Domingo 28 de mayo de 2023
- Joel Soler
- 28 may 2023
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 14 nov 2023
Capítulo 89
Reunión de vecinos complicada
“Mira que somos pocos y algunos no damos ningún problema,
pero nos las vamos a apañar para que se vuelva complicado igual.”
Hoy hay elecciones municipales. Me acuerdo de que, en las últimas elecciones, pensé: va, para las siguientes, me informo de qué ofrece cada partido, y así voto en consecuencia.
Jamás lo hice.
Otras veces lo que hago es pedirle opinión a varias personas de mi entorno que estén puestas en el tema, hago un promedio mental entre sus posibilidades, y voto a ese. En resumen, soy un desastre.
Este año no he hecho ni eso. No tengo tiempo ni fuerzas. Lo que más me apetece es meter en un sobre un papel con la palabra “socorro”, y que ese sea mi voto. Depende de como sea la reunión de hoy, igual lo hago.
Como ya ha pasado otras veces, el presidente de la comunidad pasó casa por casa ayer para informar sobre la reunión de hoy.
Por la tarde, todos los vecinos del edificio estamos ahí. El presidente Gabriel, los tres alquilados, los LuLu, la pareja de ancianos y yo.
Cuando vamos a comenzar, me llama mi tío Mateo.
—Niño, ven a buscarme a la esquina, que mi amigo no puede aparcar en esta calle.
—¿Qué? ¿En la esquina? ¿Tu amigo?
Ya de natural, suelo procesar lento. Me ha costado entender que han traído en coche a mi tío Mateo hasta aquí mismo solo para participar en la reunión de vecinos de hoy. Con razón es complicada.
Corro hasta la esquina y me encuentro a mi tío, y su bastón, saliendo del coche. El hombre que conducía debe de ser su amigo Rafael, su único amigo de la residencia.
—¿Qué pasa tío? ¿Necesitas que te acompañe? —sujeto del brazo a mi tío para ayudarle a caminar.
—Hoy sí. Me he levantado con las rodillas mal. Es el tiempo este húmedo y las lluvias, que no paran. La predicción del tiempo esa que tenéis en los telefonitos y en el internet es una porquería.
—Ya. ¿Y por qué has venido a la reunión? Lo normal es que participes por teléfono.
—Pues porque no puedo dejar que la gente haga lo que le da la gana. Le he pedido al presidente los puntos del día, y me ha apetecido venir. ¿Tienes algún problema?
—No. Así pones firmes a los nuevos de abajo. Menuda pareja a la que le has vendido el piso.
—¿Lucas y su señora? Ya sabía yo que no parecían de fiar. Pero me pagaban en mano. Un maletín, Izan. Se creen mafiosos o algo.
No lo sabes tú bien. Mi tío tiene un buen grado de intuición.
—¿Sin pasar por bancos ni nada? ¿Eso lo puedes aceptar, tío?
—Tengo a gente que me lleva estas cosas. Yo vi el maletín y pensé que me gustaba que fuera alguien que no venía con rodeos, ni regateos, ni cosas raras. El dinero en mano, en el momento. Un apretón de manos y nos dejamos de follones.
—Si tú lo tienes claro…
—¡Izan! Camina bien, que nos vamos a caer los dos a este paso. Vaya forma de caminar. Tu abuelo no caminó así ni cuando le empezó a fallar el cuerpo. Se mantuvo firme, como corresponde a los Robles.
—¿Eso ha sido un juego de palabras o un lema familiar o…?
No me contesta. O no le ha gustado mi comentario simpático, o ni me ha escuchado.
Llegamos al portal, donde están el resto de vecinos esperando.
—Míralo el Mathew —dice Aaron—. Ya hacía tiempo que no nos veíamos.
—Vosotros no deberíais asistir a las juntas. Sois alquilados, no tenéis voto. Es mi sobrino el que vota por mí si yo no estoy.
—Tan majo como siempre —murmura Gemma.
—Nos gusta observar a la fauna que hay por aquí —le dice Aaron.
—Bueno, ¿empezamos o qué? Que me han traído en coche y no quiero hacer esperar a mi conductor —dice mi tío, sentándose en una silla que ya le había preparado el doctor Gabriel de antemano.
La reunión comienza. Gabriel dice que hay tres puntos a tratar. El primero hace que el ambiente se caldee nada más empezar. Hablan de subir las cuotas de la comunidad.
—No. Siguiente punto —dice Lucas.
Lucía le pega un codazo, avergonzándose de él. Lucas la mira, como diciendo “en casa te vas a enterar”. No sé si ha querido decir eso, pero con lo que sé de ellos, me cuadra mucho.
—¿Por qué, Gabriel? —pregunta la señora Ángela.
—Lo principal es que, con el tercero primera vacío, los gastos de comunidad ahora se sostienen entre cinco viviendas…
—¿Nadie tiene la propiedad de la casa de Rafael? —dice el tío Mateo.
—Sí… —contesta Gabriel—. Es su hermana. Pero acordé con ella que no tendría que preocuparse por eso estos meses, ya que tiene el piso en venta y no tiene previsto vivir aquí. Si no lo vende, habría que volver a hablar, pero por ahora…
—¿Y qué? —contesta mi tío—. Ahora es propietaria, lo quiera o no. Yo tampoco vivo aquí.
—Es una situación especial… —dice Gabriel—. Fue por una muerte, es temporal, no se pasará por aquí, lo quiere vender…
—¿Y por eso nos tenemos que joder los demás? —dice Lucía—. Pues vaya gracia. Nosotros votamos que no.
—Yo también —dice mi tío—, y tengo dos votos. Ya somos mayoría.
—No se trata solo de votar —dice Gabriel—. Si no subimos las cuotas, algo tenemos que hacer, o no podremos afrontar los gastos básicos de la comunidad.
—¿Y no traes ninguna solución? —dice mi tío, que no da respiro al presidente.
—Siempre hay alternativas. Por ejemplo… ¿Placas solares?
La discusión por las cuotas de la comunidad se alarga. Lucas, Lucía y mi tío son huesos duros de roer para Gabriel. Al final, se acuerda lo de las placas solares y se acepta una subida temporal leve de comunidad con posibilidad de que unos pagasen más a condición de que lo recuperasen con intereses en el futuro, cuando lo de las placas solares prospere. No ha sido fácil llegar a esa conclusión.
Pasamos al punto dos, y este no me lo esperaba para nada.
—El punto dos es la prohibición de animales domésticos en el edificio.
Todos me miran a mí. Soy el único que tiene mascota.
—¿Qué? —digo, desorientado—. ¿Prohibir a Espino?
—Es una petición del segundo segunda —dice el presidente.
Yo miro a Lucas y a Lucía.
—Ya. Cómo no. ¿Qué os pasa con mi gato?
—Mi mujer es alérgica —dice Lucas.
—Claro, y debe de haberse puesto malísima de todas las veces que lo saco a pasear —digo.
—¿Es un sarcasmo? —pregunta Lucía.
—Oye, espera —interviene mi tío—. No es un perro al que te encuentres por el rellano. El gato de mi sobrino no sale de su casa. ¿Qué tontería es esa de la alergia?
—Se le pegan los pelos, y Flora habla mucho con él. Tengo miedo de que me cause reacción por culpa de eso —dice Lucía.
—¿Eso es posible? —digo, mirando al doctor Gabriel.
—Bueno… Las alergias se manifiestan de formas distintas en cada persona. No quiero descartar nada sin revisarlo bien.
—Yo estoy flipando —dice Aaron—. Lucy, cómo te pasas…
—Tú cállate, degenerado —dice Lucas.
—Te vas a ir callando tú —contesta Aaron—, que el punto tres os viene calentito.
—¿Qué has dicho? —contesta Lucas, acercándose a Aaron.
—¡Por favor! —grita Gabriel—. Tenemos que decidir qué hacemos.
—¿Votamos? —pregunta la señora Ángela.
—Sí, haremos una primera votación para ver qué opina el edificio. ¿Debemos prohibir las mascotas?
Lucas levanta la mano. Es el único. Mi tío no la levanta, por lo que está jugando a mi favor. Es de agradecer.
—¿Eso quiere decir que los perroflautas de abajo podrían comprarse un perro y no podemos hacer nada? —pregunta Lucas.
—Oye, no es mala idea… —dice Gemma, mirando con odio a la pareja.
Creo que Aaron y Gemma deben de estar tan hartos como yo de escuchar a los LuLu. Los tienen a la misma distancia que los tengo yo.
—Es cierto que hemos votado centrándonos solo en el gato de Izan —dice Gabriel—. Creo que deberíamos hablar de esa prohibición, por un lado, y del caso del gato por otro.
La charla se vuelve larga e incómoda. Al final, se llega a la conclusión de que lo único que estará prohibido son los perros, por su necesidad de salir a pasear, infectando las zonas comunes. Animales como gatos o conejos no supondrán ningún problema. Lucía intenta luchar un poco más contra el asunto de mi gato, pero termina en un fracaso total.
Llegamos al punto tres. Por lo visto, Aaron, Gemma y Pol han puesto una queja contra los ruidos de las peleas de los LuLu. Ese punto es un fracaso, porque solo es un intercambio de insultos entre las partes, y las soluciones que propone Gabriel no interesan ni siquiera a los propios Aaron y compañía, porque no quieren tener prohibiciones comunitarias que impedirían que de tanto en tanto hagan ruido extra por la noche.
Al final, la propuesta que mejor calado tiene es una de Gabriel que dice que cualquiera que supere cierto nivel de ruido pasada cierta hora, si alguien se queja y lo puede demostrar, la persona que hace el ruido perderá el derecho a voto la siguiente vez que se use. Si la cosa persiste, se hará una denuncia apoyada por toda la comunidad.
—¡Eso es injusto! ¿Y qué pasa con los alquilados? ¡Ellos no votan! ¿Cómo los amonestamos a ellos? —grita Lucía.
—Pues llamamos a la policía directamente —añade Lucas.
—Será fácil —dice el tío Mateo—. El propietario de ese piso soy yo. Se me amonesta a mí. Ya te digo yo que, si pierdo mis dos votos por culpa de esos tres, entonces me encargo yo de dejarlos de patitas en la calle.
Aaron y Gemma se quedan petrificados ante la amenaza.
—Bueno —añade mi tío, señalando a Pol—, a ese igual no. Ese sabe comportarse, no como los otros dos.
Pol se ha pasado toda la reunión callado. Será por eso que es el único que no le cae mal a mi tío.
—¿Entonces vota a favor de una norma que podría hacerle perder dos votos de tanto en tanto? —pregunta Gabriel.
—Sí. Voto a favor, acabamos ya, ¿no? Que me quiero ir.
Lucas y Lucía acabaron la reunión muy cabreados. Todos los puntos salieron muy en su contra. Yo me alegro. ¡Querían sacar a Espino de mi casa! Están haciendo méritos para ir de cabeza a los puestos de oro de mi lista negra. Son villanos.
Acompaño a mi tío hasta la calle, y me dice que ahí está su amigo Rafael, el que le ha llevado en coche. Es un señor mayor sin pelo, con gafas, una cara triste y bastante barriga. Está mirando a nuestro edificio. Lo mira con algo de nostalgia. Para ser más concreto, está mirando para arriba. ¿Al tercer piso? ¿Está mirando en dirección a la casa de mi profesor?
Ahora que lo pienso, me suena mucho… Creo que estaba en el funeral y el tanatorio. Debía de ser amigo de mi profesor, además de llamarse igual que él.
Acompaño a mi tío hasta su amigo Rafael y saludo con educación.
—Bueno, nos vamos —dice mi tío—. Vigila con esos dos. No me han caído bien.
—Claro. Gracias, tío. Los has puesto en su sitio.
—¡Por supuesto! Un auténtico Robles tiene que saber cómo torear a esa gentuza.
Miro de reojo a Rafael. Me mira con mucha atención.
—Disculpe… ¿Me quiere decir algo? —le pregunto.
—No… Es un placer conocerte, Izan —me dice.
—Ah… Igualmente. Gracias por traer a mi tío.
—Ven a visitarle a la residencia más a menudo, ¿vale? —me dice.
—Sí… Claro. Lo haré.
Me vuelvo a casa a descansar y a jugar con mi gato. Ha sido una reunión de esas que te dejan sin energías. Debo reposar lo máximo que pueda, y pasar tiempo con Espino, antes de que los dos dementes de abajo sigan intentando que me quede sin él.
Ahora a descansar, y mañana… A que me rompan el corazón.

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