porque ha tenido que morirse para que te preocupes un poco por él… Si te dedicas a criticar al único familiar que ha estado con él… Lo que mi tío querría es que te mande a callar —creo que mi padre quiere contestar, pero no se lo permito y sigo hablando—. ¡Se ha muerto sin que podáis arreglar nada! ¡Asumiendo que ya no eres más que un desconocido para él! Le parecería de chiste que ahora vengas tan preocupado por lo que ha pasado. Oh, qué ha pasado, oh, Izan, por qué no me avisas… ¡De verdad, hay que tenerlos bien gordos para venir con esa actitud! Y encima es que te importa tan poco que no tienes la cara dura de aparecer gritando en pleno entierro. Si de verdad estás molesto por no llamarte, me lo dices cuando nos quedemos solos, no así. Y os puedo asegurar —digo, mirando al cura— que, si mi tío pudiese hablar ahora mismo, todo esto que he dicho es lo que le diría a su hermano. ¡Y me he quedado corto! Así que no, papá. No te iba a avisar. No consideré que tuviera que gastar energías en avisar a alguien que ya había decidido desvincularse todo lo posible de su propio hermano. Si tenía que usar tiempo y fuerzas para llamar a alguien, sería solo a personas a las que les importase mi tío. Bastante mal lo estaba pasando como para tener que gastar energías en ti. Ni mi tío te debe nada, ni yo mismo, como hijo, te debo nada.
Nadie se atreve a decir nada más después de eso.
Es extraño. Me gustaría poder decir, con sinceridad, si me siento aliviado y realizado, o si me siento culpable y angustiado por lo que acabo de decir. Me siento todas esas cosas a la vez, si es que eso es posible.
Poco después, Rafael aplaude. Lydia le sigue el juego, y luego Anna. Luego lo hacen algunas personas más que no conozco. De alguna forma, todos me están aplaudiendo. Algunos no, porque no entienden qué ha pasado, pero Rafael asiente, orgulloso de sí mismo.
Mi padre se va, y mi madre corre detrás de él.
No tengo ni idea de cómo ha concluido el ritual como tal después de esto, de verdad.
Yo hago todo lo posible para que nadie me hable en lo que queda de día. Hago lo posible por no contestar y no pensar.
Y así, en piloto automático, consigo soportar lo que queda de este viernes tan espantoso hasta el final.
Me siento un poco mal, no voy a mentir… Pero me alivia pensar que, si mi tío ha visto esto de alguna forma, seguro que lo que habrá pensado es que soy un auténtico Robles que ha puesto a su hermano en su sitio.

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